Capítulo 22: Huida

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Me arrojaron dentro de la habitación y cerraron la puerta al marcharse. Tirada como estaba en el suelo alfombrado mire a mi alrededor como desorbitada. Todo daba vueltas y no podía distinguir si lo que veía era real o no. Una habitación espaciosa, muy iluminada, con cortinas doradas y rojas (los colores del imperio) que combinan con una cama con dosel, una pequeña mesa de madera y cristal con dos sillas a juego, un tocador y un hermoso candelabro colgando del techo en lo alto. Sombras bailaban por el espacio, sobre la cama, por debajo de los muebles, en las equinas y el techo. También danzaban puntos brillantes blancos y de colores. Era un hermoso espectáculo de luces y sombras sólo para mí. 

Las luces desaparecieron y las sombras danzantes lo cubrieron todo. 

Desperté con un mareante dolor de cabeza. Tenía el cuello entumecido y los brazos dormidos. Me senté sobre el suelo donde me había desmayado. Las cortinas cubren las ventanas por lo que no puedo ver si es de día o de noche. Me levanto como puedo y me siento sobre la cama. Lentamente me quito la máscara y la tiara que aún llevo puestas y las dejo a un lado. Veo mi reflejo en el espejo al otro lado de la habitación y no me sorprende mucho lo que veo; una muchacha pálida, con el maquillaje corrido, sombras oscuras bajo los ojos, el cabello como un nido de pájaros y con un vestido que fue hermoso pero ahora es un revoltijo de tela sucia y rasgada. Suspiro resignada. 

Inspecciono el cuarto con la mirada. Estaba pulcramente ordenado. Sobre una de las sillas reposaba un vestido de satén y terciopelo rojo y dorado, al igual que todo en la habitación. Sobre el tocador hay una jarra con agua y una palangana. Me lavo la cara quitando lo que queda del maquillaje y los malos recuerdos. Rebusco en uno de los cajones y saco un cepillo. Desenredo mi pelo y cuando termino me pongo el vestido que está sobre la silla. Me queda un poco ajustado, apenas puedo moverme. Corro las cortinas y veo el sol ya iluminando a la distancia. Era adentrada la mañana.

Me recuesto en la cama y miro el techo. Sobre mi cabeza hay una claraboya un poco sucia por no limpiarla frecuentemente, pero los rayos del sol logran atravesar la capa de suciedad y baña mi rostro con una luz cálida y reconfortante.  Cierro los ojos e intento soñar, un sueño donde todos vivan felices, donde los malos no gobiernan y donde la paz llena cada espacio del imperio. Donde puedo estar con los que quiero y no hay dolor ni pena que lo arruine todo. No hay lucha. No hay pérdida. 

Siento las lágrimas caer por mis mejillas. Me permito llorar por esta vez mientras recuerdo a cada uno que me importa. Joy con su cabellera rubia y sus tan expresivos ojos azules, Faith con sus ingeniosas ideas y su humor, Hope con su cara redonda y mejillas sonrosadas, Feeb con su fiereza y su valentía, a Weyb con forma de tomarse todo a pecho, a Zach con su travesuras y su interminable curiosidad. A Zik cuyos ojos solo pueden admirar en secreto a su amada, a Veek con su simpatía y su positivismo. A Erin con esa hermosa sonrisa y su secretismo, su talento para mostrarte el mundo a su manera. Y Hees, sus hermosos ojos que me hacen olvidar por completo de los problemas, su forma de aislarme del mundo que conozco.

Recuerdo sus rostros en el salón y un nudo se forma en mi pecho. Recuerdo que ya no tengo a Hees a mi lado, él sabría que hacer. Recuerdo que Zach se quedó en la cabaña y agradezco que haya quedado fuera de esto, al menos él está a salvo. Me lamento por mi familia, la que está abajo encerrada en los calabozos. Mañana, u hoy mismo (no sabría decirlo), serán ejecutados. Ya no quedan más esperanzas y con ese pensamiento caigo en un profundo sueño lleno de pesadillas. 

Cuando me despierto me encuentro con que no sé qué hacer. Intento abrir la puerta pero se que esta no cederá y no lo hace. Igual ocurre con las ventanas por donde el sol del mediodía se cuela por el cristal. Recorro la habitación aunque no hay mucho que ver. Se asemeja a la habitación que tenía aquí en el palacio cuando era la jefa del FE, a excepción de que aquella estaba decorada a mi gusto. Un poco menos brillante y despampanante que esta. 

ThiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora