El sheriff Jolly dirigió sus pasos a la sala policial, que estaba en plena actividad porque acababa de comenzar el turno de día. Al notar el mal humor del jefe, nadie se cruzó en su camino. Todo el mundo evitó su encuentro sin atreverse a mirarle cuando penetró en su despacho, donde le esperaba Iván Patchett.
Fritz cerró la puerta. Iván devoraba un dónut. Lo metió dentro de la taza de café y se comió la mitad de un bocado.
-Exquisitos estos dónuts, Fritz.
-¿Es eso todo lo que tienes en la cabeza esta mañana, Iván? ¿Dónuts?
Fritz se dejó caer en su sillón, apoyó los codos en la mesa y se pasó las manos por su cabello espeso y ondulado. Una vez, en el penúltimo curso del instituto, un listillo lo había llamado «¡Eh, Rojo!». Casi no vivió para contarlo. Desde entonces, nadie se había atrevido a llamarle por el apodo.
A Iván Patchett no le intimidaban ni los músculos de Fritz ni la posición que ocupaba en la ciudad. Por un mero capricho, Iván podía hacer que dejaran de votarlo para el cargo oficial que ocupaba. Ambos eran conscientes de ello.
Iván se encontraba en clara desventaja en el aspecto físico. Su cabello gris empezaba a escasear. En cuanto a estatura y peso, era de la media normal. No estaba muy fuerte, pero tampoco se le veía débil. No vestía ropas clásicas ni llamativas, sino cómodas.
La mediocridad de Iván no se reflejaba en los ojos. Estos mostraban la arrogancia de quien se sabía el individuo más rico y con mayor influencia del condado, que podía gobernar como un principado si quería. Sus ojos resplandecían como hielo pasado por el fuego. Ese fuego era una manifestación de la rapaz avaricia que le devoraba.
A Iván Patchett le gustaba ser quién era y cómo era, y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para proteger el tiránico control que ejercía sobre su reino. Le gustaba ser temido, mucho más que el sexo y el juego, e incluso que el dinero. Había preparado a su hijo para que fuese exactamente como él.
Se chupó el azúcar de sus dedos desnudos. En su opinión, sólo los maricas llevaban joyas.
-No me importa decirte, Fritz, que no me gusta nada lo que veo.
-¿Y qué es lo que ves?
-Tienes el ceño fruncido. Siempre que te preocupa algo, frunces el ceño.
-Bueno, pues lo siento mucho, Iván -le respondió Fritz con enojo-, pero tiendo a preocuparme cuando a mi chico se le acusa de violar a una chica. Eso me preocupa terriblemente.
-Esa acusación no durará ni un minuto.
-Puede. Casi me ha convencido a mí. Jade no es una fresca de esas que intente sacar partido de tres chicos importantes. ¿Por qué querría inventarse una historia como ésa? Es guapa e inteligente y lleva muy buen camino para ser algo en la vida. ¿Qué va a ganar sacando a la superficie una porquería si no fuese verdad?
-¿Y yo qué coño sé? -contestó Iván, dando las primeras señales de enfado-. Atención, a lo mejor. O quizás estaba hasta las narices de su novio y vio una forma de desquitarse de él.
-Eso no te lo crees ni tú, Iván. Sabes muy bien que aquí hay algo más que una pequeña diversión que se fue un poco de las manos. -Fritz lo observó de cerca-. Alguien del hospital te debía un favor, ¿verdad? Y esta mañana llamaste al registro.
Iván ni siquiera pestañeó.
-¿Estás seguro de que quieres preguntar esto, sheriff? ¿Estás seguro de que lo quieres saber?
-Me repugna pensar en pruebas policiales falsificadas. Me entran ganas de vomitar.
Iván se inclinó hacia delante. Sus ojos centellearon.
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El Sabor Del Escándalo
DragosteEn una noche lluviosa, Jade Sperry vive la peor pesadilla que una mujer puede soprtar, a manos de tres jóvenes que conoce bien. El escándalo sobreviene y ella no tiene otro camino que huir y salir adelante sola con el niño que espera. Los años trans...