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Morgantown, Carolina del Sur, 1977-1981
-¡Ostras! ¿Pero qué clase de examen era ése?
Jade sonrió al estudiante que se le había acercado al salir del edificio de Ciencias.
-Ese examen era realmente una cerdada.
Los repiques de las campanas anunciaron las cuatro en punto. Los árboles, ya sin hojas, eran como sombras inclinadas a través del césped del campus, y un viento fresco y fuerte hacía caer las hojas del otoño.
-La biología nunca ha sido mi fuerte. Por cierto, me llamo Hank Arnett.
-Encantada de conocerte, Hank. Yo soy Jade Sperry.
-Hola, Jade. -Sonrió abiertamente-. Entonces, ¿crees que aprobarás el examen?
-Bueno, soy una becada, así es que tengo que sacar más que un aprobado. Al menos tengo que mantener una media de notable.
Él lanzó un silbido.
-Eso es duro.
-Si las ciencias no son tu fuerte, entonces, ¿cuál es? -preguntó ella por seguir la conversación.
-Arte. Prefiero Monet a madame Curie, siempre. ¿Crees que Picasso sabía o le importaba cómo se procreaba el paramecio?
Jade se echó a reír.
-Mi especialidad es la empresa.
-Mmm. -Enarcó las cejas como si estuviese impresionado-. Con una cara como la tuya, habría dicho la música. Literatura, quizás.
-No. Marketing y administración de empresa.
-Esta vez me falló totalmente la intuición. Te aseguro que no te habría tomado como una futura magnate.
Ella tomó el comentario como un piropo ambiguo.
-Bueno, aquí es donde me desvío. -Se detuvieron en la intersección de dos aceras pavimentadas-. Encantada de haberte conocido, Hank.
-Sí, yo también. Oye, bueno, ahora iba a tomar un café. ¿Te apuntas?
-Lo haría, pero es que tengo que ir a trabajar.
-¿Dónde trabajas?
-De verdad, tengo prisa, Hank. Adiós. -Antes de que él la pudiese detener, dio media vuelta y corrió hacia el aparcamiento.
Hank Arnett la observó hasta que desapareció de su vista. Tenía un carácter tranquilo. Era alto y larguirucho, y hablaba con un fuerte acento sureño. Tenía los hombros anchos y huesudos, y su espeso y ondulado cabello de color caoba lo llevaba normalmente recogido en una cola de caballo. Su agradable rostro no tenía la belleza del de una estrella de cine, pero el brillo de sus castaños ojos era atractivo. La mayor parte de la ropa que vestía era de marca, y la llevaba con garbo, sin parecer afeminado.
Una de sus virtudes era la tenacidad. Gracias a su buen sentido del humor, las debilidades de la vida le parecían más una diversión que un motivo de enojo. Jade descubrió esta faceta durante el primer curso en la Escuela Dander. Tras su primer encuentro, Hank se acostumbró a acompañarla al coche después de la clase de biología. Como era la última clase de Jade antes de ir a trabajar, siempre tenía una buena excusa para declinar las invitaciones que Hank le hacía para ir a tomar café. Aunque a ella le gustaba mucho, siempre rechazaba las sutiles propuestas que él le lanzaba para salir juntos.


Como bien había predicho el decano Mitch Hearon, la señorita Dorothy Davis no era una jefa fácil de soportar. Estaba orgullosa de ser solterona, y era una mujer exigente y quisquillosa. Su tienda vestía a mujeres desde que nacían hasta que morían. La señorita Dorothy estaba personalmente al corriente de cada pieza de la mercancía y, de memoria, podía proporcionar una cifra aproximada de casi todo el material. Sus clientes la temían.
Jade se ganó la aprobación de la señorita Dorothy por su eficacia y diligencia. Estaba contenta con ella porque era «una jovencita inteligente, no como la mayoría». Jade utilizaba sabiamente el tiempo en la tienda para aprender todo lo que podía sobre la manufactura y marketing de la ropa y otros productos textiles, y los métodos actuales de administrar un negocio.
Había llegado a la conclusión de que para dañar de manera irrevocable a los Patchett debía atacarlos en un frente económico. Quería destrozarles en lo que para ellos era lo más importante: el dinero y la influencia que lo acompañaba. Quería mutilar para siempre su maquinaria de poder. Su objetivo era crear un trastorno económico en Palmetto que beneficiase a la comunidad y al mismo tiempo derrocase la monarquía Patchett. No alimentaba ilusiones de que fuese un proyecto fácil. Tendría que ser lista, inteligente y tener más capacidad de poder que ellos, incluso antes de llevarlo a cabo. De ahora en adelante, todo lo que hiciera estaría destinado a devolverles la pelota y destruirlos. Cada mañana se levantaba pensando en ello, y se iba a dormir saboreando la victoria que estaba a unos cuantos años de distancia.
Si no hubiese sido por Neal, la violación no habría tenido lugar. Él y su padre eran sus blancos principales. Desde luego no tenía la intención de dejar libres a Hutch, Donna Dee y Lamar; pero ellos caerían como consecuencia de la destrucción de los Patchett.
Se suscribió bajo seudónimo al Palmetto Post, el periódico local, que recibía en un apartado postal en el campus. El periódico la mantenía al corriente de las noticias locales. En el verano había leído la noticia de la boda de Donna Dee y Hutch. Jade se preguntaba si habría tenido tres damas de honor vestidas de rosa, como siempre había deseado. Guardaba los periódicos fuera de la casa de los Hearon por temor a que descubriesen que era una persona no grata en su ciudad natal. Los parientes que Mitch tenía allí debían de ser realmente lejanos porque no mantenía ningún contacto con ellos. Ni llamadas, ni visitas, ni siquiera felicitaciones de cumpleaños. El tema no había vuelto a salir a la luz, pero todavía pasarían varios meses antes de que Jade perdiese el miedo de que lo descubrieran. La pareja significaba mucho para ella y Graham, y no quería que nada dañase sus relaciones.
Sólo le cobraban cincuenta dólares al mes por la habitación y la comida, y sólo se habían avenido a ello para no herir su orgullo. La señorita Dorothy le hacía un diez por ciento de descuento en su ropa. Pero vestir a Graham era caro porque crecía con mucha rapidez. Cada penique contaba.
Como no podía permitirse nada que pudiese arriesgar su trabajo, no se sintió muy contenta cuando una tarde Hank Arnett apareció inesperadamente en la tienda.
Jade que estaba desempaquetando una caja de batas de terciopelo dio un respingo.
-¿Qué estás haciendo aquí? Por favor, vete. Puedo perder mi trabajo.
-No te preocupes, Jade. La vieja no va a despedirte. Le he dicho que tengo que darte un mensaje urgente de tu casero.
-¿Del doctor Hearon? ¿Qué mensaje?
El rostro de Hank se iluminó con una amplía sonrisa.
-¿Vives con el decano Hearon? -Se rascó la cabeza-. No se me ocurrió pensar en el profesorado. He registrado todas las pensiones y residencias de estudiantes.
-¡De todos los trucos sucios y miserables, éste es el peor! -Ella siempre le había dado evasivas cuando él le preguntaba dónde vivía. Esta vez, él la había ganado, pero era imposible enfadarse con Hank-. Ahora que ya has conseguido lo que querías, haz el favor de irte. No estoy en situación de poder perder el trabajo.
-Me iré discretamente con una condición.
-Ninguna condición.
-Como quieras. -Se sentó en la esquina de la mesa de la señorita Dorothy y cogió una manzana de una cesta de fruta, de la que la señorita Dorothy comía religiosamente por su contenido en fibra.
Jade miró preocupada hacia la puerta de la tienda, temerosa de que su jefa apareciese como un rayo, ondeando una carta de despido.
-¿Qué condición? -susurró.
-Mañana, antes de clase de biología, tienes que venir a tomar café conmigo. Y no me digas que tienes otra clase porque a esa hora te he visto estudiando en la biblioteca.
-¿Señorita Sperry?
La voz de la señorita Dorothy obligó a Jade a aceptar la invitación de Hank, y lo empujó hacia fuera con la manzana escondida en el bolsillo de la chaqueta. Al salir, obsequió a la señorita Dorothy con un seco saludo militar.
Su nariz se estremeció con indignación.
-¿Quién era ese joven tan impertinente?
Jade balbució una explicación convincente, pero en su interior se reía al pensar en lo impertinente que era Hank Arnett.
Al día siguiente se encontraron para tomar un café, y lo convirtieron en una costumbre. Él le pedía que fuese con él a cenar, al cine, a conciertos; pero muy a su pesar, ella siempre le daba negativas como respuesta. Otros jóvenes de la escuela también la perseguían, pero ella les paraba los pies fríamente. Sólo Hank se había acercado a ella de la única manera que podía tolerar: amistosa, sin propósitos sexuales ni amenazantes.
Una tarde soleada de finales de las vacaciones de Navidad, Jade estaba jugando con Graham en el patio de atrás, cuando Cathy la llamó.
-Tienes compañía.
Hank apareció por la puerta y atravesó el jardín, poniéndose a su lado.
-Hola. Sé que te lo digo con retraso, pero Feliz Navidad y próspero Año Nuevo.
-Igualmente.
-¿Qué tal se ha portado Papá Noel contigo?
-Demasiado bien -contestó, acordándose de la generosidad de los Hearon, a la que no pudo corresponder-. Has vuelto pronto de Winston-Salem.
Él se encogió de hombros.
-No había nada especial que hacer en casa, excepto comer. Mi madre me dijo que estaba delgado y se empeñó en empapuzarme. Le recordé que siempre había sido delgado, pero no me hizo caso. No creo que vuelva a probar bocado hasta Semana Santa. Jade, ¿de quién es el niño?
Había estado hablando sin parar, pero justo después de formular la pregunta calló bruscamente. Ladeando la cabeza, miró a Jade con curiosidad, como un perro mira a su dueño cuando éste habla.
-Este es mi hijo. Se llama Graham. Saluda a Hank, Graham. -Graham gateó por el césped hacia Hank y le propinó una manotada en la nariz.
-¡Eh! -Hank alzó los puños como si fuese a boxear con el niño, y luego le apretó ligeramente el estómago.
Graham rió.
-No estoy casada, ni nunca lo he estado, Hank.
-No te lo he preguntado.
-Pero querías hacerlo.
-¿Su padre es importante para ti?
-Por lo que a mí respecta, Graham no tiene padre.
Hank le obsequió con una dulce sonrisa y se dejó caer sobre la hierba, llevándose consigo al niño. A Graham le encantó el juego. Sus carcajadas hicieron que Cathy saliese por la puerta trasera a curiosear. Entonces invitó a Hank a quedarse a cenar.


-Voy a echarte muchísimo de menos. -Hank miró tristemente a través de la ventanilla del coche. Llovía; una lluvia fuerte, típica de primavera-. Si mi madre no fuese tan pesada, me quedaría aquí e iría al cursillo de verano.
-No puedes hacer eso, Hank. Sobre todo si es por mí.
Jade estaba sentada a su lado en el Volkswagen de Hank, que había pintado de manera que pareciese una mariquita. Él se volvió y la miró.
-Jade, todo lo que hago es por ti. ¿Todavía no te has dado cuenta?
Ella bajó la mirada.
-Ya te dije hace meses que sólo íbamos a ser amigos. Eso es todo. Recuerdo muy bien la conversación. Fue justo después de que llegases de las vacaciones de Navidad. Estábamos estudiando para ese examen de biología...
-Lo recuerdo, lo recuerdo -contestó molesto.
-No me culpes si ahora estás decepcionado. Fui sincera contigo desde el principio. -Buscó la manecilla del coche, pero él la agarró del brazo.
-No has sido sincera conmigo, Jade. Me dijiste que todo lo que querías era amistad, pero no me explicaste por qué. Sólo puedo pensar que tus motivos tienen algo que ver con Graham.
Ella sacudió la cabeza inflexible.
-Escucha, Jade. Estoy loco por ese niño. No me importa quién sea su padre, me encantaría serlo yo.
-Por favor, Hank, no -gimió ella-. No digas nada más. No puedo corresponder a tus sentimientos.
-¿Cómo lo sabes?
-Lo sé.
-¿Por qué, Jade? Dímelo. Sé que te gusto.
-Me gustas mucho.
-Entonces..., ¿qué?
Ella miró hacia otro lado, negándose a responder.
-Jade. -Hank le cogió la cara por las mejillas con sus largas y delgadas manos-. Algún hijo de puta te hizo daño. Rompió tu corazón. Déjame hacerte otro, ¿vale? Te quiero tanto que podría compensar cualquier experiencia mala que hayas sufrido.
Ella se mordió el labio y sacudió la cabeza tanto como se lo permitían las manos de Hank.
-Eres tan preciosa, Jade. Dios, no tienes idea de cuánto te quiero.
Hank bajó la cabeza hasta la de ella, y por primera vez la besó. Sus labios eran suaves y dulces. No eran amenazadores, pero aun así el corazón de Jade empezó a golpear con fuerza. El espanto y el temor la inmovilizaron. Él besó las facciones de su cara, murmurando lo bella y deseable que era, y lo mucho que quería hacer el amor con ella.
Al final volvió a besarla en los labios. Jade respiró entrecortadamente, y luego dejó de respirar cuando los labios de él apretaron con más fuerza y trataron de separar los suyos. Todavía paralizada, no era capaz de empujarlo hacia atrás. Por error, él se lo tomó como un signo alentador. Inclinó la cabeza hacia un lado y frotó sus labios contra los de ella, separándoselos.
El cuerpo de Jade se estremeció. Hank deslizó las manos desde la cabeza de ella hasta los hombros y le hizo un pequeño masaje para que se relajara. Luego, le cogió una de las manos y se la colocó contra su pecho. La otra la puso sobre el muslo.
La respiración de Hank era cada vez más quebrada e irregular. Desde su garganta surgían pequeños sonidos de placer. Sin embargo, fue con la máxima cautela posible cuando intentó profundizar el beso y obtener una respuesta de parte de Jade. Ella retrocedió. Hank era bastante persistente.
Su lengua no era intrusa o imperiosa, pero en el momento en que entró en la boca Jade comenzó a sentir asco y temor. No le recordaba la ternura ardiente de los besos de Gary sino sólo los que le habían dado sus violadores. Puso las manos sobre los hombros de Hank. Éste entendió de diferente forma su reacción y la abrazó con fuerza, mientras la presionaba contra la puerta y se inclinaba sobre ella.
-¡No! -Jade lo empujó hacia atrás, moviendo la cabeza de un lado a otro e implorándole que cesase de hacerle daño. Emitió unos sollozos secos y atormentados-. Para. Por favor, no. ¡Dios mío!
-¿Jade? -Humillado, Hank intentó atraerla hacia sí, pero ella se aferró a la puerta del coche-. Jade -susurró con voz angustiosa-. Lo siento. No voy a hacerte daño. ¿Jade?
Sus dedos escudriñaron a través del cabello de ella hasta que se calmó. Finalmente ella alzó la cabeza y lo miró con ojos muy abiertos y temerosos.
-Te lo dije. No puedo.
-Está bien, Jade.
Ella se esforzaba en que él comprendiese lo que le estaba explicando.
-No puedo estar así contigo. No puedo estar de este modo con ningún hombre. No esperes que ocurra nunca. No pierdas el tiempo intentándolo.
Los ojos de Hank habían perdido su chispa, pero no su bondad. Sonrió forzadamente y se encogió de hombros con resignación.
-Es mi tiempo, así es que lo perderé como quiera.
La acompañó hasta la puerta de la casa y le dio un último adiós, prometiendo escribir una vez a la semana como mínimo. Después de entrar en la casa, Jade se apoyó en la puerta y cerró los ojos.
-Jade, ¿queréis tú y Hank tomar un poco de café y tarta?
Cathy había entrado al vestíbulo por la parte de atrás de la casa, y se quedó quieta cuando vio la expresión sombría de Jade.
-Hank no está conmigo, Cathy. Dijo que me despidiese de su parte y que ya os vería en otoño.
-Oh, pensé que estaría un ratito aquí.
-No. ¿Cómo está Graham? ¿Se fue a la cama sin armar escándalo? Será mejor que vaya a verlo.
Al pasar por delante de Cathy, ésta le cogió de la mano.
-¿Qué ocurre, Jade? ¿Estás triste porque Hank se va todo el verano? ¿O es que os habéis peleado?
Jade se dejó caer sobre el tercer escalón de la escalera y se cubrió la cara con las manos, tristemente exclamó:
-Dios mío, desearía que fuera más sencillo.
Cathy se sentó al lado de ella. Retiró las manos de Jade de su rostro y la miró con preocupación maternal.
-¿Qué pasa, Jade? ¿Quieres hablar de ello?
-¿Dónde está Hank? ¿Qué sucede aquí? -preguntó Mitch al reunirse con ellas. Llevaba puesta una bata de verano encima del pijama. Jade se dio cuenta de que Cathy también iba vestida para ir a dormir, y llevaba algunos rulos en la cabeza. Ambos habían estado esperando a Jade.
Los Hearon habían sido más padres para ella que los suyos propios. Ronald Sperry apenas era algo más que una medalla en una caja, una fotografía, un recuerdo entrañable, pero distante. Jade había intentado localizar a su madre, pero sin éxito. Velta había borrado bien las huellas, o Harvey lo había hecho por ella. Era evidente que se había lavado las manos respecto a Jade y Graham. La ruptura con su madre prácticamente le rompió el corazón, pero al final lo había superado y deseaba que su madre hubiese encontrado algo de felicidad.
Ciertamente, Jade la había encontrado. Desde el día en que los Hearon habían insistido en que ella y Graham se quedasen con ellos, la trataron como a su propia hija, aunque le habían dicho que les llamase por su nombre de pila. La versión de Graham del nombre de Cathy era algo así como Caff. A Mitch lo llamaba Poppy.
Los días se habían convertido en semanas y las semanas en meses, y en poco tiempo Jade no podía ya imaginarse la vida sin Cathy y Mitch. Ella y Graham compartían una gran habitación en el segundo piso de la casa. Cathy les preparaba suculentas comidas. La encantadora casa, al principio su refugio, se había convertido en su hogar.
Cathy llevaba fotografías de Graham en su billetero, y presumía de él como una abuela. Respetaban la intimidad de Jade y nunca preguntaban sobre el padre del niño, aunque ella estaba segura de que sentían cierta curiosidad. No acostumbraba a surgir ninguna situación delicada cuando presentaba a Jade y Graham a sus amistades, pues Cathy manejaba la situación con su característico tacto. Jade tenía con ellos una gran deuda de gratitud, pero esperaba que ella y Graham les hubiesen devuelto algo de la felicidad que de ellos habían recibido. Sin la generosidad de los Hearon, su vida habría tomado un giro totalmente diferente. No sólo no habría podido ir a la escuela, sino que también habría perdido algo más importante: el afecto, aceptación y compasión de los Hearon.
Ahora, sentándose en la silla que estaba al lado de la mesa del vestíbulo, Mitch dijo:
-Señoras, ¿se puede saber qué está pasando aquí?
-Algo ha ocurrido esta noche entre Jade y Hank.
Jade sonrió tristemente.
-No, Cathy. No ha pasado nada entre nosotros. Nunca pasará. Ese es el problema. -Respiró hondo-. Por desgracia, Hank se ha enamorado de mí.
-¿Y tú no correspondes a sus sentimientos? -indagó Cathy con amabilidad.
-Le quiero muchísimo como amigo.
-El ser considerado como amigo es un duro golpe para un chico enamorado -dijo Mitch.
-Lo sé -contestó Jade, sintiéndose desgraciada-. Intenté explicárselo hace meses, pero fue inútil. Le animé a que saliera con otras chicas. Sabía que se haría daño si seguía saliendo conmigo, pero él no quería escucharme. Ahora ha ocurrido lo peor, y esto me apena.
-¿Tan segura estás de que no podrías llegar a enamorarte de él? -preguntó Cathy esperanzada-. Es un joven muy agradable, y lo tienes completamente cautivado. Quizá después de la separación de este verano...
Jade sacudió la cabeza.
-No me enamoraré de él, ni de nadie.
Los rostros preocupados de los Hearon mostraron su desconcierto. Habría sido un alivio tremendo para Jade el desahogarse y explicarles toda la verdad. Pero no quería que nadie supiese lo de la violación. Había aprendido que las víctimas asaltadas eran víctimas de por vida. Aunque fuesen totalmente inocentes, como ella, siempre las observarían con curiosidad y sospecha, como si hubiesen sido marcadas. Jade vivía con el temor de que los Hearon se enterasen de lo ocurrido. Aunque estaba segura de que estarían de su parte, no quería correr el riesgo. Cuando se sentía tentada a confiarse, sólo tenía que recordar que sus compañeros de clase, su mejor amiga e incluso su madre, habían dudado de ella.
-Estoy cansada -dijo, levantándose-. Buenas noches. -Los abrazó antes de subir las escaleras, confiando en que respetarían su intimidad.
Ellos no hicieron más preguntas.


Incluso asistiendo al cursillo de verano, Jade pudo trabajar más horas en la tienda, hasta llegar a estar tan familiarizada con las finanzas como la señorita Dorothy. Hacia finales de verano, Jade era tan indispensable para ella, que despidió a su contable y puso a Jade en su lugar.
-Necesitaré más dinero -le dijo Jade con suavidad, pero firme-. Por lo menos, cincuenta dólares a la semana.
Se pusieron de acuerdo en un aumento de cuarenta dólares. Jade ahorraba la mayor parte del sueldo. Si alguna vez volvía a producirse una crisis en su vida, estaba decidida a tener más de veinte dólares para sobrevivir.
Los Hearon y ella se las arreglaron para soportar los terribles dos años de Graham. Cathy recogió prácticamente todo lo rompible y lo puso fuera de su alcance. Cuando Mitch volvía a casa por las tardes, se llevaba a Graham a dar largos paseos. Sin importar el tiempo que hiciese, los dos caminaban de la mano por las aceras del barrio. Mitch le hablaba de las maravillas del universo y Graham le escuchaba atentamente, como si entendiese algo. Por lo general, había cosas interesantes en sus excursiones, como gusanos o un centro de flores para la mesa del comedor.
Hank volvió en otoño. Jade se sorprendió de lo contenta que estaba de verle. Tal y como había prometido, había escrito una vez a la semana como mínimo. Sus cartas eran interesantes y anecdóticas, y siempre incluía un dibujo original para Graham. Después de verse diariamente durante casi un mes, Jade reabrió el tema de su relación.
-Hank, no habrás olvidado lo que te dije la primavera pasada, ¿verdad?
-No -contestó él-. ¿Y tú has olvidado lo que yo te respondí?
Ella lo miró afligida.
-Pero es que me siento culpable. Deberías salir y pasártelo bien. Deberías tener otras relaciones que fuesen mucho más... satisfactorias.
Él se cruzó de brazos.
-Lo que estás intentando decirme es que tenga relaciones sexuales, ¿no es así?
-Exacto.
-Cuando quiera, ya lo haré, ¿vale? Ahora mismo, la única mujer con la que estoy interesado en hacer el amor tiene algunos problemas. Hasta que los solucione, estoy dispuesto a contentarme.
-No, Hank, por favor. Nunca solucionaré estos problemas. No quiero ser responsable de tu infelicidad.
-No me siento desgraciado. Prefiero estar contigo sin joder que estar jodiendo con otra persona deseando que seas tú. ¿Tiene esto algún sentido?
-Absolutamente ninguno.
Él se echó a reír pero sus ojos se pusieron serios.
-Sin embargo, hay algo que sí puedes hacer por mí.
-¿Qué?
-Buscar ayuda profesional.
-¿Quieres decir un psiquiatra?
-O psicólogo o asesor. -Se mordió un momento el labio antes de añadir-: Jade, no intento pescar nada, ya me entiendes, pero creo que te ocurrió algo traumático que te ha hecho rechazar a los hombres. ¿Voy por buen camino?
-No rechazo a los hombres. A mí me gustan los hombres.
-Entonces de lo que tienes miedo es de la intimidad sexual. Cuando intenté hacerte el amor, más que rechazarme estabas asustada.
Ella mantuvo la mirada lejana, sin pronunciarse.
-Quizá, si lo hablases con alguien te podría ayudar a superarlo.
-No confíes en ello.
-Pero no te haría ningún daño el intentarlo.
No volvieron a hablar de ello, pero él había plantado una semilla en la mente de Jade. Sopesó cuidadosamente los pros y los contras. Uno de estos últimos era el gasto. No le hacía ninguna gracia gastarse dinero en un psicólogo, pues no tenía esperanza de que fuese a dar resultado.
Otro aspecto negativo era el mismo Hank. Si ella empezaba a ir a un psicólogo, Hank podría confiar en una recuperación y empezar a presionarla para que le diese más de lo que podía. Además, en esos momentos su primordial objetivo no era tener una relación satisfactoria con un hombre, sino vengar la muerte de Gary. Tratarse su fobia podría desviar su objetivo.
Por supuesto, los beneficios eran obvios. Podría volver a ser «normal».
Un año después de la conversación con Hank pidió hora por primera vez. Durante varias semanas no dijo nada a nadie. Cuando finalmente se lo contó a Hank, éste la agarró por los hombros, los apretó con fuerza y exclamó:
-¡Estupendo! ¡Fantástico!
El resultado inmediato de las sesiones no fue ni estupendo ni fantástico. Hablar de la violación con la psicóloga abrió heridas que Jade pensó que el tiempo y la distancia habrían cicatrizado. Salía de las sesiones como si la hubiesen violado de nuevo. Sin embargo, después de varios meses de terapia, ganó confianza en sí misma, pensando que algún día podría ser capaz de dejar a un lado sus temores. Si eso llegase a suceder, estaría tan contenta como Hank.
En una helada y tempestuosa tarde de principios de marzo de su penúltimo curso, corrió por la acera hasta su casa y entró.
-¿Cathy? ¿Mitch? ¿Graham? Mamá ya está en casa -gritó-. ¿Dónde está todo el mundo?
Graham entró en el vestíbulo y se abrazó a sus rodillas. Parecía que cada día creciese un palmo. Entonces empezó a moverse con el ímpetu de una locomotora.
Ella se arrodilló para darle un abrazo.
-¿Dónde está Cathy?
-Tienda.
-Entonces, ¿estás con Poppy? -le preguntó mientras se quitaba el abrigo.
-Poppy está dormido.
-¿Dormido? -Se dirigió hacia el estudio, llamándolo con creciente alarma al no recibir respuesta-. ¿Mitch?
Jade se acercó despacio al umbral de la habitación llena de libros en las estanterías. Aunque sabía que él no podía oírla, repitió suavemente:
-¿Mitch?
Estaba sentado detrás de su mesa, con un libro abierto sobre su regazo, la cabeza inclinada hacia un lado. Muerto, sin lugar a dudas.
Esa tarde Jade y Cathy lloraron juntas en la habitación donde había fallecido, rodeado de los libros que tanto amaba. Cathy estaba tan impresionada y afligida que Jade tuvo que ocuparse de los preparativos fúnebres.
Se lo notificó al director de la escuela, escribió y preparó la esquela para el periódico local, y condujo a Cathy a la funeraria para escoger un ataúd. Más tarde, cuando Cathy se retiró a su habitación, Jade recibió a las amistades que venían a ofrecer sus condolencias.
La mujer de un joven profesor de historia se ofreció a tener a Graham hasta después del funeral. Jade aceptó el ofrecimiento agradecida, pues sabía que Graham estaría revoloteando por todas partes, sin entender las idas y venidas de tantos extraños en la casa. Además, cada vez que preguntaba dónde estaba Poppy era como una puñalada para Cathy y ella.
Hank permaneció a su lado para ayudar en lo necesario. Hacía recados y todas las tareas que nadie más podía llevar a cabo. La mañana del funeral llegó temprano. Jade llevaba un vestido de punto negro de cuello cisne y una gargantilla de perlas de bisutería. Saludó a Hank en la puerta. Jade llevaba el cabello recogido en una cola de caballo, con un lazo de terciopelo negro. Las débiles sombras de tristeza y fatiga bajo sus ojos resaltaban aún más su color azul.
Condujo a Hank a la cocina, donde ya había preparado café.
-Cathy todavía está arriba vistiéndose -dijo mientras le entregaba una taza-. Supongo que debería ir a darle prisa. No encuentra nada. Está totalmente ausente. Llevaban casados treinta y tres años, y se siente a la deriva. Hacían una pareja perfecta. Él era siempre tan...
Se le quebró la voz. Hank la atrajo hacia sí. Era bueno sentirse abrazada. Las manos de Hank le frotaban la espalda de arriba abajo mientras le susurraba al oído palabras de consuelo. Era afectuoso. La fragancia que llevaba era atractiva y familiar. A ella le gustó la sensación de picor de su chaqueta de lana bajo la mejilla.
Antes de que ninguno de los dos se diese cuenta, el abrazo cambió de carácter. Tal y como la psicóloga le había aconsejado, Jade se concentró en todo lo que era agradable sensualmente, sin pensar en otra cosa que no fuese favorable y buena. Para su sorpresa, lo encontró todo bueno.
Alzó la cabeza y lo miró perpleja. Él le sonrió amable, como si le leyera el pensamiento. Lentamente dirigió una de sus manos hacia el rostro de ella y se lo acarició con el nudillo. El dedo pulgar pasó suavemente por sus labios un par de veces. Luego la besó.
El corazón de Jade palpitaba descontrolado, pero no era de temor. No se estremeció, ni se giró ni acobardó. Hank alzó la cabeza e hizo una pausa, dándole tiempo para quejarse. Como no lo hizo, dejó escapar un largo suspiro antes de volver a acariciar sus labios.
-¿Hank?
-No me digas que pare -le suplicó él.
-No iba a hacerlo. -Se puso más cerca de él.
Él la rodeó con sus brazos y la acercó más. Sus labios separaron los de ella. Le frotó los dientes con la lengua.
-¿Jade? -murmuró-. ¿Jade?
Sonó el timbre de la puerta. Hank la soltó y dio un paso atrás.
-Maldita sea.
Ella le obsequió con una sonrisa nerviosa.
-Disculpa.
De camino a la puerta se humedeció los labios y saboreó el beso de Hank. No había estado nada mal. De hecho, había sido muy delicioso. Era extraño pensar en tal cosa en el día que iban a enterrar a Mitch, pero no podía esperar para poder estar a solas de nuevo con Hank.
Pero cuando abrió la puerta, su sonrisa se congeló. Estaba cara a cara con uno de sus violadores.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora