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-Señor Burke, Pilot quiere verle inmediatamente.
Con un saludo burlón, Dillon se dio por enterado del mensaje que la secretaria le había pasado desde la puerta del pequeño despacho que compartía con otros tres delineantes. Dejó caer el lápiz y se puso los nudillos en la boca. Entonces, murmuró algunas palabrotas sin darse cuenta de las miradas de sus compañeros.
Cogió la chaqueta del respaldo de la silla, se la puso sin molestarse en bajarse las mangas de la camisa y salió del despacho a grandes zancadas. Era uno de los cientos que formaban parte del extenso complejo perteneciente a Industrias de Ingeniería Pilot de Tallahassee. El nombre de la compañía era engañoso porque no tenía nada que ver con la aviación. La firma constructora ingeniera llevaba el nombre de su fundador y CEO, Forrest G. Pilot. Se decía que Forrest G. era un descendiente del célebre Poncio Pilato, y que había heredado de su antepasado la predilección por crucificar.
Al parecer ese día Dillon Burke iba a ser el ejecutado de turno.
-Estará con usted enseguida, señor Burke. Tome asiento, por favor. -La secretaria de Forrest G. Pilot señaló una silla de recepción, fuera del santuario interno.
Dillon se dejó caer sobre la silla. Estaba furioso consigo mismo por su actitud del día anterior. Al parecer uno de los espías de Pilot había informado sobre la forma de criticar de Dillon. A Pilot no le gustaba que hubiese gente descontenta entre sus filas. Lo ideal era que su ejército de zánganos trabajase duro en los despachos asignados y se guardasen para ellos mismos las opiniones que tuvieran sobre su administración. Hasta el día anterior, Dillon había cumplido con esa norma no escrita.
Al principio se consideró afortunado de que las Industrias Pilot, conocidas por todo el sudeste, le contratasen. Tanto a él como a Debra no les importó mudarse. Fue como una prolongación de su luna de miel. El salario inicial no era extraordinario, pero Dillon confió en que pronto se lo subirían. Pensaba que cuando los supervisores reconociesen su potencial, querrían mantenerlo contento para no arriesgarse a que se fuera a alguna empresa de la competencia. Había confiado en un ascenso meteórico hacia la cima.
Pero no había sido así. La compañía contrató docenas de jóvenes ingenieros recién salidos de la universidad. A ninguno se le concedió la oportunidad de avanzar. Dillon no figuraba entre los de primera división ni ganaba mucho dinero. Debra afirmaba que era feliz, aunque Dillon estaba seguro de que añoraba los lujos con los que su padre le había colmado. Se merecía algo mejor que el pequeño apartamento de una sola habitación donde vivían.
Parecía que el tiempo se hubiese detenido. Cada día estaba más impaciente. Quería hacer muchas cosas, y en las Industrias de Ingeniería Pilot no hacía nada de lo que él deseaba. Ya lo habría dejado si no fuese por el bajo salario de desempleo. Hasta que le saliera una excelente oportunidad no podría permitirse el lujo de perder el trabajo.
-Ya puede pasar, señor Burke -dijo con fría cortesía la secretaria cuando sonó el zumbador de su mesa.
Dillon se ajustó el nudo de la corbata al aproximarse a la habitación intimidatoria. Agarró el pomo de la puerta con agresividad y lo empujó para abrirla.
Pilot estaba sentado al lado de un boceto que había estado estudiando y miró a Dillon por encima de la montura metálica de las gafas de leer, indicándole una silla al otro lado de la mesa. Dillon no permitió que la mirada de Pilot le intimidase. Esperó a que hablara.
-Señor Burke, tengo entendido que no está contento con nosotros -dijo finalmente.
Si iban a echarle, no tenía nada que perder por ser honesto. Que se jodiese Forrest G. Pilot si no le gustaba lo que tenía que decir. Sabía que Debra sería la primera en apoyarle por decir lo que pensaba.
-Es cierto. No lo estoy.
-Me gusta que mis empleados estén contentos. Eso hace que el trabajo sea más agradable.
-No fue mi intención ocasionar ningún trastorno. Vi algo que no me gustó y expresé mi punto de vista, eso es todo.
Pilot se quitó las gafas y limpió pensativo los cristales con un pañuelo de lino.
-¿Por qué le molestó que al señor Gryson le nombraran ingeniero supervisor para ese proyecto de clínica médica?
-No me molestó, me puso furioso. Yo había presentado una solicitud formal a mi supervisor para ese puesto. Me aseguró que llegaría a su mesa.
-Y llegó.
-Ah, ya veo. Usted me pasó por alto en favor de Greyson.
-El señor Greyson lleva diez años en la compañía. A usted se le contrató el año pasado, cuando acababa de salir de la Universidad Tecnológica de Georgia. Sus notas y el proyecto de trabajo que presentó al solicitar trabajo aquí fueron lo suficientemente impresionantes para nosotros como para contratarle, pero sigue siendo un novato. -Extendió las manos sobre la mesa-. El señor Greyson tiene más experiencia.
-Y yo tengo más talento.
La inmodesta franqueza de Dillon cogió por sorpresa al viejo empresario, que lanzó una breve carcajada.
-Y al parecer más pelotas.
-Cuando se me contrató -continuó Dillon-, se me ofreció una oportunidad de poder hacer un trabajo actual. Con esta clínica médica es la tercera vez que pierdo un trabajo in situ frente a hombres que no están más cualificados que yo. Con franqueza, creo que estaban menos cualificados. Su sistema de ascenso apesta, señor Pilot. El talento y el trabajo duro deberían ser recompensados, no comprimidos dentro de esas cabinas de cristal que usted llama despachos.
-Señor Burke...
-Soy ingeniero. Quiero construir cosas. Cuando otros chicos dibujaban aviones de caza y coches, yo dibujaba edificios futuristas e intentaba encontrar la forma de construirlos.
Exasperado, se levantó y empezó a pasearse de un lado a otro.
-Lo que hago allí fuera -continuó, señalando la puerta con el brazo-, lo hacía en el primer curso de la universidad. Algunos consideran que un trabajo de delineante en Ingenierías Pilot es un auténtico chollo. El estar sentado todo el día tras una mesa de dibujo, esperando que suene el timbre de las cinco, no es mi idea de un trabajo retador. De todas formas, en pocos años los ordenadores harán los dibujos. Los delineantes se convertirán en teclistas.
Pilot se apoyó en el respaldo de la silla.
-¿Cuál es exactamente su idea de un trabajo desafiante, señor Burke?
-Trabajar con el arquitecto, contratar a los subordinados, supervisar todo el proyecto. Quiero estar allí desde que aparezca la primera excavadora hasta que se coloque la última bombilla.
-Entonces, no puedo complacerle.
Aunque se había esperado el final, cuando Dillon oyó realmente las palabras se sobresaltó. Dios Santo, ¿en qué había estado pensando para meterse en semejante ratonera? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a mantenerse a sí mismo y a su mujer?
-La primera excavadora ya ha aparecido.
Dillon parpadeó y concentró su atención en Forrest G. Pilot.
-¿Señor?
-De hecho, el trabajo de hierro ya estaba hecho antes de que el proyecto se suspendiese por mala dirección.
-No le entiendo.
-Siéntese, señor Burke. -Cuando Dillon se volvió a sentar, continuó-: Cuando usted estaba furioso conmigo por no asignarle el trabajo de la clínica, yo pensaba en otro para usted.
Dillon tragó saliva con fuerza, pero por prudencia continuó con la boca cerrada.
-Al contrario de lo que usted cree -explicó Pilot-, su trabajo ha sido tenido en cuenta. También sus cualidades de liderazgo. Me enorgullezco de tener buen olfato para detectar jóvenes talentos brillantes y ambiciosos. Tal como usted dijo antes, algunos se contentan con el trabajo reglamentado. Otros, no. Usted es uno de los últimos.
»Por desgracia, la ambición, la juventud y el talento no bastan para triunfar. Se necesita también tener paciencia y autodisciplina. Lo que debería hacer es despedirle ahora mismo por su insolencia. Pero no voy a hacerlo. En primer lugar porque es un talento demasiado valioso para pasarlo a mis competidores. Y en segundo lugar porque el trabajo que tengo en mente requiere alguien que tenga las agallas de ser incendiario cuando haga falta.
»Así pues, creo que ya es hora de que se saque el pie de la boca y me diga si está interesado en el proyecto que tengo pensado para usted.
Dillon hizo todo lo posible por mantener la dignidad.
-Por supuesto, estoy muy interesado.
-Antes de seguir adelante, debo decirle que hay un gran inconveniente en este trabajo.
Dillon pensó abatido que lo habría. El diablo siempre hacía su trabajo. Algo bueno siempre era seguido de algo igualmente malo: ésa era la versión que Dillon Burke hacía de la ley de Newton. Pero nada podía ser tan malo como volver a aquella cabina de cristal con su mesa de dibujo. Siempre era preferible el movimiento que el estancamiento.
-Estoy dispuesto a enfrentarme a cualquier cosa, señor Pilot.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora