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Los Angeles, 1991
-¿Graham? Soy yo.
-¡Hola, mamá! ¿Has visto ya alguna estrella de cine?
Jade, sentada sobre sus pies, sonrió ampliamente al aparato telefónico. Se imaginaba la cara de los catorce años de Graham. Un mechón de cabello oscuro y ondulado estaría colgando sobre su frente. Bajo las cejas, sus ojos azules estarían chispeantes.
-Hasta ahora no, pero hoy te he comprado una cosita. -Miró el jersey de Los Angeles Rams que acababa de comprar.
-¿Qué es?
-Tendrás que esperar para verlo.
-¿Es chulo? ¿Me gustará?
-Es superchulo y te encantará.
Jade preguntó cómo iban las cosas en casa. Él le aseguró que no había ningún fallo técnico en su apretado horario. Cathy Hearon era una organizadora nata.
-¿Sigue lloviendo en Nueva York?
-Sí -contestó Graham apenado-. A cántaros.
-Qué pena. Aquí hace un tiempo espléndido.
-¿Has ido a bañarte?
-He estado demasiado ocupada.
-¿Mamá? ¿De verdad tenemos que mudarnos a ese sitio de Carolina del Sur?
La sonrisa de Jade se desvaneció. Le molestaba mucho la falta de entusiasmo de su hijo para trasladarse.
-Ya sabes la respuesta a eso, Graham. ¿Por qué sigues preguntándomelo?
-No conoceré a nadie -murmuró él quejándose-. Tendré que dejar a todos mis amigos.
Cuanto más se acercaba la hora de irse de Nueva York, más frecuentemente tenían esta conversación. Graham sabía lo importante que era este proyecto para ella desde el punto de vista profesional. Él no sabía las implicaciones personales que conllevaba. Nadie lo sabía.
En los traslados anteriores había estado a la altura de las circunstancias, pero ahora que era un quinceañero, daba más importancia a las amistades. Se resistía a la idea de abandonarlas.
-Harás nuevos amigos, Graham.
-No hay nada que hacer allí.
-Eso no es verdad. Palmetto está cerca del mar. Podrás ir a la playa siempre que quieras. Iremos juntos a pescar cangrejos.
-No me gustan los cangrejos.
Ella no hizo caso del comentario.
-Los colegios de Palmetto tienen ahora equipo de fútbol. Ya lo he comprobado. Podrás seguir jugando.
-Pero no será lo mismo.
-No, no será lo mismo. Es muy distinto de la ciudad.
-Es la tierra de los paletos.
Sin salida. No había réplica a eso. Comparado con la Gran Manzana, Palmetto era definitivamente la tierra de los paletos. Tras el subsiguiente silencio, Jade dijo excitada:
-Mañana me entrevistaré con el contratista que he venido a ver. Deséame suerte.
-Buena suerte. Espero que lo contrates. Y ten cuidado. Hay mucha gente rara en California.
-¿Y en Nueva York no?
-Por lo menos aquí los puedes distinguir.
-Siempre voy con cuidado -le contestó-. Espero poder concluir el asunto en un par de días más y regresar a casa. Saldremos juntos y haremos algo especial. ¿Trato hecho?
-Trato hecho.
Cuando colgó el teléfono estaba llena de añoranza por él. Había días que se comportaba de un modo algo impertinente, pero generalmente era un hijo ideal. A medida que había ido creciendo, había asumido un aire protector hacia ella, y Jade lo encontraba divertido y conmovedor.
Ya era más alto que ella. Había tenido que acostumbrarse a ese hecho. Graham era fuerte, atlético y estaba lleno de vitalidad. Jade llevaba en secreto su orgullo por su atractivo físico, pero siempre que alguien se lo decía, ella destacaba el carácter y la inteligencia de su hijo. Tenía un gran sentido del humor y una sensibilidad que ella consideraba personalmente gratificante.
No la tenía sin cuidado su oposición a dejar a sus amigos y el colegio y trasladarse a otro Estado, otro mundo. Todavía faltaban meses para mudarse, pues no iba a dejar el colegio hasta que acabase el semestre actual. Ella esperaba que cuando llegase el momento él estuviese ya psicológicamente preparado, aunque había tenido más de un año para hacerse a la idea.
Jade recordó de pronto aquel día invernal del año anterior, cuando se aprobó el proyecto de Palmetto. Su presentación ante la mesa de los directivos de GSS había sido impecable. El asunto se había estudiado tan a conciencia que había acumulado un montón de estadísticas que apoyaban sus argumentos. Había contestado a las preguntas incisivas que los miembros le habían formulado de manera tan meticulosa y detallada que se había ganado su confianza. No les había hecho una propaganda agresiva, sino que había dejado que los hechos hablasen por sí mismos.
George Stein, el jefe del ejecutivo, era el último fundador superviviente de GSS. Aunque rondaba los ochenta, seguía siendo el soporte del conglomerado que había sido fundado cuando Charlie Chaplin era el número uno del estrellato cinematográfico. Había empezado con una fábrica de acero y, a través de las décadas, se había ido extendiendo. Actualmente GSS servía de paraguas para compañías establecidas por todo el mundo, y abarcaba enjambres de empresas tanto comerciales como técnicas.
Era típico de GSS comprar compañías poco reconocidas y luego disolverlas o reorganizar sus operaciones para hacerlas rentables. Inicialmente Jade había sido contratada para analizar tres fábricas textiles que GSS había adquirido.
La recomendación que había dado a la directiva había sido cerrar las tres fábricas y construir una nueva más grande y técnicamente más avanzada. Algunos miembros de la dirección habían dado su consentimiento. El señor Stein, cuyas manos y calva estaban llenas de manchas por la edad, había mirado fijamente a Jade durante un buen rato. Todo su cuerpo denotaba los estragos del tiempo, pero sus ojos eran tan avispados como los de un muchacho de veinte años.
-Parece inflexible en su posición, señorita Sperry.
-Efectivamente. Estoy convencida de que éste es el único camino para que GSS gane dinero con el negocio del textil. Y Palmetto, en Carolina del Sur, es el lugar idóneo para una fábrica como ésta por su proximidad al canal de navegación. ¿Qué mejor manera para poder utilizar nuestros propios intereses navieros y alcanzar los mercados internacionales?
-¿Qué me dice del personal administrativo de esas fábricas? ¿Los dejamos también en la calle?
-De ningún modo. Sugiero que les ofrezcamos trasladarse a Palmetto, y si declinan la oferta, darles una indemnización de seis meses cuando cerremos las fábricas.
Al concluir la discusión, Stein pidió una votación. El plan de Jade fue unánimemente aprobado.
-Muy bien, señorita Sperry -dijo Stein después de contar los votos-. El proyecto es suyo. TexTile, ¿no es así?
-Sí -respondió ella, intentando disimular su emoción con una actitud profesional-. Me gustaría llamarlo TexTile.
Ahora TexTile llevaba más de un año evolucionando. Los abogados de GSS habían comprado tierras con discreción. Por un margen muy pequeño, la distribución en zonas había sido aprobada por el Ayuntamiento de Palmetto. Trabajando conjuntamente con David Seffrin, un promotor auspiciado por GSS, Jade había contratado al arquitecto y ya tenía el anteproyecto hecho.
Se encontraba en Los Angeles para concertar los servicios de un contratista general. Una vez se consiguiese ese trabajo vital, todo estaría ya preparado. Jade se trasladaría a Palmetto, lo que indudablemente sería una sorpresa para sus habitantes, que no tendrían motivo para relacionarla con la vasta adquisición de tierras; y entonces empezaría la excavación para construir el edificio. Ella tomaría medidas para incorporar al personal que había decidido seguir trabajando.
Un frenesí de actividad había pasado a través de las filas de ejecutivos de GSS cuando Jade se unió a la compañía. Pocos hombres, y menos aún mujeres, eran contratados como vicepresidentes. Se necesitó algún tiempo antes de que su agudeza en los negocios convenciese a otros que ocupaban posiciones similares de que su juventud y atractivo no invalidaban su competencia. Al principio, sus homólogos masculinos habían evitado tratar con ella, husmeando con desconfianza, intentando determinar hasta dónde llegaban sus ambiciones y si suponía una amenaza a sus aspiraciones individuales.
También husmeaban por otras razones.
Habían hablado montones de veces sobre sus piernas en los bares y en los vestuarios masculinos del gimnasio de la compañía. Muchos de ellos, solteros y casados, habían expresado su interés en explorar sus largos y esbeltos muslos hasta arriba. Pero a ninguno de los que se habían atrevido a probar las aguas se les había concedido el privilegio de poderlas vadear.
En todo el tiempo que llevaba en el mundo de los negocios, Jade había desoído los chismorrees y las indirectas sexuales que le dirigían. Mantenía su vida privada justamente así. Esquivaba la inevitable política interior de la oficina. No invitaba a que le hiciesen confidencias, y ella tampoco compartía ninguna. Trataba a todo el mundo de manera amistosa pero distante. Su foco de atención siempre había estado en su trabajo, no en sus compañeros.
En muy poco tiempo había probado su valía en GSS, y había sido muy bien recompensada al ponerla a cargo de la planta TexTile. Sin embargo, nadie -ni George Stein ni ningún otro- sabía la importancia vital que para ella tenía este traslado. Quería hacer una auténtica obra de arte con la nueva fábrica TexTile, un éxito comercial. Pero nadie habría podido imaginar que su obsesión por volver a Palmetto con la influencia de GSS sobre sus espaldas era más personal que profesional.
-Pronto -murmuró, al levantarse de la silla donde había descansado mientras hablaba con Graham.
Se dirigió a la ventana del otro lado de la habitación. Su alojamiento para este viaje había sido elegido al azar. Jade había decidido quedarse en este hotel porque estaba situado frente a una obra en construcción. Otros huéspedes del hotel podían haber visto eso como una desventaja, pero la fea vista era exactamente lo que Jade había pedido al hacer la reserva.
Desde su llegada a Los Ángeles, tres días antes, había estado espiando la obra, apuntando detalles e impresiones. Jade no veía este hecho como un fraude, sino simplemente como una práctica de trabajo. Si quería triunfar causando estragos en la injusta economía de Palmetto, no podía dejar nada al azar.
Era esencial encontrar el correcto equipo para TexTile. El contratista no podía ser alguien que dejara el trabajo a mitad porque Palmetto no le gustara o que fuese una persona que no le gustase trabajar para una mujer, como ya le había sucedido. Y como Jade tenía la intención de supervisar cada faceta de la planta TexTile, necesitaba tener a los aliados más fuertes de su parte. Se había impuesto rigurosas exigencias a sí misma para ser lo más inteligente y dura posible. La gente que la rodease no podía ser menos, sobre todo el constructor. Durante una buena temporada, él y ella serían los únicos representantes de GSS en Palmetto.
Antes de irse de Nueva York había empaquetado unos prismáticos de alta tecnología, que ahora utilizaba para comprobar el progreso del trabajo al otro lado de la calle. Quería saber cómo llevaba a cabo el contratista las operaciones diarias. ¿Se reforzaban las precauciones? ¿Se desperdiciaban materiales? ¿Era diligente el equipo de trabajo?
Colocó los prismáticos directamente en frente de la ventana de su habitación del piso dieciséis; el mecanismo de enfoque automático proporcionó al instante la vista de los trabajadores. Era la hora de comer. Los obreros bromeaban entre sí mientras destapaban los termos y desenvolvían el papel de los bocadillos. Parecía un equipo sociable, lo que era una buena señal y un punto a favor del contratista. Se percató de un movimiento fuera de su campo de visión y desvió un poco los prismáticos.
Era él.
Este hombre ya había atraído su atención desde el primer día que había utilizado los prismáticos para mirar la obra. Durante tres días había hecho aumentar la curiosidad de Jade. A diferencia de los demás, él no se tomaba el descanso de la comida. Parecía que nunca descansara ni se relacionara con los compañeros. Trabajaba sin parar e independientemente, con el casco hundido en la cabeza y concentrado en el trabajo.
Ahora, mientras estaba absorto consultando unos planos, un repentino soplo de aire lanzó una bolsa a sus pies. Jade vio cómo se movían los labios del hombre y daba una patada a la bolsa en dirección al círculo de trabajadores. Uno de ellos recogió la bolsa de celofán y la metió en su bolsa de la comida.
«Bien por ti», pensó ella. Mantener limpia la obra era uno de sus requisitos previos.
Ya había visto todo lo que necesitaba ver, pero sin saber por qué estaba poco dispuesta a bajar los prismáticos. El aislamiento de él la tenía intrigada. Su barbuda cara no sonreía nunca. No lo había visto ninguna vez sin sus oscuras gafas de sol. Llevaba una ropa similar a la del día anterior y a la del día anterior a éste: unos Levis gastados, una camisa rojo mate, botas y guantes de trabajo. Sus brazos eran pulcros y musculosos, y tenía la piel morena. La temperatura era tibia, típica del sur de California, pero aun así y a través de los potentes prismáticos, ella podía apreciar que el sudor había aplastado el pelo de su pecho.
Mientras ella seguía mirando, él se quitó el casco protector el tiempo suficiente como para poder distinguir una mata de pelo castaño que casi le llegaba a los hombros. Entonces, justo cuando iba a ponerse el casco de nuevo, giró la cabeza y miró hacia el hotel. Como si ella lo hubiese llamado por señas, parecía que él mirase directamente a la ventana. Eso produjo una sacudida en Jade.
Sintiéndose culpable, Jade dejó caer los prismáticos y se alejó de la ventana, aunque el cristal era opaco y se reflejaba desde fuera. Era imposible que él la hubiera visto, pero así y todo ella estaba temblando. Si su mirada tras las oscuras gafas era tan intensa como su postura, entonces era un hombre al que no le haría gracia ser espiado.
Las palmas de las manos de Jade estaban húmedas. Se las secó en la falda. Sintió un vacío en el estómago. Se sirvió un vaso de agua y se lo bebió. No podía imaginarse lo que le había ocurrido. Durante años, los sexos se habían homogeneizado en su mente. Su intento de llevar una relación romántica con Hank había hecho daño a ambos. La ayuda profesional no había colaborado.
Después de meses de terapia, la psicóloga le había dicho:
-Sabemos lo que causó su conducta. Depende de usted la manera en que la trate. Para que tenga lugar una curación, señorita Sperry, usted debe participar en el proceso.
Jade había respondido cándidamente.
-No puedo. Lo intenté, y lo único que hice fue herir a alguien a quien tengo en gran estima.
-Entonces me temo que estamos en un callejón sin salida. Necesitará mucho coraje para establecer otra relación sexual.
A Jade no le faltaba coraje sino más bien el egoísmo necesario para romper el corazón de otra persona. Como no había garantías de que pudiera «curarse», declinó probar suerte a expensas de otro. Por eso le sorprendió tanto su reacción física ante el hombre que había observado con los prismáticos. Se sentó frente al pequeño escritorio e hizo otra anotación en la libreta. Su energía estaba generada por algo mucho más fuerte que una potente conducta hacia el sexo. Como le habían quitado el privilegio de poder amar completamente a un hombre o de aceptar el amor de un hombre, estaba más decidida que nunca a conseguir una compensación. Nadie en Palmetto tenía por qué aguantar más las injusticias que los Patchett habían decidido perpetrar. Después de todos estos años, estaba muy cerca de conseguir sus objetivos.
Había empleado bien su estancia en Los Ángeles. Después de observar y analizar durante tres días, estaba convencida de que David Seffrin había encontrado el contratista para TexTile. Al día siguiente iba a salir de detrás de los prismáticos e iba a presentarse a sí misma.


De pie, frente al espejo de la puerta de la habitación del hotel, Jade observó su imagen. Había cumplido treinta y dos años. Los estragos del tiempo apenas se notaban. Se mantenía esbelta y no se apreciaba ninguna arruga. Sus mejillas todavía mostraban un color sonrosado natural. Su cabello era brillante y oscuro, sin ninguna señal de canas. Sus ojos, tan azules como siempre, seguían siendo su facción más arrebatadora.
Su color favorito era el negro. Lo llevaba muy a menudo. El traje de dos piezas que había elegido ponerse ese día era negro, pero lo suficientemente ligero como para estar a la altura del clima del sur de California.
Al dejar el hotel, Jade rememoró todos los años pasados desde que se graduó en la Escuela Dander, y que la habían llevado hasta el punto donde se encontraba en esos momentos de su vida. Había estado trabajando en Charlotte, Carolina del Norte, hasta que se le presentó una oportunidad mejor en Birmingham, Alabama. Su tarea consistía en las compras, pero la habían contratado para un puesto medio administrativo. Después de ese trabajo siguieron otros, aunque siempre estaba en el área del textil y de la manufactura de telas, poniendo en práctica los conocimientos que había adquirido bajo la tutela de la señorita Dorothy Davis.
Ella, Graham y Cathy, que se convirtió en miembro de la familia, se mudaron varias veces. Intuitivamente, Jade sabía cuándo había conseguido todo lo que su posición podía ofrecer, y decidía que había llegado el momento de seguir progresando. Sus superiores siempre lamentaban verla marchar. La única excepción fue uno al que tuvo que amenazar porque la perseguía con propósitos sexuales. Como él no se tomaba en serio sus amenazas, Jade dejó el trabajo después de seis meses de estar allí.
La mayoría de sus experiencias habían sido recompensadas. A lo largo del camino, había aprendido los aspectos técnicos del negocio, las estrategias de marketing y cómo potenciar la eficiencia de la producción. Pero su meta final rebasaba los límites de estas pequeñas industrias. Sus posibilidades eran mucho más amplias. Cuando llegase la ocasión, ella estaría preparada.
Jade estudió mucho. Leyó a conciencia las revistas empresariales, por lo que ya estaba al corriente de GSS mucho antes de leer en The Wall Street Journal el artículo que después tendría un efecto fundamental en su futuro. Ya entonces sabía que GSS era uno de los conglomerados en expansión más grandes del mundo. El artículo trataba sobre la reciente adquisición por parte de GSS de tres fábricas textiles, las cuales, según el vicepresidente entrevistado, eran en la actualidad tres albatros.
Después de leer varias veces el artículo, Jade empezó a elaborar un plan en su mente. En aquel momento, ella trabajaba para una compañía que tenía su cuartel en Atlanta, pero ya sabía adonde quería ir después. Esa tarde puso una conferencia telefónica a Nueva York.
-¿Hank? Soy Jade.
-Eh, ¿qué tal? ¿Cómo estás? ¿Cómo está Graham?
-Creciendo como una mala hierba. Uno de estos días estará tan alto como tú.
-¿Y Cathy?
-Muy bien. Igual que siempre.
Después del encuentro con Lamar Griffith en el funeral de Mitch, Jade sostuvo una charla seria y franca con Hank. Le dijo que, a pesar de la psicoterapia que había seguido, no podía tener una relación física. Corriendo el riesgo de sacrificar su amistad, ella quería que él entendiese bien que sólo sería platónico.
Animado por el beso que habían compartido aquella mañana, él se quedó consternado al principio y luego se enfadó por el cambio repentino de Jade. Se fue hecho una furia, y Jade no lo volvió a ver durante meses. Entonces, una tarde apareció inesperadamente en la casa, como si no hubiese pasado nada. Su amistad se reanudó donde la habían dejado. Como explicación, él le dijo:
-Prefiero ser tu amigo que nada.
Como ella se trasladaba de ciudad en ciudad y de trabajo en trabajo, los dos mantuvieron el contacto por correspondencia y llamándose a menudo por teléfono. Así pues, él no se sorprendió de que le llamara a Nueva York, donde él se había mudado tan pronto como recibió su diploma en arte y diseño.
Una vez ya puestos al día sobre las noticias personales, Jade le preguntó:
-¿No hiciste una vez un trabajo para GSS?
-El año pasado. Hoy había un artículo sobre ellos en el Journal.
-Eso es lo que despertó mi memoria.
-Me encargué de volver a diseñar sus oficinas -le explicó él-. Vi que necesitaban un abultado presupuesto. La oferta que les hice era tan asquerosamente capitalista que incluso me avergoncé de pedirles semejante cantidad.
-Lo dudo. Él se rió.
-Bueno, el caso es que aceptaron.
Hank había hecho grandes cosas. Después de trabajar varios años para una empresa de decoración comercial, se había instalado por su cuenta, llevándose consigo a la mayoría de sus clientes. Sus relaciones le habían proporcionado una base de clientela sólida y lucrativa. Ahora diseñaba interiores para edificios comerciales nuevos o para viejos que necesitaban renovarse. Al delegar la mayor parte del trabajo sucio a sus dos aprendices, él disfrutaba del tiempo libre para pintar.
-Como compañía, ¿qué tal es GSS para trabajar?
-El viejo George Stein lleva el negocio con mano de hierro. Todo el mundo le teme como si fuese la muerte.
-¿Te entrevistaste con él personalmente?
-Naturalmente. Ambos examinamos mis diseños para ver si eran compatibles con su idea de un ambiente de trabajo productivo. Más tarde se convirtió en un verdadero fan de mi arte. Perdona la inmodestia.
Jade estaba indecisa. No estaba segura de pedir a Hank este favor personal. Hasta entonces no había involucrado a nadie más en su busca de la venganza. Incluso Cathy, que sabía todo sobre la violación y sus consecuencias, pensaba que los progresos en la carrera de Jade eran simplemente eso. Ella no sabía el verdadero motivo que tenía Jade.
Hank haría cualquier favor que ella le pidiese, pero detestaba utilizarlo. Por otro lado, a él no le afectaría el resultado. Más que usar a un amigo, estaba sacando partido de una oportunidad única.
-Hank, ¿podrías presentarme?
-¿A George Stein? -preguntó él, obviamente sorprendido.
-Si es al que todo el mundo teme, entonces es el hombre con el que necesito hablar.
-¿Puedo preguntar por qué?
-Quiero trabajar para ellos.
-¿Quieres decir aquí, en Nueva York? ¡Cómo me gustaría teneros a todos aquí! Pero será mejor que te avise de que esta gente habla mucho. No puedes encontrar un pez gordo en esta ciudad preparado para picar el anzuelo y, comparado con George Stein, Leona Helmsley es Miss Simpatía.
-Soy totalmente consciente de los inconvenientes, pero ya es hora de que empiece a jugar duro con los chicos grandes.
-GSS tiene un departamento de personal para cada una de sus compañías. ¿Por qué no recurrir a las vías ordinarias?
-¿Cuánta gente solicita un trabajo cada día? Mi curriculum es bueno, pero pueden pasar meses antes de que lo estudien. Además, quiero entrar desde arriba, no desde una administración media.
Hank silbó entre dientes.
-¿No podías haberme pedido un favor más pequeño, por ejemplo, escalar desnudo el Empire State Building en pleno día?
-Sé que es mucho pedir, Hank. Si no lo puedes hacer, lo entenderé.
-¿Acaso he dicho que no pudiese? Lo único que pasa es que George es un viejo arisco al que se le tiene que dar en el sitio justo, porque de lo contrario la has pifiado. Dame un par de días para pensarme cómo atacar.
-Preferiría encontrarme con él en un ambiente amigable y distendido, en algún sitio lejos de sus subordinados. ¿Puedes hacerlo?
Hank se superó por ella. Invitó al señor Stein a su estudio para que viese una pintura que acababa de terminar. Engañó al pobre viejo diciéndole que la pieza contemporánea quedaría fantásticamente detrás de su mesa.
Jade estaba esperando en el desván de Hank, en el Soho, cuando su chofer lo llevó allí. Se la presentaron como a una amiga de fuera de la ciudad. A Stein le encantó la pintura, habló con Hank sobre el precio y la compró para su oficina, lo que le dejó de bastante buen humor.
Entre copas, Stein preguntó educadamente:
-¿Usted también es artista, señorita Sperry?
Si Jade hubiese escrito un guión, no hubiera podido hacer un mejor comienzo.
-No, trabajo en la fabricación y marketing de tejidos.
-Es vicepresidenta de una compañía de Atlanta que se dedica a la línea de ropa de trabajo -añadió Hank.
-He leído que GSS ha adquirido recientemente las tres fábricas Kelso -observó Jade.
-Es cierto. -Stein se olía algo. Frunció el ceño.
-Ah. -Jade pareció indiferente. Se acercó su copa de vino a los labios-. Hank, deberías regar esa planta de la esquina. Está...
George Stein la interrumpió.
-¿Conoce usted las fábricas Kelso, señorita Sperry?
-Sólo de oídas.
-Y ¿qué ha oído?
-Espero que GSS las pueda hacer rentables, pero...
-¿Pero? -interrumpió el viejo.
-Pero sin duda alguna eso requerirá una vasta reorganización, desde la administración hasta abajo. Modernizar tres plantas será caro. -Se encogió de hombros, dejando que él sacara sus propias conclusiones.
-¿Valdría la pena semejante gasto?
-Para proporcionar una respuesta a esa pregunta necesitaría meses de evaluaciones, señor Stein. No creo estar en posición de ofrecer ninguna opinión.
-Yo le he preguntado por una, ¿no es así?
Hank disimuló una carcajada detrás de la aceituna de cóctel que se metió en la boca. Jade contestó:
-Conozco el negocio desde el telar hasta la factura, señor Stein. Conozco una planta en buen funcionamiento cuando veo una. Detecto problemas que deberían ser corregidos, y confío en mi habilidad para resolver esos problemas. Sin embargo, no doy opiniones de nada a no ser que tenga algo en lo que me pueda basar. ¿No hay nadie en su organización que pueda proporcionarle una opinión más estudiada? -Antes de preguntar, ya sabía que no. De lo contrario Stein no habría solicitado su opinión.
Antes de irse del estudio de Hank, Stein pidió a Jade que le enviase su curriculum.
-Supongo que estaría interesada en trabajar para nosotros.
-Si la oferta es lo suficientemente atractiva, señor Stein.
Al recordar ahora esa extraña entrevista, Jade esbozó una sonrisa mientras abandonaba el hotel. La calina de Los Ángeles era más sólida debido al polvo procedente de la obra en construcción que estaba al otro lado de la calle. El estrépito era ensordecedor, pero a Jade no le importó. El vehículo del contratista estaba a un par de manzanas, así es que decidió ir caminando.
El recuerdo de su primer encuentro con George Stein se cruzó con otros que no tenían nada que ver con los negocios.
-Lo tienes en el bote -dijo Hank cuando Stein se hubo ido-.Vamos a celebrarlo.
Descorchó otra botella de vino blanco. Al sentarse en los cojines que servían de asiento, Hank cogió la mano de Jade y la acarició con su pulgar.
-He conocido a alguien, Jade -empezó.
-¿Quieres decir una mujer?
-Sí. La conocí en el departamento de interiorismo de Macys. Ella intentaba vender el sofá más horrible que he visto en mi vida a un cliente igual de horrible. Coincidimos con la mirada cuando explicaba las mejores características de semejante atrocidad. En el momento en el que el cliente lo cargó en cuenta, yo ya no pude contener la risa.
Jade se inclinó hacia delante, con ganas de saber más.
-¿Cómo se llama?
-Deidre. Se ha graduado en interiorismo, y cogió el trabajo en Macys hasta encontrar algo mejor.
-Entonces tenéis mucho en común.
-Procede de una pequeña ciudad de Nebraska. Tiene una nariz pecosa, un trasero muy bonito y una risilla tonta contagiosa.
-Y a ti te gusta mucho.
Ella miró a los ojos, como si buscase algo.
-Sí. Y lo que es más sorprendente, yo también le gusto.
-Yo no creo que eso sea sorprendente. ¿Tenéis buenas relaciones sexuales?
Él le obsequió con una vaga sonrisa.
-Al parecer, en Nebraska se reproducen como setas.
-Me alegro, Hank -contestó Jade, apretando las manos de él entre las suyas-. Mucho.
-Estoy pensando en casarme con ella. -Le lanzó una mirada indecisa, y luego la miró muy seriamente-. ¿Qué te parece, Jade? ¿Me caso?
Hank no le estaba pidiendo consejo. Le preguntaba si debía abandonar sus esperanzas respecto a ella y hacer planes con otra persona.
-Cásate con ella, Hank -le respondió Jade-. Eso me haría muy feliz.
Antes de irse de viaje de negocios a Los Ángeles, Jade había ido a casa de Hank y Deidre a ver a sus hijas gemelas. Acababan de cumplir seis semanas. Hank seguía siendo su mejor amigo. Ella le había contratado como diseñador de las oficinas de TexTile en Palmetto.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora