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Palmetto, Carolina del Sur, 1987
-¡Un maricón! ¿Te imaginas? -Neal Patchett sacudió la cabeza, en señal de incredulidad y tomó otro trago de bourbon con agua.
Hutch Jolly estaba tan sorprendido como Neal por la noticia de Lamar. Pero Hutch no era tan expresivo.
-Durante estos últimos años no he tenido mucho contacto con Lamar -observó Hutch-. Al menos no tanto como tú.
-¿Qué coño quieres decir con eso? -preguntó Neal a la defensiva.
-No quiero decir nada en especial, sólo que yo no he tenido mucho contacto con él. ¿Te diste cuenta de algún cambio en él durante estos años?
-No, y eso sólo puede significar una cosa.
-¿Qué cosa?
-Que era marica desde un principio -contestó Neal-. Todos estos años que estuvo pegado a nosotros como una lapa resulta que era maricón. Se me revuelve el estómago sólo de pensar en ello. ¡Yo conviví con ese tío!
Hasta entonces, Donna Dee no había entrado en la conversación.
-Es vergonzoso el modo en que estáis criticando a alguien que acaba de morir. No me importa que Lamar fuese homosexual, aun así era un ser humano. Era nuestro amigo. Siento lástima por él.
Neal rió con disimulo.
-Deberías tener una charla con tu señora, Hutch. Aclárale ciertas cosas. Que le den pena maricones así... Quizá tendría que haberse ido a San Francisco, como Lamar.
-¿Sabes? -continuó-, ésa tendría que haber sido mi primera pista. Primero se fue de la casa que compartíamos, luego, se puso loco por ir a California tan pronto nos graduásemos. ¿A quién, en su sano juicio, se le ocurriría vivir entre tantos maricas si no fuese también del gremio? Tenía que haberme dado cuenta entonces de que él lo era.
Donna Dee abrió la boca para decir algo, pero Hutch le lanzó una mirada de aviso y preguntó:
-Cariño, ¿quedan algunas almejas?
Modesta, Donna Dee salió de la habitación y fue a la cocina. Últimamente no tenía mucha paciencia. Hacía poco que habían tenido una discusión por trasladarse a una casa más grande. La actual la habían comprado cuando Hutch volvió de Hawai. No era mejor que la anterior, pero tampoco podían permitirse más.
Además, Donna Dee utilizaba la casa -entre otras muchas cosas- como excusa de su malhumor. Hutch no hizo caso del ruido de platos y los portazos de los armarios de la cocina, y sirvió una bebida a su invitado.
Neal todavía hablaba del reciente fallecimiento de Lamar.
-¿Tú sabes qué enfermedad lo mató?
-Sida -respondió Donna Dee al regresar con una bandeja de almejas y patatas fritas.
-Mi padre dice que sólo pueden cogerla los maricas. Se transmite al follar por el culo. ¿Qué os parece como forma de palmarla?
Hutch engulló las almejas. Había perdido buena parte de su musculatura y, en cambio, había echado barriga. Continuaba teniendo el apetito de siempre.
-El periódico decía que murió de neumonía -dijo, con la boca llena.
-Eso es lo que Myra Jane quiere que todos crean -contestó Neal-. Ni siquiera lo ha enterrado en el panteón Cowan del que está tan orgullosa. Fue incinerado en California. Seguro que el montón de cenizas no ocupaba ni esto -comentó, señalando con las manos un espacio de unos cinco centímetros-. Me dijeron que al final no pesaba ni cuarenta y cinco kilos. -Rió-. ¿Os imagináis el funeral? Debió de ser como una barraca de feria: un montón de maricones sentados y lamentándose «Oh, no sé qué voy a hacer sin mi querido Lamar» -dijo Neal en tono cursi.
Donna Dee saltó de la silla.
-Siempre has sido un gilipollas, Neal Patchett, y nunca podrás dejar de serlo. Perdonadme. -Se fue otra vez de la habitación. Unos segundos después, oyeron el portazo de la puerta del dormitorio.
Neal empujó con la lengua una de sus mejillas.
-Tu querida esposa es un tonel de sonrisas, Hutch.
Hutch miró en dirección al dormitorio.
-Últimamente he tenido que trabajar más de lo normal, y a ella no le gusta estar sola por la noche.
El único trabajo que Hutch pudo encontrar cuando salió de la marina fue en la plantación de soja. A Donna Dee le molestaba mucho que trabajase para los Patchett, aunque Hutch no se lo quería decir a Neal. Nunca consideró la posibilidad de volver a la universidad. Aunque tenía el dinero, carecía de iniciativa.
Donna Dee trabajaba de recepcionista en la consulta de un ginecólogo. Una de las ventajas era que recibía consejo y tratamiento gratis. Llevaban casi diez años casados, y nunca había podido quedarse embarazada. Luchó contra esa barrera con tal fanatismo que dejó aturdido a Hutch.
Con el transcurso de los años, él había intentado hacerla entrar en razón.
-¡No lo entiendes! -le había gritado ella-. Si no tenemos un hijo, entonces no hay motivo para que estemos juntos.
Él no supo ver la lógica de semejante planteamiento, pero tampoco continuó con la discusión porque siempre acababa en una pelea que le dejaba muy irritado. Se imaginaba que era cosa de las hormonas femeninas y que los hombres no podían entenderlo. Su propia madre había sufrido lo mismo porque había querido tener más hijos.
Al menos una vez a la semana, Donna Dee volvía a casa del trabajo con un artículo sobre una nueva técnica reproductiva para parejas estériles. Sin lugar a dudas, el método revolucionario de fertilización involucraría a Hutch de alguna manera degradante y embarazosa.
O bien tendrían que follar hasta que sus testículos estuviesen doloridos o tendría que correrse en una bolsa de plástico o ella iría por la casa con un termómetro en la boca y, cuando fuera el momento idóneo, ella diría «Ahora», y él tendría que hacerlo, tanto si era en mitad de la noche como durante la comida del domingo. Incluso en una ocasión le pilló haciendo sus necesidades en el baño, y le dijo:
-No hace falta que te subas los pantalones. Es la hora.
Él pensaba que las tácticas de Donna Dee no eran nada románticas.
Hutch suponía que no tenía que juzgar la obsesión de ella. Él no era el que no funcionaba. Su esperma estaba bien. Cada médico que habían consultado había dicho lo mismo: Donna Dee no podía concebir un niño. Pero Donna Dee estaba condenadamente decidida a tener uno. Era como si tuviese que probar al mundo, a él y a sí misma, que podía. Lo que él temía era que la obsesión de Donna Dee tenía algo que ver con el incidente de Jade Sperry. No quería tener la seguridad de que el causante era la culpabilidad, así que nunca lo sugirió.
Neal se acabó de beber el bourbon y dejó el vaso en el borde de la mesa.
-Te casaste demasiado pronto, Hutch. ¿No te lo decía yo? Pero tú no me escuchabas. Ahora estás colgado en casa, con una mujer que tiene un erizo en el culo, y yo todavía estoy de pesca por ahí. -Chasqueó los labios con satisfacción-. Una chavala distinta cada noche. -Se inclinó hacia delante y bajó el tono de voz-. Ven conmigo esta noche. Armaremos una buena, como en los viejos tiempos. No se me ocurre una despedida mejor para nuestro compañero Lamar.
-No, gracias. Prometí a Donna Dee que iríamos al cine.
-Tú te lo pierdes. -Con un suspiro, Neal se levantó y arrastró los pies hacia la puerta. Hutch lo acompañó-. Por cierto -añadió Neal-, mi viejo me ha dicho que preguntara por tu madre. ¿Cómo se encuentra?
-Lo bien que se puede esperar en estos casos. Al final vendió la casa y se ha mudado a un sitio más pequeño. Trabaja mucho en la iglesia, para llenar el tiempo, ya sabes, desde que no tiene a mi padre para que la cuide.
El año anterior, el sheriff Fritz Jolly había estado investigando el incendio de un edificio, cuando una viga le cayó encima rompiéndole la cadera. Estuvo hospitalizado durante meses. Incluso después de volver a casa, nunca volvió a tener su anterior fortaleza, y se le presentó una complicación tras otra hasta que murió a causa de una infección.
-Dile a tu madre que mi padre ha dicho que si necesita algo, que se lo pida.
-Gracias, Neal. Se lo diré. Estará muy agradecida.
-Lo menos que puede hacer es interesarse por ella. Tu padre hizo muchos favores al mío. Ya sabes. -Neal dio unos golpecitos en el bolsillo de la camisa de Hutch-. No hace daño tener un hombre de mente abierta en la oficina del sheriff. ¿Qué tal te va el trabajo en la fábrica?
-Apesta como la mierda.
Neal soltó una risita y dio un ligero golpe en el hombro de Hutch.
-Veremos qué puedo hacer.
Hutch cogió a Neal por la manga al ver que se iba.
-¿Qué quieres decir?
Neal apartó la mano de Hutch.
-Será mejor que vayas a ver a tu querida. Discúlpate del gilipollas de tu amigo. Todavía no me he encontrado con una mujer que no se deshaga por una disculpa.
Hutch sacudió su gran cabeza como un perro enfadado.
-Dime qué es lo que has querido decir sobre mi trabajo en la plantación.
Neal frunció el ceño, como si estuviese a punto de compartir un secreto. Bajó la voz y dijo:
-Ya es hora de que alguien piense algo original para ti, Hutch. El sheriff que ocupó el puesto después de morir tu padre es un imbécil tan estirado que cuando camina chirría. Mi padre piensa que el departamento necesita sangre nueva. Bueno, ¿ves dónde quiero ir a parar?
-¿Yo? -contestó Hutch bajando la voz para equilibrarla con el tono conspiratorio de Neal.
Neal sonrió abiertamente.
-Piensa en lo contenta que se pondría tu apenada madre si siguieras los pasos de tu padre.
-Ya solicité un puesto de agente cuando dejé la marina, pero no me contrataron.
Neal colocó las manos en las caderas y sacudió la cabeza como si fuese un niño enfadado.
-Tu problema es que no tienes fe, Hutch. ¿Alguna vez han fallado los Patchett en algo que se hayan propuesto? Unas palabras por aquí, otras por allá, y podemos conseguir que las cosas ocurran.
-Si tuviera un trabajo mejor, seguro que las cosas aquí en casa serían más fáciles. -Hutch dirigió una mirada hacia la parte trasera de la casa, donde Donna Dee se había refugiado con su malhumor-. Haría lo que fuese para poder entrar en el departamento del sheriff.
Neal le sonrió y le dio unas palmaditas en la mejilla.
-Contamos con ello, Hutch. Contamos con ello.


Iván estaba descansando en su gabinete con una copa de Jack Daniels cuando Neal llegó a casa. Entró en la habitación y se dirigió directamente al mueble bar. Mantuvo el suspense y se sirvió una copa.
Iván, ya un poco harto, dejó a un lado el periódico y preguntó:
-Bueno, ¿lo ha aceptado?
-Papá, se ha tragado el anzuelo como un buen pececito.
La mano de Iván golpeó el brazo del sofá de cuero.
-Eso son buenas noticias. Estoy impaciente por echar a la calle a ese hijo de puta que hay ahora. Pero habrá que hacerlo despacio, claro. Hutch empezará como agente y trabajará para ascender. Pongamos un año, un año y medio como mucho, y ya no tendremos que preocuparnos de la aplicación de las leyes locales.
Neal saludó a su padre con el vaso.
-Puede que seas viejo, pero todavía te guardas algunos trucos debajo de la manga.
-¿Viejo? -rugió Iván-. Todavía puedo superar a hombres veinte años más jóvenes que yo en las estratagemas, la bebida y la jodienda.
-Quizá sólo algunos hombres veinte años más jóvenes que tú -sonrió Neal satisfecho.
Iván lo miro.
-Escúchame bien, muchacho. En lo que concierne a la bebida y a las putas, parece que lo estás haciendo bien. Pero no te olvides de la administración. No trabajas lo suficiente. Tienes que anteponer el trabajo al whisky y las mujeres, si no te hundirás incluso antes de aventurarte en el agua.
-Ya trabajo -contestó Neal de mal humor-. Esta semana he ido tres días a la plantación.
-Y los otros cuatro los has pasado quemando caucho del coche nuevo que te compré.
-¿De qué me sirve ir a la fábrica? Todavía eres el jefe. Y siempre machacas todas las ideas que se me ocurren.
Iván le alargó el vaso vacío, malhumorado.
-Ponme otro whisky. -Neal obedeció a su padre con desgana.
Iván tomó un trago.
-Por ahora no veo la necesidad de gastar dinero para mejorar o expandir el negocio. Pero últimamente he estado pensando mucho sobre nuestro futuro y he decidido que ya es hora de que te cases.
Neal fue sorprendido con el vaso en la boca. Se quedó helado y miró a su padre.
-¿Que has decidido qué?
-Ya es hora de que te cases.
-Anda y que te den morcilla.
-¡No pienso aguantar tu desfachatez! -tronó Iván, apretando con el puño el brazo del sofá-. En estos momentos sólo te dedicas a conducir como un loco, beber como un cosaco y tirarte mujeres fáciles. -Iván señaló a su hijo con el índice-. Si quieres ser respetado y temido, el primer paso es casarse.
-¿Qué te hace pensar que quiero una mujer llorosa colgada de mi cuello? Ese tipo de vida es sólo para imbéciles como Hutch. Me gusta la vida que llevo.
-Entonces, supongo que no te molesta el cotilleo que corre por ahí sobre Lamar y tú.
La reacción de Neal fue instantánea.
-¿Qué cotilleo?
Ahora que ya tenía asegurada la atención de Neal, Iván se echó hacia atrás y se apoyó en los cojines, adoptando una postura más relajada.
-Desde que erais pequeños, habéis ido juntos. A la gente le costará creer que tú no supieras que era marica. -Iván miró a su hijo de cerca-. Incluso yo estoy empezando a tener mis dudas.
-Continúa, viejo -contestó Neal con un tono agresivo.
-Vivisteis juntos, solos. Ahora que la perversión de Lamar es de conocimiento público, sólo es cuestión de tiempo el que la gente empiece a especular sobre ti.
La furia de Neal se reflejaba en sus ojos.
-El que piense que soy un maricón está loco. En la ciudad hay por lo menos unas cien mujeres que saben perfectamente cómo soy. Sólo estás echando humo para que me arrodille ante tus deseos.
La voz de Iván permaneció tranquila.
-Tú mismo me dijiste que Lamar tuvo mujeres cuando estabais en la universidad. La gente podría pensar que tus devaneos también son una tapadera. -Bebió un trago de su vaso pero sus ojos escrutadores no se apartaron de Neal ni un momento-. Ese chico de Myra Jane estuvo más jodido que la garganta de Hogan. No quiero que la gente diga lo mismo de mi hijo. -Movió la cabeza sabiamente-. Una esposa cortaría de cuajo el chismorreo. Y aún mejor si a los nueve meses de la boda llegaba un bebé. -Respiró hondo y miró alrededor de la habitación-. Voy a odiar tremendamente el tener que morirme, hijo. No quiero renunciar a ninguna cosa que me pertenezca. -Sus perspicaces ojos miraron de nuevo a su hijo-. Sería más generoso si supiera que atrás dejaba una dinastía.
Volcó toda la fuerza de su malevolencia en su hijo.
-Lo único que se interpone entre mi persona y una garantía de inmortalidad eres tú. Lo mínimo que puedes hacer es trabajar y tener un hijo y heredero.
-Bien sabe Dios que tengo mucha experiencia.
Iván se tomó el divertido comentario de Neal como una concesión. Cogió la sección de sociedad del The Post and Curier de Charleston, que había estado leyendo cuando Neal llegó a casa, y se lo lanzó. La primera página estaba cubierta de fotografías de jovencitas con vestidos blancos llenos de volantes.
-Esta temporada está llena de jóvenes debutantes que se presentan en sociedad -dijo suavemente Iván-. Escoge una.
Marla Sue Pickens era perfecta: rubia, ojos azules y baptista. El linaje de su madre era impecable. Su padre y su socio habían creado una fortuna fabricando tuberías con desechos metálicos. A Iván le gustaba esa mezcla de distinción y craso mercantilismo.
Marla Sue era la única chica de tres hermanos. El mayor era el heredero del negocio de las tuberías. El otro hermano era físico y trabajaba en Charleston.
Marla Sue era una jovencita de carácter tranquilo que daba por hechas la opulencia de su familia y su belleza natural. En la actualidad estaba matriculada en Bryn Mawr, pero sus únicas ambiciones eran casarse, ser una buena ama de casa y tener hijos tan impecables como ella.
Ese anteproyecto de su futuro no se derivaba tanto de la vanidad como de la ingenuidad, porque a pesar de toda su sofisticación Marla Sue no era muy brillante. Iván observó este hecho como una ventaja. Aprobó satisfactoriamente la elección de Neal, que sólo se había basado en la apariencia física. Marla Sue cooperó involuntariamente al enamorarse de Neal la noche que se conocieron.
Un conocido muy importante de Charleston debía un favor a Iván.
-Consideraré saldada la cuenta si puedes conseguir una invitación para mí y mi hijo a una de esas puestas de largo.
Durante la mitad de la noche, los Patchett observaron desde un segundo plano. Era fácil distinguir a Marla Sue. Lucía tanto como la gargantilla de brillantes que llevaba alrededor de su esplendoroso y aristocrático cuello. Lleno de optimismo, Iván dio un golpecito en la espalda de Neal mientras miraban cómo Marla Sue bailaba el vals.
-Bueno, hijo, ¿qué te parece?
Neal repasó a la chica con esa mirada que había derretido moldes anteriormente congelados.
-No tiene tetas.
-Tan pronto como diga «Sí, quiero», puedes comprarle unas bien grandes.
Neal pidió para bailar a Marla Sue y ejercitó el encanto por el que era famoso. Ella se derretía con cada sílaba de sus halagos. Sonreía bobamente, se ruborizaba y le creyó profundamente cuando le dijo con tono humilde:
-Me encantaría llamarte por teléfono, pero estoy seguro de que estás demasiado ocupada para hablar con un paleto de Palmetto como yo.
-¡Oh, no, no lo estoy! -respondió ella con sinceridad. Luego bajó la mirada y suavizó la voz hasta que resultó casi inaudible-. Si quieres, me gustaría volver a saber de ti, Neal.
-Soy demasiado viejo para ti.
-Oh, a mí no me lo parece. En absoluto. Diez años no es nada.
Al día siguiente recibió dos docenas de rosas blancas, seguidas de una llamada telefónica. Quedaron para ir a comer. Después de la cita de la comida, Neal no la llamó en una semana.
-Todo forma parte del programa -aseguró a Iván, que estaba impaciente con el retraso.
La estrategia de Neal dio resultado. Marla Sue estaba muy emocionada de volver a hablar con él y lo invitó a cenar con su familia, el siguiente domingo en Charleston. Neal mostró sus mejores modales, respondiendo con educación a las preguntas del padre de Marla Sue. Halagó a su madre y a sus cuñadas hasta que las tuvo comiendo de su mano.
Era todo lo que podía hacer para mantener una cara seria. Su viejo tenía razón: no había nada tan satisfactorio como manipular a la gente. Excepto el sexo, pero no obtenía nada de eso de Marla Sue.
Iván le había ordenado que no le pusiese las manos encima.
-Esa chica tiene su margarita bien segura. Déjala estar hasta la noche de bodas.
-¿Crees que soy idiota? -le preguntó Neal resentido-. Ella se cree que la respeto tanto que no me la voy a llevar a la cama antes de casarnos. Se siente bien pensando que ejercita ese tipo de control sobre mí.
Para aliviar la tensión que su novia le estaba creando en su vida sexual, se volcó en una mujer de Palmetto que tenía un apetito sexual insaciable y un marido que se pasaba el día viajando por razones de trabajo.
Neal veía a Marla Sue tanto como se lo permitían los estudios de ella. Se gastó una fortuna en llamadas telefónicas y flores. Pero estas inversiones dieron sus beneficios. Fue invitado a pasar todo un fin de semana en Charleston con ella. Con un diamante de tres quilates y un tono modesto, le preguntó si quería hacerle el honor de convertirse en su esposa. Como ya se esperaba, ella dijo que sí al instante.
Estaba previsto que la boda fuera el acontecimiento social del año. A quien Neal no podía manipular era a la madre de la novia, que quería hacerlo todo de la misma manera que Emily Post. En el momento de acercarse el fin de semana de la boda, Neal ya estaba decidido a terminar con todo el asunto y continuar con su vida de siempre.
Él e Iván se trasladaron a un hotel de Charleston para los días de las festividades nupciales, que empezaron un viernes con una comida en honor de los novios en la casa de los abuelos maternos de la novia.
-Piensa -le susurró Marla Sue al oído- que mañana por la noche sólo estaremos nosotros. Solos.
Neal gimió y la abrazó.
-No me hables de ello, querida, porque se me va a poner tiesa aquí mismo, en el recibidor de tu abuela. -A pesar de su educación conservadora, a ella le encantaba cuando él hablaba así.
Él la abrazó con fuerza. Fue entonces cuando vio a la joven que estaba en el otro lado de la habitación. Le estaba lanzando una mirada directa y descarada que él reconoció al instante como una invitación. Mientras la miraba, ella metió el dedo en su copa de vino, luego se lo llevó a la boca y lo chupó lentamente. Él se excitó.
-¡Neal! -Marla Sue se separó, sonrojándose-. Compórtate.
-Entonces deja de provocarme -le contestó, haciéndole creer que ella era la responsable de su erección.
Unos minutos después, la otra joven se acercó a ellos.
-¿Cuándo me vas a presentar a tu novio, Marla Sue?
-Oh, Neal, ésta es mi amiga más íntima. Es mi dama de honor. -Él no se enteró muy bien de su nombre, lo que después de todo carecía de importancia. Había captado el sugestivo mensaje de su mirada.
-Encantada de conocerte al fin -dijo ella lentamente. Se dieron la mano. Cuando las manos se separaron, un dedo de ella acarició la palma de la mano de él.
El mismo viernes por la tarde, todo el mundo invitado a la boda se reunió en la iglesia baptista para hacer un ensayo. Las cestas de flores y los candelabros ya estaban preparados. Cada vez que los ojos de Neal buscaban a la dama de honor se convencía aún más de que el título era una denominación inapropiada. Si ella era una dama, él podía volar; y las miradas que ella transmitía eran todo menos honorables. Se había enterado de que su padre era el socio del señor Pickens. Había que reconocer el mérito de aquella chica, que tenía el valor de flirtear tan abiertamente, y al mismo tiempo el sigilo para no ser pillada.
Desde la iglesia, una caravana de coches pasó por las calles hasta llegar al restaurante donde Iván era el anfitrión de la cena. No había escatimado dinero. Era una cena lujosa. Iván estuvo a la altura, comportándose como el perfecto anfitrión. Con una copa de champaña en la mano, se le nublaron los ojos cuando dijo:
-Si la madre de Neal estuviera aquí esta noche para celebrar este feliz acontecimiento, sería perfecto. Hijo, espero que tú y tu preciosa novia, Marla Sue, seáis tan felices como fuimos Rebecca y yo.
Mientras Neal bebía su vino en reconocimiento del sentimental brindis, la dama de honor le acariciaba sus partes bajo la servilleta colocada en sus piernas.
Cuando concluyó la cena, todo el mundo se dirigió a la pista de baile a pasar un buen rato. Entre los invitados se encontraba el recién elegido sheriff del condado de Palmetto, Hutch Jolly, que era el mejor amigo de Neal. Él y su mujer bailaron al son de la música.
Marla Sue abría regalos de boda, emocionada mientras desenvolvía un tesoro tras otro. La dama de honor tropezó con Neal cuando salió de la habitación.
-Perdona -le susurró seductora.
Neal esperó unos sesenta segundos antes de dirigirse a su novia y excusarse.
-Perdóname un momento. Tengo una cosa que hacer.
-¿Qué cosa?
Él le cogió la cara entre las manos.
-Las novias no deberían hacer preguntas curiosas si no quieren que se estropeen las sorpresas de la boda.
Ella parpadeó.
-Te quiero mucho.
-Yo también te quiero.
Neal le dio un suave beso antes de perderse entre la multitud. Casi había llegado a la puerta cuando fue interrumpido por Hutch y Donna Dee.
-Parece una buena chica -dijo Donna Dee-. Mejor de lo que te mereces.
-Donna Dee, es un milagro que con esa lengua tan afilada que tienes -le contestó Neal- no hayas cortado en rodajas la polla de Hutch.
-¡Vete a la mierda!
Hutch intentó hacer de juez de paz.
-Parece que de verdad te vas a casar con una buena familia, Neal. Sus parientes parecen encantados contigo.
En algún lugar de la casa una joven excitada le estaba esperando. El peligro de poder ser sorprendido era un poderoso estimulante. La intriga era irresistible. Estaba muy impaciente por reunirse con ella.
-Sentíos como en vuestra casa. Mi padre se ha gastado una fortuna en esta fiesta. Bebed y divertiros.
Antes de que le pudieran detener, Neal atravesó la puerta. El comedor privado donde se celebraba la fiesta estaba contiguo al vestíbulo. A la derecha había un corto pasillo. Neal casi lo había atravesado cuando se abrió la puerta del tocador de señoras y la dama de honor le dijo con una sonrisa:
-¿Por qué has tardado tanto? Empezaba a creer que ya no vendrías.
Él se introdujo en el aseo y cerró la puerta con llave. La habitación recordaba un burdel, lleno de cretona floreada y espejos con marcos dorados. Neal apenas tuvo tiempo de fijarse porque la dama de honor se abrazó a él. Sus bocas se juntaron en un beso apasionado.
-Estás loca -murmuró él mientras devoraba su cuello-. Realmente debes odiar a Marla Sue.
-Adoro a Marla Sue. -Le desabrochó la camisa y acarició su pecho con sus largas uñas y su viciosa lengua-. Esto es uno de mis hobbys, simplemente. Algunas chicas coleccionan cajas de música o botellas viejas. Yo colecciono novios.
Cuando Neal le levantó la falda y agarró su culo descubrió que llevaba medias y ligas, pero no bragas. La empujó con fuerza hacia arriba contra su tensa bragueta.
Como las manos de él estaban ocupadas, ella se sacó el body de su traje de seda y frotó sus desnudos pechos contra la desabrochada camisa. El contacto endureció sus pezones. Neal bajó la cabeza para chupar uno de ellos. Ella le desabrochó la bragueta y manoseó en el interior de los calzoncillos hasta que sacó el erecto pene.
-Mmmm -gimió ella mientras lo acariciaba.
-¿Lo quieres, nena? -gruñó Neal-. Pues ahí lo tienes.
Colocó las manos sobre los hombros de ella y la puso de rodillas frente a él. Ella se lo metió rápidamente en la boca. Él le acarició el cabello y adelantó la cadera. Echó la cabeza hacia atrás y la movió de un lado a otro contra la puerta, perdiéndose en las sensaciones de la boca de ella.
Ella se las arregló para liberarse del dominio de Neal.
-Lo siento. No voy a conformarme sólo con esto.
Se echó hacia atrás y se estiró en el suelo, doblando las rodillas. Neal se puso encima de ella. Hundió su rostro entre sus pechos, frotándolos con dureza, y penetró en su cuerpo. Cuanto más fuerte se movía de arriba abajo, más placer sentía ella. Lo hicieron de manera que estuvieron a punto de estallar. Él le mordió uno de los pechos para no gritar.
Después permanecieron unos momentos tendidos uno contra el otro. Cuando al final Neal salió de su cuerpo y se levantó, ella se miró la marca de los dientes en su pecho.
-Eres un hijo de puta.
Con una sonrisa sofocada, Neal se arregló la ropa, se dirigió al lavabo y se lavó las manos, después, se peinó. Al llegar a la puerta se detuvo y la miró. Ella todavía estaba sentada en el suelo.
-Será mejor que te laves antes de volver a la fiesta -le dijo, señalándole la pelvis-. Apestas a leche.
Cuando giró la llave y abrió la puerta, se encontró con una desagradable sorpresa. Iván estaba de pie en el umbral, con una expresión asesina.
-¡Pequeño mamón! -tronó Iván.
Desde que habían abandonado el restaurante, Iván había estado regañando a Neal por su indiscreción. Lo que había hecho había sido salvaje y loco, pero también muy divertido. Él era el novio, pero no estaba muerto. Ningún hombre menor de noventa y cinco años habría podido resistir semejante golpe de libertad.
Sólo los había descubierto Iván. Los demás ni siquiera los habían echado en falta. Neal había vuelto a la fiesta, había cogido a su novia entre sus brazos y la había besado mientras sus familiares y amigos sonreían indulgentes. La dama de honor no iba a abrir la boca. ¿Qué daño había hecho? La furia de su viejo era injustificada, y Neal estaba empezando a perder la paciencia.
-Lo cierto, papá, es que ella ha sido una calienta pollas -dijo suavemente.
Iván dejó el volante y propinó un manotazo en la boca de Neal. El golpe lo cogió por sorpresa.
-¡Pero qué te has creído! -gritó Neal-. No vuelvas a hacer eso nunca más.
-Y tú no vuelvas a hacer nunca más una cosa tan estúpida: tirarte a la dama de honor mientras la novia y su familia están en la habitación de al lado -masculló Iván-. ¿En qué estabas pensando? Podías haber echado a perder todo el montaje.
-¡Pero no lo he hecho! -gritó Neal con rabia-. Así es que cállate ya.
-Había alquilado tres rameras para ti en tu despedida de soltero de esta noche. ¿No podías haber esperado un poco más?
-No te preocupes que no habrás gastado el dinero en vano, pero te apuesto lo que quieras a que lo que hacen las putas no es tan excitante como tirarse a la dama de honor de tu novia la noche anterior a la boda.
Iván le miró como si fuese a pegarle de nuevo. Pero en lugar de hacerlo agarró el volante con más fuerza y pisó a fondo el acelerador. Se dirigían al hotel, donde estaban esperándolos los padrinos de boda de Neal para celebrar su última noche de soltero.
-No decidí por capricho que te casaras, lo sabes muy bien -gruñó Iván-. Si hubiese querido una criadora de nietos, podríamos haber encontrado una chica lo suficientemente decente en Palmetto. Escogimos a esta joven porque los bolsillos de su padre están repletos de billetes. Ella recibirá mucho dinero cuando cumpla los veinticinco, y la mayor parte de él estará a tu disposición. Pero si vas por ahí follándote a sus amigas en los lavabos, ¿crees que te soltará algún penique?
-Espera un momento, espera un momento -le replicó Neal acalorado-. No esperarás que vaya a cambiar mi estilo de vida sólo porque me caso, ¿verdad? Si es así, ya puedes empezar a cambiar de idea.
Iván miró con ojos chispeantes a su hijo, aunque no disminuyó la velocidad.
-Me importa un bledo si te tiras a todas las bellezas de Charleston a Miami. Sólo te pido que tengas un poco de sentido común. Trata a tu mujer como una pieza de porcelana china que sólo utilizas en ocasiones especiales. Llévale algún regalito de vez en cuando. Dale hijos para mantenerla ocupada. Entonces podrás follarte a quien quieras porque ella no podrá hacer nada. Pero, por el amor de Dios, no le restriegues en la cara tus infidelidades.
Neal se tomó a mal el sermón. Si de algo entendía, era de mujeres.
-Escúchame, viejo. Sé cómo tratar a una mujer, ¿vale?
-No sabes ni la mitad de lo que te piensas.
-No necesito que me digas... ¡Papá!
Pero Iván no pudo hacer nada. No había visto el tren de carga.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora