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Atlanta, 1981


Dillon Burke, echado sobre la cama de la habitación del hotel, sólo con los pantalones del esmoquin puestos, se estiraba distraídamente el pelo del pecho mientras observaba la puerta del cuarto de baño en espera de que apareciese su nueva esposa. Se sentía un poco más que bebido, aunque sólo se había tomado una copa de champaña que había corrido libremente durante el banquete de boda que habían organizado los padres de Debra. Los Newberry eran baptistas y bebedores. Como habían contribuido con generosidad en su iglesia, el párroco había hecho la vista gorda cuando se descorcharon las botellas de champaña.


Pero Dillon estaba borracho de amor y felicidad. Sonrió al recordar a Debra derramando champaña sobre la mano de él cuando cruzaron los brazos y bebieron uno de la copa del otro. Sin importarle la gente, ella le había pasado la lengua por la mano de forma provocativa.


Su abuela siempre le había aconsejado que se buscase una chica baptista.


-Son buenas chicas en casi todo -había dicho-, pero no están cargadas de sentimientos de culpabilidad como las católicas.


En el caso de Debra, la abuela de Dillon tenía razón. La fibra moral de Debra era tan dura como un cinturón de acero, pero era una criatura extremadamente sensual. Gracias a su numerosa y escandalosa familia, había aprendido a expresar cualquier afecto abiertamente, sin vergüenza ni timidez.


Ahora, Dillon estaba impaciente por recibir ese amor sin reservas. Al pensar en ello se había excitado, y los pantalones de alquiler le oprimieron incómodamente en la entrepierna. Se levantó de la cama y caminó por la alfombra de felpa hacia la ventana, que ofrecía una vista panorámica del centro de Atlanta. Anochecía. Las luces centelleabanpor toda la ciudad. Respiró tan profundamente y con tal satisfacción que el ancho pecho se le hinchó por completo. La vida podía ser realmente magnífica. La suya lo era. Había tenido unos comienzos difíciles, pero por fin le había sonreído la buena fortuna.


Al oír la puerta del baño se dio la vuelta y vio a Debra bajo una aureola de dorada luz. Su cabello rubio formaba un halo translúcido alrededor de su cabeza. Se dirigió hacia él, con el pecho moviéndose tentador contra el camisón de seda color marfil. A cada paso que daba, el sexy tejido moldeaba y delineaba el delta entre los pechos.


Él la atrajo hacia sí y la besó con deseo, presionando la lengua contra los labios... y le supo a enjuague de dientes.


-¿Qué? -preguntó Debra con suavidad, al notar la sonrisa de él contra sus labios.


-¿Has hecho gárgaras?


-Pues sí, después de lavarme los dientes, lo he hecho después de salir de la bañera.


-¿Te has bañado? -preguntó, acariciando con los labios el cuello cálido y fragante.


-Creo que la costumbre es que las recién casadas se bañen antes de presentarse ante sus maridos.


-¿Quieres que me duche?


-No -susurró, inclinando hacia un lado la cabeza para que él tuviese mejor acceso a la garganta-. No quiero que hagas nada, aparte de lo que estás haciendo.


Él rió entre dientes.


-Apuesto a que sí.


Bajó las manos hasta el pecho y deslizó los nudillos de arriba abajo por los pezones hasta que se le pusieron duros.


-¿Lo ves? Yo tenía razón. -La atrajo con las manos y la besó con pasión. Cuando finalmente alzó la cabeza, continuó-: Te quiero, Debra.


La había querido casi desde el primer momento en que la vio. Se conocieron el primer día de otoño, en la Universidad Tecnológica de Georgia. Como estudiantes del último curso, estaban matriculados en un seminario de inglés. Dillon había escogido la asignatura como optativa. Para Debra, licenciada en lingüística, el seminario sobre el origen del inglés era obligatorio.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora