El policía apartó a un lado a Matthias y se enfrentó al hombre, cuyas manos estaban maniatadas a la espalda con un cinturón de cuero. Dos trabajadores más salieron del ascensor detrás de él, aunque mantuvieron la distancia.
Jade se dio cuenta de que el hombre no se había dado por vencido sin luchar. Tenía un corte bajo la ceja que le sangraba, pero los rostros de los otros dos hombres habían recibido la peor parte. Él miró despreciativo a los que le rodeaban, sobre todo a Matthias.
Uno de los policías preguntó:
-Bueno, ¿qué ha pasado allá arriba?
-Podía habernos matado a todos -dejó escapar uno de aquellos trabajadores-. Casi estuvo a punto de hacerlo antes de que le redujésemos y le atásemos las manos.
El policía se dirigió a su compañero:
-Sácale ese cinturón y ponle las esposas. -Luego preguntó al que había hablado-: ¿Quién es usted?
-Soy el capataz. Estábamos allá arriba trabajando en los conductos de aire cuando él empezó a protestar por la mala calidad de los materiales. Le dije que la calidad de los materiales no era de su incumbencia y que volviese al trabajo. Él se negó y exigió ver al señor Matthias. Yo le contesté que al jefe le importaba un comino su opinión, y que siguiese trabajando o que le daría una patada en el culo. Entonces fue cuando me soltó un puñetazo. -Se tocó un dolorido morado en su barbilla.
-¿Es eso cierto? -El policía se dirigió a un trabajador hispano que había bajado con ellos en el ascensor.
-Sí. Empezó a pegar a todo el mundo.
-Chillaba e insultaba al señor Matthias.
-¿A mí? -preguntó Matthias dando un paso al frente-. ¿Qué he hecho yo? Ni siquiera estaba allá arriba.
-Usted pidió esa mierda. -La voz profunda y vibrante del acusado, que hablaba por primera vez, hizo que los demás permaneciesen en silencio-. Su edificio arderá como el papel si alguna vez se produce un pedo en los conductos del aire.
Matthias masculló unos tacos en voz baja.
-Está como una cabra. Siempre lo he creído desde que lo contraté, pero sentí pena por él, ya sabe -dijo, hablando al policía con un tono agradable-. Ha sido un incordio desde el primer día... -Su respiración se entrecortó cuando recibió en la barbilla el puñetazo del hombre, que lo dejó atontado.
Justo cuando el policía había quitado el cinturón de las muñecas del trabajador, éste había atacado a Matthias. El sorprendido agente intentó volverlo a agarrar, pero el trabajador le empujó a un lado furiosamente. El hombre cogió a Matthias por el cuello de la camisa y lo lanzó contra la valla metálica. Los dos policías se interpusieron y separaron al hombre del vapuleado Matthias. El hombre se debatía con tal fuerza que tuvieron que agarrarle entre dos policías para esposarle. Le leyeron sus derechos y lo llevaron al coche celular, empujándolo en el asiento trasero.
-Te acordarás de mí por esto -le chilló Matthias, mostrándole su pálido puño-. Te denunciaré por agresiones, hijo de puta.
-Mejor eso que ser un asesino -le contestó el hombre a través de la ventana trasera del coche oficial.
-Tendrá que venir a comisaría a cumplimentar la denuncia -dijo el policía a Matthias-. Ustedes también -se dirigió a los trabajadores-. Necesitamos declaraciones de todos.
Ellos sacudieron las cabezas y murmuraron entre sí mientras el agente se reunía con su compañero en el coche y se marchaban.
La multitud se dispersó, pero Jade se quedó paseando por allí, sin ser vista, hasta que Matthias se fue en su Jaguar un par de horas después. Cuando Jade entró por segunda vez en el mismo día sin anunciarse, la secretaria seguía tecleando en el ordenador.
-¿Qué es lo que quiere? -le preguntó la secretaria en un tono algo antipático.
-Un poco de información.
-El señor Matthias se ha ido y no volverá hasta mañana.
-Estoy segura de que usted puede ayudarme.
-¿En qué?
-Quiero saber cosas sobre el hombre que ha sido arrestado esta tarde.
El rostro de la secretaria perdió parte de su hostilidad.
-Usted también cree que es guapo, ¿verdad?
-¿Cómo dice?
-Está muy bien, ¿no cree?
-¿Puede ayudarme o no? -preguntó Jade con tono amable.
La secretaria se encogió de hombros, luego volvió a girar la silla de cara al ordenador y buscó un programa.
-Realmente me derretí el día que vino aquí a rellenar un formulario de trabajo.
-¿Cómo se llama?
-Dillon Burke. Las barbas siempre me han vuelto loca. Tengo una amiga que dice que las barbas excitan el útero, ¿no le parece terrible? -Rió tontamente-. Hacen que el hombre parezca misterioso, ¿sabe?
-Lo cierto es que estoy más interesada en su historial.
La secretaria buscó la información en la pantalla.
-Empezó a trabajar para Matthias el veintiocho de abril del año pasado.
-¿Y antes de eso?
-No dice nada. Mírelo usted misma. Esto es todo lo que tenemos sobre él. Ni siquiera una dirección.
Giró la pantalla hacia Jade, que comprobó la escasa información; luego, arrancó una hoja de papel de un bloc de notas y escribió el nombre del hombre y su número de la Seguridad Social.
-Exactamente, ¿qué es lo que hace?
-De todo. Viéndole así, uno nunca se lo imaginaría pero es muy listo y sabe lo que hace. Matthias siempre pide consejo al señor Burke, pero nunca lo admitiría.
Jade tomó buena cuenta de ese hecho.
-Así pues, sus acusaciones eran ciertas.
-¿Acusaciones? Oh, ¿usted se refiere a lo que él dijo sobre Matthias respecto a los materiales de mala calidad?
-¿Es cierto?
-Mire, no creo que esto le incumba. Ya le he dicho más de lo que...
-Intentó seducirme. -Jade tuvo una corazonada y jugó con esa baza-. Mientras comíamos, Matthias deslizó su mano por debajo de mi falda y me pidió que fuese con él a su apartamento a pasar el resto de la tarde.
Los ojos de la secretaria reflejaron su desprecio, al tiempo que sus uñas magentas acariciaban su mano como las uñas de un gato.
-¡Mierdecilla despreciable!
Jade observó a Dillon Burke mientras era escoltado a través de la puerta y conducido a recepción, donde firmó un recibo por sus pertenencias. Mientras se ponía el reloj de pulsera, el policía de recepción le dijo algo que le hizo girar la cabeza. Miró a Jade con esa intensidad perturbadora que ella ya había notado a través de los prismáticos.
Bajo las espesas cejas, sus castaños ojos la observaron con recelo. La miró de arriba abajo y de abajo arriba. Ella necesitó de toda su fuerza de voluntad para no echarse a temblar.
-¿Está seguro? -le oyó decir al sargento cuando volvió a girar la cabeza.
-Oiga, amigo, no busque tres pies al gato, ¿vale? Váyase antes de que cambiemos de opinión.
Jade descubrió al levantarse que no tenía las piernas del todo firmes. No le gustaban las comisarías. Le recordaban la noche que había estado en el juzgado de Palmetto. No le había extrañado leer la noticia de que Hutch ocupaba ahora el puesto que había tenido su padre.
-¿Señor Burke? -dijo, cuando él se acercó a ella-. ¿Querría venir conmigo, por favor?
Cuando él inclinó la cabeza hacia un lado con mirada burlona, su largo cabello cayó sobre su hombro.
-¿Para qué? ¿Se puede saber quién es usted?
-Me llamo Jade Sperry. Por favor. -Señaló hacia la puerta. Sus azules ojos no se acobardaron ante la dura mirada de él, aunque era algo desconcertante-. Ya ha oído al sargento. A lo mejor cambian de opinión y deciden retenerle aquí toda la noche. Por aquí.
Ella se dirigió a la salida, dando la falsa impresión de que confiaba en que él la seguiría. Todo lo que ella sabía era que, nada más atravesar la puerta, él podría irse por otro lado y no verlo nunca más. Pero se sintió aliviada al ver que seguía sus pasos.
Jade le condujo hasta la limusina aparcada en la esquina. El chofer salió del coche para abrirles la puerta. Ella dejó que Burke le precediese. Él dudó unos segundos antes de entrar. Ella sabía que la limusina era una extravagancia, pero quería que él se quedase sin habla y humillado por la buena suerte que le había caído encima. Quería que él accediese a la proposición que iba a hacerle.
Jade apretó un botón para subir el cristal entre el chofer y el asiento trasero. Sin decir una palabra, Burke observó todos sus gestos.
La limusina se metió entre el tráfico y recorrió las calles silenciosamente. Jade cruzó las piernas, pero enseguida se arrepintió. Sus medias produjeron un ruido sedoso en el silencio. Burke miró las piernas y luego lanzó una mirada interrogativa a Jade. Para disimular su nerviosismo, Jade abrió su bolso y extrajo un paquete de cigarrillos y un mechero.
-¿Un cigarrillo?
-No fumo.
-Oh. -Soltó una risita algo ridícula mientras dejaba los cigarrillos y el mechero encima del pequeño bar del coche-. Supongo que he visto demasiadas películas.
-¿Películas?
-Siempre que sacan a un prisionero de la cárcel lo primero que le ofrecen es un cigarrillo. Yo he comprado tabaco pensando que... Ésta es la primera vez que saco a alguien de la cárcel.
Con una mirada cínica, él observó el interior del coche.
-También es mi primera vez.
-¿No había estado nunca en la cárcel?
Él se giró hacia ella bruscamente, sobresaltándola con el inesperado movimiento.
-¿Y usted?
Él parecía muy grande y demasiado cerca de ella, y de repente Jade dudó del acierto de su impulso. Recordó la rapidez con la que el hombre había atacado a Matthias cuando le habían sacado el cinturón. Su fuerza física la asustó, probablemente porque él mismo se sentía intimidado.
-No, nunca he sido encarcelada -contestó tranquila.
Él le dirigió otra mirada escrutadora.
-Ya me lo imaginaba.
-¿Le duele la herida del ojo? -Ya no sangraba, pero todavía estaba fresca.
-Sobreviviré. -Se acomodó en el asiento mirando fijamente hacia el cristal ahumado que los separaba del conductor-. ¿Adonde vamos?
-Pensé que estaría hambriento. ¿Me acompaña a cenar?
-¿Cenar? -preguntó él con una sonrisa triste. Se miró su ropa de trabajo y las botas-. La verdad es que no voy vestido para un sitio elegante.
-¿Eso le importaría?
-Desde luego que no. ¿Y a usted?
-Ni mucho menos.
Viajaron en silencio unos minutos hasta que Dillon no pudo contener más su curiosidad.
-¿Cuándo va a decirme de qué va todo esto? Si Matthias la ha enviado para sobornarme o algo así, entonces...
-Le aseguro que él no tiene nada que ver en esto. Recibirá una explicación completa después de cenar, señor Burke. Además, ya hemos llegado.
La limusina se detuvo delante de un restaurante cuya especialidad era la carne. Jade había consultado con el conserje del hotel antes de decidir el restaurante y darle la dirección al conductor. La familia que llevaba el local anunciaba toda clase de comida a precios razonables. El lugar no era elitista, y el interior parecía el escenario de una película de Gene Autry. El gran comedor era oscuro, contrastado con las lámparas de luz dorada que colgaban del techo.
Jade estaba contenta de la elección. Una camarera con falda de cuero y botas camperas los acompañó a una mesa que hacía esquina. El señor Burke se sentiría más cómodo aquí que en un restaurante más caro.
Él pidió una cerveza a la camarera. Jade pidió una soda con lima. Cuando les sirvieron las bebidas, él dio las gracias amablemente. Mientras bebía la cerveza, Jade lo observó con disimulo, preguntándose cómo sería sin la barba. Él se limpió la espuma de la cerveza que había quedado pegada en su bigote.
Jade se dio cuenta de que sus manos no eran suaves. Eran manos trabajadoras. Las uñas estaban cortas y limpias. Los guantes de trabajo habían dejado la marca del sol alrededor de las muñecas. Los fuertes brazos que la habían impresionado a través de los prismáticos parecían ahora mucho más fuertes. Llevaba una camisa lisa encima de la camiseta sin mangas. Estaba desabrochada. Se había arremangado las mangas hasta los codos. Realmente su pecho había impresionado a la camarera.
-Cuando termine, ¿me tocará a mí?
Jade desvió los ojos de su pecho a su rostro.
-¿Perdón?
-¿Podré observarla tan detenidamente como usted me observa a mí? Podría ser algo embarazoso si los dos lo hacemos a la vez.
La llegada de la camarera hizo que Jade se quedase sin contestar. Con rapidez, pidió la comida.
-Mi invitado tomará el filete más grande cocinado en su punto, patatas fritas y ensalada. Yo tomaré el filete mignon pequeño. Después pediremos el postre. -Puso las cartas del menú en la mano de la camarera y miró al hombre.
Él apretaba con tal fuerza la jarra de cerveza que sus nudillos estaban blancos. Su voz vibró de ira.
-Soy un chico grande, señorita Como-se-llame. Puedo leer el menú y pedir lo que quiera yo sólito.
Ella no lo había querido humillar, al menos de la manera que él se pensaba, y su comentario sobre cómo ella le había observado le había molestado.
-Disculpe mi rudeza. A veces hago eso sin pensar. Es una mala costumbre que tengo -dijo Jade.
-¿Va a decirme qué es lo que estoy haciendo aquí con usted?
-Después de cenar.
Él murmuró una palabra no muy agradable.
-Mientras tanto, ¿puedo tomar otra cerveza?
-Por supuesto.
La comida llegó cuando él estaba terminando la segunda cerveza. Dillon comió con ganas, y Jade se preguntó cuánto debía de hacer que no comía un buen filete. Utilizaba los cubiertos correctamente, pero con rapidez.
-¿Le apetece otro filete? -preguntó ella con amabilidad, inclinándose hacia delante. En el mismo instante en que adoptó ese tono de compasión se dio cuenta de que lo había estropeado.
Él la miró con frialdad.
-No.
Dillon rehusaba más por orgullo que por no tener hambre, pero Jade lo dejó correr. Les recogieron los platos. Él declinó tomar postre, y apenas se encogió de hombros cuando ella sugirió tomar café.
-Dos cafés -dijo Jade a la camarera.
Una vez servidos, ella empezó la explicación.
-Yo estaba en la obra cuando usted fue arrestado esta tarde, señor Burke. -Ella le miró a los ojos en busca de alguna reacción, pero no hubo ninguna. La mirada de él siguió imperturbable en el rostro de ella. Ella esperaba alguna señal de sorpresa o interés, y le molestó que no se produjera-. Me impresionó por varias cosas. Una de ellas fue que no se acobardó en absoluto a la hora de expresar su opinión, aunque no fuera aceptada. Eso denota convicción y coraje, dos atributos que estoy buscando. Necesito a alguien «duro».
Una fuerte carcajada salió desde el fondo del pecho de Dillon.
-¡Idiota de mí! Seguro que ha tenido usted muchos problemas.
-Sí, es cierto.
Él apoyó los antebrazos sobre la mesa y se inclinó hacia delante para hablarle con suavidad.
-Ahora lo pillo. Usted está buscando una aventura porque su rico y afortunado marido es un alcohólico del trabajo y está demasiado ocupado para reparar en usted. O a lo mejor ha descubierto que se está tirando a la secretaria y usted quiere devolverle la pelota.
«Usted pasaba justamente por la obra cuando ocurría todo el follón y se puso húmeda imaginándose una fantasía sexual. Así que dijo a su chofer que la llevase a la comisaría y, desde allí la rica, poderosa y mandona zorra tocó algunas teclas para sacarme de la cárcel. ¿No es eso? -Complacido, se apoyó en el respaldo de la silla-. Bueno, muy bien. Siento que haya tenido que pasar por toda esa historia para nada. Por mil dólares follaré con usted toda la noche.
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El Sabor Del Escándalo
RomanceEn una noche lluviosa, Jade Sperry vive la peor pesadilla que una mujer puede soprtar, a manos de tres jóvenes que conoce bien. El escándalo sobreviene y ella no tiene otro camino que huir y salir adelante sola con el niño que espera. Los años trans...