Un pequeño escalofrío recorrió el cuerpo de Jade.
-¿Cómo se atreve?
Inclinándose de nuevo hacia delante, él rodeó la muñeca de ella con su mano.
-Vale, quinientos. Hoy he perdido el trabajo. No puedo mostrarme exigente.
Jade se soltó la mano. Su primer impulso fue soltarle unas cuantas verdades, como había hecho con Matthias esa tarde por transgresiones sexuales que habían sido mucho menos ofensivas que las de Burke. En comparación con el hombre sentado frente a ella, Matthias era un santo.
Pero Jade tuvo la intuición de que había algo más detrás de la mirada de Dillon Burke. La barba desarreglada, el pelo largo y la dureza sólo eran consecuencias de algo en concreto. No sabía cómo lo sabía. Sencillamente, lo sabía. En lugar de cantarle las cuarenta y marcharse, se quedó sin darse por vencida. ¿Por qué?, se preguntaba. ¿Por qué ella estaba precisamente allí cuando a él lo arrestaron? Durante días, ella lo había estado observando con los prismáticos desde la ventana del hotel. Era como si el destino se lo hubiese puesto en bandeja.
Él todavía la observaba con su mirada penetrante e intensa. En su lugar, ¿no se habría sentido confuso? De cualquier forma, la planta TexTile tenía que proporcionarle el beneficio de la duda.
Ella llamó con la mano a la camarera.
-¿Está seguro de que no quiere postre, señor Burke?
Él la observó receloso. Luego contestó con brusquedad:
-Tarta de manzana.
-Dos -dijo Jade a la camarera-. Y necesitaremos más café. Vaya trayéndolo. Seguramente estaremos aquí un rato más.
Cuando se hubo ido la camarera, Jade se quedó mirando fijamente los castaños e inmutables ojos de Dillon.
-Quiero una cosa tan desesperadamente que puedo tocarla cada noche en mis sueños. Usted puede ayudarme a conseguirla, pero no tiene nada que ver con el sexo. Sabiendo esto, ¿sigue interesado en oír mi proposición?
Él mantuvo la mirada en Jade, aun cuando se inclinó hacia atrás para dejar que la camarera sirviera las tartas y los cafés. Cogió el tenedor de postre y dijo:
-Tiene desde este momento hasta que termine la tarta para interesarme.
-Sus acusaciones eran correctas. Matthias estaba usando materiales malos y sobornaba a un inspector para que diera su visto bueno.
-Hijo de puta -murmuró Dillon en voz baja-. ¡Lo sabía! Veía cosas que me parecía imposible que fuesen aprobadas en las inspecciones. Pero Matthias siempre obtenía el sello oficial de aprobación.
-Cobraba al cliente el precio de los materiales buenos y él se quedaba con la diferencia.
-El dinero me importa un bledo. Ese edificio podría caerse en pedazos, sobre todo si se produjese un terremoto. ¿Cómo lo averiguó?
-A través de su secretaria. Tenía mucho que explicar sobre él cuando le conté que había intentado seducirme durante la comida.
-Oh, estupendo -murmuró él-. Eso me pone a mí a la altura de Matthias.
-No lo crea, señor Burke.
-Entonces, ¿quién es usted? ¿Una investigadora? ¿Ha hecho todo esto para que testifique en contra de Matthias en un juicio?
-No. Ya no estoy interesada en lo que le suceda a Matthias. He hecho fotocopias de sus pedidos de compra y otros documentos incriminadores, y luego lo he llamado por teléfono. Le he amenazado con entregar lo que tengo al fiscal del distrito si no retiraba los cargos contra usted.
-Usted no tenía que haberme acompañado personalmente al salir de la cárcel.
-Sí, tenía que hacerlo.
-¿Por qué?
-Porque estoy a punto de ofrecerle el trabajo que iba a ofrecer a Matthias. Ha terminado ya con la tarta. ¿Puedo seguir hablando?
Él apartó el plato vacío y cogió la taza de café, sin responder a su pregunta.
Después de permitirse una sonrisa, Jade le dijo a quién representaba. Él estaba vagamente familiarizado con GSS.
-Durante más de un año nuestro departamento legal ha estado adquiriendo varias propiedades en Palmetto, Carolina del Sur. Vamos a construir una fábrica allí.
-¿Qué tipo de fábrica?
-Textil. Pero además de la tela que se produzca allí manufacturaremos tejidos a un precio moderado. Esa zona del Estado es pobre. Hasta la última década, más o menos, los explotadores de recursos han estado en contra de un desarrollo industrial.
-Debido a los agentes contaminantes.
-Exacto. Pero después de crear un comité de control de contaminación, eso ya no es excusa. Las corporaciones han perdido fuerza. La Junta de Desarrollo del Estado nos autoriza completamente porque GSS se dedica a proteger el medio ambiente.
-Me apuesto lo que sea a que también se dedica a hacer pasta -dijo él irónicamente.
-Para todo el mundo. Nosotros llevaremos algunos ejecutivos y mandos intermedios, pero la fábrica creará cientos de puestos de trabajo para la población. Cambiará totalmente la base de su economía.
-Nunca he oído hablar de Palmetto.
-Es una ciudad situada cerca de la costa, entre Savannah y Charleston. La ciudad en sí tiene sólo diez mil habitantes, pero en el condado viven varios miles más. Toda la región se beneficiará cuando GSS se instale allí.
-¿Qué papel representa usted?
-Soy la supervisora del proyecto.
Él arqueó una de sus cejas.
-¿Usted es la jefa del cotarro?
-Por decirlo de alguna forma.
-¿Y ha hecho todo el camino hasta el sur de California para contratar trabajadores? -preguntó él escéptico.
-He venido para buscar un contratista general.
-Eso lo hace normalmente un promotor.
-GSS tiene una compañía promotora. Un hombre llamado David Seffrin está al cargo de TexTile. Él fue quien me envió aquí para que me entrevistase con Matthias, que había sido muy recomendado, aunque ahora dudo de la autenticidad de sus referencias.
-Si ese Seffrin es el promotor, ¿por qué contrata usted?
-El contratista que obtenga este trabajo tendrá que ser aprobado por mí. Esta fábrica es mi hijo, señor Burke. Lo ha sido desde su concepción. Yo trabajaré muy de cerca con el contratista durante mucho tiempo, así es que lo esencial es que a mí me parezca la persona apropiada para el proyecto. -Se inclinó ligeramente hacia delante y añadió-: Creo que usted es el hombre que necesito.
La carcajada de Dillon atrajo la mirada de algunos comensales del restaurante.
-Sí, claro. -Se miró a sí mismo, metiendo el dedo en un agujero en la rodilla de sus pantalones-. Parezco todo un jefe, ¿verdad? ¡Pero si parece que me haya sacado de una rueda de presos!
-Me tiene sin cuidado el aspecto que tenga.
Él sacudió la cabeza inflexible.
-No soy su hombre. Siento decepcionarla.
-Usted es del Sur, señor Burke. -Él le lanzó una mirada dura e interrogadora-. Un acento sureño reconoce a otro -dijo ella-. Y usted estaba familiarizado con el asunto de la industria contra el turismo.
-O sea, que me contrataría sólo por mi acento sureño.
-No, lo contrataría por sus cualificaciones.
-No estoy cualificado.
-¡No me venga con chorradas! -Él volvió a arquear la ceja en señal de sorpresa-. Usted puede rechazar mi oferta, pero no me mienta. Estoy segura de que tiene una buena razón escondida tras esa barba y ese resentimiento, pero usted está cualificado para este trabajo.
»La secretaria no sólo me habló de Matthias, también me dijo muchas cosas sobre usted. La situación era desastrosa cuando usted apareció. Poco después de que lo contrataran, usted empezó a ver muchos problemas y a dar consejos a Matthias, hasta tal punto que él no hacía nada sin consultarle antes. No contrataba a ningún subcontratista sin conocer su opinión. ¿No es cierto?
Él la miraba fríamente.
-La secretaria me dijo que usted parecía un experto en todo, desde estudiar los anteproyectos hasta trabajar con el hierro o instalar conducciones eléctricas. Me dijo que Matthias le odiaba por discutir sobre la calidad de los materiales, pero no se atrevía a despedirlo porque usted se había hecho imprescindible. ¿No es verdad?
Él se mordió la punta del bigote.
-Tengo su número de la Seguridad Social -añadió ella tranquila-. Lo comprobaré todo. Así es que no intente mentirme.
Él murmuró una serie de tacos y después dijo:
-A lo mejor en otro tiempo estuve cualificado, pero en siete años no he hecho nada más que trabajo manual. No he querido hacer otra cosa. Y no quiero hacer otra cosa. Sólo quiero que me dejen en paz de una vez.
-¿Por qué?
-Por razones que a usted no le importan.
Su fuerte y enojado tono de voz atrajo de nuevo la atención de la gente.
-Creo que es hora de que nos vayamos -sugirió Jade-. ¿Listo?
-Del todo.
-¿Dónde podemos dejarle? -preguntó ella cuando estuvieron de nuevo en la limusina.
-En la obra. Mi furgoneta está aparcada allí. Al menos, espero que siga allí.
Jade le dio la dirección al chofer y luego se reclinó hacia atrás en el asiento.
-Aunque Matthias le necesita, no creo que le dé la bienvenida. ¿Qué hará mañana, señor Burke?
-Dormir hasta tarde, supongo.
-¿Y luego?
-Buscar trabajo.
-¿Cualquier trabajo?
-Exacto. Cualquier trabajo. En cualquier sitio. No importa.
-Yo creo que sí que importa. -Él giró la cabeza y la miró furioso por haberle contradicho-. Creo que importa mucho más de lo que usted sería capaz de reconocer. -Jade buscó el maletín en el suelo y lo abrió-. Éste es el prospecto que el señor Seffrin preparó para la planta TexTile. Me gustaría que se lo quedase y le echase un vistazo. -Le entregó el prospecto, que estaba protegido por una cubierta de plástico-. Mañana vuelvo a Nueva York. ¿Tiene algún número donde pueda localizarle dentro de unos días?
-No. Y ver este prospecto no me hará cambiar de opinión.
-El salario es de cinco mil dólares al mes, efectivo desde el momento en que firme el contrato. Y una gratificación de veinticinco mil dólares si quedo satisfecha con el trabajo. -En el prospecto no se hablaba para nada de una gratificación. George Stein explotaría cuando se enterase, pero ella necesitaba todas las bazas que pudiese utilizar.
-Me importa un bledo el dinero.
-Oh, ¿de verdad? Pues iba a cobrarme mil dólares por pasar la noche conmigo -le recordó ella.
-Estaba intentando insultarla.
-Pues funcionó.
Él se pasó la mano por su largo cabello y dijo:
-Gracias por sacarme de la cárcel, pero ha perdido el tiempo.
-No lo creo. -La limusina se deslizó por la curva hasta la desierta y oscura obra-. Ya sabe dónde puede contactar conmigo cuando haya tomado una decisión, señor Burke.
-Usted no escucha, ¿verdad? Ya he tomado una decisión. Mi respuesta es no. -El chofer acudió a abrir la puerta. Puso un pie en el suelo, pero se dio la vuelta y preguntó-: ¿Cómo dijo que se llamaba?
-Jade.
-Gracias por la cena, Jade, pero me gustan los filetes muy hechos. -Con un movimiento repentino, la cogió por la nuca y la atrajo hacia sí. Su boca cubrió la de ella en un fuerte beso. Introdujo la lengua entre sus labios, empujándola brevemente hasta el fondo antes de dejarla ir-. Disculpe mi rudeza. A veces hago esto sin pensar. Es una mala costumbre que tengo.
Salió del coche, dejando a Jade sin habla, con los labios húmedos y temblorosos.
Frente a la puerta de la oficina de Jade, Dillon se sintió algo torpe, fuera de lugar y demasiado grande para la ropa que llevaba puesta. Después de varios años trabajando al aire libre, el estar dentro de una oficina le hizo sentir claustrofobia.
Jade Sperry estaba sentada detrás de su mesa, hablando por teléfono. Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo, pero con su dedo índice rizaba un mechón del cabello.
-Otra cosa, Cathy, por favor, llama al colegio de Graham y concierta una cita con el director. Quiero verlo antes de irnos... No, no me olvidaré. Gracias por recordármelo. Llegaré a casa hacia las seis. Adiós.
Colgó el teléfono y se dio la vuelta en su silla, dando un pequeño respingo al verlo allí de pie.
-Perdone. ¿En qué puedo servirle?
-Con qué rapidez olvidan...
La sorpresa se dibujó en la cara de ella, haciendo que sus ojos se agrandaran y brillaran más.
-¿Señor Burke?
Él se encogió de hombros conscientemente.
Con rapidez, ella se puso en pie y rodeó la mesa. Llevaba una blusa blanca, una falda de tubo negra y los mismos zapatos negros de tacón que había llevado dos semanas antes en Los Ángeles. Sus piernas seguían siendo tan bonitas como él las recordaba.
-No le he reconocido sin la barba -dijo ella-. Y lleva el cabello más corto, ¿verdad?
-Ésa es una manera educada de decir que por fin me lo he cortado. Incluso me he arreglado. -Burlonamente, extendió los brazos hacia los lados.
Llevaba sus mejores pantalones téjanos y una camisa nueva. Como impulso de última hora, incluso se había comprado una corbata en K-mart, donde había adquirido también la camisa. Hacía tanto tiempo que no se ponía una corbata que le había costado tres intentos y unas cuantas palabrotas hacerse el nudo.
Estudiando su nueva imagen en el espejo del establecimiento, decidió que había hecho lo mejor que había podido y, que si para ella no era suficiente, que se fastidiase. Al fin y al cabo, ¿quién necesitaba eso?
Él.
Dillon había llegado a esa conclusión después de varios días de angustia. ¡Maldita mujer! Jade Sperry había conseguido interesarle en algo por primera vez en siete años. La mujer tenía agallas al confiar un proyecto de semejante magnitud a un hombre quemado y desgraciado como él..., pero el reto era irresistible.
-Siento mirarle tan fijamente -dijo ella recobrando la compostura-. Está tan cambiado. Siéntese, por favor.
Él cogió la silla que ella le indicó.
-Supongo que debería haber llamado primero. -La verdad es que no se había atrevido. Temía que ella le dijese que ya tenía a otra persona. Y eso habría sido una gran decepción-. Espero no haberla cogido en mal momento.
-En absoluto. -Ella volvió a sentarse tras la mesa.
Él observó la oficina con interés. Todo en ella era pulcro y moderno, muy agradable, con tiestos de violetas africanas y algunas reproducciones artísticas enmarcadas, dibujadas por una mano aficionada, decorando las paredes. Cada pintura estaba firmada con el nombre de Graham Sperry
-Es mi hijo -observó ella, siguiendo su mirada-. Tiene catorce años. A él le da vergüenza que cuelgue sus dibujos del colegio.
-Catorce -murmuró Dillon. Charlie habría cumplido ocho en su próximo cumpleaños. Se pasó la mano por su espeso bigote, que había decidido dejarse cuando se afeitó la barba.
-¿Puedo ofrecerle un café o algo fresco?
-No gracias.
-¿Cuándo se fue de Los Ángeles?
-Hace una semana. He venido en coche.
-Oh, ya veo. Debe de haber sido una buena experiencia.
-Normal -contestó él indiferente. ¿Estaría ella evitando el tema, no atreviéndose a decirle que había encontrado a alguien con mejor actitud?
-¿Es la primera vez que viene a Nueva York?
-Sí.
-¿Y qué le ha parecido?
-No está mal.
Después de un breve silencio, ella dijo:
-Espero que tenga buenas noticias para mí.
-¿Aún sigue en pie lo del trabajo?
-Sí.
-Pues ya tiene a su hombre.
Los ojos de Jade chispearon, pero mantuvo el tono de voz tranquilo.
-Estoy muy contenta de oír eso, señor Burke.
-¿Por qué? Usted me encontró en la cárcel. No sabe cómo trabajo. No tengo mi propio negocio.
-Mientras estaba en California decidí que no quería una compañía. Un solo individuo es menos intimidante que una gran compañía.
-Sigo sin entenderla -dijo Dillon.
-Queremos que TexTile pertenezca a Palmetto. Utilizar trabajadores del lugar y subcontratistas de la región sería ir en la dirección correcta. Compartí esta idea con el señor Seffrin y él está de acuerdo. El hecho de que usted no tenga su propia fuerza laboral es más bien una ventaja. Y además -añadió exagerando su acento sureño-, usted habla su idioma. No parece un intruso y eso es precisamente lo que queremos: no parecer intrusos.
-Y ese tipo, Seffrin...
-Confía en mi intuición, aunque debo decirle que durante este tiempo hemos estado mirando en otros sitios. Usted sigue siendo el primero de mi lista, por tanto estoy muy contenta de verlo aquí. Ahora, dígame cómo trabaja. -Colocó las manos en la mesa y se dispuso a escuchar.
-He hecho un poco de todo lo relacionado con la construcción, pero lo que más me gusta es poner todas las piezas juntas.
-Antes de saber que era un desgraciado, lo primero que me puso en contra de Matthias fueron sus manos -dijo ella-. Eran suaves. Sólo trabaja detrás de una mesa. Yo necesito a alguien que supervise cada rincón de la construcción, que trabaje mano a mano con los subcontratistas y los obreros.
-En esto no habrá ningún problema. Así es como me gusta hacerlo.
-Bien. Este trabajo también requiere a alguien que esté comprometido con el proyecto. Desde el momento en que agujereemos el suelo hasta el final, puede contar con dos años, como mínimo.
-No tengo nada mejor que hacer.
-¿Instalarse en Palmetto no será un problema para usted?
-En absoluto. Yo crecí en el Sur, como ya se dio usted cuenta, y obtuve mi licenciatura en la Universidad Técnica de Georgia.
-¿Hay algo que quiera comentar antes de que traiga el contrato para que lo firme?
-¿Qué me dice de los subcontratistas?
-¿Qué pasa con ellos?
-No suelo considerar menos de tres ofertas para cada trabajo -dijo él-. ¿Estoy obligado a conceder el trabajo al postor más económico?
-No, si no se siente cómodo con él.
-A veces el postor más económico, a la larga, resulta el más caro porque el trabajo tiene que hacerse de nuevo.
-Creo que nos entendemos bien señor Burke. Ahora, si puedo ver sus referencias, el asunto quedará zanjado.
Él se movió incómodo en la silla. Había temido que llegara ese momento.
-No puedo proporcionarle ninguna referencia.
-Oh, ¿por qué no?
-Durante los últimos años me he movido mucho. Me he involucrado en peleas o me he emborrachado o me he hartado de la incompetencia del jefe y me he largado. -Se encogió de hombros-. Las referencias no eran una prioridad. Vamos, que no tengo.
-¿Y cómo puedo saber yo que no se meterá en peleas, que no se emborrachará o que no me dejará plantada?
-No lo puede saber. Tendrá que confiar en mi palabra.
Dillon aguantó la respiración. Una vez llegado tan lejos, no estaba seguro de poder soportar la decepción de que ella no lo contratase. Quería el trabajo. Era esencial para él. Significaba la gran diferencia entre empezar a vivir de nuevo o seguir existiendo, simplemente.
Ella se puso en pie y rodeó la mesa.
-Tiene que estar en Palmetto el uno de mayo. He concertado una reunión con el pueblo, en la que anunciaré nuestros planes, y usted debería estar allí.
-¿Quiere decir que me contrata?
-Está contratado. Desde ahora hasta el Primero de Mayo, casi cada minuto de su trabajo consistirá en reuniones con Seffrin, el arquitecto, el diseñador y yo. Ya tiene todo el trabajo estipulado, señor Burke. Intentaré encontrar una oficina vacía para que pueda utilizarla.
¡Estaba contratado! Estaba demasiado atónito como para poder reaccionar.
Ella extendió la mano.
-¿Trato hecho?
Dillon se levantó y le dio la mano. Había una gran diferencia entre dar la mano a Jade Sperry y dársela a un hombre. La mano de ella era pequeña, pero agradable y suave. No parecía encajar en ese gesto masculino, pero le dejó una agradable impresión, incluso bastante rato después del apretón de manos.
-Perdone un momento. Enseguida vuelvo.
Jade abandonó el despacho. Él se dirigió a la ventana y observó la ciudad. Todavía le costaba creer lo que estaba sucediendo. La noche en que ella lo llevó a cenar él había levantado una docena de barreras a la propuesta de ella. Pero después no había podido dejar de pensar en la oferta.
Al final, se había dado por vencido y había cogido el prospecto que ella le había entregado. Después de leerlo una docena de veces, la planta TexTile de GSS se había convertido en una obsesión para él, igual que su pesar.
Durante siete años había rebasado los límites de su culpabilidad. El informe del forense había dicho que Debra y Charlie habían muerto accidentalmente, pero Dillon sabía que él era el responsable. Después de que las ambulancias se hubieron llevado sus cuerpos, mientras él se paseaba por la casa, totalmente abatido, había descubierto la lista de las cosas que no había podido hacer el fin de semana anterior. El último quehacer de la lista era: «Comprobar el horno».
Después de irse de Tallahassee, Dillon había vagabundeado con su culpabilidad a cuestas. Le había llevado hasta las heladas fronteras de Alaska y hasta las salvajes selvas de América Central. Había intentado ahogar la culpa en litros de whisky, abusar de ella con sexo que no significaba nada para él, y matarla corriendo riesgos innecesarios. Aun así, no podía sacársela de encima. Era como si se fuese regenerando siempre, como una parte de él tan distinguible como una huella dactilar.
Después de considerar la proposición de Jade Sperry durante varios días, se le ocurrió que quizá pudiese fundir sus dos obsesiones. Si aceptaba el trabajo y lo llevaba a cabo satisfactoriamente, podría expiar el fallo que llevaba en su conciencia por la muerte de su mujer y su hijo.
-Todo está listo.
Dillon dio un respingo cuando Jade volvió a entrar en la oficina, trayendo consigo el contrato de tres folios. Él lo estudió detenidamente, rellenó los detalles que faltaban y luego lo firmó.
-Tan pronto tenga una dirección permanente en Palmetto -dijo ella- haga el favor de comunicárnoslo para ponerla en el fichero.
-Si no les importa, me gustaría vivir en el local.
-¿En la obra?
-Me gustaría estar en un remolque lo suficientemente grande como para que pueda servir de oficina y de vivienda a la vez.
-Como usted quiera. -Jade se levantó y se dirigió a la puerta, seguida de Dillon-. Ya se lo he notificado al señor Seffrin. EÉ tiene la oficina en otro edificio, pero está de camino hacia aquí. El señor Stein se ha enterado de que usted está en el edificio y también quiere verle. Antes que nada, hay otra cuestión que creo que debemos aclarar.
Jade bajó la mirada. Desde el ángulo en el que él se encontraba, las oscuras pestañas de Jade parecía que hubiesen sido pintadas en sus mejillas con un fino pincel.
-Usted no debió besarme aquella noche en Los Ángeles. Eso no debe volver a suceder. Si usted tiene algún problema trabajando bajo la supervisión de una mujer, necesito que me lo diga ahora.
Deliberadamente, él esperó a que ella alzase la mirada para responderle.
-Tendría que ser un eunuco ciego para no ver que usted es una mujer, una mujer muy bella. Pero no cambiarían las cosas si tuviese un bigote tan espeso como el mío. Quiero ese trabajo.
»Tampoco ha dejado ninguna duda en mi mente para poder responderle. Eso es bueno. No tengo ningún complejo sexista. En fin, puede sentirse totalmente segura en lo que respecta a mi persona. Cuando quiera a una mujer, ya la encontraré, pero sólo será para pasar la noche. No quiero a nadie de quien preocuparme o a quien hablar a la mañana siguiente.
Jade tragó saliva.
-Entiendo.
-No, usted no lo entiende, pero eso no tiene importancia. Lo que sí debe entender es que nunca intento ligar con la gente para la que trabajo.
-Entonces, ¿por qué me besó?
Él sonrió como un niño travieso.
-Porque usted me puso de mal humor.
-¿Cómo?
-Para empezar, no había tenido un buen día -le contestó él sarcásticamente-. Luego apareció usted, una mujer elegante, vestida para matar y ondeando una tarjeta de oro. Ya soy mayorcito. No me gusta que me vayan dando órdenes, como a usted no le gusta que sean condescendientes hacia su persona porque lleva falda y medias. No conozco a ningún hombre vivo que le guste estar bajo el mando de una mujer.
-Y viceversa.
-Entonces, usted debió haberme abofeteado cuando la besé.
-Usted no me dio la oportunidad.
La conversación había durado diez minutos más que el beso, y él ya estaba dispuesto a dejar el tema. Le hacía sentirse incómodo. No sabía qué era lo que le impulsó a besarla. La única cosa de la que estaba seguro era que no quería saberlo. No obstante, no podía dejar a un lado el tema sin antes hacerle una pregunta.
-Si ese beso le molestó tanto, ¿por qué me ha contratado?
-Porque he dedicado mi vida al éxito de este proyecto, señor Burke. Comparándolo con esto, un beso no tiene casi importancia. -Sus ojos se empequeñecieron, y Dillon se preguntó de nuevo por el motivo-. Sin embargo, no debe volver a ocurrir.
-Como ya le he dicho, no tenía ninguna intención sexual.
-Bien. -La sonrisa de Jade indicó que se sentía tan aliviada como él de zanjar el asunto-. Antes de ir a ver al señor Stein, ¿tiene alguna otra pregunta?
-Sí. ¿Quién es el señor Stein?
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El Sabor Del Escándalo
Storie d'amoreEn una noche lluviosa, Jade Sperry vive la peor pesadilla que una mujer puede soprtar, a manos de tres jóvenes que conoce bien. El escándalo sobreviene y ella no tiene otro camino que huir y salir adelante sola con el niño que espera. Los años trans...