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El timbre de la puerta resonó en el interior de la casa. Era un hogar solemne, construido al estilo georgiano. El enladrillado romo estaba adornado de blanco y acentuado con porticones esmaltados en negro en las ventanas. Estaba apartada de la calle, rodeada de un césped muy bien cuidado. La hierba todavía brillaba debido al temprano riego del sistema automático.
La evidente opulencia hizo que Jade se sintiera cohibida. Lanzó una mirada crítica a su falda y deseó que las arrugas no se viesen demasiado. Se mojó los dedos con la lengua y limpió por última vez la baba de la boca de Graham, justo cuando una mujer guapa y pequeña, de cabello rubio ceniza, abría la puerta. Jade calculó que tendría unos cincuenta años.
-Buenos días. -Graham atrajo inmediatamente la atención de sus delicados ojos grises. Luego la mujer sonrió a Jade-. ¿Puedo ayudarla en algo?
-Buenos días. ¿Es usted la señora Hearon?
Ella asintió.
-Sí.
-Me llamo Jade Sperry. Siento venir a estas horas de la mañana, pero es que quería ver al decano Hearon antes de que se vaya al trabajo. -El llevar a Graham al campus era más desalentador que traerlo a la casa del decano-. ¿Por casualidad está todavía en casa?
-Está desayunando. Pase.
-Preferiría quedarme aquí, en el porche -le contestó Jade dubitativa-. Lo que tengo que decirle no llevará mucho tiempo.
-Entonces no hay motivo para que no entre. Por favor. ¿Es éste su niño? Es encantador.
Jade se sintió obligada a entrar y pasó a través de bonitas habitaciones. Atravesaron una iluminada cocina donde el olor tentador de huevos y jamón le hizo tragar saliva. En estos días su menú consistía principalmente en cereales y bocadillos. No recordaba cuándo había sido la última vez que había comido algo cocinado.
Entraron en un patio interior trasero tan ancho como la casa. En una mesa de hierro forjado con la superficie de vidrio, el decano Hearon acababa el desayuno. Igual que el día en que Jade se entrevistó con él en su despacho, vestía traje marrón y corbata, pero pudo distinguir un jersey con coderas de ante y unos pantalones anchos con un brillante dobladillo.
El cabello canoso rodeaba la lisa cabeza como una corona de laurel. Por encima de las orejas salían mechones de pelo. También tenía más pelos en los agujeros de la nariz. Pero sus facciones resultaban simpáticas. Su rostro era agradable, la mirada amistosa y la sonrisa dulce. Miró con curiosidad cuando su mujer acompañó a Jade al interior. Se quitó la servilleta de lino que tenía colocada en el cuello de la camisa y se puso en pie.
-Vaya, señorita Sperry, ¿no es así? Qué sorpresa más agradable.
-Gracias. -Alzó a Graham en su brazo izquierdo y extendió la mano derecha al decano. Después, él le señaló una silla frente a la mesa y la invitó a sentarse.
Jade se sintió aturdida y poco segura de sí misma. La correa del bolso que colgaba sobre su hombro estaba a punto de resbalarse por el brazo, y Graham se retorcía e intentaba alcanzar la fronda que colgaba de un helecho Boston que estaba detrás de ella.
-No, gracias, doctor Hearon. De verdad, no puedo quedarme. Siento interrumpirle el desayuno, pero como ya le he dicho a su esposa, tenía que verle antes de que se fuese a la escuela.
-Tengo tiempo para una taza más de café. Me encantaría que me acompañase. Cathy, por favor... ¿Señorita Sperry? -De nuevo, hizo un gesto hacia la silla. Jade se sentó para no parecer maleducada, pero sobre todo porque mantener el equilibrio entre Graham y el resbaladizo bolso era una hazaña que habría desafiado a un experto malabarista.
-Gracias. Siento haberme presentado así. Debería haber llamado... ¡No, Graham! -En el último minuto, pudo impedir que su hijo se comiese las hojas que había arrancado del helecho-. Lo siento mucho. Espero que no haya estropeado la planta.
-Esta es la tercera vez que se disculpa desde que ha entrado aquí señorita Sperry. Semejante sobredosis de arrepentimiento me está poniendo nervioso.
-A mí también -replicó la señora Hearon cuando volvió a entrar con una pequeña bandeja. Sobre ella había una taza y su platillo, y un plato con una porción de miel sobre una fina loncha de prosciutto y un bollo de moras.
-Oh, no era mi intención que usted...
-¿Prefiere té en lugar de café?
Jade no quería ofenderles declinando su hospitalidad. Además le gruñía el estómago.
-Té, por favor -contestó tranquila-. Si no le es molestia.
-Ninguna. Ya lo tengo preparado.
Cathy Hearon fue a buscar el té. Jade sonrió débilmente al decano de los asuntos estudiantiles.
-Gracias por su hospitalidad.
-De nada. ¿Mantequilla?
Le pasó un recipiente de cristal Waterford con mantequilla. Cuando la untó en el bollo caliente, le dio a Graham el aro de goma para mordisquear que llevaba a todas partes. Por el momento pareció contento de masticarlo, mientras ella tomaba el desayuno.
La señora Hearon se sirvió una taza de té de jazmín y luego se sentó a la mesa.
-¿Cómo se llama el niño?
-Graham.
-Graham. Me gusta. Muy poco corriente, ¿no es verdad, cariño?
-Así es. La señorita Sperry es la jovencita de Palmetto de la que te he hablado.
-Ah, sí. Verá, señorita Sperry, Mitch tiene parientes lejanos en Palmetto.
Jade volvió los ojos asustados hacia el decano. En el encuentro anterior, él no había mencionado nada sobre Palmetto. Deseaba que no le preguntasen: «¿Conoce usted a...?». Cuanto menos se dijese sobre Palmetto, mejor, porque no quería mentirles en nada.
Por suerte, Graham proporcionó una distracción. Golpeó el aro sobre la mesa, luego lo lanzó al suelo y cogió una brillante cuchara de plata. Jade recogió el aro, pero él prefirió la cuchara.
Cathy se echó a reír.
-No va a estropear esta cuchara. Puede morderla cuanto quiera.
El decano Hearon miró fijamente a Jade.
-No recuerdo que me dijese que era madre cuando me vino a ver hace unas semanas.
-No, señor, no lo hice.
-No es que sea de mi incumbencia, por supuesto. Tampoco habría influido en el comité becario.
Jade se limpió la boca con la servilleta de lino.
-Me temo que sí le incumbe, doctor Hearon. Por eso he venido aquí esta mañana. -Abrió el bolso, sacó el vale y se lo deslizó por encima de la mesa-. Sintiéndolo mucho, tengo que renunciar a la beca.
La señora Hearon fue la primera en romper el largo y delicado silencio.
-Señorita Sperry, la conocía a usted a través de mi marido. Usted le causó muy buena impresión. Pero si le hace sentirse más cómoda, les dejaré a solas para que puedan discutir el asunto en privado.
Jade agradeció su sensibilidad.
-Eso no será necesario, señora Hearon. De todas formas, no hay nada más que decir. -Colocó la correa del bolso sobre su hombro, cargó con Graham y se levantó-. Muchísimas gracias por el desayuno.
-Un momento, señorita Sperry -dijo el decano Hearon-. Siéntese, por favor. -Esperó hasta que ella lo hubo hecho. Colocó las manos bajo la barbilla y le dirigió una mirada indagadora-. Francamente, estoy sorprendido y decepcionado. Pocas veces he visto un candidato que se mereciese una beca completa como usted, o realmente tan contento cuando se le concedió. Usted prácticamente salió volando de mi despacho. ¿Qué ha sucedido desde la última vez que la vi?
Jade consideró un número de mentiras viables. Pero al mirarles a los ojos era imposible engañarles. Sentían curiosidad, pero esta característica tan humana iba acompañada de algo no tan común: auténtico interés.
-Mi madre se fue. -Evidentemente su respuesta no era lo que ellos esperaban; así es que se explicó-: Mi madre se ocupaba de Graham mientras yo trabajaba. Había pensado seguir trabajando después de clase y los fines de semana, pero ahora no podré permitirme los gastos de cuidar al niño además de los normales.
-Seguro que...
Jade sacudió la cabeza, cortando la interrupción del decano.
-He agotado todas las opciones, créame.
A costa de su trabajo en Savannah, había hecho incursiones semanales a Morgantown en busca de alojamiento, trabajo y facilidades aceptables sobre cuidados de bebés. Su busca había resultado inútil.
-Cualquier facilidad que considerase, y admito ser bastante particular, no podría pagarla, aunque sus horas de trabajo fueran compatibles con mi horario. Pero sobre todo, con la afluencia de estudiantes que empiezan el nuevo semestre, ni siquiera me ha sido posible conseguir un trabajo. Como mi madre ya no está disponible para ayudarme, me es imposible matricularme este semestre.
Bajó la mirada, deseando que no notasen su temor. No sólo estaba en juego su carrera universitaria sino también su sustento. Su jefe en Savannah había perdido la paciencia con ella por pedir tanto tiempo libre y la había despedido. Antes de marcharse, Velta había vaciado su cuenta bancaria, llevándose con ella lo que quedaba de la venta de la casa de Palmetto.
A Jade sólo le quedaban veinte dólares. De ellos, doce los tenía que pagar esa noche por la habitación en el Pine Haven Motor Court. Al día siguiente se quedaría sin dinero. Suponía que tendría que acabar implorando a su anterior jefe en Savannah que le permitiese volver al trabajo.
-Dejar escapar esta beca parece un paso dramático y drástico, señorita Sperry -dijo el decano Hearon.
-Estoy de acuerdo, pero en estos momentos no tengo otra elección. No me detendrá para conseguir mis estudios, doctor Hearon. Se lo prometo. Tengo mis razones para querer conseguir un título lo antes posible.
-¿Razones...?
-Personales.
Su concisa respuesta hizo que él frunciese el ceño.
-¿Por qué solicitó una beca en la Escuela Dander?
-¿La verdad?
-Hasta ahora ha sido muy franca.
-Era una de las pocas que quedaban en un área de tres Estados que todavía no había probado. No me concedieron becas en otras escuelas ni universidades. Al ser ésta una escuela universitaria relacionada con la Iglesia, me apoyé en la benevolencia cristiana de Dander.
-Y si no la hubiésemos aceptado, ¿qué habría hecho?
-Lo que todavía quiero hacer: seguir intentándolo.
El doctor Hearon se aclaró la garganta.
-¿Me equivoco al pensar que el padre de Graham...?
-El padre de Graham está muerto. -La gente siempre quería saberlo, y ésa parecía la respuesta más simple. Dudaba de que la hubiesen creído, pero no insistieron.
-Sé de un trabajo -dijo repentinamente Cathy Hearon-. Cariño -se dirigió a su marido-, tú conoces a Dorothy Davis. Es la propietaria de esa tienda donde compro casi toda mi ropa. -Y dirigiéndose a Jade, añadió-: Justamente ayer la señorita Dorothy me comentó que está buscando a alguien para que se ocupe de la contabilidad. Me explicó que su vista ha empeorado tanto que ya no puede leer las facturas.
-No me extraña. Esa rata debe rondar los ochenta.
Cathy golpeó a su marido en la mano.
-No le hagas caso, Jade. La señorita Dorothy es un tanto arisca pero en el fondo tiene un buen corazón. Para ser una buena mujer de negocios hay que ser dura. ¿Te interesaría?
-Me interesa cualquier cosa, señora Hearon. Y los negocios son mi especialidad. Pero no me basta con un trabajo. Aún no he encontrado una buena guardería ni un lugar donde vivir.
-Seguro que hay algo disponible.
Jade pensó en los veinte dólares que tenía en el bolso. Ni siquiera podía dar una paga y señal para trasladarse.
-Me temo que no, señora Hearon.
El decano de asuntos estudiantiles consultó el reloj y se puso en pie.
-Voy a llegar tarde si no me voy ya. Es hora de ir al fondo de la cuestión.
Frunció las espesas cejas en un vano intento de parecer severo.
-Señorita Sperry, creo que no se atreve a admitir que está indigente, aunque no sea por su culpa. Nunca me había encontrado con una persona más decidida que usted a estudiar una carrera. Sólo una serie de circunstancias muy graves pueden haber amortiguado su entusiasmo y determinación. Admiro su entereza.
»Por otro lado -continuó con un tono autoritario que a menudo había sobresaltado a estudiantes medio dormidos-, demasiado orgullo puede ir en contra de una persona. Ese es el momento de que abandones tanto amor propio, expongas tu vulnerabilidad y concedas a alguien el honor de ayudarte.
»Estoy seguro de que Cathy se las puede arreglar para que consiga el trabajo que ofrece la señorita Davis, aunque si yo estuviese en su lugar me lo pensaría dos veces. Es una vieja tacaña que ni siquiera envolvería gratis los regalos por Navidad. Si usted puede trabajar para ella, merecería ser canonizada.
»Por último, por si no lo ha notado, cada vez que Cathy mira a Graham se le humedecen los ojos. Por desgracia nunca hemos tenido hijos. No me extrañaría nada que lo malcriase mientras está usted con nosotros.
-¿Con ustedes? -gritó Jade-. Oh, pero yo...
-No me interrumpa, señorita Sperry. Aún no he acabado y el tiempo se me echa encima. Lo que usted ignoraba es que Cathy y yo a menudo hemos tenido algún estudiante durante un semestre. Este año decidimos no hacerlo por la sencilla razón de que el semestre anterior tuvimos una mala experiencia: el jovencito se largó con un par de candelabros de plata. Lo que más me dolió no fueron los malditos candelabros, sino que mi preciso indicador sobre la naturaleza humana me había fallado. Usted lo ha reparado.
»Así que a no ser que tenga planes para nuestra cubertería, usted y su hijo son bienvenidos a esta casa para vivir todo el tiempo que deseen. En cualquier caso, consideraré una afrenta personal no ver su nombre en la lista de los estudiantes de primer curso al finalizar el día de hoy. Su expediente es casi perfecto, y sería un incalificable desaprovechamiento de sus aptitudes el que no continuara con su formación por algo tan mezquino como ir corto de dinero. Cathy, tengo el capricho de cenar ostras esta noche.
Se marchó con un brusco movimiento de mano.
Cathy Hearon dio unas palmaditas en el brazo de Jade.
-A veces se pone así, pero ya te acostumbrarás.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora