6

32 1 0
                                    

Gary Parker abordó a Donna Dee Monroe en su coche, en el aparcamiento, instantes después de que sonara el timbre de las tres y media. La sospecha que tenía de que ella le había estado evitando se confirmó. Al verle, casi se le cayeron los libros.
-¡Gary! ¿Có... cómo es que no estás entrenando?
-Quiero hablar contigo, Donna Dee.
-¿De qué? -Tiró los libros en el asiento trasero y se deslizó tras el volante, con ganas de marcharse.
Gary se inclinó hacia el volante y sacó las llaves de encendido.
-¡Eh! ¿Qué...?
-Quiero saber qué es lo que pasa con Jade.
-¿Jade? -repitió ella.
-Jade. Ya sabes, Jade Sperry, tu mejor amiga.
-Sí -contestó ella con repentina hostilidad-. ¿Qué pasa con ella?
-¿Por qué lleva tanto tiempo sin venir al instituto? ¿Qué le pasa? Cada vez que llamo, su madre me dice que está enferma. Jade no quiere hablar conmigo para nada. ¿Tan enferma está? ¿La has visto?
-No, desde la semana pasada -respondió secamente-. Si su madre dice que está enferma, supongo que será la verdad.
-¿Tampoco has hablado con Jade?
-No.
-No me lo puedo creer, Donna Dee. Eres su mejor amiga.
-Bueno, tú eres su novio. Si no quiere hablar contigo, ¿qué te hace pensar que lo hará conmigo? Por favor, dame las llaves. Tengo que ir a casa.
Extendió la palma de la mano, pero él no hizo caso.
-¿Me estás diciendo que has intentado hablar con Jade y que ella se ha negado?
La pequeña cara de Donna Dee adoptó una expresión indecisa y seria.
-Escucha, Gary. Entérate de que ella y yo nos hemos enfadado y ya no nos hablamos.
Él la miró con incredulidad.
-¡Debes de estar bromeando!
-No.
-¿Por qué os enfadasteis?
-No puedo explicártelo. Ahora, por favor... -Intentó coger las llaves, pero Gary las puso fuera de su alcance-. ¡Gary, dame las llaves!
-¡No, hasta que me digas qué coño está pasando!
Normalmente, Gary no perdía los estribos. La furia de ese momento era consecuencia de su frustración y temor. Durante varios días había notado que algo no iba bien. Sus compañeros de clase lo miraban de reojo. Algunos cuchicheaban y callaban cuando se acercaba. Jade padecía una enfermedad misteriosa. Nada había ido como antes desde el día en que se enteró de lo de la beca. Aunque no tenía nada concreto en qué basarse, tenía una fuerte premonición de que su vida se malograba.
-¿Qué pasa con Jade? -exigió.
-Si quieres saber algo de Jade, pregúntale a ella. -Donna Dee agarró las llaves antes de que él pudiera detenerla.
Sin embargo, pudo alcanzarla a través de la ventanilla abierta y la agarró del brazo.
-¿Tiene algo que ver con Neal?
La cabeza de Donna Dee se volvió como movida por un resorte.
-¿Por qué me preguntas eso?
-Porque se comporta de un modo muy raro. De repente me trata como a un colega, pero es tan falso que se le ve el plumero. Es como si estuviera en una broma de la que yo no sé nada todavía.
Donna Dee se humedeció nerviosamente los labios. Sus ojos chispearon furtivamente. Se la veía atrapada y esto le produjo un sentimiento de asco en el fondo de su garganta, confirmando la sospecha de Gary.
-¿Tiene algo que ver con Jade la repentina amistad de Neal hacia mí?
-Tengo que irme.
-¡Donna Dee!
-Tengo que irme. -Puso el motor en marcha y salió disparada del estacionamiento sin mirar atrás.
-¡Maldita sea!
Gary corrió hacia su coche. Inconscientemente decidió saltarse el entreno de atletismo, en un impulso instintivo de ver a Jade enseguida. Iba a verla, aunque tuviese que echar abajo la puerta.


Jade reconoció el motor del coche. Se acercó a la ventana del salón y lo vio correr hacia la entrada. Llamó dos veces. Gimió con anhelo sin poderlo evitar antes de arreglarse un poco y abrir la puerta.
-¡Jade!
-Hola, Gary.
Una amplia sonrisa se dibujó en su cara. Era evidente que estaba muy contento y aliviado de verla.
-Aparte de estar pálida y delgada, se te ve normal.
-¿Qué esperabas?
-No sé -contestó con sofoco-. Quizás alguna herida abierta.
La cogió por los brazos y la abrazó fuertemente. Pareció no darse cuenta de que ella no le correspondía como solía hacerlo.
-Me has tenido muy preocupado -le susurró al oído-. Me alegro de verte bien.
Ella se deshizo del abrazo, dio la espalda al umbral y le invitó a entrar. El miró por encima del hombro con una sensación de culpabilidad.
-¿Crees que está bien, al no estar tu madre?
-Está bien. -Debido a la situación, el romper una de las reglas de acero de su madre carecía de importancia.
Cuando hubo cerrado la puerta, Gary la volvió a atraer hacia sí y le lanzó una mirada hambrienta.
-¿Qué es lo que te pasaba, Jade? Has debido de estar muy enferma. Tu madre decía que no estabas en condiciones de ponerte al teléfono.
-Eso es lo que le pedí que te dijera. -Él la miró confuso-. Siéntate, Gary.
Jade se dirigió hacia una silla y se sentó. Cuando le miró, estaba claro que se encontraba perdido por la falta de respuesta. La propia Jade tenía dificultad en tratar el tema. El cariñoso abrazo de Gary le recordó otros que no lo habían sido tanto. Aunque su cerebro sabía que había una gran diferencia, su cuerpo parecía incapaz de distinguir las caricias de la paliza recibida de sus atacantes. Pensó que debía estar agradecida. Sin deseo físico que contener, lo que tenía que hacer le resultaría más fácil.
Él se acercó, se arrodilló frente a ella y le cogió las manos entre las suyas.
-Jade, no lo entiendo. ¿Qué es lo que está pasando?
-¿Qué es lo que no entiendes?
-Nada de nada. ¿Por qué no has ido al instituto? ¿Por qué no has hablado conmigo?
-He estado enferma.
-¿Tanto como para no poderte poner al teléfono y saludarme?
Jade procuró que su voz sonase indiferente.
-Hay algo que tengo que decirte, Gary.
-Oh, Dios, no -susurró ronco. Se inclinó hacia delante y hundió la cabeza en el regazo de ella. Cogió un trozo de su gruesa bata y lo retorció entre los dedos-. ¿Padeces una enfermedad mortal? ¿Vas a morir?
El corazón de ella se rompió en pedazos. No podía soportar el pasar sus dedos por el cabello castaño y ondulado de él. Como si tuviese vida propia, se enlazaba entre sus dedos. Le acarició el pelo con ternura. De la garganta de Gary surgió un gemido como el eco del que ella contenía.
Antes de rendirse ante su dolorido corazón, le levantó la cabeza.
-No es nada de eso. No voy a morir. -Él le pasó suavemente los dedos por cada facción de la cara-. Es sólo que... -Intentó varios comienzos hasta que consiguió seguir-: He estado emocionalmente enferma.
Él repitió las palabras como si perteneciesen a otro idioma.
-¿Sobre qué?
-He estado sometida a una gran presión.
-¿Del instituto? -Le acarició el cabello, apartándole un mechón de la cara. Ella se resistió a apoyar la mejilla en la palma de su mano-. Eso se acabó, ya hemos conseguido las becas. ¡Eh! Ni nos habíamos visto desde que nos lo notificaron. Enhorabuena.
-Igualmente.
-¿Cómo lo vamos a celebrar? -Sus ojos chispearon al dirigir su mano hacia abajo, hasta el pecho-. Yo sé cómo me gustaría celebrarlo.
-¡No! -gritó ella con estridencia, apartándose al sentir la caricia. Él se asustó tanto que cayó a un lado cuando ella abandonó la silla. Sus movimientos eran nerviosos e inseguros, como si acabase de aprender a caminar.
-¿Jade?
Ella se volvió. Él la miraba perplejo.
-¿Es que no entiendes lo que trato de decirte? He estado agobiada por la beca, pero también por otras cosas. Sobre todo referente a nosotros.
-Pero ¿de qué narices me estás hablando?
Ella se dio cuenta que el alargar aquello empeoraba aún más las cosas. No había forma de hacerlo sin causar heridas, tanto en él como en sí misma.
-Eres un tipo listo -contestó deliberadamente con un tono de voz impaciente-. ¿No puedes leer entre líneas? ¿Acaso tengo que deletreártelo? ¿No coges lo que intento comunicarte?
Gary se incorporó, puso las manos en jarras e inclinó la cabeza.
-¿Estás intentando romper?
-Yo..., yo creo que necesitamos descansar el uno del otro, sí. Las cosas se estaban precipitando, se nos iban de las manos. Necesitamos retroceder.
Los brazos de Gary cayeron a los lados.
-No puedo creerlo. ¿Jade?
Se dirigió hacia ella y trató de atraerla a sus brazos.
Ella lo rechazó.
-Soy incapaz de seguir con esta presión sexual por parte tuya, Gary.
-¿Acaso no me has presionado tú también? -gritó él.
-¡Por supuesto! Ya sé que lo he hecho. Esa es la cuestión. No es bueno para ninguno de los dos el continuar encendiendo hogueras que no podemos sofocar.
-Hace sólo unas semanas sugeriste empezar a avivar la hoguera.
-He cambiado de parecer. Deberíamos esperar, darnos mucho tiempo para tomar la decisión adecuada. -Con impaciencia, se humedeció los labios-. Pero incluso eso no es bastante. Necesitamos salir con otra gente. Hemos ido juntos desde que éramos lo bastante mayores como para citarnos. Quiero que tú..., que tú empieces a salir con otras chicas.
Durante unos minutos, él la miró sin saber qué responder. Luego sus ojos se dilataron llenos de sospecha.
-Esto tiene algo que ver con Neal Patchett, ¿no es así?
Tuvo la sensación de que una trampilla se abría bajo sus pies y sintió cómo caía a través de un agujero negro.
-No -denegó con voz ronca.
Era obvio que él malinterpretó el horror de ella por culpa.
-¡Y una mierda! -replicó despreciativo-. Me ha estado haciendo la pelota más de una semana. Justo desde que te pusiste «enferma». Ha estado actuando como un hombre que sabe un delicioso secreto y que se muere por explicarlo. Ahora ya sé lo que es. Quería picarme la curiosidad. Saliste con él, ¿no es cierto?
-No.
-No me mientas. Donna Dee también se sintió muy culpable cuando mencioné su nombre. ¿Os habéis peleado por eso?
-¿Donna Dee? -pronunció ella en un tono de incredulidad.
-Hoy la abordé, después de las clases. Me ha estado evitando casi con la misma diligencia que tú.
-¿Qué es lo que dijo?
-No te preocupes. No te ha traicionado. -Movió la cabeza-. Así que al final cediste ante el irresistible encanto de Neal. Eso hará feliz a tu madre.
Ella movió con vehemencia la cabeza, agitando su oscuro cabello.
-No. Le desprecio. Ya lo sabes, Gary.
-Eso es lo que tú dices. -Empezó a caminar nerviosamente de un lado a otro sin apenas poder contener su rabia-. Quizá le pregunte a él en persona. -Se giró hacia la puerta, pero antes de dar tres pasos Jade se lanzó a su espalda, reteniéndolo.
-No, Gary, no. Aléjate de Neal.
Él se dio la vuelta y la apartó con enojo.
-Si querías ponerme cuernos, ¿por qué tuvo que ser con Patchett?
-Estás equivocado. Gary. Por favor, no pienses que...
-¡Patchett! ¡Por el amor de Dios! -La soltó con tanta rudeza que ella se tambaleó hacia atrás. Abrió la puerta de un tirón y salió a grandes pasos.
-¡Gary!
Él no miró hacia atrás, aunque Jade sabía que le había oído cómo lo llamaba hasta que su coche se alejó. Jade volvió al interior, dando un traspié, y se desplomó contra la puerta. Las lágrimas que había estado reprimiendo saltaron como un torrente. Lloró hasta que no le quedaron lágrimas y entonces continuó con atroces sollozos.


Al principio, Gary pensó en dirigirse directamente a la finca de los Patchett y desafiar cara a cara a Neal. Seguramente podría vencerlo en una justa pelea, pero no quería proporcionar a semejante hijo de puta la satisfacción de saber que le había provocado. Le dejaría que presumiera y fuera mostrando por ahí su asquerosa sonrisa. Gary Parker no iba a rebajarse a su nivel.
Cuando llegó a casa, la rabia de Gary había dado paso a la desesperación. Cuando entró en el patio, la granja le pareció más fea que nunca. Odiaba la vieja casa, con la pintura que se caía y el porche hundiéndose. No soportaba las gallinas que picoteaban en el patio y la peste del sucio cisne. Le molestaron las risas y la cháchara de sus hermanos pequeños cuando corrieron hacia él y se agarraron a sus piernas, impidiéndole avanzar por el desgastado camino.
-Gary, mamá ha dicho que esta noche tienes que ayudarme con las cuentas.
-Gary, haz que Stevie pare de perseguirme.
-Gary, ¿puedes llevarme a la ciudad?
-¡Basta!
Seis pares de ojos atónitos lo miraron. Él observó el círculo de caras y odió sus expresiones confiadas y cariñosas. Quién se creían que era, ¿un santo?
Los apartó de su camino, atravesó corriendo el patio dispersando a las gallinas y se metió en el granero. Se dejó caer en un oscuro rincón encima de la paja y se cubrió la cabeza con los brazos. Añoranza, odio y amor luchaban en su interior.
Deseó escapar de aquel lugar. Odiaba la fealdad, la pobreza, la suciedad y la falta de intimidad. Aun así quería a su familia. En sus constantes ensueños, él regresaba de la universidad como un generoso Santa Claus, repartiéndoles golosinas. Pero la responsabilidad de convertir en realidad esos ensueños era bastante pesada. A menudo se veía desaparecer, simplemente.
Pero nunca lo haría, por supuesto. No sólo por su arraigado sentido de la responsabilidad sino por Jade. Ella hacía soportable toda la fealdad de su vida porque en ella residía la promesa de que nunca sería así. Ella era el centro de todas sus esperanzas.
¿Cómo podría llevar una vida sin ella?
«Jade -pensó tristemente-, ¿qué te ha ocurrido, que hay del futuro que íbamos a compartir?» Habían planeado acabar su formación universitaria y luego regresar a Palmetto y hacer la comunidad más igualitaria. Pero ahora parecía que ella se había decantado hacia el otro lado: el de los Patchett. ¿Cómo había sido capaz?
-¿Gary?
Su padre entró por la gran puerta del granero. Otis Parker no tenía aún los cincuenta, pero aparentaba al menos diez años más. Era delgado pero fuerte, un hombre pequeño con hombros encorvados. Su mono de trabajo colgaba suelto sobre su esquelética figura. Encontró a su hijo sentado en el oscuro rincón, sobre la paja maloliente.
-¿Gary? Los chicos dicen que los has tratado mal.
-¿Es que aquí no puedo tener un momento de tranquilidad?
-¿Ha ocurrido algo en el instituto?
-¡No! Sólo busco un poco de intimidad. -Gary tenía ganas de descargar en alguien y su padre era un buen blanco-. ¿Es que no puedes dejarme solo, aunque sea por una vez? -gritó.
-Muy bien. -Otis se dio la vuelta para marcharse-. No olvides dar de comer al cerdo.
Gary se puso en pie, con los puños apretados.
-Escucha, viejo, la última vez fui yo quien dio de comer a ese maldito cerdo. Estoy hasta las narices de dar de comer al cerdo. Estoy harto de estar rodeado de crios chillones. ¿Es que no se te ocurrió hacer otra cosa que niños? Estoy hasta la coronilla de este lugar y del olor a podrido de tu fracaso. Estoy harto del instituto, de los profesores y de hablar de becas cuando, en realidad, a nadie le importa un pimiento. Estoy hasta las narices de ser el niño bueno. Eso no lleva a ninguna parte. A ninguna parte.
Agotó la rabia. Cayó de rodillas sobre la sucia paja y empezó a llorar. Pasaron varios minutos antes de sentir la ruda mano de su padre sacudiéndole el hombro.
-Creo que necesitas un trago de esto.
Otis le ofreció una botella de aguardiente. Gary dudó antes de cogerla, la destapó y olió. Luego bebió un trago. El aguardiente le abrasó todo el camino hacia el estómago. Tosió y resolló mientras devolvía la botella a Otis, quien le dio un gran trago.
-No digas nada a tu madre de esto.
-¿De dónde lo has sacado?
-Me parece que ya es hora de que sepas quién es Georgie. Es una mujer negra que ha elaborado aguardiente durante años. No cobra mucho. De todas formas, es todo lo que me puedo permitir. Lo tengo escondido allá, bajo la vieja silla de montar, por si alguna vez lo necesitas y yo no estoy. -Otis volvió a tapar la botella con cuidado-. ¿Tienes problemas de faldas?
Gary se encogió de hombros, evasivo, aunque el recuerdo de la traición de Jade quemó su estómago más que el alcohol.
-Son la única cosa de la creación de Dios que puede enloquecer a un hombre y hacerle hablar como tú lo has hecho. -Otis lo miró con severidad-. No me ha gustado lo que has dicho sobre tus hermanos y hermanas, porque eso es una falta de respeto hacia tu madre.
-Lo siento. No quise decir eso.
-Sí, sí querías. Pero quiero que sepas que cada uno de nuestros hijos fue concebido con amor. Estamos orgullosos de cada uno de ellos. -Los ojos de Otis se empañaron-. Estamos orgullosos sobre todo de ti. Te juro por mi vida que no puedo comprender cómo has salido tan listo. Supongo que te avergüenzas de nosotros.
-No, papá.
Otis suspiró.
-No soy tan tonto como para no saber por qué no traes nunca amigos a casa, Gary. Está muy claro. Escucha, tu madre y yo no queremos que te formes para cuidar de nosotros y de los chicos. Queremos que te vayas de aquí por una sola razón: porque tú lo deseas con todas tus fuerzas. No quieres ser un fracasado como yo.
»Lo único que he tenido a mi nombre es este desgraciado pedazo de tierra, y te aseguro que eso no es mucho. Pero ni siquiera lo compré yo, sino mi padre. He hecho lo mejor que he podido para mantenerlo.
Gary sintió unos terribles remordimientos por decir lo que había dicho. Otis se dio cuenta y le dio una palmada en la rodilla, en señal de perdón; la utilizó de apoyo para ponerse en pie.
-¿Has discutido con Jade? -Gary asintió-. Bueno, ya pasará. Una mujer debe tener sus momentos de vez en cuando, si no no sería una mujer. Cuando se ponen a llorar es mejor dejarlas un rato. -Después de darle ese sabio consejo se dirigió sin prisa hacia la puerta-. Ven a la hora de cenar, y mejor si haces tu trabajo.
Gary observó cómo se iba su padre. Su ondulante y estevado modo de caminar le llevó al sombrío patio, repleto de juguetes rotos de segunda mano y de excrementos de gallinas. Gary se cubrió el rostro con las manos y deseó que cuando las bajase y abriese de nuevo los ojos se encontrase a un montón de kilómetros de distancia, libre de sus obligaciones.
Todo el mundo, incluida su familia, esperaba demasiado de él. Estaba condenado al fracaso ya antes de empezar. Aunque escalase muchas montañas del éxito, nunca podría llevar a cabo las esperanzas que los demás tenían puestas en él. Nunca llegaría a ser lo suficientemente bueno ni lo suficientemente rico. Nunca sería Neal Patchett.
¿Pero por qué tenía Jade que lanzarse en sus brazos? ¿Y qué importaba si Neal era el chico más rico de la ciudad? Jade sabía lo superficial que era. ¿Cómo podía ella dejarse tocar por aquel tipo? Al mirar hacia el abandonado patio tuvo clara la respuesta: Neal Patchett no iba nunca al instituto con los zapatos llenos de mierda.
El resentimiento roía en su interior como el fuerte aguardiente en su estómago. Ella se arrepentiría. No tardaría en volver a él arrastrándose. Había tenido un flechazo por Neal, eso era todo. No duraría mucho. Era él, Gary, al que ella verdaderamente quería. Lo que habían tenido era muy profundo y duradero como para tirarlo. Tarde o temprano Jade recobraría el sentido. Mientras tanto, él haría..., ¿qué?
Su sentido de la responsabilidad le mostró la cara fea. Se levantó y fue a dar de comer al cerdo.r

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora