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Jade estaba trabajando en su mesa cuando Neal entró sin haber sido anunciado y sin ni siquiera haber llamado a la puerta. Loner no le había avisado de que alguien estaba afuera. Graham estaba pescando en un riachuelo cercano y se había llevado al perro para que le hiciera compañía.
Neal le sonrió, como si se hubieran despedido de la manera más amistosa.
—Hola, Jade.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—He traído a mi padre porque quiere verte.
—¿Para qué?
—No me gustaría estropearle la sorpresa.
Cualquier sorpresa que los Patchett preparasen sería desagradable.
—No quiero verle.
—No tienes elección.
Usó una silla plegable para mantener la puerta abierta de la casa móvil al salir. Cuando regresó, llevaba en sus brazos a Iván. Lo depositó en el sofá.
Jade se levantó tensa detrás de su escritorio. Engreído, Neal cogió la silla que aguantaba la puerta y se sentó, apoyando un tobillo en la pierna contraria.
—¿Para que me quería ver? —le preguntó a Iván.
—¿No preguntas por mi salud? —se burló—. ¿Ninguna frase agradable? ¿No quieres charlar primero?
—No.
Ella cruzó sus brazos sobre el vientre en un gesto de impaciencia.
—Si tiene algo que decirme, dígamelo. Si no, márchese.
—Esta no es la manera como yo trato a los amigos.
—Ésta es la manera como yo le trato a usted.
Acarició el suave pomo de su bastón.
—He visto fotografías de tu chico. Es realmente un muchacho bien parecido.
Recordó la costumbre que tenía Iván de mirar a la gente por debajo de sus pesadas cejas. Estaba utilizando este método de intimidación con ella. Era difícil mantener una fachada de indiferencia, especialmente cuando hablaba de Graham. Su demoníaca personalidad quedaba realzada por su deformación física.
Conservando su tono frío y monótono, ella contestó:
—Creo que lo es —respondió conservando su tono frío y monótono.
—Se te parece. Por lo menos desde lejos. Me gustaría verlo de cerca.
El corazón la estaba martilleando, pero conservó su expresión impávida y no dijo nada.
—¿Por qué no te sientas, Jade? —le sugirió Neal.
—Prefiero estar de pie.
—Como quieras.
La mano de Iván, llena de manchas y surcada de venas, desapareció en la chaqueta y sacó un sobre del bolsillo interior. Se lo tendió a Jade. Ella lo miró con desconfianza.
—¿Qué es esto?
—¿Por qué no lo abres y ves lo que es?
Jade alcanzó el sobre, abrió la solapa y sacó un documento de propiedad. Rápidamente examinó la hoja y entonces dirigió la vista hacia las importantes líneas al pie de las firmas de las partes involucradas en la transferencia de propietario.
—Otis Parker —susurró, aflojando sin tensión.
—Así es.
Iván se relamió como un carnívoro que acaba de devorar a su presa.
—Esta tierra es nuestra ahora. El contrato se firmó ayer.
Como en un trance, Jade regresó a la silla de su mesa y se sentó. Examinó las dobladas páginas del documento. Llevaba el sello de un notario, y era oficialmente incuestionable. No era de extrañar que Otis la hubiera estado evitando y que no hubiera respondido a los mensajes que ella había dejado a través de la señora Parker, que siempre parecía aturdida cuando ella llamaba. Jade había ido en coche hasta su casa para verlos, pero nadie había respondido a su llamada, aunque ella sabía que estaban en casa.
—¿Cuánto le disteis? —preguntó con un murmullo.
—Un millón de dólares.
—¿Un millón?
—Así es.
Neal se apoyó en su silla y dijo:
—Le prodigamos la misma cortesía que tú. No se tiene que mudar hasta dentro de dos años, si no quiere. Eso le dará tiempo para cultivar la cosecha de dos años. Aunque no lo va a necesitar con tanto dinero —añadió con una risotada.
—¿Cómo..., cómo llegasteis a juntar tanto capital?
Él parpadeó.
—Liquidé algunos activos, hipotequé otros y pedí un crédito a corto plazo. Cuando estás en el consejo del banco local puedes hacer este tipo de cosas. —Adoptó una benévola expresión—. Lo ves, Jade, todavía tienes mucho que aprender de cómo los chicos del Sur llevan los negocios.
—Llegaste a la ciudad moviendo tu culo como si fueras alguien. —Iván la miró con dureza—. Esos hijos de puta de Nueva York que representas son gatos falderos comparados conmigo.
Se golpeó ruidosamente en el pecho. Jade se humedeció sus labios, ansiosa.
—¿Cuáles son las condiciones del pago?
Neal miró riendo a su padre.
—¿Crees que nos chupamos el dedo, Jade? No te hemos dejado espacio para que maniobres. Hemos cerrado el trato con un cheque al portador por toda la cantidad. Otis casi se mea en los pantalones cuando le di el cheque.
Jade se las arregló para mantener sus facciones tranquilas. Dobló con cuidado el contrato y lo puso en el sobre, dejándolo en un lado de la mesa.
—Enhorabuena.
Como si la reunión hubiera acabado, cogió su bolígrafo y continuó con lo que estaba haciendo antes de que entrase Neal.
—¿Bueno?
Jade miró a Neal con una inquisitiva sonrisa en sus labios.
—¿Bueno?
—¿No tienes nada qué decir?
—¿Sobre qué?
—¡Maldita sea! —rugió Iván—. Sobre la tierra. ¿Qué piensas?
—Tú la querías. Ahora la tenemos —dijo Neal extendiendo ampliamente sus manos—. Puedes olvidarte de absorber a Otis. Ya no participa en este juego. Tengo lo que tu pomposa compañía quería. A partir de ahora deberás tratar conmigo.
Dejó caer el bolígrafo y dobló las manos debajo de su barbilla.
—Estás confundido. Mi compañía no está interesada en adquirir la propiedad que primero pertenecía a los Parker y ahora te pertenece a ti. —Sonrió dulcemente.
—¡Ah, caramba! —rió Iván—. Estás jugueteando para hacer bajar el precio.
—En absoluto, señor Patchett. Les estoy siendo sincera. No tengo el más mínimo interés en comprar esa tierra. Ahora, si me disculpan...
Neal se puso rápidamente de pie.
—¡Mientes, perra! Estoy seguro de que querías esa propiedad. Desde que has llegado a la ciudad te la has pateado, la has medido y la has hecho tasar. No intentes negarlo. Te he hecho seguir.
—Sí, pensé que lo harías —dijo ella con calma—. De hecho, contaba con ello.
Los pulmones de Iván resollaron cuando luchó para meter oxígeno.
—¡Maldita seas! —La miró furioso. Su alma demoníaca apestaba. Olía horriblemente—. Nos has hecho trampas, pequeña mierda. Nos has estafado.
—¡Cállate! —ladró Neal a su padre.
Cubrió la distancia que le separaba de la mesa de Jade con dos grandes zancadas y la agarró por los antebrazos, estirándola hacia sus pies.
—¿Quieres decir que nunca has querido la granja de los Parker? —dijo entre dientes.
—Así es. Yo sólo quería que tú la quisieras.
—Ha jugado con nosotros como si fuéramos una pareja de tontos —ladró Iván—. Hemos gastado un millón de dólares en un montón de mierda de cerdos.
Jade giró su cabeza hacia el viejo y lo miró con unos ojos azules ardientes.
—Una pequeña compensación por la vida de Gary, ¿no cree?
Neal la empujó desde detrás del escritorio y la zarandeó fuertemente.
—Nos has arruinado.
—Justamente como tú me arruinasteis a mí y a Gary.
La abofeteó con el dorso de la mano en la boca. Ella gritó. La puerta se abrió tan de golpe que creó un vacío dentro de la habitación. La silueta de Dillon y su fiera expresión pertenecían al dios del Trueno, pero habló letalmente.
—Te vas a arrepentir de esto.
Se abalanzó por la habitación, agarrando a Neal por el cuello y empujándolo contra la pared. Iván golpeó con su bastón a Dillon en la parte de atrás de la rodilla. Él lanzó un grito de dolor, se giró y agarró el bastón de Iván. Al principio Jade temió que lo usara para romperle el cráneo al viejo, pero en lugar de eso lo pisó por un lado, levantó el otro extremo y lo rompió como una ramita.
Apartó bruscamente las dos piezas y respondió al frenético grito de Jade mientras Neal se abalanzaba por detrás. Neal siempre había contado con otros para que pelearan por él. En cambio Dillon había aprendido la lucha callejera para sobrevivir. Se movía con precisión y suavidad, y le pegó en el vientre con el codo, a continuación le golpeó en la cara, rompiéndole la nariz.
Neal se tambaleó hacia atrás, chocó contra la pared y resbaló hasta el suelo. Dillon se situó delante de él, respirando pesadamente.
—Vete de aquí inmediatamente y saca a ese miserable viejo hijo de puta contigo.
Neal intentó lamerse la sangre de la barbilla, pero la sangre le goteaba desde la nariz y le caía sobre la camisa. Recobrando la dignidad que pudo, se esforzó en levantarse. Después de los golpes que Dillon le había propinado, no le resultaba fácil levantarse y arrastrar a Iván.
Jade los siguió hasta fuera, sabiendo que finalmente había llegado el momento que había esperado durante quince años. Los Patchett estaban derrotados y humillados.
Neal descargó a Iván en el asiento del pasajero de su El Dorado. Jade se quedó delante de la brillante parrilla cromada, cuando él pasó alrededor de la capota. Ella le puso el contrato en la palma de la mano.
—Espero que no tengas un día de paz mientras vivas.
Él estrujó el contrato en su puño.
—Te vas a arrepentir de esto. Te lo juro.
Se situó como pudo detrás del volante. Jade hizo visera para protegerse los ojos contra el sol y los vio marcharse. Ni siquiera tosió por la nube de polvo que los chirriantes neumáticos dejaron en su estela.
Sus rodillas se doblaron y se precipitó hacia el suelo en el mismo lugar donde estaba. Introdujo las manos en la tierra.
Dillon se agachó a su lado.
—¿Estás herida?
—No. Me siento estupendamente.
Le sonrió. Su cara estaba cubierta de polvo y sudor. Había una línea roja a lo largo de su frente que señalaba la marca que le había hecho el sombrero. Sus gafas habían dejado huellas semicirculares en sus mejillas, debajo de sus ojos, que irradiaban preocupación.
—Gracias, Dillon.
—Vi su coche y vine aquí tan pronto como pude. —Tocó suavemente su labio. Estaba hinchado pero no sangraba—. Aunque no lo bastante pronto.
—Ni siquiera duele.
Ella vigiló el coche que se alejaba velozmente por entre la nube de polvo.
—Lo hice —susurró ella de nuevo.
—¿Qué es lo que has hecho?
Ella le explicó el golpe que había llevado a cabo.
—Tenía tanto miedo de que no hubiesen caído en la trampa, de que adivinaran que mi interés en la granja de los Parker era mentira...
—¿Qué hubiera pasado si ellos no hubieran caído en la trampa?
—Mitch me dejó un legado. Yo ni siquiera sabía que existía hasta que se leyó su testamento. Si esto me hubiese fallado, podría haberlo usado para comprar la tierra de los Parker.
Él movió la cabeza con disgusto.
—Me llevaste hasta allí, me tuviste marcando el terreno como un tonto loco, y todo era para el espectáculo...
—Reconozco que te he utilizado. Te pido disculpas.
—Después de lo que los Patchett te hicieron —dijo dando una ligera sacudida con la cabeza—, tú no tienes que dar explicaciones de tus motivos ni de tus métodos.
—Ésta era mi vendetta. No te quería implicar a ti ni a nadie más de lo necesario.
Volvió a mirar fijamente a lo lejos. El día era cálido y bochornoso, aunque el verano estaba llegando a su fin. El cambio era inminente.
—Gary odiaba ser pobre —dijo tristemente—. Odiaba la pobreza tanto para él como para su familia. Solía decir que un día volvería a Palmetto y soltaría un millón de dólares en el regazo de su padre.
Se volvió hacia Dillon con una expresión radiante.
—Dillon, lo hice por él.
Rodeó su cintura con las manos y la puso en pie. Luego sonrió francamente por debajo del bigote.
—Creo que esto merece que lo celebremos.


Cuando la sirvienta entró en el gabinete y preguntó al señor Iván y al señor Neal cuándo les gustaría tomar la cena, Neal le arrojó una jarra de cristal. Ella se quitó de en medio en una décima de segundo y tuvo el sentido común de no volverles a molestar.
La habitación olía al coñac que se había derramado de la botella y que caía en la alfombra, pero los dos estaban tan embrutecidos por lo mucho que habían bebido que no notaron el olor.
—La muy puta —murmuró Neal mientras echaba más coñac en su copa—. Lo peor de todo es que ni siquiera fue tan buena. Era una asquerosa virgen. —Hizo un amplio gesto balanceando la copa y tirándose el coñac encima de la mano—. Todo ha sido por eso, ¿sabes? En aquella ocasión, Hutch, Lamar y yo nos divertimos con ella. ¿Cómo hubiéramos podido imaginar que se lo tomaría tan a pecho o que su novio se colgaría por ello?
—¡Siéntate y cállate! —gruñó Iván desde su silla de ruedas.
Su cabeza estaba hundida en sus hombros, como si el cuerpo le hubiera tragado el cuello. Sus ojos, por debajo de sus ceñudas cejas, eran puntas de aguja con una maliciosa luz.
—Estás borracho.
—Tengo todas las razones para estarlo.
Neal se abrió paso por la habitación hasta la silla de su padre y se detuvo delante de él.
—Por si lo has olvidado, papá, no tenemos más orinales en los que mear. Aparte de otras cosas, hemos utilizado los beneficios del próximo año para hacer frente al crédito.
—¿Y de quién fue la brillante idea?
—Tenía que resultar —dijo Neal a la defensiva.
—Bueno, pues no ha funcionado.
El modelo había sido impuesto desde que era niño. Neal estaba seguro de sí mismo y era arrogante hasta que se metía en problemas; entonces se volvía hacia su padre para que lo sacara de ellos.
—¿Qué vamos a utilizar como dinero, papá? —dijo tristemente—. ¿Cómo vamos a pagar a los trabajadores? La fábrica tendrá que cerrar.
Iván miró a Neal con una rabia patente.
—¿Por qué coño te preocupas de eso? Pronto no tendremos empleados porque todos estarán trabajando para la fábrica de Jade Sperry. La factoría Patchett de soja será historia.
La cara magullada de Neal se sacudió con una emocionada preocupación.
—No digas eso, papá.
—Eso es lo que ella había planeado hacernos durante todo este tiempo. Ella quería hacernos cerrar, nos quería arruinar.
Iván se quedó mirando a una diana en la lejana pared, como si la fuerza de su mirada pudiera destruirla.
—Y eso es exactamente lo que nos ha hecho.
Neal se dejó caer en el sofá y se llevó las puntas de los dedos a las cuencas de sus oscuros ojos.
—No sé cómo ser pobre. No quiero ser pobre.
—Deja ya de quejarte.
—Bueno, a ti no te importa lo que ocurra. Yo seré el que quedará con vida para palear toda esta mierda. El médico ha dicho que tienes el corazón y los pulmones hechos polvo. De todas maneras vas a morir pronto.
—No necesito a un médico para que me diga eso. —No parecía que estuviera cerca de la muerte. Sus ojos brillaban con una luz diabólica—. Pero una cosa es totalmente cierta. No me voy a morir sin haber igualado este marcador y para siempre. Esa chica Sperry no se va a salir con la suya. Dejemos que tenga su pequeña victoria a cambio de algo mucho más importante.
Súbitamente sobrio, Neal dejó su copa encima de la mesita del café.
—Su hijo.
—Eso es. Tal vez los Patchett estemos heridos, pero no estamos muertos. La primera cosa que vas a hacer mañana es llamar por teléfono e invitar a... Myra Jane Griffith.


Dillon estaba manejando la barbacoa del patio.
—Es un pescado con muy buena pinta —le comentó a Graham, que estaba ayudando.
—Gracias —contestó, sonriendo con orgullo—. Cada vez que voy a ese sitio del canal, pesco al menos uno.
—¿Cómo te va en el colegio?
Hacía dos semanas que había empezado el colegio en Palmetto, y hasta la fecha todo iba bien. Y así se lo contó a Dillon.
—Espero meterme en el equipo de fútbol. Las pruebas son la próxima semana.
—No te preocupes. —Dillon dio una vuelta completa a un filete de pescado—. ¿Echas de menos Nueva York?
—No mucho. Prefiero vivir en una ciudad pequeña. ¿Y tú?
Antes de contestar, Dillon miró hacia la casa. Graham siguió su mirada. Podían ver a su madre a través de la ventana de la cocina.
—Sí, me gusta esto —dijo Dillon volviendo a fijar su atención en el asado de la barbacoa.
—¿Qué harás cuando se haya acabado de construir la fábrica? ¿Te quedarás aquí o te irás a otro sitio?
Desde que había surgido el tema, Graham se había alegrado de tener la oportunidad de preguntar a Dillon por su futuro. Sería estupendo que el futuro de Dillon coincidiera de alguna manera con el suyo.
—Aún falta mucho para que la fábrica esté acabada —dijo Dillon—. Años. Después de eso no estoy seguro de lo que haré. No hago planes tan a largo plazo.
—¿Por qué?
—Porque descubrí que no es bueno.
Jade sacó la cabeza por la puerta trasera.
—Todo está preparado. Estamos esperando a los hombres.
—No por más tiempo. El pescado está a punto.
Dillon se giró hacia atrás.
—Graham, por favor, apaga el gas.
—Ahora mismo.
La interrupción de su madre había tenido lugar en un momento inoportuno. La última frase de Dillon le preocupaba, porque contradecía lo que decía su madre de que uno debía fijarse objetivos específicos y luchar por ellos sin importarle los obstáculos. También le hubiera gustado tener alguna garantía de que Dillon aún estaría por los alrededores durante bastante tiempo.
—Asegúrate de que la espita está bien cerrada —le advirtió Dillon.
—Me aseguraré.
Dillon colocó en un plato los filetes de pescado y los llevó hasta la puerta de atrás, que Jade mantenía abierta. Graham la miró cuando se inclinó y olió el pescado, relamiéndose con anticipación. Dillon dijo algo que la hizo reír.
De repente se sintió otra vez ilusionado. Cerró el gas con cuidado y lo siguió al interior. Siempre le había gustado que Dillon se quedara a cenar, pero hoy se respiraba una atmósfera de fiesta en la casa. No sabía con certeza qué se estaba celebrando ni tampoco le importaba. Lo único que le importaba era que a su madre se la veía más relajada desde que había llegado de Nueva York. Quizás había hecho caso al comentario que le había hecho hacía unas pocas semanas de estar muy tensa. Esta noche estaba completamente relajada.
Se había cambiado de ropa al llegar del trabajo y se había puesto un traje de un tejido blanco, suave y vaporoso. Los amigos le habían dicho que su madre estaba de buen ver, y era verdad. Cuando se sentaron para cenar, ella estaba excepcionalmente guapa.
Murmuró una oración de acción de gracias, como le habían pedido, y mientras servían los platos preguntó:
—¿Podemos jugar al Pictionary después de cenar? Dillon y yo formaremos pareja otra vez, como antes.
—¡Nunca más! —exclamó Jade. Agarró su cuchillo y golpeó el asa sobre la mesa—. La última vez hicisteis trampa.
—Yo no iría tan lejos y no llamaría hacer trampas a sus señales con las manos —dijo Cathy con diplomacia.
—Eso es hacer trampas —dijo Jade inflexible.
—Esto es una excepción. Retráctate.
Dillon alcanzó la esquina de la mesa y deslizó su mano por debajo de su cabello, apretando su cuello. Reflexivamente, ella levantó su hombro e inclinó la cabeza hacia un lado, atrapando su mano entre su mejilla y el hombro.
Graham observó un cambio inmediato en su expresión. No hubiera parecido más sorprendida si Dillon se hubiera levantado de la mesa y hubiera empezado a bailar desnudo. Ella levantó la cabeza y la giró hacia donde él estaba.
—Me retracto.
Su voz sonaba también graciosa, como si se hubiera acabado de un golpe un trago directo de whisky. Sus mejillas se sonrojaron y ella estaba respirando como si hubiera hecho gimnasia. Se continuaron mirando mucho rato después de que Dillon hubiera retirado suavemente la mano de su cuello. Cuando finalmente dejaron de mirarse, Dillon empezó a esparcir mantequilla en su panocha de maíz. Su madre parecía estar perpleja. Ella miró hacia su plato y se entretuvo con su cubierto como si nunca lo hubiera visto antes y no estuviese segura de cómo manejarlo.
Graham sonrió. Si su madre y Dillon no querían tener sexo, entonces él no entendía nada de nada.


—Todavía no me lo puedo creer. Cada vez que lo recuerdo me entran ganas de pellizcarme para asegurarme de que realmente ocurrió.
Jade se volvió hacia Dillon, que estaba sentado a su lado en el columpio recién instalado.
—Pasó, ¿verdad? ¿Esto no es un sueño?
—Sin lugar a dudas será un sueño para los Parker. Y una pesadilla para los Patchett. Los has hecho correr de miedo.
—Realmente doy miedo —dijo ella riendo.
—Lo puedes dar. Tú me diste miedo al dejarme sin habla aquella noche que me sacastes de la cárcel.
—¿Yo? Tú eras el que llevaba la poblada barba y el ceño sombrío.
—Pero mantuviste la situación bajo control. No había tenido dónde agarrar mi vida desde que murió Debra. Tu fría competencia me intimidó. ¿Por qué crees que me comporté como un cerdo?
—Creí que era una característica de tu encantadora personalidad.
—Puro miedo —dijo sonriendo.
Jade miró hacia la parte delantera de su jardín. A través de las densas ramas de los árboles, la luz de la luna estampaba sombras singulares en la hierba. Los grillos cantaban. La brisa olía ligeramente a agua de mar.
—Me gustaría que mi madre supiera lo que he hecho hoy.
No había amargura en su voz sino tan sólo un deseo.
—Nunca te he oído mencionar a tus padres. ¿Qué les pasó?
—Hubiera sido mejor que no me lo preguntaras.
Jade pasó media hora explicándole la difícil relación que tenía con su madre. Le explicó el suicidio de su padre y el distinto modo que ella y su madre habían reaccionado. Casi se desmayó al oír que Velta había hecho en parte responsable a Jade de su violación.
—Estabas equivocada —le dijo cuando terminó de hablar de Velta—. Me alegro de haberlo sabido. Me alegro también de que nunca haya tenido la oportunidad de conocer a tu madre.
—Toda mi vida he querido que ella me quisiera, pero nunca me quiso. No estuvo contenta cuando yo llegué, y nunca lo estuvo.
—Probablemente estuviera celosa de ti, Jade. Y aunque nunca lo llegara a admitir, posiblemente te admiraba.
—Quizá puedas imponer respeto cuando tienes treinta años. Pero no cuando tienes tres o trece. O incluso dieciocho. Nunca pude ser lo que ella quería que yo fuese.
—¿Y qué es lo que ella quería?
—Una sonriente y tonta belleza sureña que haría una buena boda y eso en Palmetto significaba echar el guante a Neal Patchett.
Dillon lanzó una maldición.
—Mis objetivos iban mucho más lejos que los suyos; ella no los podía ver y mucho menos entender.
—Bueno, dondequiera que esté, se habrá dado cuenta de que estaba equivocada. Probablemente esté lamentando lo que hizo.
—Me gustaría verla y hablar con ella. No quiero una disculpa. Lo que me gustaría es que viera lo bien que lo hemos pasado Graham y yo. Me gustaría saber si finalmente ha encontrado algo o alguien que la pueda hacer feliz.
—Suena como si la hubieras perdonado.
Jade sopesó la palabra «perdón» y le pareció que no era adecuada. Su madre pertenecía a otro tiempo. Velta no tenía ya el poder o la autoridad de hacerle daño.
—Sólo me gustaría que supiera que he cumplido lo que me propuse. Tanto si se ha arrepentido como si yo la he perdonado es irrelevante. Eso pertenece al pasado. A partir de hoy quiero mirar hacia el futuro, no hacia atrás.
Dillon dejó el columpio y se dirigió a la barandilla que rodeaba la galería. Sin que se hubiesen dado cuenta, se había hecho tarde. Detrás, la casa estaba silenciosa. Cathy y Graham se habían retirado ya. Dillon no parecía tener prisa en marcharse. Rodeó la barandilla con las manos y se inclinó desde la cintura.
—Últimamente he estado pensando mucho en el pasado.
—¿Sobre algo en particular?
—Sí. Llegué a la misma conclusión que tú: ha llegado el momento de dejarlo estar, de ir hacia delante.
Se volvió y abrazó sus caderas, poniéndose delante de ella.
—Toda mi vida he defendido la teoría de que si un individuo es bueno, trabaja duro y no choca con el barco cósmico, será recompensado. Las cosas le irán bien. El punto débil de esta teoría es que si lo estropea lo paga con creces. Le ocurren cosas malas. Últimamente he empezado a pensar que esta teoría está equivocada.
Ella notó que los ojos de él la acariciaban a través de la noche plateada.
—Estás hablando de tu mujer y de tu hijo.
—Sí.
—Cuando pasa un accidente como ése, Dillon, ¿no es natural que el ser humano busque una explicación? ¿Y no es natural también que, puesto que tenemos que culpar a alguien de lo ocurrido, nos culpemos a nosotros mismos?
—Pero yo hice una ciencia con ello. Empezó cuando murieron mis seres queridos. Recuerdo que me inquietaba buscando la razón por la que había hecho enfadar tanto a Dios. Esto era antes de que los consejeros de niños supieran decir a los niños que cuando las cosas van mal no es culpa suya. —Giró una de sus manos y se examinó los callos en la base de los dedos—. Si empiezas a pensar de esa manera cuando eres un crío, sigues pensando así en la adolescencia y en la madurez. Estaba siempre pendiente de mantener la cuenta de las buenas acciones nivelada con la de los fallos, para que no hubiera más errores que aciertos. Cuando hacía algo mal, esperaba que el martillo cayera. —Volvió su cabeza, poniéndose de perfil—. Cuando Debra y Charlie murieron, pensé que la había jodido. —Se rió desaprobadoramente—. ¡Qué vanidoso es pensar que uno controla los destinos de otras personas!, ¿no crees?
»Durante todos estos años, yo he asumido la culpa de sus muertes. Yo me imaginaba que era la retribución por algo que había hecho o dejado de hacer.
Jade cruzó la terraza y se detuvo cerca de él, en la barandilla, pero no le interrumpió. Movió la cabeza con disgusto.
—El punto de partida es que esta mierda pasa, tal como se dice, la vida da palos de ciego. La mierda pasa. Las tragedias acontecen a gente buena. La fortuna sonríe en un estanque de nata. —Sus ojos conectaron con los de ella.
—No puedes imaginarte lo bien que se siente uno sin esta carga de culpabilidad.
—Debra y Charlie fueron víctimas de la desgracia, Dillon. Como lo fuiste tú.
—Gracias por ayudarme a verlo. —Levantó la mano hacia un lado de su cara, como si la fuera a acariciar. Entonces, con los dedos, le apartó unos oscuros mechones de su cara—. Eres hermosa, Jade.
Ella se sintió muy tranquila y sosegada en su interior, porque no estaba experimentando la clamorosa alarma que se disparaba cuando un hombre la tocaba; no quería hacer nada, ni siquiera parpadear, tragar saliva o respirar, porque eso hubiera disparado su terror.
En vez de concentrarse en sus propias reacciones, intentó dirigir toda su atención hacia Dillon. ¿Qué es lo que él veía en ella con esos intensos ojos verde grisáceos? ¿Notaba sedoso su cabello entre sus dedos? ¿Estaba también sujeto a la misma expectación que la dejaba sin aliento?
«¿Expectación, para qué?», se preguntó ella.
Era un pensamiento desagradablemente destructivo, así que lo alejó de sí. Ella escucharía cada latido de su corazón, y por ahora no quería que nada la molestase.
Él extendió su brazo derecho a nivel de su hombro y se abrazó a la columna que ella tenía detrás. Atrapada entre la columna y él, Jade sintió una sensación de pánico. Pero cuando él pronunció su nombre con su voz profunda y tranquila, se relajó.
—¿Jade?
—¿Hmm?
—Estoy a punto de hacer algo que has repetido varias veces que no haga.
Sintió una sensación de vacío en el estómago y notó su aliento, cálido y húmedo en su cara. Mantuvo sus ojos abiertos tanto como le fue posible antes de que se le cerraran involuntariamente. Su bigote le acarició el labio superior. Con la punta de su lengua tocaba tan suavemente el centro de sus labios que al principio pensó que era una imaginación suya.
—Ahora te voy a probar, Jade.
Giró su cabeza y alineó sus labios con los de ella. Sorprendentemente, sus labios se abrieron receptivos. Él hizo un sonido apenas audible y presionó su lengua hasta el interior de su boca. Aplicó una decidida y suave presión sobre sus labios y una deliciosa succión a su boca. Su lengua se movía en el interior, pero no la sentía como invasora.
La oscura calidez de la noche descendió a través de ella con el profundo misterio de su beso. Sintiéndose mareada, buscó un apoyo. Su mano se agarró a su brazo, que seguía sujeto a la columna. Él susurró su nombre y acercó su cuerpo hasta sentir su ropa. Colocó suavemente una de sus manos en su cadera. Sus labios acariciaron y mordisquearon los suyos. Los cepilló con sus bigotes. Con suavidad arrastró su labio inferior entre sus dientes. Bajó su cabeza y le besó en la nuca.
Ella lanzó un ligero grito.
—Tengo miedo.
—¿De mí?
—De esto.
—No tengas miedo.
Jade cerró los ojos e intentó no pensar.
Dillon esperó.
—¿Estás bien? —Levantó su cabeza y la miró a la cara—. ¿Jade?
Ella posó su mano en su pecho agitado.
—No puedo respirar.
Un lado de su bigote se elevó.
—¿Eso es una buena o mala señal?
—No estoy segura.
—Lo tomaré como una buena señal.
—De acuerdo.
—Relájate. —La reclinó en la columna—. Respira profundamente.
Obedeció como un niño. Con los ojos cerrados, aspiró suavemente bocanadas de aire. Cuando volvió a abrir sus ojos, la cara de Dillon se acercaba a la suya y volvió a quedarse sin aliento.
—Me siento como una tonta.
—Tienes que superar la peor pesadilla de una mujer.
—Quiero superarla. —Las palabras salieron precipitadamente—. Realmente lo deseo.
—Bueno, eso está bien —dijo él con voz apagada—. Trabajaremos en ello. Tengo en la cabeza pasar un largo fin de semana juntos. Sin ataduras. Sin expectaciones. Sólo aislarnos de todo lo que nos resulta familiar para que nos podamos relajar. ¿Qué dices?
—No.
Él dejó caer sus manos y dio un paso hacia atrás. Su expresión reflejaba rabia y frustración.
—Entonces no puedo seguir besándote. Porque más tarde o más temprano perderé la cabeza. Mi polla empezará a pensar por mí, y terminaré asustándote. Y eso no lo quiero.
Se apartó de ella y bajó las escaleras.
Ella le alcanzó antes de que llegara a la furgoneta.
—Dillon, no lo entiendes.
—Lo entiendo. Te juro que lo entiendo, lo único que pasa es que... —Peinó su pelo con su mano—. Bueno, no puedo seguir.
Ella le agarró por las solapas.
—No. Te digo que no has entendido lo que te estaba intentando decir. No quiero esperar hasta un largo fin de semana. Quiero intentarlo esta noche. —Nerviosamente, humedeciéndose los labios, miró implorante a Dillon—. Ahora, Dillon.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora