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Tallahassee, Florida, 1983
Casi todo el mundo del vuelo transatlántico se había dormido a causa de la sosa película. Dillon no podía dormir. El asiento del avión no había sido diseñado para un hombre de su tamaño. Todo cuanto podía hacer era apoyar la cabeza en el asiento y cerrar los ojos.
Al oír a Debra moverse, se volvió para comprobar cómo estaba. Ella colocó la mano sobre su hijo, que dormía, después miró a Dillon y sonrió.
-Es un buen pasajero -susurró-. Nadie creería que éste es su primer vuelo.
El pequeño Charlie, de seis meses, dormía boca abajo, en una acolchada canastilla. Al hacer ruido con la nariz, sus padres volvieron a mirarse y sonrieron.
-Intenta dormir un poco -dijo Dillon con suavidad. Se acercó a ella y le acarició el cabello-. En cuanto lleguemos a Atlanta, tu familia no nos dejará un minuto tranquilos.
-Nada de eso. Estarán tan encantados con Charlie que no nos harán caso. -Le mandó un beso con la mano, luego se acurrucó lo más cómodamente que pudo bajo la manta del avión, y cerró los ojos.
Dillon continuó mirándola, con el corazón latiendo de emoción al recordar lo cerca que había estado de perderla hacía año y medio. Los meses que siguieron a la enfermedad que produjo la pérdida de su hijo, Debra se sintió muy deprimida. Sus padres fueron a Francia y estuvieron con ella mientras se recuperaba de su enfermedad física. Los Newberry se quedaron todo el tiempo que pudieron, al marchar se la confiaron a Dillon, que se sintió incapacitado para tratar su depresión.
Ella no tenía interés en volver a hacer las actividades de antes, entre ellas las clases de cocina. Ya no mantenía ordenado el apartamento. Cuando Dillon llegaba del trabajo por las tardes, tenía que ocuparse de los menesteres de la casa. La ropa sucia se amontonaba hasta que él encontraba tiempo para ocuparse de ella. Debra pasaba los días durmiendo. Ésa parecía la única manera de aplacar su dolor.
Dillon lloraba la pérdida de su hijo trabajando más de lo normal. Su panacea era un enorme esfuerzo físico. El agotamiento le proporcionaba un refugio temporal de olvido.
En cambio Debra no había encontrado ese alivio para su sufrimiento. Incluso se negaba a hablar del tema con Dillon cuando éste lo sacaba a relucir, pensando que hablar de ello la desahogaría. Dillon consultó con el médico de Debra, y éste le aconsejó que supiese esperar.
-La señora Burke ha sufrido una desgracia emocional muy grave. Debe tener paciencia con ella.
Dillon era la paciencia personificada con Debra. En cambio, carecía de paciencia con los tópicos de los llamados médicos profesionales. Cuando pasaron las semanas y no vio señal alguna de mejora, pensó en mandar a Debra a casa por un tiempo. Creía que si estaba con su familia tal vez mejoraría su estado de ánimo y recuperaría su optimismo.
Sin embargo, nunca tuvo el suficiente coraje para sugerirlo siquiera. Le molestaba ver cómo ella se quedaba mirando fijamente el espacio, totalmente ida, pero habría sido peor no verla en absoluto. No le quedó otra alternativa que dedicarse a ejercitar la paciencia que el doctor le había recomendado.
Durante ese tiempo la única obsesión de Debra fue el sexo. En cuanto su cuerpo se hubo recuperado, ella le incitaba a hacer el amor, aunque Dillon no habría llamado así al frenético ejercicio que practicaban. El acto no estaba inspirado por la pasión ni el deseo sino por la desesperación. Tampoco el placer era el objetivo perseguido. Dillon quería perforar el aislamiento que Debra se había impuesto a sí misma. Ella quería volver a quedarse embarazada lo antes posible.
No había tiempo para una excitación preliminar. Cada noche se poseían sudorosamente, balanceando la cama en una cópula delirante. Después, Dillon se sentía vacío y triste, pero continuaba haciéndolo porque esos minutos eran los únicos del día en que Debra daba señales de vida.
A veces, cuando Dillon estaba al borde de la desesperación, se consolaba pensando que por lo menos ya no tenía que luchar con Haskell Scanlan.
Forrest G. Pilot había revocado el despido del contable, pero lo había mandado a Estados Unidos. Eso satisfizo a Dillon. No le importaba lo que hiciera Scanlan ni donde lo hiciera mientras permaneciese fuera de su vida. El sustituto de Scanlan era un francés mucho más tratable, que además hablaba un buen inglés.
El estado emocional de Debra experimentó un giro de ciento ochenta grados el día en que confirmó que estaba embarazada. Cuando Dillon acababa de traspasar el umbral de casa, ella se lanzó en sus brazos. Semejante euforia era tan inesperada que él se cayó de espaldas. Ella se tiró encima de él, riéndose como hacía antes del desastroso viaje a Zermatt.
-Estoy embarazada, Dillon. Estoy embarazada.
Antes de que pudiera reponerse de la sorpresa, ella ya le estaba desabrochando la camisa y besando su pecho apasionadamente. Hicieron el amor en el suelo, como antes: con un fervor originado por amor y cariño.
-Dios mío, qué bueno es volver a tenerte -susurró él mientras acariciaba sus labios con los dedos, y penetró en ella.
Sus vidas volvían a ser resplandecientes, como si se hubiese descorrido una oscura cortina. La vida era preciosa, pero el pesimismo volvió a atormentarle durante el embarazo de Debra. ¿Y si se volvía a producir una tragedia? Debra volvería a sufrir otra depresión que ninguno de los dos podría superar. Al aproximarse el cuarto mes de embarazo, período en el que habían perdido el primer niño, la preocupación de Dillon se hizo insostenible. Una tarde dijo a Debra de repente:
-Voy a mandarte a casa para que tengas el niño, y no quiero oír ninguna protesta.
-Ya estoy en casa.
-Ya sabes lo que quiero decir. A Georgia. Con tu madre. Ella se encargará de que todo vaya bien. Además, quiero que nuestro niño nazca en suelo americano.
Ella le dirigió una astuta mirada.
-Por fin conseguiste una, ¿verdad?
-¿Conseguir una qué?
-Una querida. Según nuestra vecina de abajo, todos los franceses tienen una, por lo menos. Me advirtió que sólo era cuestión de tiempo el que tú adoptases esa costumbre, sobre todo ahora que mi figura ya no es esbelta ni seductora.
-Eres extraordinariamente atractiva -gruñó él, colocando las manos sobre su abdomen. La subió y acercó hacia él, besándole la tensa piel. Luego sus labios se dirigieron a sus pechos, que no llevaban sujetador-. Tú sí que has adoptado algunas costumbres francesas -murmuró, al pasar su lengua por uno de los oscuros pezones.
-Todos los sujetadores me quedan demasiado pequeños. -Estrechó sus pechos con las manos y se los ofreció. Él la acarició con la boca, hasta que sus jadeos probaron que la vecina de abajo estaba equivocada.
Más tarde, ella yacía con su espalda apoyada en el pecho de él, que tenía la mano sobre la barriga de ella. Debra le preguntó adormilada:
-¿Cuándo planeaste facturarme a casa de mi madre?
-Olvídalo -suspiró él, besándola en la oreja-. No vas a ir a ninguna parte.
Dillon no se quedó tranquilo hasta que por fin sostuvo en brazos a su hijo recién nacido. Charles Dillon Burke era un milagro ante los ojos de su padre. Dillon estuvo loco de contento desde que lo vio por primera vez.
Continuó con su buena suerte en el trabajo. El edificio de seguros fue terminado a satisfacción de todo el mundo. Forrest G. Pilot acudió desde Florida para inspeccionarlo personalmente. A Dillon le pareció que había envejecido bastante y que estaba tenso. Aun así, Pilot elogió a Dillon por su buen trabajo, y demostró su aprecio dándole una gratificación.
-Tómate un mes y medio de vacaciones pagadas. Eso te dará tiempo para hacer el traslado antes de volver al trabajo.
Antes de ir a Tallahassee decidieron pasar un par de semanas en Atlanta, en casa de los Newberry, para que éstos se pusiesen al día con su nuevo nieto. Dillon estaba seguro de que Forrest G. tenía grandes planes para él. Había satisfecho más que sobradamente las expectativas del viejo hombre.
Dillon descansó la cabeza en el duro respaldo del asiento y cerró los ojos satisfecho. Por encima del sonido de los motores del jet podía oír la respiración de Debra y los dulces y guturales sonidos que Charlie producía en su sueño.


-¿Qué demonios está pasando aquí? -rugió Dillon-. ¿Dónde está Forrest G.? ¿Qué haces tú en esa mesa?
Haskell Scanlan se apoyó en la suntuosa butaca de cuero y observó a Dillon con aire de superioridad.
-Es para mí un honor informarte que el señor Pilot ya no trabaja aquí.
Dillon necesitó una infinita fuerza de voluntad para no saltar por encima de la mesa, agarrar a Scanlan por su escuálido cuello y matarlo. Era una sorpresa demasiado desagradable para su primer día de vuelta al trabajo.
Cuando unos minutos antes vio la desconocida señal en la plaza de aparcamiento, confió en que sólo significase un nombre y un logotipo nuevos de la compañía. Sin embargo, nada más entrar en lo que antes había sido la oficina de Forrest G. se encontró con la única persona que nunca habría deseado ver. Las Industrias de Ingeniería Pilot tenían un nuevo dueño y una nueva administración, y Haskell Scanlan llevaba el timón.
Dillon miró a su viejo enemigo.
-¿Qué ha pasado con Forrest G.?
Los largos dedos de Scanlan acariciaron de arriba abajo el borde de la brillante mesa.
-Tu mentor se ha retirado.
Dillon se burló.
-Él no dejaría libre esa silla sin oponer resistencia.
-Hubo un pequeño escándalo -admitió Scanlan-. Me sorprende que no lo hayas leído en los periódicos.
-He estado ocupado con el traslado de la familia. ¿Qué pasó?
-Con los fondos que había disponibles, la compañía para la que ahora trabajas decidió que podía hacer más de lo que el señor Pilot estaba haciendo.
-En otras palabras, fue un relevo hostil. Vino un conglomerado y echó a Forrest G. a la fuerza. -Los ojos de Dillon se achicaron-. Me pregunto quién les proporcionó la información desde dentro.
La sonrisa de Scanlan era tan repulsiva como el ruido que hacen las uñas en una pizarra.
-Yo hice lo que pude para ayudar a los nuevos propietarios.
-No lo dudo -comentó Dillon despreciativo-. Estoy seguro de que lamiste el culo de todos hasta que la lengua te quedó dolorida.
Scanlan brincó de la silla y se puso en pie, parpadeando furioso. Tenía las mejillas hinchadas, como las de una víbora.
-Adelante, Scanlan, golpea. Venga, dame un buen motivo para darte una paliza.
Scanlan dio un paso hacia atrás.
-Si valora en algo su trabajo, más vale que cuide sus modales cuando se dirija a mí, señor Burke. No hemos despedido todavía a ningún empleado desde que estamos aquí, pero será inevitable. No me importaría que usted fuese el primero.
Dillon estuvo tentado de mandar a la mierda a Scanlan y salir de la oficina dando un portazo. Pero ¿en qué lugar le dejaría eso a él? No iba mal de dinero gracias a la bonificación que Forrest G. le había dado. Sin embargo, había tenido muchos gastos con el traslado. No habría muchos trabajos disponibles en Tallahassee, y no podía pedir a Debra y a Charlie que se volviesen a mudar justo cuando acababan de instalarse.
Habían decidido no comprarse una casa hasta que estuvieran más familiarizados con la ciudad. Lo que habían hecho era alquilar una en un barrio limpio y respetable. El jardín era más pequeño de lo que a Dillon le hubiera gustado, y sólo tenía un árbol. No obstante, Debra parecía contenta.
Por ahora sería estúpido morder la mano que le daba de comer.
-¿Qué es lo que tienes para mí? -refunfuñó Dillon.
Scanlan se subió un poco los pantalones para sentarse. Cogió una carpeta, la abrió y pasó el dedo por una columna de nombres.
-Hay un cubículo disponible para ti en el segundo piso. El número 1.120. Puedes trasladar tus cosas hoy mismo y empezar mañana.
-¿Me vuelves a colocar en un despacho de dibujo? -gritó Dillon-. ¿Qué coño pretendes?
-Ése es el único trabajo que tengo libre en estos momentos. O lo tomas o lo dejas.
Dillon murmuró una serie de tacos en francés.
-Desde luego, ni que decir tiene -añadió Scanlan-, que el trabajo de un dibujante no tiene la misma remuneración que el de uno que trabaja en la obra, así es que te ajustaremos el sueldo.
-Debes estar disfrutando con esto, ¿verdad? -dijo Dillon.
Scanlan sonrió encantado.
-Enormemente.
-No puedo volver al dibujo. Tiene que haber algo más.
Scanlan lo observó durante unos minutos. Luego, echó para atrás su silla, se dio la vuelta y cogió una carpeta del fichero que tenía detrás.
-Ahora que lo dices, acabo de acordarme de algo. Hace poco adquirimos una propiedad en Mississippi que necesita una extensa renovación antes de que resulte rentable. ¿Te interesa?


Dillon resumió la explicación a Debra.
-Así que o acepto el trabajo de Mississippi o vuelvo a dibujar. -Golpeó un puño contra la palma de la otra mano-. No sé por qué no le he pegado un puñetazo a ese hijo de puta y me he largado.
-Sí, sí lo sabes. Ya no eres un camorrista callejero. Eres un padre de familia, un profesional que no va a permitir que un tipo desgraciado como Scanlan le derrote.
-Bueno, en estos momentos ese tipo desgraciado tiene la sartén por el mango, y lo sabe perfectamente. Después de dejarle, he buscado otro trabajo. Por lo menos he hecho un par de docenas de llamadas. La respuesta siempre ha sido la misma: nadie tiene ningún trabajo disponible.
-Aparte de querer arrancarle la cabeza a Scanlan, ¿qué quieres hacer?
-No lo sé, Debra. -Se dejó caer en el sofá y se frotó los ojos, cansado-. Lo que sí sé es que no quiero volver a dibujar.
-Entonces acepta el otro trabajo y nos trasladamos a Mississippi.
Dillon cogió en brazos a Charlie, que estaba en el regazo de Debra. El niño agarró con fuerza el dedo índice de su padre.
-Tengo una alternativa. No es perfecta, pero ten en cuenta que sólo será temporal.
Después de haber expuesto su plan, ella le preguntó:
-¿Dónde vivirías?
-En el remolque que hay allí. Me las podría arreglar con una pequeña cama, una nevera y un calentador.
-¿Y qué me dices de un lavabo?
-Usaré el Port-o-lets. Además, el edificio en el que trabajaré tiene una ducha. Scanlan me dio los planos para estudiarlos antes de tomar una decisión.
La expresión de Debra reflejó su falta de entusiasmo.
-¿Vendrías a casa cada fin de semana?
-Sin falta. Te lo juro.
-No veo por qué no nos podemos mudar todos a Mississippi.
-Porque Scanlan sería capaz de quitarme el trabajo nada más instalarnos. Nos estaría haciendo jugar al gato y al ratón indefinidamente.
-Pero esto también es indefinido -replicó ella tristemente-. Podría retenerte allí para siempre.
Dillon sacudió la cabeza.
-Con este trabajo no tendré la misma relación emocional que tuve con el edificio de Versalles. Lo dejaré que se pudra en el momento en que me entere de algo nuevo. He cursado solicitudes de trabajo por toda la ciudad. Tarde o temprano saldrá algo.
»Scanlan nunca me ha perdonado por sacarle de su puesto en Francia. Consiguió vengarse en Forrest G., y ahora me da a elegir entre una mierda o volverme a meter en uno de esos malditos despachos. Él espera que yo escoja lo último porque es más fácil, pero no pienso darle esa satisfacción a ese hijo de puta.
Se acercó a su esposa, con Charlie en brazos, y la besó en la sien.
-Confía en mí, Debra. Ésta es la mejor solución. Las semanas pasarán tan rápido que no tendrás ni tiempo para echarme de menos.
Por desgracia el tener que viajar diariamente para ir a trabajar no resultó ni tan provisional ni tan fácil como Dillon había esperado. Su alojamiento en Mississippi era asqueroso, pero no se lo comentó a Debra porque ésta estaba haciendo un gran esfuerzo para mantener una actitud positiva.
A simple vista, no había salida. Un otoño excepcionalmente lluvioso había hecho que todas las obras en construcción de todo el sur estuviesen desiertas. Hubo muchos despidos temporales. Nadie quería contratar a un ingeniero de construcción, aunque fuese brillante, ambicioso y muy decidido.
Durante su estancia en Atlanta, Dillon había comprado un coche. Se lo dejó a Debra, y las idas y venidas de Mississippi las hacía en una motocicleta de segunda mano. Llegaba tarde a casa los viernes por la noche, y los domingos tenía que irse a primera hora de la tarde. Eso apenas le proporcionaba tiempo para descansar del agotador fin de semana, antes de empezar a trabajar el lunes por la mañana.
El trabajo en sí no era nada interesante. La mayor parte implicaba restauración interior. Construía nuevas paredes, reemplazaba techos que se caían por otros nuevos, instalaba mejores pavimentos. El edificio era viejo y feo, y cuando acabase con él seguiría siendo viejo y feo. No obstante, él trabajaba con los mismos principios con los que habría trabajado si el edificio hubiera sido nuevo. Manejaba un barco pequeño y se empeñaba en que los trabajadores diesen el ciento por ciento de rendimiento. Era cuestión de orgullo. Además, no pensaba darle facilidades a Scanlan. Scanlan podría degradarlo o despedirlo por resentimiento, pero nunca por hacer un mal trabajo.
La situación creó tensiones en la familia de Dillon. Los fines de semana se acumulaban el trabajo, y eso hizo desaparecer algo de la alegría que antes tenían. Quehaceres domésticos que Debra no podía hacer recayeron en Dillon. Normalmente a él no le habría importado hacerlos, pero cada sábado por la mañana se pasaba varias horas ocupado en tareas de la casa, cuando lo único que él quería era dormir, hacer el amor a su esposa y maravillarse con la rápida evolución de su hijo.
Aunque estaban rodeados de jóvenes familias como ellos, no llevaban ninguna vida social. Eso empezó a notarse en Debra. Se pasaba toda la semana sola con un bebé que aún no tenía el año. Se volcó en Charlie y era una madre excelente, pero no tenía ninguna válvula de escape y parecía poco dispuesta a participar en ninguna actividad del vecindario. Dillon empezó a notar síntomas de una progresiva depresión, y eso le asustó.
Un domingo por la tarde, mientras se preparaba para el viaje a Mississippi, la cogió entre sus brazos.
-El próximo viernes prepararé una fiesta y vendré pronto a casa. ¿Crees que lo podrás soportar?
El rostro de Debra se iluminó con una sonrisa radiante.
-Oh, Dillon, ¿de verdad? Será fantástico.
-No he terminado con todas las tareas de tu lista de este fin de semana. Tendré tiempo de sobras para hacerlo todo y vaguear un poco la semana que viene. Consigue una canguro para el sábado por la noche. Nos arreglaremos y saldremos. Cenar. Bailar. Ir al cine. Lo que tú quieras.
-Te quiero -contestó ella, hundiendo la nariz en el cuello de su camisa.
Se abrazaron y besaron hasta que él tuvo que hacer el gran esfuerzo de dejarla para marcharse. Cogió su casco. Debra lo siguió hasta la puerta llevando a Charlie en brazos, quien a fuerza de practicar había aprendido a decir adiós con la mano.
Dillon no se atrevió a pedir formalmente el día libre a Scanlan, por lo que pidió a uno de los subcontratistas que estuviera al tanto de todo mientras él estaba fuera. Sólo le costó una cerveza.
El jueves por la tarde telefoneó a Debra.
-No llamarás para decirme que no vienes, ¿verdad? -preguntó ella ansiosa.
-Oye, un poco de confianza, ¿no? Claro que voy. -Bajó el tono de voz y añadió con un acento a lo Groucho Marx-: Tengo planeado hacer muchas cosas este fin de semana. -Ella soltó una risita tonta-. ¿Qué estás haciendo?
-Preparándote unas cuantas sorpresas.
-Mmm. Estoy impaciente por llegar. ¿Ese que oigo por ahí es mi hijo?
-Sí, está chillando porque sabe que estoy hablando contigo.
-Dile que dentro de unas horas estaré ahí.
-Ve con cuidado, Dillon. Por aquí hace un tiempo horrible.
-Antes de que te des cuenta estaré ahí.
Las inclemencias del tiempo no le hicieron desistir de emprender el viaje, pero le obligaron a ir más despacio. Florida estaba sufriendo la tempestad más fría de todos los tiempos. La lluvia era fuerte. A veces, bolitas de aguanieve golpeaban la visera del casco. En el interior de los guantes de cuero, los dedos estaban congelados. Cuando llegó finalmente, Tallahassee no le había parecido nunca tan bonita.
En cuanto abrió la puerta de la casa fue saludado por unos aromas tentadores procedentes de la cocina. En medio de la mesa del comedor había un jarrón con flores frescas y una tarta de chocolate que tenía escrito su nombre. La carne asada se estaba haciendo lentamente en el horno.
-¿Debra? -Dejó en una silla el casco y los guantes y se dirigió a la parte trasera de la casa, donde estaban los dormitorios-. ¿Estáis en el baño? -Comprobó la habitación de Charlie, pero la cuna estaba vacía-. ¿A qué estáis jugando? ¿Forma esto parte de la sorpresa?
Dillon abrió la puerta de su dormitorio y se quedó quieto cuando vio a su mujer y a su hijo estirados pacíficamente encima de la cama. Debra rodeaba a Charlie con su brazo. Su dorado cabello se extendía precioso sobre la almohada. El corazón de Dillon latía lleno de amor. La pobre Debra se había quedado agotada preparándole el fin de semana. Se dirigió hacia la cama, se sentó en el borde y acarició su impecable mejilla.
Entonces fue cuando se dio cuenta de que no estaban durmiendo.


A menudo Haskell Scanlan trabajaba hasta tarde en su afán por conseguir el éxito, pero un día en particular estuvo más tiempo de lo normal. Ya era muy de noche cuando abandonó el edificio. Sólo quedaba su coche en el garaje.
Una esbelta y oscura figura le bloqueó el camino. Antes de que Scanlan pudiese expresar su sorpresa, un puño le golpeó la boca como un mazazo, rompiéndole todos sus dientes frontales y empujando su cabeza hacia atrás con tal impacto que estuvo en tracción durante dos meses. Antes de caer al suelo, una mano lo cogió por el cuello y le pegó de nuevo. El segundo golpe le fracturó la mandíbula. Un último puñetazo dirigido al estómago le causó una hernia en el bazo.
Estuvo una semana semiinconsciente en el hospital antes de poder comunicar a la policía el nombre de la persona que sospechaba era la causante del brutal y al parecer no provocado ataque.
El coche de la policía se dirigió a la dirección que le habían dado. Nadie contestó a la puerta. Los dos agentes interrogaron a la vecina de la casa de al lado.
-Después de los funerales -les dijo-, sólo estuvo por aquí unos días.
-¿Funerales?
-Su mujer y su hijo murieron hace tres semanas por asfixia. ¿Se acuerdan cuando tuvimos la tormenta de aguanieve? Antes de echarse a dormir un poco, la señora Burke encendió el horno por primera vez en la temporada. No funcionaba bien, así es que murieron mientras dormían. El señor Burke los encontró cuando llegó a casa.
-¿No sabe dónde está?
-Hace más de una semana que no lo veo. Pensé que había vuelto al trabajo.
Los agentes consiguieron una orden de registro y entraron en la casa. Según ellos, parecía que nada se había tocado desde el día del fatal accidente. Había un ramo de flores marchitas en un jarrón de agua podrida encima de la mesa. Al lado quedaban los restos de un pastel de chocolate que las hormigas habían atacado.
Nadie de la obra en Mississippi había vuelto a ver al señor Burke desde el jueves por la tarde que se había ido. Sus compañeros de trabajo expresaron su pena por la muerte de su familia.
-Estaba loco por su hijo -dijo uno-. Siempre estaba hablando de él.
-¿Qué sentía por su esposa?
-Su fotografía sigue todavía en el remolque. No se la pegaba con otras mujeres, si es eso lo que me está preguntando.
Los cargos por asalto a Haskell Scanlan fueron archivados. El único sospechoso había desaparecido. Parecía como si se hubiese desentendido de todo.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora