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Dillon condujo con una sola consideración: velocidad.
—Esos hijos de puta, ¿qué es lo que le han hecho? ¿Cogerle de la carretera?
—No lo sé. Neal no lo dijo. —Los ojos de Jade estaban fijos en la carretera—. Todo lo que dijo fue que Graham y Myra Jane Griffith estaban en su casa manteniendo una conversación que él pensaba que me podría interesar.
—¿Myra Jane es...?
—La madre de Lamar Griffith.
Dillon alcanzó su mano a través del asiento y se la apretó.
—No te pueden hacer más daño, Jade.
—Tienen a mi hijo.
—No se atreverán a ponerle un dedo encima.
—Tal vez no físicamente. Pero tienen sus caminos. Créeme. Tú no los conoces como yo.
Tan pronto como Neal dejó su escalofriante mensaje, ella arrojó el teléfono de la oficina, sacó algo del cajón de abajo de su mesa y echó a correr hacia la puerta.
—Me voy contigo —le dijo Dillon—. Cathy, cierra la oficina por favor. Lleva el coche de Jade a casa y espéranos allí. Te llamaremos en cuanto podamos.
Dillon interceptó a Jade en su Cherokee y la llevó a su furgoneta.
—Éste es mi problema, Dillon. Mi lucha. Yo la llevaré adelante.
—No sin mí. Así que no pierdas el tiempo y sube.
Ahora ella estaba contenta de que él la hubiese acompañado. Él era una fuerte presencia tranquilizadora. Además, conducía más agresivamente de lo que ella hubiese tenido la fuerza o la presencia de ánimo para hacer. Llegaron a la casa de los Patchett en un tiempo récord. Jade se arrojó de la furgoneta en el instante en que iba a detenerse. Corrió escaleras arriba y cruzó el porche. Dillon estaba justo detrás de ella cuando se precipitó hacia la puerta.
—¡Graham!
Su grito produjo eco en las paredes y en los altos techos.
—Está aquí.
La escena en la sala principal parecía tan engañosamente inocente como la de un escenario. Un humeante servicio de té, de plata, colocado en una mesa baja, acompañado de galletas y mermelada, una compota fresca de frutas y una bandeja de finos trozos de jamón curado. Nadie comía.
Myra Jane Griffith estaba sentada en un balancín. Su floreado vestido contrastaba con el dibujo de la tapicería. El colorete había sido aplicado con mano pesada, formando dos vibrantes monedas de color en su arrugada y pálida cara. Un par de guantes blancos yacían en su regazo. Llevaba un ridículo sombrero... y dirigió una mirada asesina a Jade.
Iván, sentado en su silla de ruedas, parecía una masa informe que se mantenía unida por la conveniente ropa de enfermo. Su sonrisa era astuta y maliciosa. Sus ojos hundidos parecían ventanas al infierno.
A pesar de la nariz rota y la lacerada barbilla, Neal estaba tan acicalado como siempre, sin una arruga. Llevaba unos pantalones de lino grises y una camisa rosa de Oxford. Estaba de pie delante de la chimenea de mármol, con un codo negligentemente apoyado en la esculpida repisa. Hacía girar el contenido de un vaso jáibol, que parecía un Bloody Mary.
Jade se apercibió de todo con una sola mirada. Entonces vio a su hijo, que estaba sentado en una silla, y se dirigió rápidamente hacia él.
—Graham, ¿estás bien?
Él saltó de la silla, la rodeó y la situó entre los dos. Sus manos se flexionaron y agarraban alternativamente al respaldo, que tenía perros esculpidos en la madera.
—Apártate de mí. Te odio.
Jade se acercó un poco más.
—¡Graham!, ¿qué estás diciendo?
—Le dejaste morir. Yo le podía haber ayudado, pero tú no me dejaste, así que se ha muerto.
—¿Quién?
—Hutch —le informó Neal—. Ya no está entre nosotros.
Jade se quedó un momento aturdida. Donna Dee acudió a su mente y sintió una punzada de tristeza por ella.
—¿Hutch ha muerto?
—Donna Dee nos llamó ayer por la noche tarde y nos dio la mala noticia.
—¡Tú le mataste! —gritó Graham.
—No hables en ese tono a tu madre —le dijo Dillon con dureza.
—Tú..., tú..., cállate —farfulló Graham. Estaba haciendo lo indecible para no echarse a llorar—. Mi madre es una puta, ahora tú también lo sabes. Probablemente ha estado follando contigo toda la noche.
—¡Ya basta! —gritó Dillon.
—Esperaba como un estúpido que os casarais. Esta mañana vine a decirte que yo estaba de acuerdo, pero ahora no lo harás porque sabes que mi madre es una guarra.
Jade dijo:
—Graham, escúchame, yo...
—No. Tú eres la peor persona que conozco. Has dejado morir a un hombre que podía haber sido mi padre. Le podía haber donado un riñon, pero ni siquiera me lo dijiste.
—¿De qué hubiera servido? Podía no ser tu padre.
—Eso es lo que te hace ser una puta. —Señaló hacia Iván y Neal—. Me han dicho que mi padre podía haber sido uno de esos tres hombres. Me han dicho que lo hiciste con los tres. Dos de ellos están muertos ahora, y nunca los llegué a conocer por tu culpa. Esta vieja mujer podría ser mi abuela y ni siquiera quisiste que la conociera.
—No, no quería que conocieras a tu padre.
—¿Por qué? —gritó él.
—Porque él hizo algo horrible.
—¿Horrible? —hipó él—. No te creo.
—Es verdad.
—Tú eres una mentirosa. Nunca me has contado lo de mi padre porque estabas avergonzada. Nunca te volveré a creer. Nunca.
El día anterior ella pensaba que sus enemigos habían sido derrotados, pero habían vuelto a presentarse con una venganza. Eran lo suficientemente astutos como para atacarle en el lugar donde era más vulnerable: Graham.
Ella podía ver el miedo, la confusión y la angustia en su joven cara. Todo su mundo se había lanzado sobre él. Y la imagen que tenía de ella había sido hecha añicos con maliciosas mentiras. Si no lo recuperaba inmediatamente, lo podría perder para siempre.
Sólo la verdad podría hacerle volver.
—Lo que te han dicho es verdad, Graham. Cualquiera de los tres hombres podría ser tu padre. Porque los tres me violaron, te tuve porque me violaron tres hombres.
Él resopló entrecortadamente a través de sus labios separados.
—Nunca quise que lo supieras, porque no te quería imponer un estigma. No quería que te culpases a ti mismo por algo que no había sido tu culpa. Fue su pecado, Graham. El suyo. No el mío y, desde luego, no el tuyo.
Se le acercó un paso más y le suplicó.
—No te lo contaría si no fuera porque tengo miedo de perder tu amor y tu confianza para siempre, si no lo hago. Tienes que creerme, Graham. Estos tres hombres me robaron mi virginidad y mi juventud. Me robaron a mi primer y precioso amor, un chico llamado Gary Parker, que se mató por lo que ellos hicieron. Tu abuela nos abandonó por lo ocurrido.
Ella estiró hacia él sus manos.
—No puedo dejar que se te lleven también, Graham. Han tergiversado los hechos para que yo aparezca como la mala, pero yo no soy la mala. Tampoco lo eres tú. Yo te quiero. Sé que tú me quieres. Y como sé que tú me quieres, tienes que creer que lo que te digo es verdad.
Él miró a los Patchett con recelo, y luego intercambió unas miradas con Jade.
—¿Fuiste violada?
—Así es. Cuando tenía dieciocho años. Y la única cosa buena que salió de ello fuiste tú.
Él dudó sólo por un instante, antes de apartar la silla con rapidez y abalanzarse hacia ella. Ella le abrazó tan fuertemente que parecía que no lo iba a soltar nunca.
—Él me paró en la carretera. Me dijo que tú estarías aquí, mamá. Dijo que yo tenía que ir con él.
—Sé lo persuasivo que puede llegar a ser.
—Siento haberte dicho esas cosas, no las quería decir.
—Ya sé que no querías.
Por encima de su hombro, contempló a Neal con repugnancia.
—Nos queremos y nada va a cambiar esto jamás. Jamás.
Dillon puso un brazo alrededor de los dos.
—Vamonos de aquí, maldita sea.
Como si fueran una sola persona, se giraron hacia la arqueada puerta.
—No tan rápido —dijo Neal—. No hemos terminado. Tenemos mucho que discutir con Jade que no te incumbe, Burke.
Jade tomó la palabra antes de que pudiera hacerlo Dillon.
—No tengo nada que discutir contigo, salvo un posible cargo de secuestro.
—Uno no puede secuestrar a su propio hijo —dijo Neal.
—¿Qué quiere decir, mamá?
—Estoy seguro de que te gustaría conocer a tu verdadero padre —dijo Iván a Graham—. A que te gustaría conocer a tu padre y a tu abuelo...
—¡Basta ya! —gritó Jade—. ¿No has hecho ya suficiente daño por hoy?
Los ojos de Graham se dirigieron hacia Neal.
—Tú fuiste el otro ¿no? ¿Violaste a mi madre?
—Eso es lo que ella dice —respondió él suavemente— . Pero tú has aprendido ya cómo pueden mentir las mujeres, hijo.
—No me llames eso.
—Las cosas no pasaron como ella dice, ¿verdad, Jade? —le preguntó a ella, guiñándole un ojo.
—Eres despreciable.
Jade cogió a Graham de la mano y se giró para irse, pero Myra Jane los sorprendió a todos levantándose y hablando por primera vez.
Señaló con un dedo largo y seco hacia Graham, y dijo:
—¡Él es un Cowan! Puedo ver a mi padre en él. Él es el hijo de Lamar y yo lo quiero.
—Bueno, no lo puedes tener. —Jade dividió su mirada entre Iván y Neal—. ¿Por qué la habéis metido en esto? ¿Para empeorar las cosas?
—Si él es el chico de Lamar —dijo Iván—, Myra Jane tiene todo el derecho, como si el chico es de Neal.
Mientras se acercaba hacia ellos, los ojos de Myra Jane resplandecieron con un fanático fervor.
—Él es sangre de mi sangre. Él es un Cowan. Él es uno de los nuestros. —Mirando a Jade le siseó—: ¿Cómo te atreviste a mantenerlo apartado de mí durante todos estos años? ¿Cómo te atreviste a hacerme creer que todos los de mi familia habían muerto?
—Está loca. —Dillon cogió el codo de Jade—. Vámonos.
—No te hará ningún bien irte con el chico —dijo Iván—. Tampoco te hará ningún bien esconderlo. Hemos planeado llevar este asunto hasta el tribunal si hace falta.
—¿Con qué propósito?
—Para su custodia.
Jade se lo quedó mirando incrédulamente.
—Ningún tribunal oirá ni siquiera tu caso.
—Pero piensa en el hedor que producirá —dijo Iván con una sucia carcajada—. No quieres ese tipo de escándalo, ¿verdad? No creo que a esa compañía yanqui para la que trabajas le gustara que los periódicos estuvieran llenos de historias sobre ti y los tres compañeros de escuela que te violaron.
Myra Jane gritó sofocadamente por la crudeza, pero ninguno le prestó atención.
—¿O fueron cuatro compañeros, papá? —preguntó Neal burlonamente—. No te olvides de Gary.
—¡Dejen ya de hablar de mi madre!
Antes de que Jade o Dillon pudieran detenerlo, Graham se abalanzó sobre Neal con los puños preparados para luchar. Dillon tiró de él hacia atrás.
—Ya me encargo yo de él —dijo Dillon.
Jade se colocó delante de ellos.
—Vosotros dos salid fuera.
Graham intentaba liberarse de Dillon para poder llegar hasta Neal. Dillon parecía dispuesto a matarlo.
—¿Y dejarte a ti sola con ellos? De ninguna manera, Jade.
Ella apoyó una mano en su hombro.
—Esperad fuera, por favor. Tengo que hacer esto yo sola.
—Mamá, no me hagas salir —protestó Graham.
—Graham, lo tengo que hacer. Por favor.
Dillon observaba su expresión, dudoso.
—Por favor —le susurró ella apremiándolo.
Al fin cedió, y empujó a Graham hacia la arqueada salida. A Graham no le gustó, pero Dillon hizo caso omiso. Antes de salir, Dillon se giró y esgrimió un dedo amenazante hacia Neal.
—Si le pones la mano encima te mataré. Nada me causará mayor placer.
Cuando Jade oyó cómo se cerraba detrás de ella la puerta principal, se giró y volvió sobre sus pasos. Ésta era la confrontación más importante de su vida. Rogó a Dios para que tuviera el valor de hacerlo bien.
«No tengas nunca miedo, Jade.»
—Esto no llegará jamás a los tribunales —dijo a Neal en un tono firme y seguro de voz—. No tienes ninguna reclamación que hacer sobre mi hijo.
—También podría ser mi hijo.
—Nunca lo sabrás.
—Sí, con las huellas dactilares de su ADN.
—Nunca someteré a Graham a esta prueba. Cualquier reclamación que hagas sobre él será el equivalente a una confesión de violación.
—¡Mi hijo jamás violó a nadie! —chilló Myra Jane.
Jade se volvió hacia ella.
—Él lo hizo, señora Griffith. Cuando asistieron al funeral de Mitch Hearon, Lamar me pidió perdón por ello. —Volvió los ojos hacia Neal, y prosiguió—: Así que lleva tu caso a los tribunales si quieres. Esto es lo que yo testificaré: que mi embarazo fue el resultado de haber sido violada por una pandilla instigada por ti.
—Nadie te creerá.
—Quizá no, pero como ha dicho tu padre, seguramente traerá cola.
—Para ti.
—Y para ti. ¿Recuerdas a una mujer llamada Lola Garrison?—¿Quién es ésa? —preguntó Neal en tono quejumbroso.
—Ella se acuerda de ti perfectamente. Tenía que ser la dama de honor en tu casamiento, que nunca tuvo lugar por tu accidente. Después de que abandonaras la cena de ensayo de tu despedida de soltero, mantuviste relaciones sexuales con ella en el aseo de señoras del restaurante. ¿Te acuerdas de ella ahora?
—Vagamente. Bueno, ¿y qué?
—La señorita Garrison es una periodista que trabaja por libre; hace algunas semanas vino un día a entrevistarme para un artículo que salió en el suplemento del domingo.
—Lo vi —dijo él con aire de aburrimiento—. ¿Y qué?
—Ella mencionó de pasada que las únicas personas que conocía en Palmetto eran los Patchett. Me contó las circunstancias bajo las cuales os encontrasteis, dijo que eras un «desgraciado hijo de puta» y que le gustaría devolverte el golpe.
»Parece que después de que intentaras romper la boda, te pavoneaste de que te habías tirado a la dama de honor, prácticamente en sus narices. Tu confesión arruinó una amistad.
—¡Qué amistad ni que mierda! —se mofó ahora él—. Lola, o como quiera que se llame, vino a por mí. ¿Qué tipo de amiga era eso?
—No me estoy refiriendo a la amistad entre las dos chicas, sino a la que había entre sus padres, que eran socios en negocios. La ruptura fue muy costosa para el padre de Garrison. Nunca se recuperó ni financiera ni emocionalmente. Te hace personalmente responsable de su declive. Estoy segura de que le encantará oír mi historia de la noche en el canal.
Hubo un momento de un tenso silencio, que finalmente rompió Iván.
—Estoy cansado de tratar contigo —dijo él—. Si quieres tener una contienda injuriosa en los periódicos, perfecto. Tendremos una. Mientras esta chica se dedique a destapar asuntos privados en lavabos públicos, nosotros te acusaremos de fraude.
—¿De fraude?
Neal continuó por su padre.
—Tú elevaste el precio de la propiedad de los Parker sin tener intención de comprarla.
—Pruébalo, Neal —le desafió ella—. Otis Parker testificará porque yo hice un depósito de diez mil dólares en la venta de la propiedad. ¿Cómo probarás que no tenía intenciones de comprarla?
—¡Le acabo de dar un millón de dólares! —gritó Iván—. Otis testificará que sus pelotas son guisantes si le pido que lo haga.
—Excepto que el depósito fue realizado con certificados bancarios. Habrá pruebas. Por si se te pasa por la cabeza eliminar estas pruebas como hiciste con las médicas cuando se produjo la violación, te advierto que la cuenta fue abierta en mi banco de Nueva York.
Padre e hijo se intercambiaron miradas angustiosas. Parecían dos hombres agarrados a un salvavidas con una lenta filtración. Lo poco a lo que se podían agarrar estaba deslizándose lentamente fuera de su alcance. Jade podía oler su miedo. Era dulce.
—Por fin estáis arruinados —les dijo—. En unos pocos meses vuestra fábrica tendrá que cerrar por falta de liquidez. No podréis intimidar a la gente con amenazas de despidos porque la fábrica textil creará puestos de trabajo con mejores condiciones laborales y mucho mejor pagados. Haré campaña para que un hombre honesto ocupe el puesto del sheriff Hutch. Tus días de dictador en Palmetto se han acabado. —Miró a Neal—. Ya no tienes el poder de hacer daño a la gente. Tu encanto se agotó hace mucho tiempo. Aunque yo nunca pensé que lo tuvieras.
Él se movió como una sorprendente serpiente, agarrándola fuertemente por el brazo.
—Todavía puedo reclamar al chico. Eso te causaría mucho sufrimiento.
Ella liberó su brazo y se apartó de él.
—Te repito que la única manera que tienes de reclamar a Graham es reconocerte culpable de un cargo de violación.
Neal cortó:
—Cualquiera que sean las prescripciones legales, deben de haber expirado ya.
—En cuyo caso te pondré un pleito. Y lo haré, si me empujas a ello, sin importarme el escándalo que pueda suponer. No era posible enviarte a la prisión por lo que me hiciste simplemente porque no quería exponer a Graham a la verdad. Ahora que me has forzado a revelársela esto no será ya un impedimento. Acércate una vez más a él —le amenazó fríamente— e irás a la cárcel por violación.
—Será tu palabra contra la mía —insistió él—. Nunca lo podrás probar.
Jade abrió su bolso y sacó una cinta de vídeo.
—Esto ha estado en mi poder desde que volví a Palmetto. Hay una copia en la caja de seguridad de aquí, en Palmetto, y otra en un banco de Nueva York. Eso quiere decir que sólo yo tengo acceso a ella. Da pena mirarla. Espero no tener que usarla nunca, pero no dudes ni por un segundo que lo haré si me obligas a ello.
Neal la aplaudió divertido.
—Buena actuación, Jade. Estoy temblando de los pies a la cabeza. ¿Qué hay en la cinta?
—Lamar.
Myra Jane soltó una exclamación de dolor.
—Él la grabó unos pocos días antes de morir. A petición suya, su compañero me la envió después de su muerte. Se explica por sí misma, pero, por decirlo de otra manera, está lleno de remordimientos por lo que él, junto con Hutch y contigo hizo. Él confesó su crimen, tu crimen. Como un hombre moribundo pide mi perdón y teme por su alma inmortal, alega que esa noche le ha perseguido a lo largo de toda su vida. Es muy efectiva. Nadie que la vea podrá dudar de que está diciendo la verdad.
Ella dejó la cinta encima de la mesa del café y se volvió hacia Myra Jane.
—Lo que te han hecho hoy es característicamente reprehensible. Te han utilizado. Nunca hubieras tenido que enterarte de esto.
»Pero puesto que lo sabes, no reclamarás a Graham porque ni siquiera amaste a tu propio hijo. Hiciste de Lamar un ser débil y tímido, fácil de ser manipulado, como ocurrió la noche que Neal propuso que me violaran por turnos. Por esta razón no me siento mal por comprarte la propiedad de tu familia para mi compañía. Será ampliamente restaurada y ocupada, pero no por un Cowan.
La cara marchita de Myra Jane estaba arrugada como un cordón de bolso.
—Se nota la forma en que has sido educada —dijo ella irasciblemente.
Jade dio la espalda a la mujer y contempló a Iván, que respiraba dificultosamente en su silla de ruedas, con su dignidad y poder tan destrozados como su cuerpo. Lo despreció sin ningún comentario, que era el peor insulto que le podía hacer.
Dirigió de nuevo su mirada a Neal y dijo:
—Reclama a mi hijo e irás a la cárcel, Neal. Peléate conmigo otra vez y extenderé un pleito civil por lo que nos hiciste a mí y a Gary. Tu crimen saldrá finalmente a la luz y serás castigado por ello. Te sugiero que acabes con tus amenazas.
»Cuando volví a Palmetto planeé enviarte a la prisión y lo pude haber hecho. Con esta cinta lo podía haber hecho. Pero en los últimos meses me di cuenta de que había otras cosas más importantes que castigarte... y mucho más gratificantes. Tengo una nueva vida, un nuevo amor. Ellos son el centro de mi vida ahora, no la venganza. A partir de ahora quiero mirar hacia el futuro, no hacia atrás.
»Durante quince años mi vida se ha centrado en ti. —Pronunció la última palabra con una contemplativa sonrisa tonta—. No vales otro segundo de mi pensamiento. Estás acabado y eso es suficiente.
—No me asustan tus amenazas. No me asustas, perra.
—Ya lo creo que te doy miedo. Yo soy tu peor pesadilla, alguien que no te tiene el más mínimo miedo.
Los miró por última vez y entonces se giró y se fue de la habitación. Se dirigió hacia la salida de la casa donde ya se apreciaban los primeros signos de decadencia y declive. Los Patchett habían tenido lo suyo.
Y Jade había tenido lo suyo.
Cuando salió de la casa sonrió a Dillon y a Graham, que la esperaban impacientes al lado de la furgoneta. Graham corrió hacia ella, obviamente preocupado, sabiendo que la verdad no había afectado su amor por ella. Ahora que las circunstancias de su concepción se habían revelado, ella se sentía aliviada de la carga de su secreto.
—Mamá, ¿qué ha pasado?
—Les dije que si te volvían a molestar se arrepentirían.
—¿Eso es todo? —dijo él, algo decepcionado.
—Esencialmente.
Él la miró con consternación.
—Me lo deberías de haber dicho.
—Quizá sí, Graham.
—¿Creías que no lo iba a entender?
—No era eso; intentaba protegerte. No quería que pensaras que eras menos por lo que tu padre había hecho, quienquiera que fuese.
—Dillon dice que yo tengo mi propia personalidad. No necesito saber quién de los tres fue mi padre.
—Tú eres Graham Sperry —dijo ella emocionada, tocándole la mejilla—. Eso es toda la certeza que necesito.
—Yo también.
—Y para que lo sepas, fui a ver a Hutch antes de que muriera. Más que pedirme que fueras su donante de órgano, rehusó considerarlo. No deberías sentirte culpable de su muerte.
Él miró hacia la casa.
—Esos Patchett... Ojalá nos hubieras dejado que Dillon y yo les diésemos una buena paliza.
Ella lo abrazó sonriendo y miró a Dillon por encima de su hombro.
—Aprecio la oferta.
Dillon se inclinó hacia ella y la besó suavemente en los labios.
—Eres toda una mujer.
—Y por lo de ayer noche..., gracias.
Su amplio bigote se curvó con una sonrisa.
—Vamonos a casa.
Condujeron con las ventanillas bajadas a lo largo de la ancha carretera bordeada de robles llenos de musgo y altos pinos que señalaban hacia el cielo.
—¿Sabes lo que solía decirme mi padre, Graham?
—¿El abuelo Sperry?
—Ajá. Solía decirme: «No tengas nunca miedo, Jade». Pensaba que me estaba hablando de morir. Hoy se me ocurre que él me quería decir algo más: me quería decir que no tuviera miedo de vivir. Morir es fácil si lo comparas con vivir. Mamá no podía soportar su vida y por eso escapaba de ella. Papá no tuvo el coraje suficiente para vivir. Yo lo tengo.
Con un silencio adolescente e inquieto, Graham estaba buscando un programa en la radio. No estaba realmente escuchando.
Sin embargo, Dillon había oído y entendido cada palabra. Se le acercó a través del asiento y le quitó la lágrima de la mejilla.
Era la primera lágrima que ella vertía en quince años. Ella se la besó entre el pulgar y descansó su mejilla en su palma.
Cuando llegaron a su casa, le dijo a Graham:
—Dile a Cathy que todo está bien y que estaremos de vuelta para la cena.
—¿Adonde vais?
—Dillon y yo tenemos que hacer un recado.
—¿Dónde? Quiero ir.
—No estás invitado.
—¿Queréis estar solos para poder besaros y eso?
—¡Fuera!
Graham intercambió con Dillon una sonrisa de hombre a hombre y se apeó del coche.
—Prepara el tablero de ajedrez —dijo Dillon—. Jugaremos después de cenar. —Graham sonrió y se fue hacia el interior de la casa—. Ha salido inmune de este asunto, Jade.
—Sí. Gracias a Dios —susurró ella.
—Quizá, pero sobre todo gracias a ti.
Ella esperó hasta que Graham se metiera dentro para girarse hacia Dillon.
—Quiero que me lleves allí.
No necesitó preguntar dónde quería ir, sólo cómo llegar. Ella le indicó.
Mientras iba pasando el paisaje, ella se dio cuenta de que se parecía bien poco a aquella ingenua niña que había conducido por la misma carretera con su mejor amiga una fría tarde de febrero. Tampoco era la mujer determinada que había navegado diestramente por el mundo de los negocios como una exhalación. Ella había marcado un tanto y no se lo tenía que probar a sí misma por más tiempo.
Las dos facetas de Jade Sperry se estaban juntando en una sola. Como los ingredientes de una bullabesa, los elementos separados de su personalidad estaban reluciendo todos juntos. Era una extraña mezcla, única en textura y en sabor, que ella estaba probando, poco a poco.
Después de años de dirigirse hacia una meta, estaba otra vez en el lugar en el que había empezado. La gente de la ciudad que la recordaba, no la miraría como aquella niña que había abandonado la ciudad encubriendo un escándalo. La habían tratado con el respeto que le correspondía a lo que ahora era. Aquellos que no la habían conocido, la observaban como una heroína que estaba haciendo grandes cosas para la ciudad.
Se sorprendió al descubrir que ahora apreciaba todo aquello que se había empeñado en odiar, como la forma de cocinar de la región y la vida en una pequeña ciudad, como el aire del verano que era demasiado pesado para ser inhalado y suaves brisas que transportaban perfumes de flores y la seminal esencia del agua de mar.
No se podía culpar a la región de las pocas malas personas que había hecho crecer. Como mujer de negocios, como madre, como amiga, como amante o como lo que fuera, era una mujer del Sur. Su corazón latía al ritmo de su ponderada paz.
Las huellas de los neumáticos que conducían fuera de la ciudad estaban cubiertas de hierba. Nadie había estado allí desde hacía mucho tiempo. Jade se alegró de pensar que nadie había estado allí desde aquella noche. Las orillas del canal parecían diferentes a la luz del día. El suave sonido del agua corriendo ya no resultaba siniestro. No había sombras asustadizas ni furtivos movimientos en la oscuridad.
Dillon se quedó pacientemente allí mientras Jade caminó por el lugar recordando..., olvidando. Al final se le acercó.
—Hazme el amor, Dillon.
—¿Aquí?
—Sí.
—¿Por qué?
—No quiero recordar este lugar para el resto de mi vida como el escenario de mi violación. Cuando lo hago, vuelvo a experimentar toda la degradación y rabia. Quiero recordarlo cuando está cálido, cuando brilla el sol y cuando estoy con el hombre que amo.
Él empujó sus dedos hacia su cabello.
—Quiero que me ames. ¿Pero estás segura de que soy yo a quien amas y no aquello que hice por ti?
—Empecé a amarte cuando creí que nunca sería capaz de expresarlo. Y aunque nunca hubiera sido capaz, igualmente te hubiera amado.
Ella puso sus manos en sus mejillas.
—Yo te amo. Lo de hacer el amor es adicional.
Pronunciando su nombre, la empujó hacia él. Sus brazos la rodearon, fuertes y la abrazaron. Sus bocas se juntaron en un apasionante intercambio de deseo físico y de almas buscando amor. Se desnudaron mutuamente tirando la ropa en la hierba. Sus manos se redescubrieron y se desearon. Él elevó sus pechos hasta su boca y dejó que sus pezones subieran y se tensaran. Ella acarició la suave pesadez de su sexo.
Jade se echó en la hierba y le hizo sentarse a su lado.
—Por aquí.
Él se arrodilló entre sus piernas y poco a poco se inclinó sobre ella.
—Si no te gusta, dime que pare —susurró él.
—Ámame, Dillon.
Él la penetró suavemente hundiéndose en ella con movimientos rítmicos. Hizo de cada embate un acto individual de amor, casi llegando antes de introducirse de nuevo en ella. Cada vez que la llenaba, ella empezaba a subir sus caderas para encontrar sus lentos embates. Él aumentó el tempo. Instintivamente, Jade cambió sus piernas de posición. Sus manos acariciaron la parte de atrás de los testículos y lo empujó más cerca, con más fuerza, más hacia dentro.
Cuando llegaron al clímax, Jade arqueó su espalda y su cuello, exponiéndolos a sus labios y a sus roncos susurros de promesas de amor y entrega.
Jade atrajo la cara de Dillon hacia el hueco de su cuello, acarició su cabello, miró a través de límpidas lágrimas al sol y notó el calor de sus rayos en su sonrisa.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora