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Columbia, Carolina del Sur, 1978
-¡Eh, Hutch! Creí que te habías muerto. Pasa, hijo de puta. -Neal Patchett aguantó abierta la puerta para que pasara su amigo. Hutch entró en la desordenada habitación.
-¿Estáis ocupados?
-Claro que no. Me alegro de que hayas venido. ¡Lamar! -chilló Neal-. Tenemos compañía. -Neal golpeó con el puño el trozo de la pared entre el póster de Loni Anderson y el de las animadoras de los Cowboys de Dallas-. Acércate esa silla y siéntate, Hutch. ¿Quieres una cerveza?
-Sí, gracias.
-Creía que estabas entrenando, señor deportista. -Neal le pegó en el hombro al ir a la cocina en busca de la cerveza.
-Lo estoy, pero hoy he pasado de ir. -Hutch cogió la fría cerveza y le dio un buen trago; luego, eructó con estruendo-. ¡Ah! Esto es bueno. Hola, Lamar.
Lamar apareció por el pasillo. Llevaba una corbata en el cuello, aunque vestía unos tejanos rajados y una camiseta. En la mano llevaba una raqueta de tenis.
-Hola, Hutch. ¿Cómo van los entrenos de fútbol?
-Este año el equipo apesta. No participamos en ninguna liga importante. ¿Deshaciendo el equipaje?
Lamar dejó a un lado la raqueta de tenis y se quitó la corbata.
-Intento ordenar mi habitación.
-¿Para qué molestarse? -preguntó Hutch mientras se echaba sobre la destartalada silla-. De todas formas dentro de una semana este lugar será como una pocilga. Por eso me gusta.
Éste era el segundo año que Neal y Lamar compartían alojamiento fuera del campus. La casa era vieja y espaciosa, bastante apartada de los vecinos, por lo que no se avisaba a la policía hasta que las fiestas estaban totalmente descontroladas. En el primer curso, a Hutch no le permitieron vivir con ellos porque formaba parte del equipo de fútbol y era obligatorio que viviese en la residencia de los atletas. Había envidiado la libertad y la atmósfera relajantes de la casa.
-La primavera pasada, cuando vino Myra Jane para empaquetar las cosas de Lamar para volver a casa, echó una mirada al interior y casi se desmayó -comentó Neal, riendo entre dientes-. Si mi viejo no llega a estar allí para cogerla cuando cayó hacia atrás, habríamos tenido la silueta de su cuerpo marcada en el porche de enfrente. Ya sabes, como los agujeros que Willy Coyote deja tras de sí al caer por los precipicios.
Cogió un porro del último cajón de la mesa, lo encendió y dio un par de caladas. Cuando se lo ofreció a Hutch, éste lo rechazó.
-Mejor que no. Donna Dee puede oler esa porquería a un kilómetro de distancia. Pero me tomaré otra cerveza.
Neal pasó el canuto a Lamar, quien dio una calada mientras obsequiaba a Hutch con una de sus sonrisas nerviosas y dubitativas. Neal volvió de la cocina con una cerveza para Hutch.
-Tu mujercita te tiene muy atado, ¿eh? -Neal volvió a coger el porro y a darle unas cuantas caladas-. Maldito idiota, ¿por qué tuviste que casarte justo después de llegar a esta mariconada de lugar que llaman universidad?
-No es tan malo -refunfuñó Hutch.
Neal se colocó la mano detrás de la oreja.
-¿Qué es ese ruido, Lamar?
-¿Qué ruido?
-¿No lo oyes? Es como una bola de hierro y una cadena arrastrándose.
-Vete a la mierda. -Hutch vació la segunda cerveza y estrujó en su mano la lata de aluminio-. Al menos puedo salir cada noche.
-Y yo también -respondió Neal lentamente-, pero no me caso con ellas.
La primera cita de Hutch con Donna Dee había tenido lugar en el baile de final de curso del instituto. En cierto modo, él se había sentido obligado a pedírselo. Pareció como si ella lo hubiese esperado, y ambos sabían el porqué aunque nunca hablaron de ello. El verano siguiente a la graduación, siempre que no estaba con Neal y Lamar estaba con Donna Dee.
A Hutch siempre le había hecho gracia, pero empezó a gustarle mucho más. A medida que la iba viendo, la opinión que Neal tenía sobre ella pesaba cada vez menos. Aunque no era guapa, era divertida y cariñosa, y dejaba bien clara su adoración por Hutch. Nunca faltaba a la misa del domingo, pero en su segunda cita la mano de él ya estaba por debajo del sujetador de ella, acariciando los pezones; y en la tercera, ella le proporcionaba juegos de manos.
Fue idea de Donna Dee ponerse en la parte posterior del coche después del picnic en la playa y los fuegos artificiales del Cuatro de Julio.
-Pe... pero nunca creí que... Lo que quiero decir es que, Donna Dee, no llevo encima ninguna goma.
-No importa, Hutch. Deseo tanto hacer el amor contigo que eso no me preocupa.
Él pensó que si a ella le daba igual estar a punto de perder su virginidad, él no debería dar mucha importancia a la tasa de natalidad. Además, ¿no le había dicho Neal una vez que una virgen no podía quedarse embarazada? Y en esos momentos iba algo bebido y estaba muy caliente, y Donna Dee se mostraba tan extraordinariamente sumisa que la lujuria pudo con el sentido común. Desde entonces, siempre llevaba encima una provisión de condones por si ella se ponía amorosa de nuevo. Como consecuencia, cada vez que salieron juntos necesitó uno.
-¿Estás saliendo con Donna Dee? -Neal había planteado la pregunta mientras hacían esquí acuático el fin de semana después del Día del Trabajo.
-No -había mentido Hutch-. Es una tía simpática. Ya lo sabes.
Neal le había mirado con escepticismo.
-No me gustaría que mi mejor amigo me ocultara secretos. Si no te estás metiendo entre sus piernas, ¿por qué coño pasas tanto tiempo con ella?
-Parece que tengas celos, Neal.
Lamar había hecho el comentario en plan de broma, pero el rostro de Neal se había puesto furioso. Empaquetó sus enseres y se fue a casa. Como la barca y los utensilios de esquí eran de él, Hutch y Lamar no tuvieron más remedio que acortar también sus vacaciones.
Cuando Donna Dee informó a Hutch de que cumplía con los requisitos para entrar en la universidad, él recibió la noticia con cierta emoción. Quería verla en la escuela y sabía que la echaría de menos si no entraba, pero Neal tenía grandes planes para él y Lamar.
-Vamos a armarla tan gorda que se recordará en los anales de la universidad -había prometido Neal, borracho-. Vamos a joder cada conejo que se mueva.
Durante el primer semestre, Hutch se las arregló como pudo para ocupar todo su tiempo entre los entrenamientos de fútbol, mantener satisfecha a Donna Dee, las clases y los planes que Neal tenía para él. En el campo hizo lo que le ordenaron, y dejó sus proyectos de juego arrinconados. Como compartía varias clases con Donna Dee, ésta le hacía todos los trabajos escritos. A cambio de este servicio, ella esperaba amor y afecto, y él se lo proporcionaba gustosamente si no estaba muy cansado.
Después de los partidos de los sábados y hasta los lunes por la mañana, participaba en los libertinajes que tenían lugar en casa de Neal. Siempre abundaba droga, alcohol y chicas. Fue uno de esos fines de semana depravados lo que causó la primera riña seria entre él y Donna Dee.
-En la biblioteca he oído a tres chicas que hablaban de la orgía del fin de semana pasado -le había comentado-. Esa rubia con una marca en el cuello explicaba a sus amigas que se había tirado a un jugador de fútbol pelirrojo, pero no podía recordar su nombre de lo flipada que iba. Sé que eras tú, Hutch. Eres el único jugador pelirrojo de segundo curso. Me dijiste que lo único que hacías cuando ibas a casa de Neal era beber unas cuantas cervezas. ¿Dormiste con esa rubia?
A Hutch casi le parecía oír a Neal incitándole a mentir para sacarse de encima a Donna Dee. Pero en un arranque de cariño e integridad la miró arrepentido y confesó:
-Me temo que sí, Donna Dee. A veces las cosas se desmadran.
Donna Dee había estallado en sollozos, lo que sobrecogió a Hutch, que se sintió totalmente inútil. Con torpeza, pasó los brazos alrededor de ella.
-Lo siento, cariño. No significó absolutamente nada. El estar con otra chica no es lo mismo que estar contigo. Yo... yo te quiero.
No podía dar crédito a sus propios oídos, pero Donna Dee lo había oído con claridad. Alzó la cabeza y lo miró con ojos lacrimosos.
-¿De verdad, Hutch? ¿Me quieres?
Hutch estaba anonadado por lo que había dicho. Antes de poder evitarlo, ya estaban hablando de un anillo de compromiso para el día de San Valentín, y campanas de boda en junio. Cuando fueron a Palmetto para informar a sus padres sobre sus planes, Fritz había expresado su preocupación en privado.
-Eres demasiado joven para casarte, hijo -le había comentado.
-Lo sé, papá. Pero ella lo quiere así.
-¿Y tú?
-Bueno, claro. Quiero decir, supongo. Es decir, sí.
-¿Te casas con ella porque la quieres?
-Claro. ¿Por qué sino?
Intercambiaron una mirada incómoda. Luego, Fritz suspiró resignado.
-De acuerdo, Hutch, si estás seguro de que eso es lo que quieres.
La boda tuvo lugar la segunda semana de junio. Tres días antes, Donna Dee y Hutch estaban en el salón de la casa de sus padres examinando los regalos que habían recibido. Ella dejó a un lado el paquete de cuchillos de carne que acababa de abrir y colocó el lazo del envoltorio sobre el colgador, que ya estaba lleno de lazos.
-¿Hutch?
-¿Mmm? -Estaba comiendo un bocadillo de salchichón que la señora Monroe le había preparado.
-Hay algo que quiero preguntarte.
-Adelante.
Donna Dee ató con mucho cuidado el nuevo lazo en el colgador, una práctica que había empezado con su primer regalo de boda.
-Antes de que dos personas se casen, todo debe salir a la luz, ¿no es así?
Hutch se chupó las puntas de los dedos grasientos.
-Supongo.
-Bueno, es sobre esa noche que llevasteis a Jade al canal.
Hutch se quedó helado, con los dedos aún en la boca. Bajó lentamente la mano y se volvió hacia Donna Dee, aunque sus ojos no conectaron con los de ella. Al tragar saliva, su prominente nuez iba de arriba abajo.
-¿Sobre qué?
-Lo que dijo no era verdad, ¿no? Realmente no la violasteis. -Donna Dee miraba fijamente a Hutch.
Hutch no sabía si decirle la verdad o lo que ella quería oír. Tenía que admitir o que la había violado o que había deseado a su mejor amiga. Era una situación en la que no salía ganando de ninguna manera.
-Claro que no fue violación -murmuró-. Ella nos conocía. ¿Cómo iba a ser violación?
-¿Intentó pararte los pies?
Los anchos hombros se alzaron y cayeron pesadamente.
-Ella, bueno..., ya sabes que algunas chicas dicen que no quieren y en realidad es lo contrario.
Donna Dee desvió la mirada.
-¿Tú la deseabas, Hutch? Quiero decir, debiste de haber querido hacer eso con ella, o no se te habría puesto dura.
Él levantó sus grandes pies sobre la alfombra del salón.
-No fue así, Donna Dee. Te lo juro. Fue..., fue una locura. Bueno, no sé cómo te lo podría explicar. -Con un gesto de impaciencia extendió las manos con las palmas hacia arriba-. No fue como si de repente hubiese decidido tirarme a Jade, ¿vale?
-Vale. -Donna Dee respiró temblorosa-. Siempre he creído que había mentido sobre el hecho de que la violasteis. Simplemente se puso tan a tiro que no pudiste aguantarte, ¿no es así? Eres humano. Eres un hombre.
Hutch ignoró el rápido pestañeo de sus ojos y ella hizo lo propio con las gotas de sudor que caían sobre el labio superior de él. Ninguno de los dos era sincero, pero para tener la conciencia tranquila era obligatorio que continuasen engañándose a sí mismos y entre sí.
En la recepción de la boda, Neal se acercó a Hutch y le murmuró:
-Te recomiendo a la dama de honor.
-Esa es la prima de Donna Dee.
-No me importa de quién es prima, está buenísima. -Neal le golpeó en las costillas-. Imagínate lo bien que te lo podrías pasar en las reuniones familiares.
-Estás loco. -Hutch gruñó, sacándose de encima el brazo que Neal había colocado alrededor de sus hombros.
-Oye, ¿es que este matrimonio va a cambiar tu estilo? No me gustaría que eso ocurriese.
En ese instante, Hutch decidió ser fiel a su esposa. Sin importar cómo lo habían blanqueado para que sus conciencias lo aceptaran, Donna Dee había mentido para que le retiraran los cargos de violación. Sus celos por Jade estaban justificados, aunque ninguno de ellos se había dado cuenta. Estaban confinados por un pecado que él no quería complicar siendo un marido infiel. Considerando los duros momentos que habían causado a Jade, pagar con la fidelidad no era un precio muy alto.
Tras su viaje de miel al Hilton Head Island, Hutch trabajó en la oficina de su padre hasta que tuvo que volver a los entrenamientos del equipo. Donna Dee estaba deseosa de establecer su casa en Columbia. Según ella, su instinto maternal se le había disparado. La noche anterior, mientras desempaquetaban la delicada porcelana china en una habitación con paredes de ladrillos de color ceniza, había informado a Hutch sobre sus planes de dejar los estudios.
-Ahorraremos el dinero que hemos gastado en mis clases. De todas formas, no soy un genio, Hutch. ¿Qué haría yo con ciencias sociales y biología? Ya sé todo lo que necesito saber sobre eso, ¿no? -Se acercó a él, y juguetonamente le apretó los testículos.
-Sigues tomándote las pastillas, ¿verdad?
-Claro. ¿Por qué?
Él se dio cuenta de que ella no le miró a los ojos cuando contestó.
-Porque lo último que necesitamos ahora es un niño.
-Ya lo sé, bobo.
-Prometí a mi familia que no dejaría los estudios si nos casábamos. Las asignaturas de este año son bastante fuertes. El entrenador no para de atosigarme por no practicar lo suficiente. En este momento no puedo cargarme con más responsabilidades.
Ella dejó a un lado lo que estaba haciendo, rodeó a Hutch con sus brazos y le besó lentamente.
-Después de todo lo que he hecho por ti, ¿no crees que tu felicidad me la merezco primero yo?
Ahí estaba de nuevo esa advertencia sutil de que ella se había jugado el cuello por él cuando él lo había necesitado con desesperación. ¿Acaso ese culpable secreto iba a servir como precio de intercambio para el resto de su vida en común? Ese pensamiento sombrío no le había dejado tranquilo durante la noche y le había llevado a casa de Neal esa tarde. Estar con Neal y Lamar era como volver a la escena del crimen. También era como explorar en una muela picada. Cuanto más lo hacía, más le molestaba. El problema existía, y él no podía evitarlo.
-¿Y cómo está Donna Dee? -le preguntó ahora Lamar-. No la he visto desde vuestra boda. -La marihuana le había dejado tirado sobre una silla, con una pierna colgando por encima.
-Está bien. Me dijo que os saludase de su parte.
Neal bebió directamente de una botella de Jack Daniels.
-¿Le dijiste a Donna Dee que venías aquí?
-Claro.
-¿Y ya se fía de ti estando con nosotros? -se burló Neal-. Pues aún es más tonta de lo que me pensaba.
Hutch se puso rápidamente en pie, furioso.
-No es tan tonta. Dice que estás lleno de mierda, y creo que tiene razón. -Se dirigió a la puerta.
Neal se levantó y se puso frente a Hutch, bloqueándole el paso.
-No te largues, hombre -le dijo con suavidad-. Sólo te estaba pinchando. Quédate. Algunas Delta Gammas han prometido venir y ayudarnos a poner este lugar en condiciones. Y te aseguro que eso no es todo lo que pondrán en condiciones -añadió con sonrisa lasciva-. Lamar y yo no podremos ocuparnos de todas ellas.
-No, gracias -respondió Hutch irritado-. Me voy a casa con mi mujer. -Intentó esquivar a Neal, pero a pesar del alcohol y la droga Neal aún estaba ágil y en plenas facultades mentales.
-Tío, ¿es que nunca vas a saldar esa deuda?
Hutch se quedó quieto.
-¿Deuda?
-No te hagas el tonto. Me refiero a corresponder a Donna Dee por lo que hizo con nosotros.
Hutch lanzó a Lamar una rápida mirada de culpabilidad, pero Lamar desvió los ojos.
-No sé de qué me estás hablando.
-¡Y una mierda! -exclamó Neal-. Intentas corresponder a Donna Dee porque te libró de la trena. Primero te la tiraste. Luego, te casaste con ella. Y ahora juegas a ser su osito de peluche.
-Cállate.
-Ella podría clavarte sus garras si supiera lo mucho que te divertiste con su mejor amiga, ¿no es cierto, Lamar? -preguntó mirando al otro chico, que parecía muy incómodo-. Tú y yo nos lo pasamos bien, pero me parece que Hutch se pensó que el regalo de Jade venía envuelto especialmente para él.
Hutch acercó su cara a la de Neal.
-Eres un hijo de puta, Neal. No quiero volver a saber nada de ti ni tener nada que ver contigo.
Empujó a Neal hacia un lado y salió por la puerta hecho una furia. Lamar lo llamó.
-Eh, Hutch. Neal no quiso decir eso. No te vayas.
Hutch siguió adelante sin mirar hacia atrás.
-Volverás -gritó Neal desde la puerta-. Sabes perfectamente quién es el dueño de la pastelería. Cuando te falte azúcar, volverás.
Un poco después de que Hutch se hubiese ido, Lamar se encerró en su cuarto, dejando que Neal divagase y delirase solo. Neal no solía perder la paciencia, pero cuando lo hacía, Lamar le temía. En realidad no sabía qué le asustaba más, si las rabietas de Neal o sus siniestros silencios. Cuando estaba quieto y callado, con la rabia hirviendo en su interior como el azufre en las profundidades del Hades, casi podía olerse su furia.
Lamar odiaba vivir en esa casa, pero le faltaban agallas para decírselo a Neal y mudarse. Durante las vacaciones de verano había estado pensando en ello. Le hubiera gustado que su madre le pidiese que cambiara de universidad o que le sugiriese quedarse un año en casa antes de continuar con los estudios. Cualquier cosa con tal de no vivir un año más bajo el dominio de Neal.
Pero no ocurrió nada, y nunca llegó a reunir el coraje suficiente para explicar a Neal que quería vivir en otro lugar. Dócilmente, había trasladado de nuevo sus cosas de Palmetto a la vieja casa que habían arrendado por segundo año. Alrededor de las paredes de su dormitorio todavía se apilaban cajas y maletas. Falto de iniciativa, se estiró sobre la cama y se cubrió los ojos con la mano. Ahora que Hutch se había ido, Lamar perdió las esperanzas de poder escapar de Neal. Si le decía que quería trasladarse a otro sitio podía ocurrir algo gordo. Así pues, parecía que estaba encadenado.
Era una juerga continua. Neal estaba rodeado de gente que decía que les gustaba. Lamar sospechaba que lo que realmente les gustaba era lo que él les proporcionaba. También se imaginaba que algunos de ellos temían ofenderle, igual que él. Se sentían intimidados y aceptaban sus invitaciones.
La puerta de la casa siempre estaba abierta para quienes buscaban sexo, alcohol y drogas blandas. El continuo torrente de estudiantes en busca de placer apenas aportaba intimidad a Lamar. Aunque se encerrase en su cuarto, siempre había alguien que entraba buscando el lavabo o una cama vacía donde echar un polvo.
Sólo de pensar en otros nueve meses así se sentía abatido. Neal estaba celoso de cualquier cosa que redujese su tiranía sobre sus amigos. Exigía absoluta lealtad y constante disponibilidad. Por eso se había puesto así con Hutch. Neal estaba celoso de Donna Dee porque ocupaba la mayor parte del tiempo de Hutch.
Había puesto el dedo en la llaga al mencionar el incidente de Jade. Los tres habían intentado hacer como que no había ocurrido. E incluso cuando Gary Parker se ahorcó y Jade y su madre abandonaron Palmetto, no quisieron relacionar esos incidentes con lo sucedido en el canal esa fría tarde. Sin embargo, por mucho que intentaran mantenerlo fuera de sus conversaciones, siempre encontraba un modo de salir a la luz. Pensando ahora en ello, era Neal el que solía mencionarlo.
¿Estaba Neal manipulando el tema, al igual que había acusado de ello a Donna Dee? Siempre que quería algo sacaba a relucir el suceso. El recuerdo de ello servía para mantenerlos a raya. ¿Por cuánto tiempo?, se preguntaba Lamar. ¿Para toda la vida? Sintió escalofríos al pensarlo. Lo último que deseaba era ser el receptor final de todas las burlas de Neal. Dios no quisiera que Neal se enterase de que estaba enamorado.
Aparte de su desgana de vivir dos años más con Neal, Lamar se sentía desgraciado por haber dejado a su nuevo amor, un profesor de octavo curso de la escuela primaria de Palmetto. Se habían conocido por casualidad en el cine. Su primera cita no tuvo más romanticismo que ir a tomar un café después de la película, aunque estuvieron hablando toda la noche. Una tarde, después de un largo paseo por la orilla del mar, Lamar había admitido algo nervioso:
-No puedo llevarte a casa. Vivo con mi madre.
-A mí también me gustaría estar a solas contigo.
Decidieron encontrarse clandestinamente en un motel. Allí, a excepción de la violación de Jade Sperry, Lamar perdió su virginidad. Como sus amigos pensaban que había hecho el amor durante años, no podía destruir el mito y confiar a alguien que aquélla había sido la mejor noche de su vida.
Había sido meticulosamente discreto, lo que no era una hazaña pequeña al vivir con Myra Jane. A ella no le importaba que Lamar hubiese vivido un año fuera de casa, pero quería controlar cada minuto de su tiempo. Un ángel benevolente había impedido que se enterase del incidente de Jade Sperry. Myra Jane fue una de las primeras en condenar a Jade cuando Gary se suicidó. Conociendo lo injusto de la crítica, Lamar luchó con su conciencia sobre si debería aclarar a su madre ciertos hechos. Sólo consiguió aguantar un primer asalto antes de decidir guardarse lo que sabía.
Hasta ahora no podía creerse que hubiera tenido la buena suerte de salir ileso de esa desagradable situación. Le parecía como si viviese un tiempo prestado, y tomó precauciones extras para que su madre no se enterase de su nueva aventura amorosa.
Ahora tenía dos pecados sobre su conciencia. Pero Lamar no había salido impune por sus infracciones. Estaba pagando por ellas al estar condenado un año más bajo la tiranía de Neal.
Se esforzó por levantarse y prepararse para la noche. Debía desempaquetarlo todo antes de que llegasen las Delta Gammas. De lo contrario colocarían las cosas donde él no supiese encontrarlas. Tal como Neal esperaba, se pondría un poco a tono, algo bebido, y probablemente llevaría una de las Delta Gammas a su dormitorio y harían el amor.
Según su recién adoptada filosofía de la vida, para poder sobrevivir en el mundo cruel uno tenía que hacer lo que se esperaba de él, aunque no le gustara.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora