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—¿A dónde vamos? —preguntó Jade—. Bueno, sé adonde vamos, pero ¿por qué?
—Espera y lo verás.
Las luces de los faros iluminaron por un momento el túnel de árboles que llevaba a un camino sin salida, a la casa de la plantación que recientemente Jade había comprado para la compañía. Salvo las profundas sombras bajo el espeso follaje, el patio estaba bañado por la luz de la luna. La casa parecía majestuosa y blanca, más hermosa que a la dura luz del día.
Dillon sonrió al coger una linterna de la guantera.
—Vamos, no hay problema. El propietario es un amigo personal mío.
Cruzaron el patio y subieron las escaleras. Las viejas tablas crujieron bajo su peso.
—Tengo que arreglarlas antes de que alguien se haga daño —dijo mientras buscaba una llave en el bolsillo del pantalón.
—¿Dónde conseguiste la llave?
—Si no dejas de hacerme preguntas te cargarás la sorpresa.
—¿Qué sorpresa?
—Ésa es otra pregunta.
El rancio olor característico de una casa abandonada les dio la bienvenida cuando abrieron la puerta e hizo pasar a Jade al amplio vestíbulo. Él encendió la linterna y la enfocó a lo largo del suelo de baldosas italianas.
—Esto es como un escenario.
Jade se cogió los codos.
—La prefiero de día. Esto es fantasmagórico.
Estaba confundida y vagamente decepcionada. Cuando dejaron su casa, ella pensó que él la llevaría directamente a su remolque. El quedarse en su casa estaba fuera de lugar.
Aunque hubieran podido pasar sin que les oyeran Cathy y Graham, se habría sentido incómoda sabiendo que estaban en habitaciones cercanas. Esta noche no quería que nada contribuyera a sus inhibiciones.
Si le daba tiempo a pensar en ello, quizá perdiera los nervios. Esta laberíntica y vieja casa, que había estado abandonada durante años, la estaba poniendo nerviosa. Se había disgustado y enfriado un poco debido al retraso. ¿Podría enfriarse su ardor tan fácilmente?
—Dame la mano y mira dónde pisas.
Ella le dio la mano. Él iba delante.
La sorprendió dándole indicaciones para evitar los escalones que estaban estropeados y que podrían resultar peligrosos.
—¿Has estado antes aquí?
—Ajá.
—¿Sin mí?
—Ajá.
—¿Cuándo?
—Cuidado con ese clavo oxidado.
Cuando llegaron al primer piso, Dillon giró a la derecha, siguiendo el pasillo con la linterna. Todas las puertas de las habitaciones estaban abiertas excepto una al final del corredor. Dillon la condujo a esa puerta. Él la miró expectante antes de girar el pomo de porcelana y abrir la puerta.
Jade cruzó el umbral y entró en la habitación.
Contrariamente al resto de la casa, la habitación había sido limpiada. No había telarañas en las esquinas de los altos techos ni cayendo de las lágrimas de cristal de las lámparas de encima de sus cabezas. La madera del suelo estaba sin pulir, pero había sido barrida de suciedad y escombros.
Había un solo mueble en la habitación: una cama de latón. Jade la había admirado durante su primera visita a la casa, aunque estaba lamentablemente deslustrada. Ahora brillaba en el resplandor de la linterna de Dillon. Siguiendo el estilo Victoriano, el alto cabezal había sido trabajado con torbellinos y rizos. Las almohadas, de lino fresco y blanco, se apoyaban contra él. Había sábanas frescas y un cobertor cubría el colchón. Una mosquitera había sido suspendida desde el techo para adornar la cama.
Jade se quedó mirando, sin habla, mientras Dillon se dirigía hacia la chimenea de mármol y encendía las velas que habían sido dispuestas encima. Entonces fue encendiendo decenas de velas por toda la habitación hasta que el pálido muaré de las paredes resplandeció con una suave luz y la cama de latón debajo de la gasa brilló incandescente. Después de encender la última vela, arrojó la cerilla a la chimenea y se giró hacia Jade. Él parecía tímido e inquieto.
—Bueno, ¿qué opinas?
Ella subió las manos hacia los lados y abrió la boca para decir algo, pero ninguna palabra salió de ella.
—No tengo mucho que hacer por las noches —dijo él—. Desde que salió lo de la casa, he ido viniendo por aquí después del trabajo, haciendo todo tipo de cosas.
Él dirigió una mirada insegura hacia la cama.
—Quizá te parezca pomposa, lo sé, pero sabía que este lugar te gustaba mucho. Así que pensé que si alguna vez..., que si nosotros..., maldita sea.
Le pasó una mano por la nuca y puso la otra en el cinturón de sus téjanos.
—Mira, no te podía llevar al maldito remolque porque es un lugar de lo menos romántico... y yo creí que te gustaría, que desearías un sitio romántico. —Lanzó una sarta de maldiciones—. Debo de parecer un estúpido, ¿verdad? Me siento como un idiota. La cosa más romántica que he hecho por alguna mujer, desde que murió Debra, ha sido preguntarle su nombre. —Dejó escapar un suspiro de disgusto—. Probablemente esto no haya sido una buena idea. Te puedes ir si lo deseas.
Jade meneó la cabeza en silencio.
—No me volveré loco, te lo juro —dijo él—. Di que quieres marcharte y nos marcharemos.
Ella se le acercó.
—Empiezo a pensar que eres tú el que está asustado, Dillon.
—Lo estoy. Estoy asustado de que te puedas ir. —Bruscamente añadió—: No quiero que te vayas. Probablemente seré un miserable fracasado.
La luz de las velas se reflejaba en su intensa mirada.
—Esto no es posible.
Casi inconscientemente, ella desvió la mirada hacia la cama.
—La habitación es preciosa. De verdad. Ha sido un detalle romántico y acertado.
—Gracias.
Ella volvió su cabeza de nuevo hacia un lado y sonrió tímidamente.
—Me alegro de que vaya a ser contigo, Dillon.
Él alcanzó su mano y la apretó. Su pulgar siguió la línea de sus abultados nudillos.
—Yo también. ¿Pero por qué yo?
Sus párpados descendieron hasta oscurecer sus ojos.
—Todavía no estoy segura de que pueda hacerlo, pero tú eres el primer hombre que me ha hecho desearlo. Por primera vez creo que vale la pena correr el riesgo.
Levantó una mano hacia sus labios y le besó la palma.
—En cualquier momento del camino, todo lo que tienes que decir es que pare y yo pararé. Probablemente lance alguna maldición y hasta es posible que llore —dijo con una media sonrisa—. Pero me detendré.
Ella no quiso que él dejase de hacer lo que estaba haciendo con su mano. Él la retuvo en sus labios mientras hablaba. Su aliento le dejaba húmedos retazos en su piel. Hizo girar levemente su mano y, mientras ella abría sus dedos, él hundió sus dientes en el rollizo pulgar.
Cerrando los ojos, él la besó en el centro de la mano, haciendo hervir su corazón con su boca. Los labios eran cálidos y apetecibles; su lengua, juguetona y erótica. Condujo su dedo índice hacia el bigote. Lo exploró de un lado al otro con la yema de sus dedos, conduciéndolo al borde de su labio superior.
Poco a poco mordisqueó con sus dientes su dedo índice. Le hizo sentir cosquillas en la punta del dedo y en el bajo vientre. Él lo hizo con cada uno de sus dedos, mordisqueando la carne y chupando la piel con su lengua.
Jade experimentó tanto placer viéndolo como sintiendo lo que le hacía. La luz de las velas levantó una leve sombra de su cabello. Oscuras pestañas caían por encima de los huesos de sus mejillas con líneas tímidamente dibujadas. Su boca, con su grueso labio inferior debajo de su amplio bigote, parecía increíblemente sexy. Al mirarlo hizo que sintiera su barriga como un gato que se estaba desperezando con placer animal después de un largo sueño.
Él besó la parte interna de sus muñecas, y entonces se dirigió hacia la curva de su codo. Ella notó la húmeda pasada de su lengua y la hábil superficie de sus dientes tironeando de su piel. Un lado de su cabeza tropezó con su pecho, y Jade tuvo miedo de que el terrible pánico se apoderara de ella. Pero lentamente, desde el centro de su pecho, su cuerpo le decía que todo marchaba bien.
—Se tienen que poner duros.
Ella no se dio cuenta de que había susurrado las palabras en voz alta hasta que Dillon levantó su cabeza.
—¿Qué?
—Nada.
—¿Qué has dicho?
—He dicho..., he dicho que se tienen que poner duros.
—¿El qué?
—Mis pezones.
Él bajó sus ojos hacia ellos.
—¿Lo están?
Ella asintió.
—Cuando frotaste tu cabeza contra mí.
—¿Te gustó?
—Sí.
—¿He hecho algo hasta ahora que no te haya gustado?
—Sí.
—¿Qué?
—Te paraste a hablar.
Él se rió suavemente.
—¿Lo ves? Estoy volviendo hacia mis antiguas costumbres. Estoy esperando que algo salga mal cuando deseo con todas mis fuerzas que todo vaya bien.
Como si esto fuera una lenta rutina que ensayaran cada noche, él elevó los brazos de ella y los apoyó en sus hombros. Sujetándola suavemente alrededor de su cintura, la acercó hasta que sus cuerpos se pusieron en contacto. Mientras los mantenía juntos, Jade no podía ocultar su sorpresa.
—Tus pezones no es lo único que se pone duro, Jade —le recordó con un susurro tenso. Presionando su frente contra la suya, él continuó en el mismo urgente tono—: Sólo es carne. Soy yo y no me tienes miedo, ¿verdad?
Esperó su respuesta. Finalmente, ella movió la cabeza, haciéndola rodar por su frente de un lado a otro.
—Por favor, no me tengas miedo.
—No te tengo miedo.
—Entonces bésame. —Echó su cabeza hacia atrás y la miró—. Bésame, Jade
—Ya lo he hecho.
—No, he sido yo el que te he besado, que es diferente.
Ella quería demostrarle que no se iba a echar atrás. Más importante aún, se lo necesitaba probar a sí misma. Deslizó sus dedos por su cabello empujando su cabeza hacia abajo, mientras se ponía de puntillas. Presionó su boca contra la suya.
Su respuesta fue poco entusiasta y eso la picó.
—Me ayudaría si tú también me besaras.
—No me estás besando. Nos estamos tocando los labios. Eso no cuenta.
Su miedo a la intimidad luchaba contra la determinación a defenderla. Nuevamente de puntillas, probó la línea de entre sus labios con la punta de su lengua. Se abrió paso y de pronto se encontró explorando la línea interna de su boca con su lengua, frotándola, probando a Dillon. Empujó aún más su cabeza. La boca de él se cerró sobre la de ella.
Había ocurrido algo gratamente sensual. Los dos lo notaron. Emitiendo un hambriento sonido, él cruzó sus brazos por la parte más estrecha de su espalda, haciéndola doblarse. Jade, dueña aún de la situación, le dejó hacer. De hecho, ella agradeció la calidez de su cuerpo.
Por primera vez en quince años dejó que sus emociones rodaran sin control. Saboreó su boca. La textura de su cabello y de su piel eran dos excitantes placeres para sus dedos. Sus oídos disfrutaban con los sonidos anhelantes que salían a través de la garganta de él, con una vibración sensual. Su fuerza no le asustaba. Se sentía bien, pues su suavidad la amortiguaba y complementaba. Sensaciones explosivas estallaban en cada uno de los puntos en que se tocaban.
Los besos continuaron. A medida que crecía su deseo, ella fue empujando su lengua más profundamente dentro de su boca. Él respondió con placer hasta que cada beso fue un acto de amor, un intercambio carnal.
Finalmente, sin aliento, Jade liberó su boca y se apoyó débilmente en él.
—Dillon, ¿nos podemos sentar, por favor?
—Vamos a tendernos.
Ella se separó de él. Los ojos de Dillon parecían absortos, pero su voz permanecía tranquilizadoramente suave.
—¿De acuerdo?
Su corazón empezó a agitarse con fuerza ante la idea de acostarse con él. Aprehensivamente miró hacia la cama.
Dillon le acarició con el dorso de sus dedos la mejilla y le volvió la cabeza hacia él.
—Nos tenderemos de lado, Jade. No me voy a echar encima tuyo.
Ella se humedeció los labios. Sabían a Dillon, estupendamente a Dillon.
—De acuerdo. Nos tenderemos de lado.
Se apartó de ella y empezó a desabrocharse la camisa.
—Aún no estoy preparada para quitarme la ropa —dijo ella rápidamente.
—No importa.
Su elección no había alterado la suya. Se sacó la camisa y la tiró al suelo. No llevaba cinturón. El cinturón de sus viejos tejanos estaba tan blanco que incluso las trabillas estaban completamente blancas. Se curvaba hacia fuera de su cuerpo, creando un vacío incitante entre él y su delgado y velludo abdomen. Apartando la mosquitera, se sentó a un lado de la cama, se sacó las botas y a continuación los calcetines.
Luego se tendió sobre su espalda. Su piel bronceada parecía oscura en contraste con las sábanas blancas y el montón de almohadas. Extendió sus manos hacia ella a través de la mosquitera abierta. Con estrépito, se dejó caer a su lado. Se quitó las sandalias, pero ésa fue la única concesión que hizo antes de cerrar la mosquitera.
Sin camisa, él parecía más amenazantemente masculino, y su fuerte masculinidad la empezó a abrumar. La vertiginosa euforia que habían creado los besos se empezaba a disipar. Las mareantes llamas parpadeaban como las ascuas en una hoguera casi apagada. Ella notó la oscuridad del miedo descendiendo sobre ella. Aparentemente Dillon también la notó.
—Estoy hecho del mismo material que tú, Jade —le dijo suavemente—. Lo único que pasa es que tiene forma diferente.
Ella miró su amplio y velludo pecho, el acusado hueco que su abdomen formaba por debajo de su caja torácica, el misterio de su ombligo y la evidente protuberancia de su entrepierna.
—Casi.
Con su dedo índice, le tocó un lado de su ansioso ceño.
—No es tan malo, ¿verdad?
—No está nada mal —respondió ella rápidamente—. Me gusta cómo eres. Me has gustado desde la primera vez que te vi con los prismáticos.
Él frunció el ceño con sorpresa.
—¿Prismáticos?
Desde la punta de su dedo gordo hasta la punta de su dedo meñique casi podía abarcar la anchura de su espalda. Frotó su mano arriba y abajo de su columna.
—¿Recuerdas que en Los Ángeles, cuando te contraté, te dije que había estado mirando cómo trabajabas durante varios días? Te estuve observando con unos prismáticos desde la habitación de mi hotel, que estaba al otro lado de la calle. Algunas veces pensé que habías notado cómo te observaba. Parecía que me mirabas directamente. —Sus ojos azules encontraron los suyos y se quedaron mirándose—. Me dejaste sin aliento.
Su mano dejó de moverse por su espalda. Quemaba como una marca de hierro a través de la delgada tela de su blusa.
—No sabía cómo responder a la manera en que me hiciste sentir —dijo ella con una voz gutural.
—¿Y qué hay de ahora?
—Todavía no sé cómo responder.
—Búscala.
—¿Cómo?
—Tócame. Todavía mantengo la promesa —añadió él—. No te tocaré. A menos de que quieras que lo haga.
Ella admiró con cautela su desnudo torso.
—Me gustaría continuar con los besos, si te parece bien. —Su sonrisa era una pequeña línea.
—Creo que lo podré soportar.
Él trató de cogerla para colocarla a su altura, pero ella se erizó. Las manos de él se relajaron en sus brazos.
—Si nos vamos a besar, tenemos que poner nuestras bocas al mismo nivel. Échate, Jade.
Después de algunos momentos de tensión, ella se estiró a su lado. Él cogió su cara entre las manos y la acercó a la suya. Sus bocas volvieron a juntarse en otro profundo y húmedo beso. Fue suave, sensual. Su lengua se movió provocativamente hacia dentro y hacia fuera de su boca. Al poco rato el beso fue insuficiente. Ella quería más.
Era más sencillo tocarle cuando no le miraba directamente a los ojos. Apoyó tímidamente su mano en su pecho. Él gimió con sorpresa y placer pero no liberó su boca del profundo beso.
Su piel estaba caliente. El pelo de su pecho se notaba vivo y elástico en el dorso de su mano. Su pezón estaba firme. Ella lo podía notar en el centro de su mano. Estuvo unos minutos sin poderse mover. Pero sus besos eran potentes, liberándola de toda la ansiedad y empapándola de una inquietante curiosidad y deseo.
Ella movió un poco sus dedos. Más músculo duro. Más cabello. Su pulgar acarició su pezón. Él hizo una rápida inspiración y la mantuvo. La mano de Jade se congeló en donde estaba.
—No quería asustarte —susurró él entrecortadamente—. No te pares.
—No esperaba que fueras tan...
—¿Tan que, Jade?
—Tan suave.
Riendo suavemente metió su cara entre su cabello y la abrazó más fuertemente. Él la hizo rodar hasta colocarla encima de él. El cambio de posiciones había sido tan rápido e inesperado que Jade no tuvo tiempo de prepararse para el shock de estar encima de sus piernas. Le miró a la cara, con la expresión congelada.
—Si no te gusta, podemos cambiar —dijo él solemnemente.
Después de analizarlo, ella se dio cuenta de que lo que estaba experimentando era placer y no miedo. Habían pasado muchos años desde que había estado con Gary Parker. Había pasado tanto tiempo desde que se sintió así por última vez, que casi no había reconocido lo que era.
Aunque los tocamientos adolescentes que se habían hecho no se podían comparar a aquello. Gary era un niño. Dillon era incuestionablemente un hombre y ella no era ya ninguna niña. Ella se había convertido en una mujer desde hacía muchos años, pero Dillon era el primer hombre que le había hecho darse cuenta de su feminidad. Ahora era embriagador, estimulante y un despertar.
Su erección presionaba sus muslos. Irradiaba calor desde ese punto de contacto hacia todas las partes de su cuerpo. Su feminidad se calentaba. Latía con la dulce hinchazón de su deseo. Ella padecía y era delicioso.
—Me gusta, pero no sé qué hacer —dijo en un angustioso murmullo.
—Haz lo que quieras hacer, Jade. Esto no es un examen. No te voy a poner ninguna puntuación. No es cuestión de pasarlo o suspenderlo. Cualquier cosa que hagas está bien.
Ella bajó sus labios hacia los suyos para besarlo. Él mantuvo su cabeza recta entre sus manos mientras su boca conectaba con la suya en una orgía de besos que los dejaron jadeantes. Ella tiró hacia atrás su cabeza para respirar; él aprovechó el momento para empezar a acariciarle la garganta. Levantó una mano hacia el primer botón de su blusa.
—¿Qué...? No.
—Esto forma parte de ello, Jade —dijo manteniendo la mano donde estaba.
—Ya lo sé, pero...
—Quiero verte. Déjame acariciarte. —Sus ojos permanecieron cerrados. Finalmente dijo—: De acuerdo, si tú no quieres.
—No, espera.
Dudó sólo un momento antes de volver a colocar sus manos encima de su pecho y vientre. Sentándose sobre sus talones, entre sus piernas, empujó a Dillon hacia una postura sentada y guió su mano hasta su pecho.
—No me hagas daño.
—Nunca, nunca lo haría. Quiero enseñarte lo bien que puedes sentirte al ser acariciada.
Ella asintió y dejó libre su mano. Él desabrochó el primer botón y se dirigió al segundo. No tenía prisa en sus movimientos. Cuando terminó con los botones, sacó el dobladillo de su blusa por encima de la cinturilla de su falda. Entonces, alcanzando el interior por la blusa suelta, la abrazó.
—¿Puedo tocar tus pechos, Jade?
Sus manos se sentían frías en su piel. Eran callosas y duras, pero su tacto era suave.
—Sí.
Él rodeó su pecho izquierdo.
—Dime si te hago daño. Dime cuando quieras que pare.
—No tengo miedo de que me hagas daño. Tengo miedo de que sea incapaz de soportarlo. Tengo miedo de que me hagas recordar, y que el recuerdo lo eche todo a perder.
—No pienses en nada más que en el ahora. Concéntrate en las sensaciones.
La acarició suavemente a través de su sujetador. Frotó ligeramente sus nudillos contra su pezón. Se puso tieso. Involuntariamente, ella emitió un sonido ronroneante.
—Me gustaría desabrocharte el sujetador.
Ella asintió.
Le puso las manos por detrás y le desabrochó el corchete. Luego introdujo su mano por dentro del flojo sujetador y cogió un pecho en su mano. Ella pronunció su nombre.
—¿Quieres que pare?
Ella negó vigorosamente con la cabeza.
Su mano se movía con experiencia por su pecho. Lo definía y reafirmaba. Ella se mordió el labio cuando sus caricias llegaron finalmente al pezón. Estaba duro y distendido, incluso antes de que él empezara a acariciarlo.
—Eres perfecta, Jade.
Él continuó acariciando con su pulgar la rígida punta, sin tocarla apenas, provocando cálidas oleadas y escalofríos.
Jade se dejó llevar por sus caricias, inclinó la cabeza y la apoyó en su hombro. Colocó sus brazos alrededor de él. Hundió sus uñas en la flexible carne de su espalda.
—Jade, quiero ponerlo en mi boca. Aquí. —Presionó su pezón—. ¿Puedo hacerlo?
Ella dio su consentimiento con un ligero movimiento de su cabeza que tenía apoyada contra su espalda.
Dillon apartó su blusa y la parte inferior del sujetador. Jade notó en sus pechos ardientes la brisa fresca de la noche. Su primer beso fue suave, tierno, afectuoso. Sus labios coquetearon con su piel; su lengua se movió experta. Pasó su bigote por su pezón turgente hasta que ella creyó volverse loca de placer.
Entonces sus labios lo rodearon y atrajeron con dulces y cálidos movimientos succionantes de su boca. Cada suave tirón producía respuestas acordes en la profundidad de su útero.
Eran extraordinarias, irresistibles. Llegó a sentarse en sus rodillas para resultar más accesible. Dillon acunó sus pechos entre sus manos como si fuese a beber de un cáliz que devolvía la vida. Cuando apartó su boca, la acarició con su nariz y frotó fuertemente su mejilla contra ella, antes de volver a su boca de nuevo.
Su ropa continuaba interponiéndose en su camino.
—Si te quito la blusa por los hombros, ¿sacarás los brazos por las mangas? —preguntó con voz ronca—. Por favor, Jade.
Ella asintió.
Sacó la blusa por los hombros y guió sus brazos por entre las mangas. De repente, perdiendo los nervios, ella agarró el sujetador contra su pecho. Se miraron profundamente a los ojos. Ella notó que una vena en la frente de Dillon sobresalía visiblemente y que su mandíbula permanecía cerrada.
—¿Vamos a parar ahora?
—Yo... No, creo que no.
Sacó las manos y el sujetador cayó en su regazo.
—Oh, gracias —dijo con una profunda exhalación.
Con ambas manos empezó a acariciar primero su cabello, los trazos de su cara y luego pasó a sus labios, que estaban hinchados y sonrosados de tantos besos. Sus dedos acariciaron su cuello y torso y se desviaron hacia sus pechos. Se la quedó mirando como si fuera un milagro de la creación.
—Dime qué es lo que quieres que te haga, Jade.
Cogió su cara entre las manos y la dirigió hacia sus pechos hasta que sus labios se hundieron en la carne. Sus pezones se volvieron a poner turgentes debido a las caricias de su lengua. Su boca le producía un inmenso placer.
Con un quejido, él se dejó caer en las almohadas, le sacó los sujetadores del regazo y buscó a tientas el botón de sus tejanos. Los ojos de Jade se abrieron inmensamente, llenos de terror.
—No voy a hacer nada que no quieras que haga —explicó él rápidamente. Levantó su mano izquierda detrás de su cabeza y se agarró a un tubo curvo de la cabecera de la cama—. No puedo hacer nada con una sola mano, ¿verdad? Pero tengo que hacer sitio, Jade.
Su mano derecha se movió afanosamente para desabrochar el obstinado botón. Cuando bajó la cremallera le quedó abierta la bragueta a través de la cual se le veía un trozo de los calzoncillos blancos de algodón. De todas formas se podía observar perfectamente su firme erección. Jade se le quedó mirando con miedo.
Siguiendo fiel a su palabra, mantuvo una de las manos en la cabecera de la cama pero con la otra alcanzó su mejilla.
—Se me ha puesto dura, es lógico. Pero no se me ha puesto dura porque te quiera violar o porque quiera demostrarte que físicamente soy superior a ti.
»Se me ha puesto dura porque tienes unos increíbles ojos azules en los que me gustaría nadar. Se me ha puesto dura porque tienes unas piernas estupendas de las que me ha sido imposible mantener mis ojos apartados desde aquella noche que fuimos en aquella maldita limusina. Se me ha puesto dura porque tu boca es deliciosa y tus pechos son dulces y porque sé que ahora debes de estar húmeda. —Sonrió por el erotismo de su propio monólogo—. No quiero ultrajarte, Jade. Quiero hacer el amor contigo.
Jade cruzó los brazos sobre sus pechos y dejó descansar sus manos en sus hombros.
—Ya lo sé, Dillon. Lo sabe mi corazón, pero mi cabeza...
—Deja de escuchar a tu cabeza —dijo él casi gritando, pero inmediatamente bajó su tono de voz—. ¿Qué es lo que quieres hacer, Jade? Escucha a tu corazón. ¿Qué es lo que te dice?
—Me dice que yo también quiero hacerte el amor, pero tengo miedo de que me quede helada cuando intentes penetrarme.
Él pasó su mano por entre su cabello.
—Entonces ni siquiera lo intentaré. Sabía que esto nos iba a llevar tiempo. Ya contaba con ir despacio. Iremos paso a paso, y no intentaremos el acto sexual hasta que estés preparada.
—Pero eso no es justo para ti.
—No estoy sufriendo.
Ella dirigió una mirada dubitativa hacia su regazo. Él rió sonoramente.
—Bueno, hay sufrimientos y sufrimientos. Me voy a sentar otra vez, ¿vale?
Cuando ella estaba arrodillada otra vez entre sus piernas, él bajó con cuidado sus brazos del pecho.
—Eres tan bella —susurró.
Un beso dio paso a otro beso hasta que fue imposible distinguir cuándo acababa uno y empezaba otro. Sus manos estaban en constante movimiento, acariciando su nuca, su espalda, su cintura, sus pechos. Por otra parte, Jade había perdido la timidez a acariciarle. Su torso era un territorio inexplorado que ella descubría con manos áridas y curiosas, pero con labios cautos.
—Sigue —murmuró cuando los labios de ella se posaron sobre su pezón.
Ella lo fue chupando delicadamente, descubriendo lo excitante que resultaba. Tenía treinta y tres años, y éste era el primer cuerpo de hombre al que tenía acceso. Era un mundo maravilloso lleno de nuevas experiencias para sus ojos, para sus manos y para su boca.
Los labios de Dillon volvían a menudo hacia sus pechos. Los besó repetidamente. Con la ligera punta de su lengua casi la hacía delirar. Jade abrazó fuertemente su cabeza hacia su pecho, gozando de la sensación de su espeso cabello contra su piel suave y cálida, mojada por la acción de su boca.
Su centro se agitó con dolor. Los labios de su sexo se hincharon con un influjo de sangre y deseo. Para liberar su dolor febril arqueó instintivamente su pelvis y la giró hacia Dillon.
Él maldijo abundantemente.
Jade no se había dado cuenta de que él había deslizado sus manos por debajo de su falda hasta que notó sus palmas que se deslizaban por la parte de atrás de sus muslos.
—¿Estás bien, Jade?
Ella sólo pudo emitir un quejido incoherente.
Las manos de él se movieron por encima de su trasero, palpándolo, acercándose a ella. Entonces bajó su cabeza y acarició el valle de sus muslos a través de su falda.
Ella gimió al sentir la explosión de placer que le produjeron sus inesperadas caricias. Sus muslos se relajaron. Se agarró firmemente a los hombros de él. Él extendió una mano encima de su trasero y movió la otra hacia la parte delantera de sus bragas. Sus dedos se deslizaron por debajo del encaje hacia los densos y brillantes rizos de su sexo.
Jade ni siquiera pensó en estar asustada. Más aún, ella lanzó una mirada confusa y dobló su cabeza por encima de la de él.
—Abre los muslos un poco, Jade.
Él no la empujó. No la sondeó cruelmente. Sus dedos estaban buscando suavemente, acariciando persuasivamente, aplicando una presión no mayor que el batir de las alas de una mariposa. Ella separó sus piernas unos centímetros.
—Muy bien —le susurró, animándola—. Estás húmeda. —Empujó ligeramente sus pechos y volvió su boca hacia allí—. Suavemente húmeda.
Sus dedos se deslizaron a través de la carne hinchada pero no la penetró. Suavemente, lentamente, él le separó los labios hasta exponer la parte más sensitiva a los movimientos giratorios de sus dedos. Por instinto, Jade se empezó a ondular contra su mano.
La habitación llena de velas empezó a encogerse a su alrededor. Su universo se reducía al centro de la cama, al centro de su cuerpo, al lugar donde Dillon le estaba dando más placer de lo que jamás hubiera soñado. Su lengua golpeaba su pezón tan delicadamente como el paso de su dedo, que se movía por encima de su deslizante clítoris.
Su vientre empezó a moverse. Sus pechos se agitaban en cada rápida inspiración. El calor la consumía. Cabalgó sobre su mano, desinhibidamente. Cuando la tensión se hizo insoportable y su cuerpo se convirtió en una cámara de combustión, atrapó entre los dientes su musculado hombro para no gritar cuando se produjo la demoledora liberación.
Él se dejó caer sobre las almohadas, trayéndola consigo. Ella quedó sobre su pecho y su vientre, con las piernas también sobre las de él. Dillon palpó su espalda, acarició su trasero, masajeó sus hombros.
La cabeza de Jade permaneció escondida en el hueco de su cuello. Al bajarla respiró profundamente la mezcla de sus sudores con su perfume y la colonia de él. De tanto en tanto la sacudía un leve temblor.
En ese momento él colocó las manos a ambos lados de su cabeza y se la levantó para poderla mirar a la cara.
—Has estado increíble —le susurró él bruscamente.
Ella movió su cabeza con desazón.
—Nunca creí que fuera tan... tan...
—Exactamente lo que yo he dicho.
Se rieron estrepitosamente. Se besaron suavemente. Entonces se besaron con deseo, entremezclando sus lenguas. Dillon desabrochó la cintura de su falda y la bajó hacia sus muslos, sus manos se deslizaron dentro de sus bragas y se cerraron sobre su trasero, elevándola.
—Quiero sentirte contra mí, Jade. Tu humedad, tu calor..., contra mí. Te juro que mi polla se quedará donde está, pero, maldita sea...
Jade también quería sentirlo. Momentos antes había pensado que todo su deseo se había consumido en un solo acto. Pero sus besos estaban renovando su creciente ansiedad que antes había sido nueva y ahora ya le era familiar.
Se quitó toda la ropa y se estiró encima de él. Cuando Dillon volvió a acariciarla, sus manos tocaron carne desnuda. Continuó subiéndola por su cuerpo hasta que su boca alcanzó sus pechos. Sus piernas se abrieron con naturalidad. Separó sus rodillas para sentarse a horcajadas sobre su cintura. Él colocó sus manos alrededor de la parte de detrás de sus muslos y las deslizó arriba y abajo en una caricia que la hizo abandonarse.
—Dillon, por favor...
No podía especificar con un nombre lo que estaba pidiendo, pero nunca hubiera podido imaginar lo que él le dio.
Agarrando su cintura entre sus manos, la levantó mientras se inclinaba hacia delante y metía su cara en el sedoso cabello de entre sus piernas. Para evitar caer de bruces, Jade se agarró a las barras de la cabecera.
Él besó los flexibles y oscuros rizos.
—Dillon...
Se deslizó más y la volvió a besar, con su boca abierta y amándola. Casi se desmayó cuando notó su lengua separándola, buscándola, encontrándola, acariciándola, golpeándola, mientras sus manos masajeaban la parte de atrás de sus muslos, debajo mismo de sus nalgas.
Su corazón se volvió a acelerar. Un rosado rubor se extendió desde su pubis hasta sus rígidos pezones.
Estaba a punto de volver a pasar. Ella lo quería. Aún y así...
—No.
Trató de zafarse de Dillon.
—Dillon, no. Para.
Cuando oyó la palabra clave la soltó, pero parecía confundido y ansioso.
—Por el amor de Dios, ¿por qué?
—Te quiero dentro de mí.
Le sacó los calzoncillos y se deslizó hasta la punta de su pene, que ya estaba húmedo por su reluciente emisión.
—No, Jade, déjame...
—Déjame a mí —dijo ella con énfasis. Las primeras rítmicas contracciones se apoderaron de ella cuando se llevó la tersa cabeza de su órgano entre los protectores labios de su sexo. Su cuerpo palpitó alrededor de él.
Él soltó un juramento apenas audible y colocó sus manos en la parte de arriba de sus muslos. Rozó con sus dedos la húmeda mata de rizos y presionó el clítoris bajo su monte de Venus. Jade lo llamó por su nombre cuando la recorrió el clímax. Ella se colocó encima de él y entonces se dejó caer encima de su torso, mientras espirales de sensaciones continuaron cubriendo su cuerpo. Dillon rodeó con sus brazos el delgado cuerpo. Sólo necesitó penetrarla para sentir el orgasmo.
Las paredes de la habitación llena de velas les devolvieron suaves gritos de placer, gemidos de agradecimiento, miradas de saciedad.

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora