7.Deja que los niños se acerquen.

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La vida en la tierra resultó aún más difícil de lo que realmente pensé, el frío, el calor, la gente empujándote tras cruzar una de las aceras más concurridas, el humo de los coches y de las bocas de ciertas personas que se aferraban a ese tuvo blanco que posaban sobre sus labios y que al parecer les hacía muy feliz, relajado, fue la respuesta de uno de los hombres a los que les pregunte por qué sorbían de aquel pedazo de papel mal oliente, quizá deba intentarlo alguna vez. Recordé que el novio de ella lo hacía, al pensar en aquel hombre sentí un golpe en la nuca, alguno de esos sentimientos nuevos, pensé.

Al final del día seguía sin empleo, sin ropa que usar al día siguiente y con un tremendo cansancio que jamás imaginé sentir, pero cuando cerraba los ojos de nuevo su rostro sonriendo, su boca al abrirse, su voz diciendo mi nombre...todo valía la pena.

- Hey¡ — Neville me agitaba con un poco de brusquedad — oye amigo creí que habías caído en coma de nuevo has dormido tanto.
— Cuánto — dije angustiado levantándome de la cama.
— Casi dieciocho horas
— Dieciocho — grite con fuerza — no es posible, perdí mi cita.
— Una cita — repitió Neville sin ayudarme — de trabajo o con alguna chica.
— La chica, no, trabajo, bueno las dos — me costaba poner en orden mis ideas — pensara que no soy bueno, la deje plantada.
— Eres extraño amigo — Neville parecía contento, aunque el cansancio del hospital aún no desaparecía de las bolsas de sus ojos. — encontraste trabajo, podrías venir al hospital hay vacantes en la cocina, es decir no es mucho, ya sabes, lavar lozas, atender algunos médicos mal humorados...— esperaba con una sonrisa en los labios — pero tendrás dinero y te vendría bien entretener tu mente, quizá recuerdes algo de tu vida.
— Es una estupenda idea — recordaba mi vida, recordaba mejor aún la razón por la que me encontraba ahí y hasta ahora no había hecho nada más que dormir, dormir como oso en invierno. — iré contigo.

Ya no podía presentarme con Hermione, era demasiado tarde, debía pensar ahora en una buena disculpa, eso de ser un hombre me costaba trabajo, empezaba a creer que todas esas historias que me contaban las almas eran más que reales, incluso se quedaban cortas y solo llevaba un par de días siendo un mortal, no sabía si soportaría mucho.

Había pasado mucho tiempo en el hospital, cuando acudía por las personas que estaban por morir, pero ahora estando en el otro lado las cosas eran diferentes, el aroma a medicamentos, sudor y sangre fueron un duro golpe, la gente era mucho más ruidosa de lo que pensé, las enfermeras subiendo y bajando...el dolor en las salas de espera, ese dolor que a menudo no tomaba en cuenta ahora lo podía sentir, estremecía la piel.

— Espera aquí iré a hablar con el encargado — Neville entró a un pequeño despacho, no podía permanecer en un segundo lo lugar así que empecé a vagar por los pasillos.

Ninguno llamo tanto mi atención como el ala infantil, me había tocado cruzar a más de tres pequeños niños que una enfermedad, la misma se los había llevado, algo llamado Cancer, algo que los derrotaba pero los niños siempre sonreían a pesar de todo. Mire el lugar, adornado con peces de colores, flores, animales, cohetes de los que se asomaban felices astronautas agitando su mano.

— Tu no eres de aquí — la voz de una pequeña niña me sobresaltó — de dónde vienes.
— Ah¡ yo, bueno solo pasaba por aquí. — le sonreí, era una niñita, de tez morena, sobre su cabeza una manta la cubría.
— Es bueno que hayas venido.
Me tomó de la mano, sentí como su piel parecía frágil, tibia. Me llevó hasta su cama, al rededor los niños jugaban de forma apacible, otros leían cuentos y algunos descansaban bajo mantas llenas de arcoiris.
— Eres tú — dijo la niña acercándome uno de sus dibujos. — sé que eres tú, me cuidabas.
Mire el papel, realmente era yo, los mismos rasgos, el cabello, pero como era posible que me conociera, era la primera vez que estaba ahí, o tal vez ella me había visto al ir por alguno de ellos, por alguno de los niños en las camas de a lado.
— Creo que soy yo.
— Vienes por mí ahora — me sonrió sus hermosos ojos dulces brillaron.
— No, aún no es tu tiempo. — no sabía qué decir — creo que te falta mucho.

Me sonrió y empezamos a jugar con los bloques que se encontraban cerca, poco a poco los demás niños se fueron reuniendo a nuestro al rededor, algunos me pasaban sus juguetes, otros me entregaban dibujos, unos más me pedían que leyera, todos me seguían, confiaban en mí y yo me sentía como en casa.

Al final las enfermeras me observaban, nadie me pidió que saliera por qué había logrado que los niños rieran como nunca en el tiempo que llevaban ahí, las madres me agradecían con lágrimas en los ojos que sus hijos fueran felices al menos unos minutos al día, acosté uno por uno en su cama, y como por arte de magia todos se durmieron sin dolor al mismo tiempo.

El ángel de la muerte. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora