10. Un boceto.

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Pero no se pueden hacer eternos los mejores momentos, no aquí en la tierra donde el tiempo es enemigo y trabaja en contra aún sobre nuestra voluntad. Su cálido cuerpo se alejó del mío después de aquella pieza de baile en la que todo comenzó y acabo, se alejó después de decir te veré mañana, seguido de un beso delicado y tímido en la mejilla, ahora existían más cosas en mi mente, cosas que me confundían, sensaciones que nunca antes había percibido, emociones casi incontrolables, como las ganas de besarla en los labios al sentir el roce de su piel cerca de mi, el deseo de tenerla aún más cerca, el aroma que me seguiría eternamente, ese que era aún más delicioso que el aroma de las más hermosas flores.

La deje ir, después de aquel baile la fiesta había terminado al menos para mí, tome el abrigo y camine al apartamento, el fresco viento de la madrugada me acariciaba, yo lo disfrutaba, pintaba una sonrisa por qué a pesar de haber sido tan poco el tiempo lo había aprovechado, cada segundo valía tanto para mí, el simple toque de su mano, la de su mejilla, el toque ligero de su boca al despedirse, eso era el amor, todo en conjunto y esperaba que jamás lo olvidara por qué el sentimiento más bello merecía ser recordado y vivido por todos. Dormí tranquilo, soñando aún con el momento que viví con ella.

La clase de sueños que los hombres suelen tener después de momentos tan intensos como los que viví aparecieron, abrí los ojos con un sentimiento de confusión y algo de vergüenza, jamás había experimentado algo similar, solo había soñado con Hermione, su silueta ajustada a la mía, sus labios besándome y luego un ahogo de satisfacción me llego de repente.

Para apagar la llama que aún sentía me hervía en la sangre tome un baño, el agua fría me despertó y me volvió el sentido a la cabeza, era buena hora, llegaría a su oficina, la volvería a ver, hablaría con ella y por qué no podría oler de nuevo su exquisito perfume; al ser domingo no tenía que ir al hospital, al menos no hasta la tarde cuando me tocaba pasar a ver a los niños en el ala infantil, no podía dejarlos eran como una vitamina que me regresaba a mi hogar. Los niños eran lo más cercano a mis amigos en el paraíso.

Neville se había ido ya, su trabajo no esperaba, salí tarareando de gusto, me detuve en una cafetería a comprar un panecillo, muchas veces en mi existencia de ángel me había preguntado a que sabía aquello que la gente tanto disfrutaba y ahora lo hacía, el dulce sabor y la consistencia suave parecía que mi paladar gritaba de gusto, empecé a reírme por el pensamiento, la gente me miro así que preferí seguir comiendo afuera, caminando con un café en la mano y el bizcocho en la otra transitaba por las aceras sin preocupación, el día parecía brillar con intensidad y ni siquiera me importaba que la gente me empujara al cruzas las avenidas, algo dentro de mí me mantenía en calma, motivado, como si volviera a volar, como si estuviera en el paraíso de nuevo.

A la una en punto abrí la puerta, el edificio casi vacío me pareció tranquilo, salude a la joven tras la barra diciendo quién era y a quién iba a ver, me condujo al ascensor y después de picar el número cuatro me dejo, las puertas de metal se aferraron una a la otra y un motor se escuchó al principio me sobresalté pero después de unos segundos las puertas se abrieron, la única luz que iluminaba la sala era la luz tenue del sol que se colaba por las ventanas, a lo lejos la vi, el brillo de su cabello cayéndole en ondas sobre los hombros, no me miraba, parecía concentrada en sus trazos sobre una mesa alta de madera, di unos pasos hasta llegar a la puerta, no quería molestarla, me gustaba verla así, sonreía, continuaba, levantó los ojos y los clavo en los míos.

— Harry...
Dijo casi sin moverse pero con una ligera sonrisa entre los labios.
— Yo, bueno teníamos una cita espero no importunarte. — dije pero me sentí como un tonto. — si estás ocupada...
— No, pasa te esperaba — bajo del banquillo en donde se encontraba y salto a mi mejilla, sentí como la piel de la cara me traicionaba dejando un tono rojo en ella.
— Este lugar siempre es así de silencioso. — intente parecer tranquilo
— No, de hecho es demasiado ruidoso— me sonrió — es el día libre de todos.
— Y tú no descansas, debes estar cansada ayer tuviste tu fiesta y...
— Si pero la verdad es que amo lo que hago y prefiero trabajar que perder mi tiempo en otras cosas. — note que su gesto cambiaba un poco.
— Estas bien, es decir sé que no me conoces mucho pero si puedo ayudarte, créeme Hermione que no dudaré en hacerlo.
— Eres muy amable Harry — casi susurro — no conozco a tu chica pero he dibujado esto para ti.
Acercó un cuaderno, aquellos trazos que hacía eran hermosos diseños, vestidos de formas increíbles, irreales, mágicos.
— ¡Woow! Son muy bonitos. — hojeaba aquel libro, lleno de bellos vestidos de novia, algunos a color, otros en lápiz.
— Crees que alguno le guste — me miro, parecía una niña emocionada ante una dulcería, ansiosa por qué le dieran permiso de tomar algo.
— Cual te gusta a ti. — pregunte.
Tomó el cuaderno de mis manos y busco entre las hojas, me extendió una, el diseño más sencillo de todos, ese era el mejor.
— Es el que usaras tú en tu boda — dije casi con recelo e intentando no atragantarme con las palabras. — es tu vestido de novia.
— No, es decir lo había diseñado con ese propósito, pero Draco insiste en que use uno de diseñador francés, uno famoso, o al menos eso cree él.
— Debió dejarte usar tu Modelo, se vería muy bien en ti — dejándome llevar por ese instinto mi mano sostuvo un momento la de ella, pude ver en sus ojos un dejo de tristeza, de inconformidad. — no sé, si pudiera, claro solo si tú lo permites, pero quiero ese, el que te gusta a ti.

Hermione me miro, de nuevo su mirada en la mía, su rostro a unos centímetros, pasó la lengua por los labios y solo pensaba en besarla.

— Qué sucede...amor...

Draco nos miraba con desprecio del otro lado de la puerta, Hermione me soltó de inmediato y yo solo no supe qué hacer.

El ángel de la muerte. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora