Capitulo 21: Retrospective Special (Parte 1)

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La campana del reloj de mesa que se encontraba a mi lado comenzó a sonar descabelladamente como lo hacia todas las mañanas. Horrible. Terrible. Como odio ese maldito reloj. Estiré mi mano aun con los ojos cerrados y le propine bastantes golpes, hasta que por fin logré que el sonido se detuviera. Lo había roto. Era el quinto ya de este año ¿Cuándo será el dia que Trinidad deje de poner estos relojes en mi habitación? Cada vez que rompo uno, ella lo vuelve a poner, ya que según lo que dice, si no lo tuviera, nada me despertaría temprano, y llegaríamos tardísimo. Y para la señorita perfección, llegar tarde es lo peor del mundo.

Me levanté de la cama sin ningún ánimo. El receso de invierno había sido bueno mientras duró. Tres semanas en casa durmiendo hasta la hora que se me plazca, maratones de mis series favoritas, y muchos libros para leer. Si, en definitiva, había sido muy bueno. Pero como siempre, todo lo bueno se tiene que acabar.

Fui hasta el baño de mi habitación, y me miré al espejo. Estaba más pálido que un papel, tenía unos manchones gigantes bajo mis ojos y sumándole a eso, mi cabello castaño oscuro con ese corte tan burdo que llevaba, se encontraba apuntando en todas direcciones. Era un desastre. Las mañanas son terribles.

Me duché en cosa de diez minutos, y enredé una toalla en mi cintura. Volví a acercarme al espejo, y comencé a palpar mi estomago. Había un pequeño centímetro de grasa ahí, que me molestaba como los mil demonios. Todo fue la culpa del estúpido banquete que me había dado la noche anterior. No lo pensé dos veces, y me acerqué al WC. Abrí la tapa, y como era de costumbre, introduje dos de mis dedos en mi boca, así provocando como acto reflejo, que vomitara todo lo que tenía en el estomago.

Para mi vomitar luego de comer, ya era algo del día a día, desde hace un par de meses.

Al terminar, me lavé los dientes para eliminar todo rastro del vomito, y luego apliqué enjuague bucal por cualquier cosa. Salí del baño, y fui hasta mi armario. El descomunalmente inservible armario, el cual no tenía ni si quiera la cuarta parte con ropa. Odiaba la ropa. Odiaba ir de compras. Por mí, estaría en pijama todo el dia. A causa de esto, el armario lo utilizaba en su mayor parte para guardar mis muchas colecciones de libros, lo cual enojaba muchísimo a Trinidad. Siempre se quejaba de que su armario se le hacía pequeño, y yo el mío lo llenaba con esas cosas inservibles llamadas libros. Lamentablemente, ella había sacado el buen gusto por la ropa, y yo por los libros.

Me puse mi uniforme lentamente, y luego me peine un poco. La verdad no era muy meticuloso con mi apariencia, solo intentaba verme decente y ordenado. No tenía nada que demostrarle a nadie. La mayoría de las personas jamás me notaba. Era un total invisible, inclusive a veces hasta para mi madre.

Ordené rápidamente mi mochila, metiendo los cuadernos y libros que necesitaría para ese día, y luego la cerré.

– ¡Santiago, estaré abajo! – gritó Trinidad desde la puerta de mi habitación – ¡No te demores!

Al escuchar eso, quería decir que tenía que bajar en menos de cinco minutos o mi hermana me abandonaría. Colgué mi mochila al hombro, y me puse un poco del último perfume que mi madre me había regalado. CK one. Debo admitir, que era mi favorito de todos los que tenía. Y vaya que había bastantes. Todos regalos que traía mi madre de sus viajes al extranjero.

Salí de mi armario, y me fui directamente a la puerta de mi habitación, pero justo cuando iba a abrirla, noté que algo me faltaba. Mi amada bufanda, que siempre me acompañaba a clases en los días de invierno. Era una bufanda totalmente común, de color crema, y muy calentita. Perfecta para mí. Me di media vuelta, y volví a entrar al armario acercándome hasta la encimera que se encontraba en el centro de este, y ahí estaba mi bufanda, esperándome junto con el amado libro que estaba leyendo, Crónica de una muerte anunciada del gran Gabriel García Márquez. Tomé primeramente la bufanda, y la enredé en mi cuello, luego tomé el libro y me retiré de ahí.

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