Capitulo 23

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Me encontraba atonito por las palabras que había dicho mi madre y de verdad intentaba no creerlas. Cerré los ojos y los apreté para luego abrirlos. Aún tenia la esperanza de que esto fuera un mal sueño, y que podría despertar en cualquier momento, pero no. No desperté. Y las palabras que había dicho Alicia Argandoña retumbaban fuertes y claras en mi cabeza. Santiago de Valdés estaba desheredado.

– No... – solté en un hilo de voz, y sonreí con lagrimas en los ojos– tú no puedes hacer eso.

– Claro que puedo – sonrió malvada – puedo hacer eso y mucho más.

– ¡¿Por qué me estás haciendo esto?! – grité a todo pulmón.

– ¿Acaso aún tienes el descaro de preguntarlo? ¿No te bastó con lo que le hiciste a tu hermana?

– ¡No fue intencional! Yo... – tragué un poco de saliva – yo no estaba dentro de mis cabales.

– Oh, por favor Santiago ¿para qué seguir negándolo? – me miró de pies a cabeza – no eres más que un simple y asqueroso marica.

– ¿Disculpa? – pregunté sorprendido.

– Siempre esperé estar equivocada – siguió hablando– desde pequeño fuiste algo distinto, luego cuando te vi con ese profesor de cuarta en ese hotel, lo entendí todo. Como buena madre, intente hacer lo mejor por ti, pensando que podría corregir esa enfermedad mental que tienes, pero al parecer mi trabajo no fue del todo bueno.

– ¡Eres una maldita vieja! – me intenté de lanzar sobre ella, pero un grito me detuvo.

– ¡ALÉJATE SANTIAGO! gritó Trinidad desde el descanso de la escalera, para luego bajar a paso rápido. – ¿No te sientes satisfecho aún con todo lo que hiciste?

– ¡Me quiere dejar sin nada! – dije desesperado a Trinidad – por favor, no lo permitas.

– Tú no tienes derecho de pedirme nada – me miró con asco – lo que me hiciste no tiene nombre.

– Por favor Trinidad, he hecho muchas cosas de las que no estoy orgulloso, pero por favor... – comencé a llorar.

– ¡CÁLLATE! – gritó Trinidad enojada. ni si quiera ser como tienes cara para aparecerte por aquí y decir estas cosas.

– ¡ES MI CASA! – grité fulminante.

– ¡YA NO MÁS! interrumpió mi madre – ¡QUE TE QUEDE CLARO QUE ESTA YA NO ES TU CASA!

– ¡No me hagas esto! – me lancé de rodillas a sus pies, y tome su vestido – ¡No tengo donde ir! ¡Eres mi madre! ¡No puedes solo lanzarme a la calle!

– Si puedo, y créeme que desearía que no serlo – lanzó una patada que me hizo caer de espaldas – desearía que nunca hubieras nacido.

– ¡¿CÓMO PUEDES DECIR ESO?! – grité desde el suelo llorando sin parar.

– De haber sabido que ibas a ser igual de maricón que tu padre jamás te hubiera dejado nacer – dijo tajante.

– ¿Cómo mi padre? – pregunté confundido.

– Son como dos gotas de agua – se acercó hacia mi – y me das tanto asco como él – escupió sobre mi cara para luego girarse en dirección a su habitación.

– ¡TE ODIO CON TODO MI SER ALICIA ARGANDOÑA! – grité parándome de golpe, y tomando un florero de vidrio que había en la mesa – ¡OJALÁ ESTUVIERAS MUERTA! – lancé el florero en dirección a su cabeza, pero este no llego a destino.

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