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Mi vida no era tan aburrida como muchos lo decían o lo pensaban. Muchas personas dicen que estar encerrada en una recámara es sinónimo de aburrimiento. Eso es una mentira. Otros dicen que escribir es para aburridos. Eso también cuenta como una mentira.

Algunos prefieren las fiestas, otros prefieren la casa; algunos prefieren tener vicios, otros simplemente no. Yo no los tenía, a menos que mi vicio se llamara Steve Rous, pero no lo era. Y no podía llamarse vicio a una simple adoración hacia un artista. Sin embargo, el tener veinte años me hacía sentir patética sobre tener deseos de una persona que ni siquiera conocía. Eso debería de dejarlo a las adolescentes de quince o dieciséis años, no para una anciana de veinte.

El reloj marcaba un cuarto para las cuatro de la tarde, mi viaje salía a las cuatro y media, no lo iba a lograr. Maldita sea –murmuré por lo debajo al no encontrar una prenda que necesitaba echar a mi mochila. Me frustré un poco y cerré de golpe las puertas de mi closet.

-¡Madre! ¿Has visto mi sweater blanco? –grité desde mi recámara, recargada en el marco de la puerta.

-Te lo he dejado en el sillón, Jenni –me gritó de regreso desde la planta baja.

Busqué entre la gran montaña de ropa que estaba encima de mi sillón preferido que me habían obsequiado de cumpleaños hace dos años, aún lo conservaba en buen estado, aunque cambió su utilidad últimamente. Pasó de ser un simple asiento al lugar perfecto para dejar reposar mi desastre. Lancé prenda por prenda hasta encontrarlo. Lo guardé en mi mochila para finalizar mi poco equipaje. Me persigné y me despedí de mi cuarto con una grata sonrisa. Bajé a la planta baja en donde estaban mis padres.

-¿Estas lista? –preguntó mi padre levantándose de una de las sillas del pequeño comedor.

-Más que lista –respondí sonriente saliendo hacia la puerta de salida.

-Jenni –me llamó mi madre–. Esto estaba en la secadora. ¿Te lo llevaras? –La mano de mi madre cargaba una de mis playeras favoritas de Steve Rous. Se le arrebaté rápidamente y la guardé en mi mochila.

-Hasta cuando se quitara esa obsesión tuya, Jenni –habló mi padre.

-No es obsesión –bufé. Salí de la casa para subir al auto.

Steve Rous es el cantante de la banda norteamericana The Rous Band. Desde los trece años estaba profundamente enamorada de él. Era como un amor platónico totalmente imposible. Constantemente mis padres decían que era una obsesión y que necesitaban llevarme a un psicólogo, que para mis veinte años era extraño ver a una joven amar tanto a un cantante. Pero la verdad no era obsesión y realmente no me interesaba lo que llegaran a pensar acerca de.

Luego de charlar un poco sobre mi problema, me advirtieron de portarme bien y hacer caso el tiempo que estaría fuera de casa, y todas esas cosas que los padres preocupantes, como los míos, les dicen a sus hijos cuando salen de viaje.

Tiempo antes, salí difícilmente de la facultad de Filosofía y Letras, puesto que a mis padres no les agradaba la idea de recibirme como Licenciada en Letras Hispánicas. "Debiste estudiar medicina", decía mi madre. Ni loca. Mi padre estudió medicina y esa era la razón por la cual ambos querían que lo estudiara. Pero no, yo odiaba los hospitales y juré odiarlos por siempre después de lo que me sucedió.

El motivo de mi viaje era llegar a la casa editorial ANN a entregar mi manuscrito de mi primera novela. Semanas antes había estado en contacto con el director de la editorial. El sueño de ser escritora estaba a unos cuantos pasos de ser mío, pero claro, primero tendría que pasar por un montón de procesos para llegar a lograr la publicación.

Viviendo el Sueño © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora