La rehabilitación apesta. Junto con Steve, que también apesta.
No podía creer que me mandarían a rehabilitación. Iba a estar internada todo un mes completo. Alejada de familiares, alejada de amigos y alejada de cualquier contacto con los medios de comunicación. Se supone que esto me haría sentir bien, encontrarme conmigo misma y regresar a ser la persona que era antes, pero aún más fuerte.
La casa de rehabilitación estaba en Los Ángeles. Era la misma a donde Steve había acudido anteriormente. Me recibieron como una paciente especial en el momento que llegué. Quería pensar que no lo hacían solamente porque Steve pagó una gran cantidad de dinero para que me atendieran al 100%.
Al principio me negaba a la idea de quedarme, pero al paso de los días sabía que era lo mejor para mí. Sin pensarlo, estaba caminando por el mismo lugar por donde Steve había pasado. Como tenía que estar totalmente alejada con el mundo exterior, mi teléfono se quedó en casa de Irma. Solamente podía recibir una visita a la semana y tenía que respetar cada una de las reglas que se establecían en el lugar.
Mi recámara estaba aislada a la de los demás. Una cama, con un pequeño televisor -que se llevaron de mi habitación porque me prohibieron verlo-, un baño y era todo. Parecía una prisión.
Tenía un horario estrictamente establecido. Tenía horas para comer, no podía andar por los pasillos o en mi recámara comiendo a la hora que se me antojara. Solo tenía permitido ver televisión veinte minutos al día en la sala principal. Que al final veía luchas libres porque una de las pacientes me quitaba el control remoto. Aparte de esto, llevaba actividades para "Hacerte sentir mejor". Había grupos, a cada grupo le tocaba a cierta hora hacer un montón de actividades. Casi siempre eran diez personas las que se contemplaban para cada sesión. La mayoría de las veces me irritaba platicar sobre mi situación y salía furiosa de ahí haciendo mil dramas.
Un infierno en vida.
Lo único bueno de ese lugar era que podía salir al patio, recargarme en un árbol, que arrebasaba la altura de todos los demás, para imaginarme historias. Historias nuevas que un día podía narrar y escribir en mi computador.
Luego de dos semanas, se llegó el primer día de visita. Eso sucedió porque en la primera semana me negaron el permiso por mi pésimo comportamiento al golpear a una enfermera.
-Jennifer, es hora -dijo una de las enfermeras. Suspiré y salí rumbo hacia la sala de visitas.
Luego de tantos días por fin los vería. Estaba viviendo un infierno que yo misma había provocado. Al entrar a la sala, de lejos vi a mis padres y a dos de mis amigas, Irma e Itzel, pero aún más lejos de ellos se encontraba la persona que más deseaba mirar, Steve.
Mucha gente decía que tenía aspecto de drogadicta. Ellos tenían toda la razón. Fue tan corto el tiempo, pero tantas pastillas que consumí que me provocaron verme tal y como una fatal drogadicta.
Caminé lento hasta llegar a ellos y me detuve sin decir ni una sola palabra.
-¿Cómo te sientes? -preguntó mi madre.
No respondí.
-Hija, háblame por favor -agregó. Me veía tan enferma. Los miré con la mirada apagada.
-Bien, me siento bien -dije con una sonrisa leve que rápidamente retiré.
-Te iras a casa saliendo de aquí. Después habrá más tiempo para que regreses con tu carrera, primero está tu salud. Las cosas que dejaste en casa de Irma las llevaremos hacia nuestra casa -habló mi padre.
-Lo sé -dije mirando al vacío.
Busqué a Steve con la mirada y percibí como se acercaba poco a poco hacia nosotros. Sentí mis ojos hundirse. Lo necesitaba. Avancé, de igual manera, hacia él. Extendió sus brazos y caí en ellos. Fue cuestión de segundos para comenzar a derramar lágrimas.
-Eres fuerte, pequeña. Saldremos adelante -dijo. Sentí una de sus lágrimas recorrer mi rostro.
No dije nada. No estaba preparada para decir algo. La herida aún era reciente y los pocos puntos que se habían cerrado se volvieron a abrir con el dulce abrazo de Steve. Me separó un poco de él y me tomó del rostro con sus dos manos.
-Tengo tantas ganas de besarte, tantas ganas de decirte, tantas ganas de decirte te amo.
-Steve, por favor.
-Te recuperaré.
Después de estar unos minutos con ellos, la hora de visitas se había terminado. Me despedí y regresé a mi habitación. Me recosté en la cama y cerré los ojos. En instantes mi mente se llenó de recuerdos de Steve. Como la primera vez que nos conocimos, nuestra primera cita, la despedida del aeropuerto, cuando llegó a mi ciudad, los festivales juntos, el día que me pidió ser su novia, nuestra primera vez, todo. Todo estaba en mi cabeza. Parecía una cinta que cuando terminaba, se volvía a reproducir por si sola. Todo esto me estaba matando.
Mi comportamiento empeoró provocando que me aumentaran otras dos semanas más de rehabilitación, prohibiéndome cualquier tipo de visita. A regañadientes acepté ¿Tenía otra opción? No.
Todos los días la misma rutina. Despertar, bañar, desayunar, ejercicios, comer, ejercicios, terapias, bañar nuevamente, cenar y dormir. Era agotador y cansado. ¿Qué se supone que se debe de hacer en una casa de rehabilitación? Fácil, controlar tu crisis emocional. La razón por la cual me encontraba ahí era por las excesivas drogas que consumí.
Al finalizar las dos semanas, alcancé mi objetivo, había dejado de consumir drogas, pero existía una que ni con el poder de Dios haría que me olvidara de ella...
Y esa droga era Steve Rous.
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Viviendo el Sueño ©
Novela Juvenil¿Cómo diferenciar la fantasía de la realidad? El sinónimo perfecto de la palabra fantasía sin duda alguna lo gana Jennifer Smitt. Jennifer es una chica llena de sueños y metas que tiene propuestas a futuro. El deseo de realizar uno de sus sueños hac...