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La sitica tenía toda la razón. Sería una estupidez seguir esas creencias. Aparte que mi madre se avergonzaría de mí por ello.

Al día siguiente, regresé a casa a muy temprana hora. En el motel que me había quedado, apestaba. Necesitaba un largo tiempo de recuperación, y en la misma ciudad en donde estaba Steve no lo iba a lograr.

Un poco temerosa entré a la casa y me dirigí directamente a nuestra recámara. Imaginé que Steve seguía en New York, y aunque era tan cerca de nuestro hogar, no creería que estaría tan temprano en casa, pero me equivoqué.

-Jenn, por favor escúchame -dijo Steve parándose de la esquina de nuestra cama.

Estaba espantoso. Nunca lo había visto así. Llevaba unas ojeras terriblemente feas, su cabello todo revuelto y tenía consigo una cara de poco amigos. Parecía que estuvo llorando toda la noche, aunque no creo que lo haya hecho tanto como yo lo hice.

-Oh por Dios, ¿otra vez? -dije fastidiada-. Te suplico que me dejes en paz.

-¿Por qué? ¿Por qué no quieres escucharme? -se acercó a mí mientras que yo retrocedía.

-Porque vi lo suficiente.

-Déjame aclararte las cosas. Si solo te digo que ella me besó no me creerás.

-Obviamente no.

-Lo vez. Por favor, Jenn.

-Me tengo que ir.

Tomé mi cartera del cajón y avancé hacia la salida. Steve me tomó del brazo.

-¿Cuál es tu problema? -gruñí.

-Prométeme que regresaras.

-¿Es una broma, verdad?

El teléfono de la casa comenzó a sonar. Gracias Dios.

-Tomare la llamada. No te vayas, por favor -dijo y corrió tras la puerta.

El tiempo no me permitiría hacer todas mis maletas. Sólo llevaría lo dispensario, un poco de ropa, dinero y otras cosas indispensables. Mi computador y esas cosas. Luego regresaría por lo demás o mandaría a Jeremy. Me senté en la esquina de la cama y solté una lágrima, luego otra y luego otra. Seguía sin creer lo que estaba sucediendo. ¿Y si fue un mal entendido? ¿Y si no lo fue? Sonreí al vació y sequé mis lágrimas. Llamé a un taxi. Necesitaba largarme lo más pronto posible. No había rastro de Steve por ningún lado. Mucho mejor. Así me ahorraría decirle: Adiós Steve, hasta nunca o algo por el estilo.

Salí por la puerta y caminé hasta el jardín. Una voz me tensó los nervios.

-¿A dónde vas? -preguntó Steve. Estaba algo alterado.

-Lejos de ti -contesté. Intenté sacarle la vuelta pero fue un fracaso.

-No, tú no te irás.

-Te juro que si no me dejas en paz, llamaré al 911.

-¿Por qué me haces esto? -preguntó devastado.

-Dame tiempo, lo necesito -dije apretando los ojos para no llorar. Fue inútil. Mis ojos comenzaron a hundirse.

Rous tomó mi bolsa y la regresó dentro de la casa. Mientras se demoraba en hacer no sé qué cosa, llamé a su hermano. Jeremy estaba alerta a todo lo que sucediera. Él era el único que sabía, hasta ese momento, sobre la tragedia. Sabía que mi alma estaba destrozada en millones de pedazos que me era imposible juntar. Cada hora me llamaba para saber cómo estaba. "Tranquilízate, me tienes aquí", decía en cada una de sus llamadas. Estaba tan deprimida que ni siquiera me dieron ganas de preguntar sobre mi nominación.

Viviendo el Sueño © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora