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Durante el tiempo que estuve en el hospital, mi madre estuvo al pendiente de mí, puesto que mi padre se había quedado con mis hermanos en México. Aun así, ellos llamaban a diario para preguntar sobre cómo estaba. Al igual que mi madre, Jessica siempre estuvo ahí, siempre apoyándome a mí y a mi madre, aparte de que era la traductora de Steve cuando él trataba de entablar una conversación con mi madre.

Y Steve... ¿Qué podría decir de él? Estaba más que agradecida, aparte de ser un cantante famoso, nunca me dejó sola. Siempre estuvo ahí haciéndome compañía, haciéndome reír y tratando de ayudarme a superar aquella pesadilla que me consumía por las noches.

La mayoría de los días, Rous se escabullía a mi cuarto para darme las buenas noches, pero antes me contaba un cuento para dormir. Aunque podía sonarse algo infantil, me agradaba que lo hiciera. Era una de las personas más lindas que había conocido.

Definitivamente el mundo necesita más personas como él.

Luego de diez largos, pero felices, días sería dada de alta. La desesperación por marcharme de ese lugar hacía inquietarme cambiando de canal cada segundo. La comida de ahí apestaba, pero tenía que consumirla si no me dejarían internada, y no por el coma, si no por desnutrición.

Aunque el doctor me explicó un poco sobre el coma y los tipos que existían no entendí muy bien. Aparte de que mi cabeza dolía cada diez minutos cuando trataba de asimilar algo, aun no era conveniente pasar tiempo relacionando los efectos del coma con lo que me sucedió. Eso lo haría después, en unos años o tal vez nunca.

La puerta se abrió de golpe, giré a ella y el doctor entró con una sonrisa.

-No creo que odie tanto su trabajo –dije.

-Buenos días, Jenni. Lo siento tanto por lo que ocurrió ese día, una disculpa –rio un poco.

-No se preocupe –reí. Divisé un montón de papeles en sus manos–. ¿Para qué es eso, doctor?

-Todo esto es su expediente durante el tiempo que estuvo aquí con nosotros... junto con la cuenta.

Diablos, quién lo pagará.

-En un momento le daremos su almuerzo. Pasando unas horas la daremos de alta –dijo y se dirigió hacia la puerta–. Que tenga buen día.

El doctor salió por la puerta y yo me recosté en la camilla. Segundos después la puerta se abrió. Quería descansar y no iba a poder si seguían entrando personas. Al mirar a la puerta, retiré todo lo pensado.

-Steve –le llamé sonriente.

-Traigo tu desayuno –dijo y pasó por la habitación con una bandeja en sus manos. Eran unos panes junto con un jugo de naranja. Juego de naranja natural.

-Detesto el juego natural –dije frunciendo la nariz. Él rio.

-Te lo tendrás que tomar para que estés fuerte y sana –dijo sonriente. Rodeé los ojos divertida.

-Oye Steve... y mi madre ¿Dónde está? No sé cómo rayos pagaremos todo esto.

-No tendrás por qué preocuparte por ello porque lo acabo de pagar.

-¡Steve! ¡No! Este no es problema tuyo, yo me las arreglaré para pagarte todo este dinero.

-No permitiré que lo hagas, Jenn. Por cierto... tu madre y Jessica quieren verte.

Segundos después ambas pasaron por la puerta y se colocaron frente a mí. Mi madre no resistió en abrazarme y no dudo en hacerlo. Me tomó en sus brazos y me apretó fuerte. Enseguida de ella, siguió Jessica.

Viviendo el Sueño © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora