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Terminé de empacar todas mis pertenencias dentro de mi mochila, traté de cerrarla pero, por las cosas que compré gracias a mi amiga compradora compulsiva, me era imposible. Mi amiga entró a la recamara y me ofreció una maleta pequeña que tenía guardada. Pasé mis cosas a la maleta y traté de cerrarla, aún me era difícil. Me senté arriba de ella intentándolo de nuevo.

-Ya no tengo otra maleta, Jenni –dijo haciendo una mueca.

-No te preocupes, está bien –dije agitada aún arriba de la maleta. Salté un poco arriba de ésta para poder comprimir el equipaje. Cuando al fin pude lograr mi objetivo, me levanté y pasé una mano por mi frente. Tomé un pedacito de manzana que tenía Irma en un platito del que estaba comiendo.

-¿Regresaras? –preguntó.

-Eso creo –coloqué mis manos en la cintura. Me había agotado–. Me inscribí en unos cursos de literatura, así que es posible que regrese en un mes.

-Esperemos y sí. Podrías quedarte en mi casa por mientras que buscas una.

-Gracias Irma –agradecí amable.

-¿A qué horas sale tu vuelo? ¿Crees que alcancemos si vamos por algo de comer? –miré mi muñeca y me sobresalté.

-Mierda –expresé–. El avión sale en dos horas –tomé la maleta y salí corriendo de la recámara. Irma me detuvo.

-Amiga, falta buen tiempo. Aún podemos ir a comprar algo de comer.

-Aún ni facturo la maleta. ¿Crees que esto se hace en unos minutos?

-Am, sí –respondió algo insegura a su respuesta.

Rodeé los ojos y la jalé conmigo hacia su coche. Esa mujer lo único en lo que pensaba era comer y comprar, comer y comprar, solo eso. Al subirnos al auto me preguntó:

-¿Y Steve? ¿No se irá a despedir de ti?

-Sí, eso creo. Le llamaré –coloqué mi teléfono en la oreja. Giré hacia atrás, al igual que Irma, para poder ver si había algo atrás del auto, para luego poder dar reversa y salir por la calle sin ningún problema.

-Jenn, voy para el aeropuerto ¿Estás ahí? –preguntó Steve tras del teléfono.

-Aún no, voy en camino.

-Te veo en diez minutos en la entrada ¿Está bien? –asentí y colgué el teléfono. Llevé mi vista hacia Irma que tenía las cejas alzadas hacia mí.

-¿Qué? –pregunté divertida.

-¿Qué? –me arremedó y yo reí–. Te trae loca, ¿cierto?

-Desde siempre.

El camino fue silencioso. Aún seguía anonadada por todo lo que había sucedido, y que por desgracia todo iba a terminar. Estábamos tan cerca del aeropuerto. Maldición, no quiero irme. Al bajar del auto, avanzamos hacia dentro del aeropuerto. Steve estaba en la entrada recargado en una pared. Me acerqué hacia él. Se retiró las gafas y con un rostro sonriente me rodeó entre sus brazos.

-Así que esto es un abrazo de Steve Rous –dije divertida.

-Que graciosa ¿Ya tienes tus boletos? –colocó sus manos en sus bolsillos.

-Sí, ayer pasé a comprarlos –respondí soltando un suspiro.

-¿Qué pasa?

-Nada, solo es que no quiero irme aún.

-No lo hagas, quédate.

-Aunque lo quisiera, tengo que irme.

El tiempo pasó rápido. No quería irme, aún no era tiempo. Extrañaba a mi familia, pero sentía que este viaje no debía de terminar aquí. Aún no sabía con exactitud cuándo regresaría para los cursos, y los días se harían eternos esperando la hora de regresar. Fui a facturar las maletas junto con Steve mientras que Irma corrió por una urgencia. La urgencia se llamaba REMATE al 75% a una cuadra de la central. Luego de una hora regresó y solo estábamos esperando mi hora de partida.

Viviendo el Sueño © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora