Prólogo

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Multimedia: Fire meet Gasoline. Sia.

Mi cumpleaños veintiuno pasó sin pena ni gloria, en el viejo billar al que iba desde la preparatoria. El escándalo de la música metal, las cervezas, los improperios de siempre. No sabía qué sería de mi vida de ahora en adelante; Apenas hace unos días, había conseguido mi primer empleo formal después de terminar la carrera. Cocinero. No se empieza desde lo más alto: para saber mandar, hay que saber obedecer. Y la paga no era mala, tampoco los horarios. Pero, en realidad, no me sentía completamente satisfecho.

Mi madre estaba fascinada y agradecida con quién sabe cuántos santos porque yo, la oveja negra, había salido de los "malos pasos" y por fin estaba encaminado a un futuro prometedor. Sí, no tuve la mejor infancia, ni los mejores años adolescentes: Desde que papá se fue, mi madre y mi hermano se partieron la espalda buscando que saliéramos adelante. El sueldo de mi madre apenas y alcanzaba cada mes para pagar las cuentas, la comida, las escuelas. Aun así, nunca sentimos nuestro pequeño departamento de interés social como algo frío. Admito que tuve mis épocas de descontrol, de odio contra el mundo, que aún ahora no logro superar del todo y, por aquellos años todos me decían que les inspiraba temor. Como si buscara peleas todas las noches. Sólo terminaba peleando la mitad de ellas, exagerados. Ese mes, además, terminaron de plasmar sobre mi piel mi quinceavo tatuaje. El brazo derecho ya tenía muchas formas y colores, ni hablar del pecho. Pensándolo bien, ahora entiendo la sensación de pesadumbre de mamá.

Poco tiempo después de aquella noche, que terminó cuando Ramón se llevó al sucio baño a una muchacha desconocida a continuar con los manoseos, lo que desencadenó una verdadera batalla campal ocasionada por el novio de la dama, la vi pasar cuando nos cruzamos en la calle. Tan inocente, envuelta en un aura pura, perfecta.

No pasaba los quince años. Iba a paso rápido, sin mirar a su alrededor, cargando un montón de libros y la mochila escolar al hombro; el cabello, suave y sedoso, recogido en un moño informal. Su talle era pequeño, como toda ella, y se apreciaba su cintura menuda y las caderas ligeramente pronunciadas bajo la falda gris; Ni hablar de sus ojos, negros como la noche, resguardados por esas largas pestañas y enmarcado el rostro por las cejas finas, bien delineadas. Su piel, ligeramente bronceada, parecía brillar como por encanto bajo los rayos del sol de Mayo.

Sin poderlo evitar, seguí su paso con la mirada hasta verla entrar a un modesto edificio cercano al mío, en la misma calle. Llevaba toda mi vida viviendo en el mismo barrio y jamás la había visto: se había mudado recientemente. Mi corazón daba tumbos agresivamente, desesperado.

Suspiré mientras frotaba con gesto cansino los ojos: era una niña. No es que fuera un anciano, claro, pero a mis veintiuno, con la carrera terminada y definitivamente muchas más experiencias que ella, ya estaba dentro del terreno adulto y ella un imposible, un problema legal. Por más que me negué, no podía evitar cruzarme con ella, a veces a propósito. Sentía un curioso hormigueo en el estómago al notar los leves cambios de su rostro aniñado y su cuerpo convirtiéndose, lentamente, en una mujer. Fui testigo mudo de su cambio de secundaria a la preparatoria; de las faldas escolares, a los jeans deslavados.

Irónicamente, dos años después, ella llegó a mí.

-Hola...-saludó con una vocecita que, en realidad, jamás había escuchado: era angelical, suave, tímida.

La miré perplejo, sin moverme de mi sitio mientras Rocko, mi cachorro de Pastor Alemán, olisqueaba las plantas de una jardinera en el parquecillo local. Dudaba, sonrojada, en si continuar.

-Buenas tardes, ¿nos conocemos?-pregunté, buscando ser amable. ¿Qué tal si pensaba que era un jodido enfermo mental?

-Buenas tardes-sonrió tímida.-Verás...uhmm...somos vecinos, ¿sabes?

¿Qué si lo sabía? ¡Pues claro, niñata! ¡Llevo dos años topándome con tu carita adorable, joder!

-Sí, lo he notado-procuré sonreírle.

-Bueno...sólo quería ver a tu cachorro, es lindo.-La observé divertido. ¿Sólo eso? Bueno, Rocko se ganó un paquete de premios tan sólo por ser lindo.

-¡Gracias!-Contesté. Me armé de valor, olvidándome de su edad, del mundo, de mí-¿cómo te llamas?

-Mariana- Nombre bonito...tengo que admitirlo, por más que ahora no soporte escucharlo.- ¿y tú?

-Rodrigo, mucho gusto.-Le tendí la mano, gesto que ella correspondió con gracia. Luego se agachó a acariciar la cabeza de Rocko, que aceptaba feliz las atenciones. Me permití apreciarla discretamente. Llevaba el pelo oscuro con discretos mechones rojos, una blusa roja entallada que acentuaba su cuerpo y unos pantalones de gabardina negros. -Y...Mariana, ¿cuántos años tienes?-pregunté por fin.

-Diecisiete- contestó mirándome desde el suelo con una sonrisa más confiada.- ¿y tú?-

Crudo momento. Pensé que cuando le contestara, huiría de mí, aterrada por mi pedofilia.

-Veintitrés, los cumplí el mes pasado.

Ella continuó sonriendo mientras se levantaba con Rocko en brazos. Charlamos por más de una hora sobre cosas irrelevantes: su escuela, mi trabajo, los amigos...

La recuerdo sonriendo, con la luz reflejada en su cabello, batiendo las largas pestañas, siendo fresca, jovial. Me enamoré como un loco de esa mocosa y ni la diferencia de edad, ni la oscuridad que yo sentía adentro, ni las inseguridades, me impidieron pedirle su número de teléfono.

Corría el mes de Abril de 2003.

[****]

Veamos qué tal pinta esta nueva historia  :P

A Fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora