Ella constituía una verdadera fuente de alegrías y sonrisas para lo que siempre consideré un corazón muerto, un cuerpo sin vida, un autómata sin destino.
Venía corriendo a mis brazos a la primera oportunidad; los amaneceres más bellos se resumían a...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Abril, 2016
-¡Sale orden de la mesa cinco! ¡Mariella! ¿Qué carajos pasó con el maldito pato? ¡Era para ayer!- Vociferé, mientras limpiaba con cuidado el plato que acababa de terminar y comenzaba por darle los últimos toques al siguiente, disponiéndolos en una hilera ordenada en la barra, a la espera de que los meseros se llevaran las órdenes. Era un día bastante movido, y lo único en lo que mi mente podía pensar, era en los bonitos labios de mi novia y en el deseo que tenía de mordisquearlos y besarlos de nuevo. Contaba los minutos impaciente para que el jodido reloj marcara de una vez las seis para largarme de ahí.
Hastiado, como pocas veces, caminé entre las islas supervisando a los cocineros en sus diferentes tareas: quienes picaban ingredientes, quien se encargaba de las pastas; Mariella se tomaba su tiempo entre las salsas y los postres, supervisando a su vez a las cocineras novatas que recién habíamos contratado. El negocio iba viento en popa.
Sonreí: mi mejor regalo de cumpleaños, el mes pasado, se materializó con tres estrellas Michelín para el restaurante después de haber sido visitados de sorpresa, sin que supiéramos quiénes habían sido los jueces de nuestro servicio. Suspiro, en tan sólo un año, se había convertido en un establecimiento de renombre y con ello, los clientes iban y venían durante todo el día, sin darnos oportunidad para descansar.
Mariella se había convertido en mi mano derecha, podría confiar en aquella rubia sin dudarlo ni un segundo; éramos buenos amigos, y no podía ser menos, cuando habíamos compartido nuestros cuerpos en las noches frías de soledad que ambos buscábamos ocultar. Conciente era de que, de no haber mantenido mi obsesión por mi primer y único amor, quizá, en otro universo, Mariella habría sido una gran pareja. Era amable, tenaz y con un gran sentido de la responsabilidad, por lo que en ocasiones ella se encargaba sola de la cocina mientras yo me dedicaba a las cuestiones administrativas del lugar o me fugaba más temprano, como tenía planeado aquel día, sabiendo que Suspiro seguiría su marcha en manos de aquella mujer.
Poco a poco, sentía que la vida, en sus interminables juegos, había buscado la manera de recompensarme a manos llenas los años de frío, de soledad. No podía estar menos agradecido, en realidad, por haberme hecho pasar por todo ello: los años me habían hecho madurar, lo suficiente como para agradecer cada momento de mi vida, para recibir a manos llenas lo que ahora me ofrecía de vuelta. Quería ser el soporte de Mariana, acompañarla en esta ocasión: nuestro amor se truncó por diez largos años, sin explicaciones, llenándome de odio y rencor. Sin embargo, no fui conciente de que aquellos sentimientos no habían sido más que una cortina para ocultar mi dolor, lo mucho que la extrañaba, para resguardar mi orgullo quebrado, y aquella cortina cayó en el instante mismo en que la volví a ver, tan diferente, convertida en toda una mujer, más seductora, diferente, pero con la misma esencia suave que tanto amaba.
-¡Chef, salen los siguientes cuatro platos! -Exclamó Mariella depositando los platillos con delicadeza en la barra, al tiempo que los meseros en turno los colocaban en sus bandejas para salir de aquel caos ordenado que era la cocina. Asentí, mirando el reloj: las seis en punto.