La condujo por la vieja plaza, repleta de turistas curiosos caminando por todo el sitio. Caminaron hacia un costado, por los viejos portales coloniales; subieron por una pequeña y angosta escalerilla hasta un segundo piso.
Así, llegaron a un sitio acogedor y pequeño, ampliamente iluminado por los grandes y viejos ventanales y decorado por fotografías de paisajes venecianos; el ambiente era confortable: tenía pequeñas mesas, con manteles de cuadros blancos y azules. Un mesero los recibió para llevarlos a su mesa, en un sitio ligeramente apartado junto a una columna. Rodrigo se adelantó para ceder la silla a Mariana y luego se sentó frente a ella. Ambos ordenaron una taza de café, instalándose en un cómodo silencio.
Rodrigo se recargó en el respaldo de la silla y observó a Mariana: sus manos delicadas, de uñas bien cuidadas, su rostro afilado, con el largo cabello cayendo en ondas, los ojos negros decorados por enormes pestañas, batiéndose con suavidad; la nariz recta y los labios rellenos. Miraba pensativa a su alrededor, en silencio, hasta que llegaron sus pedidos.
-Es increíble, ¿no?-Dijo ella, rompiendo por fin el silencio.
-¿Qué cosa?-preguntó Rodrigo.
-Que la plaza no ha cambiado nada...es increíble. Incluso la señora de las flores, me pareció ver su kiosco, por la iglesia.- Mariana tomó un sorbo de su humeante taza, mientra Rodrigo
continuaba observándola intensamente.-A veces las cosas cambian de forma imperceptible, o a veces para mejor. Por ejemplo: el kiosco de doña Marina ha cambiado un poco, se redujo con el tiempo, pero con el tiempo, ha logrado que sus flores permanezcan; tú, con los años, te haz vuelto más hermosa.
Mariana se sonrojó visiblemente, ocultando su rostro detrás de la taza. Rodrigo rió, recargando los codos en la mesa. Ella lo miró, sonriente, con la inhibición pasándose lentamente.
-¿Me estás coqueteando?-preguntó Mariana, con una sonrisa timida.
-Pues claro, preciosa,¿tú crees que perdería esa oportunidad?-Contestó Rodrigo.
Mariana se enderezó en su sitio, reflexionando por un rato.
-Tú sí haz cambiado mucho...-dijo ella.-¿Sabes algo? Tiempo después quise volver.
Rodrigo la miró, con un sobresalto en el corazón. No se habría imaginado, en todos estos años, que quizás ella quisiera volver. Ella continuó, como si de pronto un torbellino de palabras necesitara emerger.
-Habrá pasado un año cuando pude volver. Pero no estabas, el departamento se veía vacío. Supe que todo estaba terminado en ese momento y no volví. Entonces me perdí, lo siento...
-¿por qué te disculpas?-Preguntó Rodrigo.
-Porque nunca te expliqué nada, actué como pensé que sería lo mejor, pero...no me sentí mejor, ¿me entiendes?-
Rodrigo se sentía cada vez más confuso. Aunque quería escuchar lo que Mariana tuviera que decir, tampoco alcanzaba a entenderla. Ella parecía atormentada, pero tampoco podía presionarla a hablar, pese a que aquería cerrar el capítulo para comenzar con sus planes.
Se aclaró la garganta después de degustar un sorbo de su expresso.
-Después de que la mujer de mi vida se fuera de casa, simplemente no lograba entenderme en este mundo. Me sentía fuera de mí. -Comenzó Rodrigo.- El sol parecía no calentar igual. Y...no alcance a decirle que tenía una oferta de trabajo en Madrid. Pasé un tiempo completamente perdido, hundido en la mierda de la que pensé que me había librado. No sé, simplemente un día me levanté, furioso. Hice mis maletas, compré una transportadora para Rocko y compré el primer boleto a España que encontré. No volví en un par de años...
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A Fuego Lento
RomanceElla constituía una verdadera fuente de alegrías y sonrisas para lo que siempre consideré un corazón muerto, un cuerpo sin vida, un autómata sin destino. Venía corriendo a mis brazos a la primera oportunidad; los amaneceres más bellos se resumían a...