Capítulo V. Inevitable

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Entró por la puerta de aquel moderno restaurante, a unas cuantas cuadras de la clínica donde trabajaban con el saco en el brazo y el bolso apretujado en el otro, para evitar apoyarse en su compañero, quien buscaba insistentemente su contacto.

No era un sitio desagradable, pero ella tenía la impresión de que era  de esos sitios lujosos donde pagas mucho y comes más bien poco. ¿por qué aceptó al fin comer con Mario? No le desagradaba, pero tampoco quería dar alas a una situación que no tenía ningún futuro. No tenía animos de entablar ninguna relación con el sexo opuesto más allá de la amistad, sin importarle que Mario fuera una persona atractiva, con ese porte altivo y ese cuerpo bien trabajado. Ni hablar de su humor , siempre positivo, un hombre agradable.

-¿Todo bien, señorita? ¡Me muero de hambre!-Comentó el hombre mirando a su acompañante  embelesado por su rostro sereno y sus grandes ojo registrándolo todo a su alrededor. Moría de ganas por sujetar con gesto posesivo la delicada cintura de su colega.

Parecía siempre estar en otro sitio, a pesar de reir con ganas ante los comentarios de los demás o las ocurrencias  que él soltaba buscando llamar su atención. Había quedado prendado de ella desde el primer día que había puesto un pie en la clínica donde recibían a jóvenes con problemas y diferentes desordenes.  Ella, con su semblante animado y su voz cálida, se había convertido en todo un éxito entre los pacientes. Sin embargo, nadie sabía mucho de ella desde que había llegado, impregnándolo todo con su perfume floral y llenando de color los pasillos. El aire parecía reducirse a su alrededor cuando caminaba con porte regio, meneando la larga cabellera oscura y quebrada.

-Todo perfecto-contestó ella mientras en silencio caminaban hacia su mesa.

Por supuesto, le habían dado excelentes recomendaciones de aquel bonito restaurante, no podía llevar a aquella mujer a cualquier sitio, menos cuando por fin accedía y él creía poder accesar a su corazón. ¿Qué había en ella que lo volvía tan loco? ¿la cintura delicada, la cadera prominente? ¿su carácter pacífico, su inteligencia?  Ella era un ser angelical, y eso él lo tenía bien claro.

Recorrieron el local, de luces tenues y grandes ventanales con molduras de madera oscura.  Las trabes, también de madera y los acabados de los muros, llenos de pinturas con motivos italianos,  daban una agradable sensación de rusticidad; las mesas, con largos manteles blancos y radiantes, se espaciaban perfectamente las unas de lasotras. Algunas ya estaban ocupadas por unas cuantas parejas de buen vestir, en suaves conversaciones mientras el tintineo de cubiertos era opacado por la música de piano proveniente de algún misterioso sitio.

Se sentaron en una mesa, alejada del barullo de los otros comensales, cerca de una ventana que tenía una agradable vista a un jardín tupido de girasoles y flores multicolores. Un mesero tomó su orden luego de unos minutos y entonces, un silencio cómodo se instaló entre ambos compañeros.

-A veces es muy callada, señorita.-comentó él mientras esperaban sus platillos y ella bebía con delicadeza de su copa de vino.

-¿tú crees?-respondió la aludida-No lo sé, quizá no sé muy bien de qué hablar...

-De lo que guste, señorita, cualquier cosa que usted me cuente, será bienvenida. Déjame conocerte, Mar.-Contestó él, mirándola fijamente mientras en un atrevimiento capturaba sus pequeñas manos entre las suyas.  La mujer mantuvo firme su propia mirada,parecía nunca amedrentar por nada, ni sonrojarse, ni siquiera parecía tímida.

Con delicadeza, safó sus manos de las masculinas aprovechando la llegada del mesero. Ella miró su plato agradecida porque la cantidad no era una miseria.  Se veía realmente bien. Su olor, sin embargo, despertó en ella recuerdos que desesperadamente buscaba enterrar, en lo más profundo de su corazón.

A Fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora