Capítulo XXIII. Cicatrices

172 21 2
                                    


El teléfono sonó en innumerables ocasiones, pero no contesté. Los segundos de desesperación pasaron a ser minutos, los minutos horas y esas horas de agonía se transformaron en días de rencor y odio y luego perdí la noción del tiempo y del espacio.

No pude salir del departamento, me pasé deambulando como un fantasma, sin hallar consuelo en ningún sitio; Rocko sobrevivió no gracias a mi, sino a su habilidad para abrir el contenedor de su alimento; el pobre se la pasaba a mis pies, mirándome con angustia, como si pensara que también yo podría abandonarlo.

Simplemente pasaba el tiempo mirando fijamente la pared, completamente perdido, ignorando todos los sonidos del exterior, el timbre del teléfono, los chillidos angustiados del perro. Quería morir, pero también quería preguntarle tantas cosas, dolido, odiándola por abandonarme como a un cachorrito en el peor momento. ¿sería acaso que esas cosas del amor no eran para mí? Había dado todo, todo lo que era, todo lo que tenía por una mujer que, sin más, había decidido largarse sin decir absolutamente nada, prometiéndome esperarme a la noche, para darme la espalda. Mintió. Era una cobarde, de eso estaba seguro.

¿por qué se largó? Mi mente creó un escenario en el que ella tan guapa como era, traidora, seducía con las curvas que antaño me pertenecieran a una figura desconocida, pero ajena. Sus manos, que prometían sólo acariciarme a mí, le acariciaban a él; su desnudez, entregada a otro, a un infeliz cualquiera que le habría bajado la luna, el sol, las estrellas. ¡¿qué tenía esa figura que yo no?!

Los fuertes golpes en la puerta, casi derribándola, me despertaron de mis torturas mentales. Las ignoré, pensando en algún vecino molesto o en cualquier cosa...ya nada me interesaba.

-¡Con un carajo, Rodrigo, ábreme la puta puerta o la tiro!- Se escuchó por el pasillo el grito molesto de Ramón mientras aporreaba la puerta. Lentamente, como un zombie, me levanté y caminé hacia la puerta, abriéndola para encararlo.

La expresión de mi amigo cambió de molestia, por una máscara de asombro, tal vez lástima.

-¡Puta! ¿Qué carajos te pasó?!-preguntó mientras se abría paso por el departamento. -¿qué mierdas pasó aquí, hermano?-

Ramón, con su andar desgarbado se quitó la chamarra de cuero para dejarla en un sillón mientras pateaba con cuidado los cristales rotos, admirando el desastre. Me mantuve en la puerta, sin poder articular palabra. Por fin, mi amigo descubrió las fotografías de Mariana y mías tiradas por doquier, algunas destrozadas. Sin preguntar nada, entendió someramente lo que allí había ocurrido; me miró con tristeza y se acercó con cuidado, me tomó del brazo y me llevó a rastras al baño, yo dejándome hacer, como un muñeco de trapo.

-Anda, que apestas...maldita sea, Rodo, llevas dos semanas aquí, encerrado, sin dar noticias de vida. -Apuesto que ni siquiera haz comido, pareces un fantasma...joder...

Ramón me lanzó a la regadera abierta, directamente al chorro de agua fría. El contacto gélido me sacó de mi ensimismamiento. Comencé a tiritar, dejándome caer, vencido, sobre mis rodillas. Ramón salió del baño.

-Voy a sacar a ese pobre perro a dar un paseo, me sorprende que no haya hecho destrozos en este huevo...cuando regrese, quiero que estés limpio. Vamos a salir de aquí, te guste o no.

Sin decir más, se fue, dejándome sólo con mi miseria, mis ropas húmedas y el agua helada cayendo en mi cabeza. Lentamente, me desvestí y me lavé, lentamente. Me sentía como un muñeco sin voluntad, simplemente haciendo por hacer las cosas.

Salí de la ducha y a paso cansino caminé a la habitación, que ahora me parecía tan grande y desconocida, para vestirme.

Dos semanas sin salir...Abrí los ojos sorprendido y caminé a la mesita donde tenía el móvil: apagado, por falta de batería,supuse. Lo conecté y esperé a que encendiera; en cuestión de minutos, montones de llamadas perdidas aparecieron en la pantalla: mi madre, Ramón...mi jefe. Ninguna de ella. En aquel momento sonó el teléfono y decidí contestar por fin.

A Fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora