Capítulo XXVI: Suspiro

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Marzo, 2015

Cada trazo era simplemente perfecto: en aquellas láminas, Rodrigo podía observar hasta el más pequeño detalle de su sueño materializarse, aún mejor que en sus propias imágenes mentales. El piso de madera clara, reluciente  el techo, como Mariana lo había adelantado, se restauraría para conservar el toque antiguo y palaciego de aquel viejo lugar: grandes vigas de madera  enmarcando el enorme candelabro central como protagonista.

Ahí, en medio del local apenas limpio, Rodrigo escuchaba el tintineo de los cubiertos, el parloteo de la gente, los olores inundándolo todo. La luz del sol filtrándose por los ventanales de madera blanca, con flores de distintos y vivos colores en el alfeizar, iluminando la mantelería impecable de encaje largo, destellando con fuerza en las copas. Afuera, mesas instaladas en una extensión del local, protegidas del clima con unas clásicas  sombrillas, blancas y elegantes. Y por último, en lo alto del local, en una estilizada caligrafía en color plata, el nombre de aquel sitio: Suspiro.

-¿En serio tendrás todo listo en 13 días?-preguntó él, con una sonrisa, mientras pasaba de nuevo todas las hojas de bocetos para admirarlos.

-¿En serio lo apruebas?-Preguntó Mariana, sorprendida.

-Pues claro, ¿qué esperabas? ¿Viniste pensando que te daría las gracias? Mujer, si hasta los trabajos empiezan mañana, ¿cómo voy a decirte que no? ¡Estoy ansioso! -Contestó Rodrigo, mirándola fijamente. Ella carraspeó: hoy se veía terriblemente atractivo, con el cabello desordenado y la barba de días decorando su piel aceitunada. Mariana se pasó la mano por el cabello, nerviosa.   Habían pasado quince días más maravillosos a su lado: él, pese a su aspecto eterno de chico malo, se comportaba como todo un caballero con ella.

Aunque había dejado de ir a la clínica, él aún pasaba religiosamente a su casa para invitarla a comer, a tomar un café o sorprendiéndola con un envejecido Rocko para pasear en el parque. Como una pareja  normal, pregutanba por su día, la envolvía entre sus brazos y depositaba besos en su mejilla se apoderaba de sus labios cada vez con más anhelo, pero siempre dejándola estática, pensando en la necesidad de llegar más y más lejos, pero siempre a su lado. Sí, era increíble que treinta días a su lado pasaran como un suspiro corto, pero se sintieran como años y años de felicidad inundando su sistema.

Lo observó mientras él prestaba toda su atención a uno de los bocetos y pasaba los dedos, pensativo, por el nombre del restaurante; los labios, entre abiertos, se antojaba besarlos; sus profundos ojos verdes parecían brillar aún más, con luz propia, como un niño ilusionado.  Sonrío: él de verdad había amado lo que ella, con tanto corazón, había plasmado para él. Se encargaría entonces de mostrarse a sí misma que era capaz de un proyecto como ese. Mariana caminó por el local, sus pasos resonando en las desnudas paredes. La luz de la tarde se filtraba tímida por las tablas mal colocadas de las ventanas.

Miró a su alrededor, emocionada, a la par que se abrazaba y cerraba los ojos, concentrada, enfocándose en recrear lo que en su mente había creado, emocionada. Nunca, en todos estos años, había imaginado que el destino nuevamente se pondría de su parte, sacándola de su oscuridad para traerla de nueva cuenta al  mundo lleno de color y vida que tanto había amado.  Unos fuertes brazos la rodearon por la espalda y así, sabiéndose protegida, sonrío.

-Entonces, chef Solis, ¿por qué suspiro?-preguntó, aferrándose a sus brazos con las manos, aspirando su aroma, disfrutando de su cercanía. Rodrigo recagó la barbilla en su delicado hombro, con cuidado, mientras acomodaba los brazos alrededor del fino talle de Mariana.

-Quiero que cuando la gente coma mis creaciones, lo primero que haga, sea recordar  a su primer amor. El resultado, será un suspiro.-Contestó Rodrigo.

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