"A veces tiene que dolerte el alma para que te puedas,
por fin enterar, que hay vida en tus entrañas
y no lo puedes negar"
Edgar Oceransky.
Abril, 2015.
Algunas personas describen a la depresión como un perro negro, invisible para el mundo, que acompaña a sus víctimas y que, si se descuida, puede crecer hasta convertirse en una criatura de extraordinarias dimensiones. Sin embargo, pocos suelen advertir que aquella mascota indeseable puede acompañarnos por muchísimo tiempo, caminando y durmiendo a nuestro lado sin que podamos hacer más nada, porque no es asimilado a consciencia, porque simplemente, es dificil dejarlo de lado.
La vida desde que se marchó se convirtió en un constante vaivén de emociones y de vacíos que se anidaron en el pecho, ahogándola, hundiendo cada pequeño sentimiento de satisfacción que pudiera sacarla de aquel estado en el que se sumergía cada día de aquella nueva vida, no planeada por ella, sistematizada en cada detalle hasta lo más mínimo, en un juego de expectativas ajenas que no quería cumplir, pero que tampoco tenía la fuerza para combatir.
En muchas ocasiones se odió por dejarse hundir en aquella vida sistematizada que nada le dejaba más que profundas frustraciones que se guardaba para sí, ese ligero rictus en los labios, ese sabor amargo por las mañanas antes de comenzar con la rutina; Odió a su familia, las cuatro paredes en las que se había visto presa de la noche a la mañana; la inmensidad de los clubes fastuosos, llenos de prados verdes e hipocresías; odió cada cita que su madre organizaba para ella, escogiendo hasta las prendas que debía utilizar; los días de escuela, que se transformaron en una verdadera pesadilla...
Pero ante todo, se odió a sí misma. Odió su incapacidad para revelarse ante todo aquello que buscaron imponerle, odió que arrancaran su felicidad y haberlo permitido. Cada noche, antes de intentar conciliar el sueño, debía conversar con sus demonios, los mismos que se vestían del aroma de Rodrigo y de las hirientes palabras que había dicho su madre, tiempo atrás:
"El me gritó, Mariana, cuando quise decirle que no lo podías ver más. Dijo que no quería saber de ti nunca más. ¿Lo ves? Yo sólo te estoy protegiendo".
Ahora, tantos años después, envuelta entre sus brazos, se preguntaba si acaso él habría hablado con ella, si habría dicho algo hiriente.
Pero ahora, más que nunca, eso dejaba de tener importancia.
No importando el tiempo, las heridas ni el mal sabor de boca, Mariana Ramos ahora sabía que toda mala experiencia pasaba y que sólo ella podía ser dueña y señora de sus actos y desiciones. Nunca sería tarde para volver a comenzar.
Aquel enorme perro se vió reducido a un mero recuerdo de casi diez años en el mismo instante en que sintió los labios de Rodrigo sobre los suyos, como en un sueño que creía perdido; en poco más de treinta días había conocido la entrada al cielo, disfrutado de días soleados y del viento frío de la ciudad por las noches, soplando fuerte contra su rostro.
El miedo se desvaneció cuando tuvo ante sí un montón de papeles pidiendo ser usados, ideas suplicando por ser plasmadas y mostradas al mundo. El inicial temor de fallar desapareció cuando, días atrás y en un acto casi irreflexivo, había entregado una carta de renuncia y se despidió de aquel bonito, pero lúgubre, consultorio. Cuando abandonó la clínica,ante la mirada atónita de sus compañeros y de Mario, quien buscara insistir en una cita más, "porque un cocinerito no es nadie, pero él sí lo era", con una caja pequeña en las manos, de pequeñas pertenencias que quizá nunca más usaría.
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A Fuego Lento
RomanceElla constituía una verdadera fuente de alegrías y sonrisas para lo que siempre consideré un corazón muerto, un cuerpo sin vida, un autómata sin destino. Venía corriendo a mis brazos a la primera oportunidad; los amaneceres más bellos se resumían a...