Capítulo XV. Confrontación

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Esperar a que el destino arregle las cosas por uno no tiene mucho sentido: hay que actuar.  La vida trata de libertad para escoger de entre todas las opciones que se nos presentan y no podemos ser un sujeto pasivo, que espera a que las cosas se presenten.  Este era el pensamiento que dominaba a Rodrigo mientras esperaba en aquel bonito consultorio, luego de haber coqueteado con la secretaria para convencerla de que todo era una sorpresa.

Observó el sitio con cuidado, sentado con las piernas cruzadas y los brazos extendidos en el bonito sofá de piel cercano al escritorio; la iluminación tenue y los tonos caobas brindaban al espacio una sensación de serenidad. Era un consultorio sencillo, pero no carente de pequeños detalles, como el jarrón de flores frescas en un rincón, junto a la cafetera, que dotaban el lugar de calor.  El escritorio, al fondo, a un costado de una ventana, lleno de papeles bien ordenados, de una forma casi metódica; la alfombra perfectamente cuadrada en el espacio del sofá, como limitando una zona. Algunos cuadros de bodegones o de campos verdes adornaban las paredes revestidas en madera y un estante cercano a la puerta de entrada lleno de libros en perfecto orden.

No podía evitar preguntarse si acaso hubieran seguido juntos, ¿ella estaría ahí o habría sido arquitecta? ¿y él? ¿habría conseguido aquel empleo tan bueno que ahora tenía, a punto de abrir su propio restaurante? Porque podía estar seguro de algo:  los golpes que tan temprano había recibido, le habían permitido avanzar y luchar por conseguirse su propio sitio en un mundo que había sentido tan ajeno en un principio, luego de verse solo, traicionado. La pregunta más acuciante en realidad, era el qué estaba haciendo allí, colándose como un vulgar ladrón, o como un torpe enamorado en ese sillón. ¿qué buscaba? ¿qué era lo que de verdad sentía?

Sus sentidos se pusieron alerta cuando escuchó los pasos decididos en el pasillo, el retumbar de los que adivinaba, serían unos tacones altos pisando fuerte. Su corazón dió un tumbo cuando la perilla giró, casi en cámara lenta y dio paso a aquella figura endemoniadamente delgada, envuelta en una falda de tubo negra y una blusa ajustada, blanca de mangas largas y ligeramente abombadas.

Distraída, como siempre, cargaba en un brazo un bolso de piel negro y una carpeta, equilibrando un vaso grande de lo que supuso sería café. El largo cabello se hallaba sujeto en un moño perfecto detrás de la nuca. Cerró la puerta y se giró, dispuesta a comenzar con su día, hasta que su mirada, oscura como la noche, topó con aquel intruso, quizá tan diferente. Dio un salto en su sitio y se recargó contra la puerta, aferrándose con una mano a la perilla.

-¿Me vas a dejar aquí, plantado? -Preguntó Rodrigo, con voz firme, un tanto pastosa.

-¿qué haces aquí, Rodrigo? ¿Cómo entraste?-respondió Mariana,  obligándose a reponerse del sobresalto, con una sensación amarga en el estómago y subiendo lento hasta su garganta. ¿quién carajos se creía para invadir su espacio? No es la mejor forma de encontrarte con tu pasado, tan presente, un lunes por la mañana así, sin previo aviso y mucho menos en tu maldito refugio del mundo. Lo miró fijamente: era muy atractivo, el peso de los años y la madurez habían impreso en sus facciones algunas marcas, casi imperceptibles; vestía unos jeans de corte recto con unas botas y una sencilla playera blanca que dejaba ver un cuerpo firme, trabajado. A juego, una chamarra de cuero, también negra. El cabello oscuro, ni muy corto, ni demasiado largo, peinado casi con los dedos, contrastando con sus bonitos ojos aceituna y su piel bronceada. 

-Digamos que tengo mi encanto.-Contestó el aludido mientras la observaba con aquel gesto gatuno, propio de él, tan posesivo.-Vine por una terapia...a eso te dedicas, ¿no?

-Trabajo con niños y adolecentes, y tú ya pasaste la edad. Además, ni siquiera tienes cita...¿quién te crees para venir a joderme? Busca a alguien más para que trate...lo que sea que tien...-No pudo continuar. Mariana se vió atrapada entre la puerta y el firme cuerpo de Rodrigo, quien en un par de pasos la había acorralado entre sus fuertes brazos, mirándola con rudeza.

A Fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora