Christopher caminaba por la calle, ausente, pensando en sus cosas. Volvería a ver a sus padres después de un tiempo, y temía su reacción. Nunca habían sido muy amables con él, era verdad que no siempre les había dado motivos para que lo fuesen, pero el chico esperaba que le hubiesen echado de menos todo este tiempo. Siempre había estado rodeado de lujo y siempre había tenido todo lo que quería, pero el amor no se puede comprar con dinero y eso él lo sabía muy bien. Sus padres siempre le habían tratado como si él no existiese, preocupándose más por ellos mismos que por su hijo.
Christopher se paró delante de la puerta de su mansión. Las luces del salón estaban encendidas, por lo que iba a tener que enfrentarse a ello. Respiró hondo y cruzó el umbral de la puerta. La puerta que llevaba al salón se abrió y apareció su madre, Adara, con un vestido azul que le llegaba por las rodillas y el pelo rubio cayéndole sobre los hombros.
-Leo, ven aquí, ya ha llegado tu hijo –dijo la mujer sin ningún toque de cariño.
-Hola, mamá, yo también me alegro de verte. –Dijo Christopher sonriendo a su madre.
Un hombre grande, ancho de espaldas vestido con camisa y pantalón de traje bajaba por las escaleras, con su cabello, también rubio, brillando bajo la luz. Christopher a veces se preguntaba si no le querían porque era adoptado. No tenía pruebas de ello, pero su pelo negro distaba mucho del rubio de sus padres.
-Contigo quería hablar yo –dijo el padre bajando el último escalón.
- Qué raro... -murmuró Christopher.
Christopher entró al amplio salón, seguido de sus padres, y se tiró en el sofá. Los recuerdos de la fiesta que tuvieron antes de irse a Elementum le llegó a la mente y no pudo evitar la aparición de una sonrisa. El chico deseaba volver a esos momentos.
Los padres de Christopher se sentaron en el sofá de enfrente al de su hijo.
-Chris, estamos muy orgullosos de ti.
-¿Es esto una broma? –preguntó el chico sorprendido.
-No es ninguna broma –replicó Adara-. Sabemos que nunca hemos sido muy afectivos, ni los mejores padres, pero... nunca hemos dejado de quererte.
-Pues lo parecía...
-Christopher –le cortó Leo-. Lo que queremos es decir es que te queremos y que cuando nos enteramos de lo que pasó en Elementum lo pasamos muy mal y nos replanteamos hacerte abandonar la misión.
-¡No podéis hacer eso! –se quejó Christopher, levantándose.
-Y no vamos a hacerlo, cariño, porque sabemos lo importante que es para ti. Solo queríamos pedirte que no seas tan... como tú eres: temerario. Actúas como si no te importase nada y no le importases a nadie, pero eso no es así.
Christopher pensó en Anne. Hasta esos momentos, el chico había creído que ella había sido la única que le había querido y la única por la que tendría que preocuparse, pero ahora...
Ahora se le hacía mucho más difícil volver a la misión.
-Gracias –consiguió murmurar el chico-. En serio, gracias por contarme todo esto.
Leo se levantó y fue a uno de los armarios que había en el salón. Abrió uno de los cajones y sacó una cajita de madera del tamaño de un puño de bebé. Cerró el cajón y se acercó a su
hijo.
-Creo que es hora de que tengas esto.
El padre de Christopher le dio la cajita y Christopher la abrió ansioso. Dentro, entre pañuelos de gasa, había un anillo con un sello en el que estaba grabado una "S." El chico lo sacó y se lo colocó inmediatamente en el dedo emocionado.
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Los Elementales
FantasySe acerca el demisexto cumpleaños de Mark, un chico aparentemente normal con unos ojos azules que no solo le hacen una cara bonita sino que le convierten en alguien muy especial. Días antes de su cumpleaños descubre que algunos de sus compañeros de...