-¿Qué...? ¿Qué era eso, profesor? –preguntó Tara asustada
-Umbra –susurró Calebud, pálido. Respiró hondo y hablo más al alto-: Hace muchos años, cuando Nigrum subió al poder, lo hizo con ayuda de esto: umbras. Son vasallos de Nigrum: gente que le es fiel y le ha vendido su alma otorgándole así sus poderes. A cambio de eso, Nigrum les deja vivir en forma de sombra.
-¿Quién querría vivir el resto de su vida en forma de sombra? Vaya tontería... -comentó Christopher-. Además, parecen lenguas de fuego...
-Las personas que decidieron convertirse en umbras era gente abandonada, sin trabajo, que pensaban que Nigrum solucionaría todos sus problemas. Al vivir como una sombra no necesitan nada, así que, técnicamente, sus problemas se acaban.
Todos se quedaron en silencio, sin saber qué hacer, observando el punto donde había estado situada la umbra. El césped estaba chamuscado y las plantas de alrededor medio muertas. Nadie había comentado nada sobre el mensaje, estaba bastante claro que era una amenaza de muerte.
-Se acabó. –Calebud dio una palmada para sacar a todos de su ensimismamiento-. Volvamos al mundo... real. Cogeos todos como cuando vinimos hasta aquí.
Calebud juntó las manos y profirió otro hechizo: circumgredior. Todo se volvió negro, la presión en la cabeza y la taponación de oídos volvió, y al segundo se encontraban otra vez en el patio del instituto. Esta vez habían conseguido mantenerse de pie.
-Mark, aquí a las siete de la mañana –le ordenó Calebud al chico.
Calebud cogió su maletín y sacó sobres que entregó a todos los elementales. «Ya sabéis qué hacer con ellos» fue lo único que dijo antes de marcharse a su despacho. Los siete Elementales guardaron sus cartas, se despidieron entre sí y se fueron cada uno a su casa.
-Vamos, Mark, desayuna rápido o llegarás tarde –le dijo su madre mientras leía distraída una revista
Eran las seis y media de la mañana, solo le quedaba media hora para ver a su Elemental
Superior y estaba muy nervioso, por lo que el desayuno estaba intacto en la mesa.
-Mamá, tengo miedo... -confesó Mark.
-Ay, mi niño... -La madre de Mark se acercó por un lado y le dio un abrazo además de un beso en la mejilla-. No va a pasar nada malo. –Rachel se separó de su hijo-. Además, piensa en el regalo de cumpleaños que tendrás cuando vuelvas...
-¿Por qué cuando vuelva? –preguntó Mark sonriendo mientras se terminaba el desayuno.
-Porque... Pues porque sí y no hay más que hablar.
Mark terminó de desayunar y se fue; no quería debatir con su madre por su regalo de cumpleaños, lo más probable es que si peleara con ella, no le diera el regalo hasta el año que viene. Subió a su habitación y se vistió con todo lo azul que encontró en el armario, cogió su libro de hechizos, la Esfera de Poder y salió de casa corriendo.
No había nadie por la calle, solo algún que otro anciano adormilado paseando a su perro. Las clases no empezaban hasta las ocho y media, así que la gente aprovechaba al máximo para dormir.
Mark llegó al instituto a menos cinco, pero ahí estaba Calebud, vestido con un traje de color negro, bien planchado y con una corbata blanca que desentonaba muchísimo. Lo primero que hizo el profesor nada más ver a Mark fue felicitarle. Después de haberse saludado, el profesor le preguntó por el color con el que brillaba la Esfera de Poder. Mark se la enseñó: blanco. Calebud susurró «estaba claro» y siguió a lo suyo. Calebud le cogió las manos a Mark, cerró los ojos y volvió a recitar otro hechizo: iter facere, magnis itineribus. Todo empezó a dar vueltas y tras un destello azul que envolvió a profesor y alumno, desaparecieron de Ledestone para aparecer al instante en Elementum. Esta vez no había dolor de cabeza ni nada por el estilo; estaba igual que hace dos segundos.
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Los Elementales
FantasySe acerca el demisexto cumpleaños de Mark, un chico aparentemente normal con unos ojos azules que no solo le hacen una cara bonita sino que le convierten en alguien muy especial. Días antes de su cumpleaños descubre que algunos de sus compañeros de...