Pasaron todo el día sentados en la salida de la cueva, viendo cómo la lluvia iba cayendo cada vez con menos fuerza, hasta que Marie consiguió levantarse y andar. La chica no se acordaba de nada de lo que había dicho, pero todos los demás sí, y todos le estaban dando vueltas. Estuvieron hablando entre sí sobre eso, pero no sacaban nada en claro y al final la cosa acabó un poco mal.
-¿Qué creéis que ha sido lo que le ha provocado las... alucinaciones? –preguntó Catelyn con miedo.
-Los pincerros, seguramente –contestó Grey tranquilamente-. La mayoría de las veces suelen provocarlas sus picaduras y sus mordiscos.
-A mí no me ha pasado nada. –Catelyn estaba en lo cierto.
-A ti te curé a tiempo.
-¿Y qué pensáis de lo que dijo? –preguntó Anne
-Tonterías –empezó Grey-, mentiras y, como su propio nombre indica: alucinaciones. No hay que hacer caso a esas cosas, creedme, llevo viviendo aquí mucho tiempo.
-Pues yo creo que tiene algo que ver con nosotros. –Christopher miró a todos sus compañeros-. Quien vaya a traicionarnos que lo haga ahora si no quiere sufrir daños más tarde.
-Chris... -suspiró Anne.
-¿Y si el que quiere traicionarnos eres tú? –Tara se había detenido en seco, estaba con los brazos en jarras-. ¿Y si todo esto es cosa tuya?
-Claro. Obviamente yo llamé a los pincerros para que viniesen a hacer lo que fuese que hicieron a Marie para que contase mis supuestos planes de traición, ¿no? Muy hábil, Sanders.
–Christopher dio una patada a una piedra y se adentró en la niebla mascullando entre dientes.
Anne le siguió. Y los demás acabaron haciendo lo mismo después de haber recogido sus cosas. «Mantenerse unidos» había dicho Marie, y ellos lo había ignorado por completo.
No volvieron a hablar en toda la tarde, solo se oía algún que otro suspiro, alguna maldición a la niebla y poco más. Cuando por fin escaparon de las garras de la niebla, se encontraron con un majestuoso edificio con forma piramidal y escalonado, como los templos de la antigua Mesopotamia, repleto de plantas y con agua cayendo desde la cima. La piedra blanca reflejaba los colores del cielo del atardecer que había quedado vacío tras la lluvia: azul, rosa y morado; le daban el aspecto de una gran piedra preciosa. Aunque, a diferencia de los antiguos templos, éste no tenía una escalinata, sino que tenía una puerta en el centro. Detrás de él se erigía un gran castillo, con diversas torres, las cuales rodeaban un gran edificio, rematados por almenas en forma de pétalos, con ventanales y lo que parecía un patio bastante grande en el centro del castillo.
-Aquí hemos estado nosotras –dijeron Kristen y Anne a la vez.
-¿A qué estamos esperando? –Christopher se encaminó hacia el portón de madera-. Habrá que llamar, ¿no?
Christopher llegó a la puerta y cuando se dispuso a llamar una gran planta brotó del suelo. La planta comenzó a abrirse dejando ver unos largos estambres que se movían, como intentando alcanzar algo. Estos salieron disparados de la planta y se abalanzaron sobre Christopher atándole las piernas y los brazos, pegándoselos al costado.
-¡Christopher! –gritó Anne mientras corría hacia él.
-¡Anne, no! –Kristen levantó la mano y, sin decir palabra, un muro de hielo apareció ante Anne cortándole el paso.
Anne se tiró al suelo llorando y el muro se deshizo, pero Anne no volvió a correr. Tara cerró los ojos y creó una llama que lanzo hacia la planta. Pero ésta empezó a descender y a soltar a Christopher, por lo tanto la llama le daría a él de lleno. Mark juntó las dos manos y gritó: aqua. Al abrir las manos, un chorro de agua salió disparado hacia la llama, apagándola y dejando a Christopher, que estaba apoyado contra la puerta del castillo, sin respiración. No podía moverse del shock, estaba pálido y con una expresión de terror en el rostro. Nunca le habían visto así sus compañeros.
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Los Elementales
FantasíaSe acerca el demisexto cumpleaños de Mark, un chico aparentemente normal con unos ojos azules que no solo le hacen una cara bonita sino que le convierten en alguien muy especial. Días antes de su cumpleaños descubre que algunos de sus compañeros de...