Capítulo 20.

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Marie llamó tres veces a la puerta del despacho de su profesor. Calebud la había llamado el día anterior para que se reuniese con él ya que tenía que volver a Elementum, lo que no había suscitado alegría entre sus padres.

-Pasa.

La chica abrió la puerta y se encontró con el mismo despacho de siempre, aunque bastante desordenado. La sala estaba llena de papeles de diferentes colores decorados con todo tipo de flores y catálogos de trajes, todo esparcido por la mesa, las sillas y el suelo. Su profesor, al contrario que otros días, siempre acicalado, tenía la sombra de una barba incipiente y el pelo bastante despeinado.

-Profesor, ¿está bien? –preguntó la chica sentándose en una de la sillas, apartando catálogos de flores.

-Sí, sí... -respondió el profesor revolviendo papeles-. Un poco liado, como puedes ver.

-Sí, ya veo, ya... -Marie se acordó de algo que había hablado con Tara hace unos días-. ¿Qué tal están las animadoras?

-Ah, bien, sí... No se acuerdan de nada, así que no tenemos ningún problema. –Calebud sacó algo de entre las páginas de una revista, no sin antes doblar la esquina de una hoja-. Aquí está. –Agarró el colgante que les enseñó el primer día de clase a los Elementales y miró a Marie-. ¿Tienes tu Esfera de Poder y tus libros de hechizos?

Marie agarró el asa de mochila, dando entender que iba ahí dentro, mientras se sacaba el colgante con la Esfera de debajo de la camiseta. Se lo colocó en la mano derecha y puso su mano izquierda en el hombro de Calebud, por encima de la mesa que les separaba.

-Viajaremos a Elementum, allí te espera Zálatta. Ya sabe lo que tiene que hacer, no te preocupes.

El profesor esbozó una sonrisa y realizó el hechizo que les transportaba hasta Elementum una vez más. Marie tenía ganas de volver, de ver a sus nuevos amigos, aunque iba a echar de menos a su novio, Vicuto; pero igualmente tampoco quería volver a caer como la otra vez contra los pincerros. Su madre se lo había echado en cara cada vez que podía, así que quería demostrarle de que pasta estaba hecha, que era una Elemental Divina.




El aullido de un lobo despertó a todos de inmediato. La hoguera que habían encendido la noche anterior había desaparecido, solo se veían volutas de humo subir al cielo, que seguía siendo del mismo tono gris que el día anterior; era imposible saber qué hora era, así que comieron un poco de fruta, dieron su ración de chocolate a Tajús y emprendieron el camino hacia la montaña. Christopher, como siempre, lideraba la marcha.

-¿Oyes algo, Anne? –preguntó

-Nada importante –respondió con desdén la aludida-. Son lobos, tienen hambre, buscarán conejos o algo. Calebud dijo que nada nos haría daño, así que no hay por qué tener miedo.

-Yo no tengo miedo –protestó Christopher.

-Y yo no he dicho que lo tuvieses –Anne sonrió y siguieron en silencio.

Ya habían dejado atrás el pueblo, así que Anne se montó en Tajús para ver cuánto camino les quedaba. Los demás también querían montar, pero si cualquiera que no fuese Anne se subía encima de él, empezaba a relinchar y a agitarse, así que decidieron que lo mejor sería mantenerse alejados.

Cuando Anne volvió les dijo que estaban cerca, pero que la pendiente era mucho más empinada de lo que parecía en un principio, así que les costaría un poco subir. Siguieron caminando, sin ver ningún animal, ni huellas, ni personas... No había ni rastro de los lobos que habían oído.

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