Capítulo 21.

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Los gritos inundaban el aire. Gritos en un idioma incomprensible que se mezclaban con ruidos de golpes, gruñidos de lobos, niños llorando y hechizos que no entendían.

-¡Vamos, Elementales Divinos, tenéis que correr! –gritaba la criada, Jehee.

Los Elementales se despertaron, cansados y desorientados, como si se hubieran pasado toda la noche corriendo.

-¿Qué pasa? –Preguntó Mark-. ¿Y... y Chrystee?

-Chrystee está luchando por su pueblo, como debe hacer una buena reina. Pero vosotros tenéis que correr, tenéis que iros. –Jehee les apremiaba a marcharse, entregándoles sus mochilas-. Por ese pasillo saldréis al Mundo Elemental –dijo la criada señalando una abertura en la roca-. No miréis atrás, no os paréis.

Jehee salió corriendo por un lado y los Elementales por otro, directos hacia la salida. Corrieron entre las rocas, marchando por diferentes pasillos excavados en las paredes de la cueva, perdiéndose infinidad de veces, hasta que por fin vieron algo de luz. Al acercarse, vieron que era un trozo de hielo que reflejaba en el interior de la cueva la luz de fuera. Tara, antes de que nadie dijera nada, colocó la mano en el trozo de hielo y, de un fogonazo que hizo a los demás Elementales apartarse alarmados, lo derritió.

-¿Qué ha sido eso todo ese fuego? –preguntó Tara a nadie en particular, pero no obtuvo respuesta.

Aun se oían los gritos y los ruidos mientras salían de ahí. Tajús salió volando de abajo y se encabritó cuando vio a los lobos fuera esperándoles. El mismo lobo negro que les había guiado por la cueva les gruñó.

-Dice que le sigamos hasta el castillo de Crístalo –tradujo Anne.

Christopher se colocó la mochila.

-¿A qué esperamos?

Los lobos se giraron y empezaron a correr. Anne les seguía al galope con Tajús, mientras que los demás corrían como podían, pero la nieve y el frió viento les hacía imposible la carrera. Finalmente, los lobos, viéndolos tan rezagados, les dejaron montarse encima. Eran más grandes que un lobo normal, así que podían con cada uno de los chicos.

Desde el lomo del lobo, con la cabeza agachada para combatir el aire, ninguno veía nada. Figuras borrosas de color marrón y verde que se intercalaban con el monótono blanco de la nieve que lo cubría todo.

-¡Chicos, la niebla! –gritó Anne y los lobos pararon de golpe y gruñeron-. Dicen que a partir de aquí no pueden pasar.

Los Elementales bajaron de los lobos y les dieron las gracias mediante Anne. Las bestias agacharon la cabeza y volvieron corriendo al Mundo Oscuro por donde habían venido.

-Vamos –dijo Catelyn-, necesitamos contarle toda esta locura a Crístalo.

Los chicos, como hicieron antes de entrar al castillo de Alana, se introdujeron en la niebla. Caminaron durante un buen rato. No se distinguía la niebla del suelo nevado, hasta que por fin llegaron al castillo, rodeado del suelo de piedra que Mark había visto la primera vez que llegó al castillo. Aunque en ese momento no se fijó tanto en cómo era: un gran castillo hecho de hielo, con seis torreones, con cuatro plantas en cada uno y murallas que se perdían entre ellos, como una especie de laberinto, pero todas estaban conectadas entre ellas... era como una cubitera gigante. Se acercaron a las puertas de mármol, solo que a diferencia de la primera vez, cuando vino con Calebud, había dos guardias ahí postrados.

-¿Quiénes van? –preguntó el de la derecha.

-Los Elementales Divinos –respondió Christopher con cierta petulancia.

Los ElementalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora