Capítulo 4

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Estaba siendo una noche lluviosa. Desde el momento en el que Mark se había dormido, la tormenta se había apaciguado, pero no había parado. Aun así, cuando Mark despertó y vio la almohada empapada de lágrimas, recordó la conversación de anoche y la lluvia empezó a caer de nuevo más fuerte, al mismo tiempo que sus lágrimas, y un rayo cruzó el cielo inundando de luz la habitación.

Eran las seis y cuarto de la mañana, domingo. Quedaban dos días para el cumpleaños de Mark y él estaba más nervioso y reacio que nunca ante la idea de conseguir sus poderes. Cerró los ojos e intentó dormir de nuevo, le esperaba un día largo.


-Vamos Mark, termínate el desayuno, tenemos que ir a ver a tu abuela.

La madre de Mark tenía mejor cara que la noche anterior, pero todavía seguía un poco deprimida y los ojos rojos denotaban que se había pasado la noche llorando, igual que su hijo. Estaba limpiándolo todo. Limpiar siempre le ayuda a olvidarse de las cosas, pero esta vez no era así.

-No puedo, mamá. No tengo hambre –dijo Mark con desgana.

Se levantó arrastrando la silla y tiró la tostada a la papelera mientras dejaba el plato en el fregadero. El chico subía a su habitación para vestirse cuando notó que todavía no había dejado de llover.

El Elemental se estaba vistiendo cuando escuchó un fuerte frenazo. Mark se acercó a la ventana al mismo tiempo que su padre, Shane, salía del coche corriendo y entraba en casa dando un portazo. Mark se vistió rápidamente con lo primero que cogió y bajó corriendo las escaleras, sin embargo, decidió pararse al escuchar a su padre gritando en el salón.

-¡Vamos, Rachel, corre! –Gritaba éste-. ¡Ha despertado y dice que necesita su cuaderno! ¿Dónde lo metimos?

-¡Tranquilízate, Shane! –Le reprendió su madre-. Tiene que estar en nuestra habitación, no te preocupes.

Mark bajó lentamente los cuatro escalones que le quedaban y entró al salón.

-¿Qué buscáis? –preguntó sin animo, haciendo como que no quería saberlo.

La madre de Mark se giró, cerrando un cajón de golpe. Se apartó el pelo de la cara, y con una sonrisa respondió:

-Nada, hijo. Tu abuela ha despertado y..., y el médico ha dicho que...

-Que llevásemos un álbum de fotos –finalizó el padre. Las grandes ojeras eran señal de que no había dormido en toda la noche y tenía el abrigo y el pelo empapados por la lluvia.

-Sí, para ver si ha tenido pérdidas de memoria. Sólo eso, no te preocupes. Sube a tu cuarto, cariño –dijo su madre nerviosa.

Mark se dio la vuelta sin decir nada, él sabía que le habían mentido, pero no sabía el por qué, aunque en esos momentos tampoco le importaba mucho, solo le importaba que su abuela había despertado. Subió a su habitación, sin ganas de hacer nada, así que se tumbó en la cama a mirar cómo caía la lluvia –ahora con más fuerza-, y como las gotas hacían carreras en la ventana.


-Aquí es –dijo Shane abriendo la puerta del hospital.

El hospital era un gran edificio de color blanco impoluto; el edificio estaba situado en El Centro, así que era de esperar que no tuviese ni una pizca de suciedad. La entrada estaba abarrotada de enfermeros y médicos asombrados por la fuerza con la que caía la lluvia. Dentro el aspecto era mucho peor: estaba lleno de gente corriendo de un lado a otro: médicos, familiares de pacientes, enfermeros. A Mark no le gustaban nada los hospitales, todos sus familiares fallecidos habían muerto en este hospital: su abuelo, sus tíos...

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