Capítulo 27.

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Una ligera sacudida despertó a Mark, que abrió los ojos lentamente. Lo único que veía era una mancha borrosa y negra rodeada de blanco. Intentó levantarse, pero le dolía todo el cuerpo. La mancha borrosa desapareció de su campo de visión y Mark cerró los ojos.

-Tienen que descansar un poco más –dijo una voz de mujer-. ¿Podría esperar El Consejo dos o tres días?

Pero Mark no alcanzó a oír la respuesta porque se había quedado dormido otra vez.



-Venga, venga, todos arriba –decía la misma voz de mujer-. No os hagáis los remolones, ya estáis bien.  

Mark abrió los ojos. La luz entraba a raudales por las ventanas situadas por toda la habitación por lo que el chico se tapó los ojos con la mano instintivamente. Mark se incorporó, apoyándose sobre el cabecero de la cama. Ya no le dolía nada, pero aun se sentía pesado.

El chico miró a su derecha y se encontró con Catelyn, Anne, Kristen, Tara y Marie desperezándose en sus camas. Mark miró más allá, esperando ver a Christopher, pero no, el chico había muerto en la zona desértica, antes de que les tragara a todos la tormenta de arena.

En la mesilla de al lado de su cama encontró una botella de agua y se la bebió entera, sin pararse a respirar.

-Catelyn, ¿qué ha pasado? –preguntó el chico saliendo de la cama poniendo los pies en el frío suelo, aunque el ni lo notó.

-No lo sé –dijo la chica mientras se peinaba y se hacía una coleta-. Lo último que recuerdo es a Nigrum gritando «¡Atacad!» A partir de ahí nada más.

-Yo igual –dijo Tara-. Pero Kristen está aquí, ¿creéis que ganamos? –dijo la chica sonriendo.

Mark sonrió también, era como un efecto rebote, cada vez que Tara sonreía, él también lo hacía.

-Claro que sí, somos Elementales Divinos –dijo el chico.

-No vengáis todos a abrazarme, si da igual... -dijo Kristen desde su cama.

Los chicos fueron riéndose a por ella. Anne se tiró encima suya mientras los demás la abrazaban como podían.

-Vamos, menos abrazos y vestíos –dijo la enfermera, a la que Mark por fin pudo ver: era una mujer joven, de tez morena y unos ojos blancos que no dejaban espacio casi para la pupila. Llevaba ropa de medico y el pelo recogido en un moño. Le entregó algo de ropa a cada uno: unas camisetas blancas, unos vaqueros negros y unas zapatillas del mismo color-. Tenéis reunión en el consejo en cinco minutos. –La mujer señaló dos puertas situadas al final de la habitación-. Ahí están los baños, no tardéis mucho.

Mark se metió en el baño de chicos mientras todas sus amigas se metían el de chicas. Echaba de menos a Christopher. Mark se lamentó de haber pensado al principio de la aventura que era un capullo. Pero poco a poco se fue ganando el amor de todos, incluso de Anne. El chico recordó lo que le había dicho Christopher en el castillo de Crístalo: «Anne ha dicho que me dará una oportunidad cuando terminemos la misión.» Y por primera vez, Mark se permitió llorar. Por Christopher, por su abuela, por la madre de Catelyn, que había sido como una madre para él, por Vicuto, por la madre de Tara y por la madre de Lexie. Pero el llanto no duró mucho, pues la enfermera llamó a la puerta, diciéndole que o salía ya o le sacaba ella.

Mark se puso la camiseta y cuando fue a poner a ponerse el pantalón se vio una cicatriz en la pierna, como si algo le hubiera mordido, pero el chico no recordaba nada. «Lobos» pensó. Los lobos que habían llevado a la pelea los hombres topo. Pero por más que intentó recordar no pudo. Se puso las zapatillas, se lavó la cara, se peinó y salió del baño. Fuera ya estaban las chicas.

Los ElementalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora