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Habían pasado muchos meses desde el fatídico día en el que todo cambió. Empezó como una pequeña gripe, lo de siempre, rumores de vacunaciones en países muy alejados y parecía que no fuera a afectar al resto de los continentes. Las noticias rezaban que la epidemia había acabado matando a un grupo numeroso de personas en Sudamérica, pero nada hacía presagiar que pudiera llegar a Europa.

Al cabo de meses, no sólo la epidemia se había extendido al norte de América, sino que ya se había convertido en una pandemia que aterrizó a principios del 2012 en Europa del este.

La enfermedad se había descrito como fiebre alta durante días, los afectados deliraban ante tales temperaturas hasta que el cuerpo generaba anticuerpos para que se enfrentaran al virus, pero pronto se descubrió que la combinación del virus-anticuerpo era lo más preocupante de la enfermedad. Hacía que el sujeto afectado tuviera tal irracionalidad que perdía la cordura y atacaba a la gente, mostrando una violencia muy similar a la encontrada en el reino animal.

Se descubrió que el medio de contagio era la saliva y la sangre, y antes de que el caos se apoderara de la tierra se dedujo que el inicio de la pandemia había sido carne de animal mal tratada y poco cocinada, y por eso los afectados mostraban tal ansia de sangre.

La enfermedad llegó al sur de Europa, incluyendo la península Ibérica. Los más previsores fueron abandonando el norte, ya que la enfermedad había llegado de Francia, y se pusieron en busca de lugares lo más alejados.

La televisión dejó de emitir cuando el número de afectados era mayor que la gente que permanecía sana, y la comunicación con el resto de países era más que nula, por lo que la gente lo único que buscaba era sobrevivir, costara lo que costara.

***

Se acordaba perfectamente del día que lo llamaron para evacuar. Su padre había conseguido meterlos como última instancia a los tres, en un esfuerzo por salvar a su hijo, a su novia y al mejor amigo de la infancia del chico. Él se quedaría para proteger su ciudad, el juramento le impedía correr a esconderse.

Le partió el alma ver a su hijo, su Stiles, llorar inconsolable por irse sin él a Europa, después de enterarse de la grave gripe que azotaba Hispanoamérica y que amenazaba con seguir por Norteamérica.

Lo consoló, a base de mentiras, diciéndole que estaban distribuyendo las vacunas contra aquella gripe a las tropas, tanto al ejército como a las nacionales y locales, así que estaría a salvo.

Lo que Stiles no sabía era que aquello era una gran mentira.

No era una simple gripe, era una terrible pandemia que amenazaba con convertirse en un problema mundial, pero aquello no podía decírselo a Stiles, porque si se enteraba se quedaría con él, y si él solo corría riesgo, con Stiles a su cargo estaba cantado que iban a morir si la enfermedad se extendía a Norteamérica.

—Prométeme que me vas a informar de todo —pidió su hijo, pálido con múltiples lunares, y sus ojos marrones brillando por las lágrimas acumuladas.

—Te lo prometo —aseguró su padre—, vamos a vacunarnos, y nos protegeremos los que nos quedemos fuera de los búnkeres.

—¿Te ha tocado fuera? —preguntó Stiles sintiendo debilidad en las piernas.

—Aún no lo sé, te lo diré en cuanto lo sepa. —La gente seguía entrando en el avión, y su novia Malia y su amigo Isaac lo esperaban al pie de la escalera.

—Ten cuidado, papá.

—Lo tendré, y tú disfruta de España —repuso el hombre con una sonrisa cansada—. Te encantará.

PandemoniumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora