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Llegaron a Sevilla más tarde de lo pensado. La ciudad estaba mortalmente desierta, y sorprendía la ausencia de coches, incluso de los estrellados. La calzada estaba totalmente vacía, y circulaban entre un mortal silencio. Pasaron junto al tanatorio de la ciudad, el cual tenía más rastro de destrucción que ningún otro punto de los que habían visto de allí, seguramente debido a que los que creyeron muertos sólo estaban infectados del virus, y se levantaron y empezaron a atacar a sus propios familiares.

Aunque era sólo una suposición, la imagen les hizo tener escalofríos. El rastro de destrucción que se iniciaba desde el tanatorio hasta el gran puente blanco que se alzaba surcando el cielo era aterrador. No eran tantos coches estampados, ya que apenas veían de éstos, sino manchas secas de sangre por la calzada y las aceras, y los millones de desperdicios que estaban esparcidos por todas partes.

El olor a putrefacción se colaba por las ventanillas pese a que las tenían cerradas. Y Jackson condujo rápido, viendo los semáforos caídos en la calzada, cristales rotos, muchísimas señales que indicaban que aquello había sido una auténtica matanza.

—Ve despacio por aquí, Jackson —pidió Malia mirando el mapa—, según dice aquí, si vamos por esa calle estaríamos en un hospital.

—Joder, nos vendría de lujo las medicinas de allí.

—Pero, ¿estás loco? Es el lugar en el que más infectados por metro cuadrado puede haber. Los recién mordidos irían allí sin saberlo y de repente... se extendería la infección a todos esos pobres enfermos —explicó Isaac con cara de consternación. Jackson bufó y puso los ojos en blanco.

—No es por faltar a tu criterio, ricitos, pero esa gente estaba moribunda ya en vida, así que infectados estarán aún peor, a mi parecer.

—¿Tú crees? ¿Y si la teoría de que los infectados desarrollados de la que hemos hablado otras veces es cierta, y se han regenerado o algo así? ¿Y si ahora son todo lo que normales no eran? —espetó Isaac con irritación.

—Eres demasiado pesimista, ricitos —gruñó el rubio girando por donde le indicaba Malia.

—Pues yo creo que tiene razón —dijo Stiles frunciendo el ceño—. Después de todo lo que he visto, ya que me he enfrentado a unos cuantos de esos, junto con Derek, no me extrañaría en absoluto que ellos estén en mejores condiciones físicas que nosotros.

—En eso concuerdo con Stiles —apoyó el moreno.

—Entonces vamos los cinco dentro del hospital, y mientras uno busca, los otros vigilan, ¿qué os parece esa idea? ¿Más aceptable?

—Con tal de no aceptar que te habías equivocado, haces lo que sea —espetó Isaac en un gruñido seco. Jackson lo miró por el retrovisor y puso los ojos en blanco.

Llegaron a la puerta del hospital. Habían ido todo el tiempo en dirección contraria, pero aquello era lo bueno del apocalipsis: no tenían que preocuparse por causar un accidente porque no había más gente en la carretera.

Dejaron el coche en la parte que una vez estuvo reservada sólo para ambulancias, bajándose del vehículo y mirando alrededor. La calle estaba mortalmente desierta, y el olor pútrido persistía y se colaba en su organismo sin descanso, haciendo que se marearan y les doliera la cabeza.

—Bueno, por lo que sabemos la gente muerta no vuelve a la vida exactamente, ¿no? —preguntó Malia tomando una de las palancas que tenía Derek en las manos.

—Teóricamente cuando son infectados por el mordisco de un infectado, mueren, pero vuelven a la vida transformados —explicó el veterinario.

—Entonces son zombis —dijo Stiles frunciendo el ceño con extrañeza. El moreno resopló y se encogió de hombros.

PandemoniumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora