Capitulo 32

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-¿Te encuentras bien? –gritó Alison después de Educación Física, en los vestidores, revisándome manos y brazos. Varias chicas que estuvieron presentes en la fiesta me miraron de reojo.
-Sí –asentí -. ¿Tú dónde estabas?
-Me escondí en el baño –respondió -. En la última puerta. Se escuchaba más fuerte, pero estuve a salvo –suspiró -. Danny y yo te estuvimos buscando por todas partes, Jake quería verte.
-¿Algo le pasó a Jake? –abrí los ojos como platos.
-Se cortó con un vidrio, nada más –me tranquilizó, apoyando su mano en mi hombro -. Por suerte, lo único que resultó con daños fue Oasis.
-Oh, Dios –apreté los párpados, mientras caminaba hacia los espejos. Ella hizo una mueca.
-¿Qué te dijeron tus padres?
-Ugh, ni que lo digas. Mi madre fue convaleciente esta vez, pero mi padre casi me castigaba por el resto de mi vida –puse los ojos en blanco -. Me dieron el típico sermón de que debería escucharlos más, de que pida perdón a Dios y de que he sido una mala chica.
-¿Desagradecimiento?
-Sí, eso también –fruncí los labios.
-Lo que ha pasado ha sido horrible –reconoció, con las cejas inclinadas. Tragué saliva, me presionaba el hecho de que yo sabía todo desde su raíz, pero no podía decir nada.
-¿Han atrapado a alguien? –indagué.
-No, no por el momento –dijo -. La policía no ha encontrado nada que delate a alguien. Todos huimos al instante y el sitio quedó vacío.
-Oh, gracias a Dios –suspiré hondo. Ella arrugó el entrecejo.
-¿Qué?
-Bueno, piénsalo, al menos nadie resultó herido, o algo peor –me defendí. Ella aflojó su expresión.
-Vale, vamos a clase –murmuró con desilusión.
-Te alcanzo –sonreí, y me alejé hacia una cabina. Una vez dentro, desarrugué la hoja de papel blanco, y releí la frase por enésima vez.

“Está frío afuera, cuando vuelves a casa. Y está caliente adentro, ¿no es suficiente?” –Un amigo.

¿Un amigo? ¿Qué quiere decir con “un amigo”? Un amigo no hace esto, un amigo no te da estos sustos, un amigo no juega con tu mente a base de un simple papel. ¡Menudo chistoso! Quizá hubiese sido algún bromista que estuvo durante la balacera, o tal vez uno de esos chicos… ¿Cómo es que se llama? ¿Smith? Quizá quisiera torturar a Harry al torturarme a mí primero. Releí la frase de nuevo, y la guardé en el fondo de mi mochila, la cerré de un tirón y me la colgué al hombro cuando salí de la cabina, mirando al suelo como si fuese la solución a todos mis problemas.

El día transcurrió lenta y silenciosamente, Jake tenía una banda elástica alrededor de su mano izquierda, y tuvo que pedirme los apuntes de la clase de Castellano porque comenzó a sangrar de nuevo. Me preocupaba, además, la manera en que me miraban todos. Bueno, al menos la mayor parte del equipo de fútbol y los que solían molestar a los del club de ajedrez, que también me miraban raro. ¿Que en la secundaria Waldorf no se cotilleaba? Ja. Menudo chiste.

En realidad, cuando me senté en la cafetería a releer la tarea de Francés, no pude concentrarme ni tan siquiera en los primeros tres párrafos. Mi mente estaba tan ida en otras cosas, que los deberes no me parecían más que pequeñeces. 
Una noticia en primera plana con letras enormes cruzó con suavidad las páginas de mi libro de hojas amarillas, y entonces fue cuando me quedé sin aire.
La foto, cuya calidad no era más que de enormes píxeles, sólo denotaba el montón de balas regadas por el suelo, mezclándose con los vidrios y los charcos de licor. 

“Balacera en Oasis, por segunda vez”, era todo lo que decía. Subí la mirada con la mandíbula tensa; Danny sostenía dos cafés con ambas manos y sus labios estaban levemente enarcados en una sonrisa. Bajé la vista y suspiré, apartando el periódico y haciéndolo a un lado de mi libro. Él se sentó con cautela y empujó un vaso de Latte hacia mí. Lo tomé, contorneando su borde con los dedos.

-¿Cómo estás? –pregunté. Él levantó su brazo envuelto en vendas y frunció los labios, sin decir nada. 
-Santa madre de Dios –me froté las sienes -. ¿Cómo…?
-Una atravesó mi brazo –dijo, y en su voz había una nube invisible de ironía -. No fue nada grave, pero tuvieron que colocarme algunos puntos.
-Yo… Ugh, lo siento –mascullé, avergonzada. Y pensar que todo esto había sido por mi culpa.
-No tienes nada de qué disculparte –tomó un sorbo de su café -. Salvo por no haberme llamado, claro. Creí que te había pasado algo.
Sacudí la cabeza.
-Estoy bien –mentí -. Sólo un poco mareada.
-¿Quieres que te acompañe a la enfermería?
-No es nada de eso –reí lánguidamente -. Yo… -vacilé -. Bueno, no importa.
-Claro. Y, um –se humedeció los labios -. ¿Qué tal va todo con Jake?

Me encogí de hombros, evadiendo la pregunta. Él tomó un sorbo de café sin dejar de mirarme.

-Mal –admití -. Él ha estado algo distante desde el sábado.
-Sí, yo vi como te apartaste de él –musitó, mirando su vaso -. Y es raro –rió irónicamente -, yo pensé que tú querías…
-Sí –lo atajé -. Bueno, algo… Hace tiempo…
-Cómo cambian las cosas –sonrió con ironía.
-Todos nos cansamos de mentir –acoté, mirando el café con distanciamiento. Él me dedicó una tierna mirada hirviendo en calidez y comprensión, y acercó su mano pálida y gruesa a la mía, que descansaba unos centímetros más allá del libro de Francés aún abierto. Levanté la mirada con lentitud, recorriendo su brazo con la vista hasta llegar a sus ojos intensamente de un color azul. Sus ojos, testigos de mucho sufrimiento a lo largo de sus cortos diecisiete años, y sus brazos, llenos de heridas cubiertas con robustos suéteres, de pronto tenían esa… magia que me había inspirado en el primer día cuando derramó un vaso de jugo sobre mi camisa favorita en clase de Lenguas, durante la infancia. Y quizá, durante algunos ratos, él dejaba escapar a ese descuidado muchachito que me comprendía más que mis propios padres. Porque, al final, los amigos son esa familia que uno escoge, y Danny era el hermano que nunca tuve. 
-Yo sólo siento que debería parar de pensar en ti; y ya sabes, no puedo –rió con amargura.
-Yo igual pienso mucho en ti –musité con un hilo de voz ronca -. Me preocupa lo que tú puedas… pensar.

Sonrió lánguidamente.

-…Sobre mí –mascullé. Él se tomó unos minutos antes de contestar.
-No existe algo malo que yo pueda pensar de ti. Y, además… yo no puedo juzgarte –farfulló. Arqueé las cejas, embelesada -. Tú tampoco lo haces conmigo. Ojo por ojo, Sky.

Sonreí. Sí, seguía siendo el mismo Danny de siempre.

-Ya no te conozco lo suficiente, ¿verdad? –inquirió, convirtiendo sus labios en una línea tensa. Negué con la cabeza y respondí-:
-No.

Movió su cabeza lentamente, asimilando mi cruda –pero sincera– respuesta.

-Es difícil adivinar lo que la gente piensa… Más de lo que creí –respondió con una sonrisa traviesa.
-Puedo resumírtelo –musité, curvando una débil sonrisa -. Hay una guerra aquí dentro.

Le di dos toques con el dedo a mi cabeza, con voz fría y serena, y él asintió, soltando una risita adolorida. 

-¿Crees que puedes librarla sola? –preguntó, con los ojos ligeramente húmedos, y una expresión goteante de resignación. Era la pregunta del millón de dólares, y la que esperé por mucho tiempo que nadie hiciera. Bajé la mirada y guardé silencio, incapaz de pronunciar la respuesta. Eran muchos “no” por una tarde. Él esperó, acariciando por entre mis dedos larguiruchos y delgados, pero al no obtener una respuesta, suspiró.


-Espero al menos haber recordado tu café favorito –bromeó, ladeando la cabeza.
-Lo hiciste –me reí -. No es mucho lo que no conoces.
-Pero sí es demasiado –continuó sonriendo, como si nada. Suspiré y cerré el libro de un golpe, apartando mi mano con demasiada brusquedad de la que debiera, y metiendo la gruesa libreta de páginas amarillas a empujones dentro de la mochila. No quería actuar así, pero mi entorno era demasiado idílico para mi realidad actual, e incluso toda la gente lo era. Sólo… necesitaba sentarme un rato a solas a mirar la puerta mientras derramaba algunos montones de lágrimas. Entonces estaría bien, o por lo menos fingiría, como siempre.
-Tengo que irme –mascullé, apretando los labios e intentando sonreír. Él se sacudió los cabellos y sonrió cálidamente.
-Esto es para ti –me detuvo, alzando la voz. Abrió su mochila larga de cuerda, y me entregó una rosa en su mero florecer. Vacilando, alargué mi brazo para tomarla, y la observé con los ojos húmedos. ¡Cómo deseaba, ahora mismo, tirarme en sus brazos a encontrar alivio! 
-Gracias –mascullé, a punto de llorar. Y me alejé, como siempre.

LOST  | HARRY STYLES |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora