Capitulo 47: Sheena, tu

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-Skylar-:

Deslicé mi vieja camiseta del viejo equipo de fútbol de la escuela, mientras en mi mente se repetían todos los sucesos de la tarde anterior en mi cabeza. Tenía que anotarlo en alguna parte, aunque fuera en lo más recóndito de mi cuaderno de Física viejo, que había acabado dos semanas después de comenzar clases gracias a las anotaciones de Alison y Danny. 

Sí, era bastante infantil, pero, según él, yo todavía seguía siendo una “pequeña”. 

-Flashback-:

-Te amo –musitó contra mi mejilla. Sentí sus labios estampar un beso y sus dedos levantar mi muñeca, acariciando mi herida.

-Realidad-:


Miré mi muñeca con desdén, y a continuación, esbocé una sonrisa lánguida, al tiempo que sorbía las lágrimas dentro de mis ojos. La cubrí con el suéter gris de siempre, y abrí la puerta de mi habitación con torpeza, maldiciendo haberme golpeado el brazo. 

Bajé las escaleras contando los peldaños porque en realidad no quería llegar a la escuela, y mis ojos subieron lentamente su objetivo, arrancando mi atención de mis zapatillas Converse que se movían lenta y apesadumbradamente encima de las escaleras de madera pulida. Las manos huesudas y delicadas de mi madre recorrían su cabellera mañanera con desesperación, mientras se movía de un lado a otro como una mariposilla atolondrada, gritando obscenidades y órdenes de desalojo a mi padre, quien apretaba sus puños contra la mesa y le respondía a gritos. Los observé en estado de shock, debido a que nunca los había visto pelear de esa manera. La única discusión a voz alta que pudieron haber tenido durante el transcurso de mis años de vida, podría haber sido cuando mi padre compró leche completa en vez de la descremada, lo que le revolvió las tripas a Amanda y la tuvo encerrada en el cuarto de baño durante más de cuarenta y cinco minutos. Y había sido cuando yo tenía once años.

-Mamá… -musité. Ella volteó hacia mí agitando sus cabellos, y me echó un grito agudo.
-¡Vete a la escuela, Skylar! –gritó. Con el corazón en la garganta y sin ganas de rechistar, terminé de bajar las escaleras, y salí de la casa, con el corazón en la boca, y en estado de shock, que de seguro me llevaría a un fuerte estado de estupor zombi. El viento penetró directamente en mi rostro, aguando mis ojos claros y haciéndome perder el equilibrio. Sacudí la cabeza, y me colgué bien la mochila en el hombro, mientras daba tumbos por la calle. 
Caminaba en silencio, apretando los puños contra mis costillas para protegerme de un frío inexistente que yo misma me había inventado, aunque lo único que quería era golpear a alguien. No me cabía en la cabeza que mis padres estuviesen peleando tan abruptamente frente a mí, y que mi madre hubiese sido tan cara dura como para pagarla conmigo. Aunque, de todos modos, era eso lo que hacía siempre, ¿no?





Jake pasó a mi lado tropezándome del hombro. Rodé los ojos y le dirigí una mirada furtiva. Sus labios formaron una leve sonrisa de medio lado, y se dio la media vuelta con paso danzante, y se dirigió al bulto de gente hacinada en una flamante camioneta roja, que de seguro debía pertenecer a alguno de los de natación. Tragué saliva y di zancadas que resonaron en la grava seca del estacionamiento, hasta dar con Danny, quien tiró su patineta al suelo, dándole la vuelta.

-Ah, vaya, hola –sonrió, alborotándome los cabellos con una de sus manos. Lo miré, y levanté el mentón. Desvié la mirada.
-Lindo humor –masculló con picardía, mirándome a través de sus ojos azules -. ¿Qué ha pasado?
-No importa –me estremecí, y me retiré la chaqueta gris de encima -. En verdad, da igual.
-Vale, seguro que te castigaron otra vez –frunció los labios.
-Aún lo estoy –sacudí la cabeza -. Y no se trata de eso.
-¿Tus padres? –arqueó una ceja, sonriendo con nobleza. Me mordí el labio inferior, y me acomodé la mochila de nuevo, sintiendo el peso de los catorce libros pesándome en los hombros.
-No sé por qué peleaban así –desvié la mirada. Él suspiró, y llevó una mano pálida hacia sus cabellos a rulos, sacudiéndolos y recordándome a alguien. Me froté el rostro para evitar signos de rubor.
-Quizá haya sido algún tipo de malentendido –se encogió de hombros -. No te preocupes.
-Ella me ha gritado –comenté, interrumpiéndolo. 
-Pero eso es normal, ¿verdad?
-Sí –fruncí los labios -. Pero esta vez sí fue sin razón alguna.
-Se le pasará –masculló, y entonces hizo una pausa para mirar al frente, permitiendo que el viento seco agitara sus cabellos castaños con rudeza, lanzándole mechones a la cara. Lo observé de reojo mientras sentía un equipo de fútbol entero de miradas justo en mi hombro. “Jodido Jake, deja de mirarme, mierda.”

Deslicé mi teléfono por mi bolsillo, y abrí un mensaje nuevo.

“¿No has visto cómo te mira? Yo que tú, me ocuparía de que Harry no se pusiera a cuidar lo suyo. Alguien acabaría muy mal. –Tu siempre fiel amigo”. 

“Maldito. ¿Otra vez tú?”. Rodé los ojos, y deslicé de nuevo el celular, mientras buscaba con la mirada a alguien que pudiera haber estado enviándome mensajes en ese momento. Danny me observó de reojo.

-Bueno, ¿entramos a clases? –masculló, alborotándose el cabello. Lo miré, escéptica, y asentí frenéticamente, mirando a mi alrededor conforme caminábamos. Me agarré el codo izquierdo con la mano cuando Danny dio un tropezón a propósito contra Jake, y así estuvimos todo el día, en una zozobra constante. En mi mente, lo único que deseaba era abandonar la escuela y vivir de trabajar en un McDonald’s, porque, como fuera, me mantendría alejada y feliz. Sin embargo, el propósito de una carrera y una vida me martillaba la cabeza; y a la vez el simple hecho de poder ser asesinada en cualquier momento.


Salí disparada del salón de Trigonometría cuando la campana de la tarde sonó, aunque tampoco quería ir a casa. Si no hubiese sido por mi castigo de doce días restantes, de seguro que me hubiese escapado a algún Motel. Me dirigí al patio abandonado, y me tiré en el banco de madera viejo, que estaba a punto de derrumbarse.

-¡Sky! –chilló una vocecita aguda, y unos brazos delgados y pálidos rodearon mi cuello. Alguien me dio un beso en la mejilla con efusividad, mientras sus manos diminutas temblaban y sus cabellos lisos se agitaban contra el viento.
-¿Sheena? –dije apenas, cegada por el ajetreo -. ¿Cómo es que estás aquí?
-Te seguí los pasos, espero que no te moleste –sonrió espectralmente, y se sentó a mi lado, cruzando sus piernas de bailarina y acomodándose un mechón de cabello rojo. Me dirigió una rápida mirada de evaluación, y sonrió de nuevo, abrazándose las rodillas con ambas manos.
-¿Cómo está Harry? –soltó, sonriente. Volteé a mirarla.
-Él… Bien, bien… -asentí levemente con la cabeza.
-Oh, Dios –se llevó una mano al pecho -. ¿Han peleado?
-No –la atajé, fingiendo una sonrisa -. Sólo estoy cansada –apreté los labios y sonreí con incomodidad.
-Pobre –masculló, mordiendo su labio inferior. 

La miré de reojo cuando se dio la vuelta para revisar en su cartera de mano negra, mientras cruzaba sus piernas forradas en medias pantis negras. Sus cosas cayeron al suelo cuando me distraje, y un cilindro negro corrugado se destapó, rodando en el césped ennegrecido y seco. Lo tomé con dos dedos, y lo observé con el corazón en la boca. 

Rosa pálido.

-Flashback-:

La puerta estaba entreabierta, y el grifo del agua caliente ni siquiera había sido abierto. Harry permanecía en ropa interior mirando el espejo de enfrente con desdén, donde, con letras garabateadas escritas en lápiz labial rosa pálido, habían escrito un mensaje lo suficientemente grande para cubrir el gran cristal:


“No podrás esconderlo por mucho tiempo. Los observo a ambos. Los observo a todos. –Tu amigo”.


-Realidad-:


Giré mi vista hacia Sheena, quien me observaba a través de sus pestañas negras y enormes.

-¿Te gusta el color? –musitó con voz sombría, arqueando una ceja.
-Sheena, tú…

LOST  | HARRY STYLES |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora