Capitulo 68

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Abandoné la silla de un salto y me puse de pie con el puño apretado a un costado, sintiendo la sangre hervir directamente en mi cabeza, al tiempo que mi corazón palpitaba desenfrenadamente. El mensaje había resonado en mi cabeza tan fuerte que casi podía escuchar el eco trastornador. 

-Pero qué… ¿estás seguro?
-Totalmente, man. Aunque queremos que vengas de todas formas para verificar si es ella.

Dejé el aire salir de mis pulmones, y humedecí mis labios.

-De acuerdo.
-Bien. Te enviaré un mensaje con la dirección.

Colgué la llamada y deseé tirar el teléfono al suelo. 

¿Gemma? Ella no… Quiero decir, ella… No la había visto en años. Y tampoco quería recordar la última vez que la vi. Fue en un bar. Estaba lloviendo. Su rostro apenas iluminado por los faroles que colgaban del techo, y que titilaban por la falta de electricidad. Ella volteó a mirarme, pero quizá ya no me reconocía y tal vez pensó que estaba alucinando, justo igual que yo. Para ese entonces, tenía un problema muy grande y tuve que huir de la ciudad. Estuve averiguando por Internet y en páginas amarillas, y ella ahora vivía en otra parte, su cabello estaba mucho más negro e iba a fiestas con sus amigas. Era todo lo que sabía de ella.

Y ahora… ¿Smith la tenía? No podía ser verdad. ¡Maldición, no podía serlo!

-Quédate aquí –mascullé hacia Skylar, antes de salir corriendo hacia la puerta.
-Harr… ¡Harry! –gritó detrás de mí. La ignoré. Era tal el frenesí de mis propias expectativas que no escuchaba ningún sonido a mi alrededor; tan sólo un zumbido constante en mi cabeza, que iba opacando cualquier ruido de cualquier parte. Además, no podía dejar que Skylar viniera conmigo. Smith podría lastimarla de nuevo o presenciar algo que realmente ella no quería. 
Encendí el auto y arranqué escuchando los neumáticos chirriar.

-Skylar-:

“Santa madre de Dios”, pensé. 

No muy segura de lo que tenía que hacer, intenté correr hacia distintas partes, frenándome de inmediato y dirigiéndome hacia otro lado. Miré las escaleras por instantes y me apresuré a ellas, subiendo a trompicones y saltándome peldaños precariamente.

Desenterré de la maleta una camisa de mangas largas y me dirigí dando tumbos hacia los dos zapatos tirados. Me los calcé casi a empujones y me até una coleta alta mientras bajaba las escaleras. Tuve que aferrarme a la baranda por falta de coordinación de mis propios movimientos. Mi vista iba y venía, ahora veía puntos de colores por todas partes. ¿Desde hacía cuánto que no comía? Quizá desde ayer; no probé bocado en el almuerzo siquiera, y mi día se basó en pelear y llorar. 
“Vale, Skylar, tú eres fuerte”, me consolé con voz débil, mientras me frotaba las sienes con la mano que no sostenía la baranda metálica. Suspiré hondo y corrí hacia la puerta, cerrándola nerviosamente. Miré a mi alrededor, y corrí alrededor del vecindario sintiendo el estómago retorcerse en mi interior. Diablos.



Los asientos del taxi eran cómodos, y olían a tabaco y menta, y quizá un poco a combustible. Me miré en el espejo que colgaba del techo, y noté mi cetrino y desagradable aspecto. Mis ojos parecían hundidos en sus cuencas negras y mi boca tomaba un tono verdoso. Me removí en el asiento propinando un quejido y la mirada curiosa del conductor, del cual preferí desviar la vista. Hizo unos cuantos comentarios sobre el clima a los cuales respondí con “ah” y “sí” cuando era necesario. El truco está en reírte de todo lo que dice el taxista para que no te viole.
En la radio sonaba un programa de opinión donde, de vez en cuando, sonaban canciones anticuadas que podrían reventarle la cabeza a cualquiera. Emití muecas conforme nos alejábamos.
Lo peor era, que ni siquiera sabía a dónde coño me estaba dirigiendo. Sencillamente había dicho al conductor que yo le diría por dónde era, pero ahora me sentía como dando vueltas sobre mi propio eje.

-Señorita, ¿ya decidió a dónde quiere ir? –inquirió el buen hombre cincuentón de tez morena.
-Um –me mordí la mejilla interna. 

Mi teléfono vibró en mi mano, y tenía la leve esperanza de que fuese Harry. Pero no. Era de un número anónimo, como siempre.

“¿Has ido a Main Street? Es donde te robaste una camiseta en séptimo grado. ¡Escuché que siguen buscándote! –Tu amigo”.

Releí el mensaje tantas veces que mis ojos comenzaban a ver borroso de nuevo. Aparté la vista y suspiré, apretando los párpados y parpadeando rápidamente a continuación. Seguía viendo puntos de colores y mi estómago seguía rugiendo, ahora más fuerte que antes.
¿Cómo se suponía que el anónimo sabía de eso? Tan sólo una persona podría… Espera. Entonces…

Con los dedos temblorosos, y no muy segura de si presionar el “enviar”, tecleé:

¿Danny?

Pero era imposible. No podía ser Danny. Borré lo escrito y tiré mi teléfono de vuelta a mi regazo palpitante. 
Danny… Él sabía la mayoría de las cosas de mi vida, e incluso, él había robado también una camiseta aquella vez… Era el único que lo sabía. Pero es que era sencillamente impensable. Él no odiaba a Harry, él ni siquiera sabía nada de esto. Me había rehusado a contárselo para que no se lo dijera a mamá. Danny no podía tener nada que ver en esto… ¿O sí?
Seguí pensando, y cuando me di cuenta observé en la ventanilla que miraba al vacío boquiabierta, como tonta. Miré mi reflejo nuevamente, evaluando la ecuación en mi memoria mientras recorría con la mirada el fino contorno de mis ojeras oscuras y profundas. ¿Por qué el amigo quería ayudarme… y algunas veces me metía en problemas? ¿Por qué enviar mensajes a todos con los que tengo vínculos? ¿Cómo sabía de todo esto, si yo nunca veía a nadie? 
Me devané los sesos. No había nadie. Nadie quien me odiara o amara lo suficiente como para hacer esto. Tenía que ser alguien totalmente loco. Sacudí la cabeza mirando el asiento de enfrente, tragando con dificultad.

-¿Señorita? –insistió el hombre. Levanté la mirada y, con los ojos bien abiertos, sacudí mi cabeza de nuevo y miré el mensaje en mi teléfono.
-Calle Main Street –mascullé débilmente, respirando precariamente por la nariz mientras observaba los ojos oscuros del taxista a través del retrovisor del viejo coche en movimiento. Entonces, evalué nuevamente la situación. ¿Qué tal si, cuando yo llegara, nada ocurría y yo entonces hubiese actuado como tonta? ¿O qué tal si Harry me veía ahí? Él seguramente iba a matarme. Pero yo simplemente no pude quedarme de brazos cruzados al ver su cara cuando alguien habló de su hermana tan fuerte en el teléfono, que yo pude escucharlo. Sus pupilas negras como el carbón se dilataron, ocultando los lados verdes de sus ojos como un eclipse. Todavía le importaba, y yo tenía que ayudarlo.
Mi estómago rugió tan fuerte que pude escucharlo. Eran demasiadas cosas en un solo día. Un día bastante largo. Jodidamente largo.

Alargué mi mano con cincuenta dólares bajo ella, y la puse en el asiento del copiloto.

-¿Con esto es suficiente?
El taxista miró los billetes de reojo y los tomó con ambas manos.
-Claro, chica. Suerte en su búsqueda –musitó. Lo miré con el entrecejo fruncido. ¿Cómo diablos…? Miré el retrovisor, y ahí estaba su mirada oscura y sus párpados caídos centrados en mí, observándome. Desvié la vista de golpe y abrí la puerta con nerviosismo. Esto. Es. Raro.



Miré confundida hacia todos los lados, mientras el viento seco y cortante de la noche me golpeaba dolorosamente el rostro, humedeciéndome los ojos como si me rociaran alcohol. Me froté la cara con las palmas de las manos, dando círculos especialmente en los ojos, mientras aguzaba el oído para escuchar algún sonido. Me aparté las manos del rostro, pero no había nada. Ni nadie. Apenas los faroles iluminados de algunas casas humildes con gente mirándome dentro. Era como estar en la nueva película de Destino Final. De alguna manera sentía que algo iba a pasar ahora.

-Hey, ¿tienes problemas? –masculló una voz desde atrás. Me giré de golpe, dando pasos frenéticos hacia atrás. Observé un auto antiguo encendido justo delante de mí, cuyas luces delanteras me apuntaban y me cegaban de nuevo. Mi estómago rugió dolorosamente.
-¿Qué? –casi susurré. Había una figura negra dentro. Había alguien ahí.
-Entra –me invitó. Lo observé, sintiendo que la sangre se me esfumaba del rostro. –Vamos, entra. Yo sé lo que estás buscando.
Vacilante, miré hacia ambos lados, frotando mis brazos, y me apresuré a correr hacia el lado opuesto de quien me hablaba, y a abrir la puerta de sopetón. Me deslicé dentro del auto, y entonces todo quedó a oscuras.

LOST  | HARRY STYLES |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora