Capítulo 4

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Un peso cayó sobre mí para despertarme. Un peso más que conocido. Escondí la cara en la almohada, queriendo seguir en el mundo de los sueños. Y por unos segundos creí haberlo conseguido, pero la respiración de Hae en mi nuca me indicó que no iba a poder dormir más esa noche. Gruñí, negándome a abrir los ojos.

–Hyuk –susurró muy muy bajito en mi oreja izquierda, tumbado sobre mi espalda–, son las veinte pe eme en Corea.

–¿Las qué? –apoyé la mejilla en la almohada para poder mirarlo. Cruzó sus pequeños brazos -porque Hae ni siquiera había empezado a dar el estirón- sobre mis cervicales y asintió. Era incómodo por una parte, pero estaba tan acostumbrado a ello que lo pasé por alto.

–Las veinte pe eme –estiró un brazo y me enseñó el reloj digital en su muñeca. Quise reír, pero estaba tan cansado.

–¿Las ocho de la tarde?

–Eso quería decir. –se rió como el tonto que era y yo tuve que hacerlo con él. Después de todo conocía demasiado bien a mi mejor amigo y aunque teníamos la edad suficiente para sabernos las horas y todo lo que ello conllevaba, a Hae le gustaba hablar en clave, quedando como un tonto. Era un círculo de estupidez que no terminaba hasta que su madre, o la mía, nos reñían por, en lugar de mostrar lo que sabemos, hacer que se rieran de nosotros.

Y digo nosotros porque yo siempre le seguía el rollo.

–Hae –suspiré agotado. Sentía mis párpados caer y tuve que controlarme mucho para no dormirme en ese momento. Él volvió a cruzar los brazos como antes, con una sonrisa expectante–, estamos en París. Mañana vamos a ver la Torre Eiffel y tenemos que dormir, ¿vale?

–Pero a esta hora, en casa, estaríamos jugando en el jardín.

–No estamos en casa.

Infló las mejillas. ¡No, no, no! ¡No iba a caer! Cerré los ojos, hundí la cara en la almohada y traté de ignorarlo durante mucho tiempo; Hae dijo mi nombre una y otra vez, me pegó en la espalda, aunque solo provocó un relajante masaje, frotó su nariz con mi pelo y terminó rogándome con esa voz que mostraba, en vez de los once años que teníamos, los cinco que parecía tener su cerebro.

–Vamos a jugar, ¡vengaaaaa!

–Vete a dormir, Hae.

Y al final se tumbó totalmente sobre mí, boca arriba, espalda con espalda, y estiró los brazos y las piernas.

–No puedo; la noche está despierta, y yo estoy despierto.

–No vas a parar, ¿verdad? –sin necesidad de decir nada, noté, por el movimiento de su cabeza pegada a la mía, que negaba. Suspiré– Vale...

–¡Bien! –dio media vuelta de un salto, volviéndose a sentar en mi espalda– ¡Eres el mejor!

***

–¡Eres un inútil!

–¿Inútil, yo? ¡Habla el que no sabe ni freír un puto huevo!

–¿No puedes, aunque sea por un momento, hablar bien? Existen más palabras a parte de los tacos.

–Oh, mierda. Lo siento, joder, a veces se me olvida que hablo con el "Gran" Lee Donghae.

–¡Imbécil!

–¡Niñato!

Sus ojos delineados me miraron entrecerrados, igual que yo lo miraba a través de las gafas. Él tenía los puños cerrados. Yo no podía hacerlo porque sujetaba en mis manos la sartén quemada y la camiseta -¡mi camiseta blanca!- ennegrecida porque había sido usada para apagar el fuego. ¿Lo peor? La había usado yo. Había visto el fuego y le había dicho a Donghae que me diera algo húmedo para apagarlo.

❝Hey! Don't touch me❞ [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora