V. Ultimátum

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En algún lugar en los límites de Distrito Forestal. Viernes, 8 de octubre, 01: 42 h.

Una zorra fennec, Hera, se movía por los pasillos y recodos de la mansión como si fuera una parte de ella, lo que en cierta medida era cierto, pues había pasado mucho en ella que la conocía de cabo a rabo. Subió al segundo piso, se detuvo en una habitación y luego de tocar dos veces en una puerta de roble revestido y pulido, entró. La habitación a la que ingresó estaba oscura casi en su totalidad, la única tenue iluminación del cuarto alfombrado y repleto de muebles carísimos, estantes con documentos y una pequeña barra de bar en una de las paredes, era la llama de una fogata que ardía en una chimenea artificial. En un mueble orejero con dragones tallados en los apoya brazos y en las patas que lo sostenían, garras de águilas, se hallaba un zorro rojo, ataviado con un esmoquin y sosteniendo un pequeño y ancho vaso de licor con dos gruesos cubos de hielo que tintineaban al mecerla.

Zeus, ya informé a los demás sobre la situación —dijo Hera.

El zorro, Zeus, apartó la mirada de la fogata, se giró un poco y la observó.

—Sólo estamos nosotros, Amber, no es necesario que uses los alias. —Bebió un poco del vaso—. Ya te lo he dicho varias veces.

—Lo siento, Joseph, es la costumbre. —El tono de Amber era calmado, relajado, procurando no molestar al zorro.

—¿Algo más? —preguntó, los ojos de éste la escrutaron como rayos X.

Ella le mostró las dos carpetas que traía, caminó hasta él y se las entregó.

—Traigo los informes que Apolo nos consiguió —le hizo saber.

Joseph las tomó y las abrió, ojeándolas. Amber ya lo había hecho con anterioridad, sintiéndose tanto asqueada como impresionada por los dos animales. No podía comprender aún cómo Hopps, siendo una coneja, logró tanto. Zeus, al ver la carpeta de Judy, sonrió incomodo.

—Es inaudito que una coneja pudiera capturar a Dionido, cuando precisamente lo escogí por su... —Colocó su vaso casi vacío sobre uno de los apoyabrazos— complexión. —Luego de pasar dos hojas, sus cejas se arquearon al tiempo en que una sonrisa se le dibujaba en el rostro—. ¿Con que esa coneja es la madrina de la nieta de Big? —Soltó una carcajada—. Incluso la pequeña ratita lleva el nombre de ella. —Suspiró—. Ay, Big, qué bajo has caído.

Cerró la carpeta y la colocó en sus piernas, tomó la siguiente y al abrirla, su rostro confiado y con un deje molesto, se tornó iracundo. El ceño se frunció y le dio un aspecto de una estatua de mármol del dios que tenía su alias, a punto de fulminar al aludido y borrarlo de la existencia. Amber se intrigó un poco, sin saber muy bien qué hizo que Joseph reaccionara de la misma manera. Él era soberbio, pero no perdía el control de sus emociones tan fácil

Hera se abstuvo de preguntar, esperando que el vulpino dijera algo. Como única respuesta, Zeus arrojó el expediente a las llamas de la fogata, y la carpeta se consumió despacio, cambiando de un color crema al negro ceniza poco a poco. Por entre las llamas, Amber logró divisar el nombre «Nicholas Wilde». Oh, pensó, ya comprendía su reacción. Joseph era un zorro, y para dicha especie, que uno de los suyos fuese un policía se consideraba caer lo más bajo. Una vergüenza.

Al cabo de unos tensos minutos, Zeus tomó su vaso:

—Tráeme a Artemisa, tengo un trabajo para ella. —Dio otro sorbo.



Downtown, Central de la ZPD. Sábado, 9 de octubre, 7:22 h.

Siempre estaré para ti (SEPT 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora