XXX. Una familia

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Downtown. Hospital Central. Sábado, 19 de noviembre, 2:35 h.

Pasos. Gritos. Órdenes. El sonido era ahogador. Los oficiales y las enfermeras corrían apresurados por todo el recinto. Las camillas entraban en grandes cantidades con oficiales heridos y algunos Gigantes. Unos se retorcían de dolor y otros solamente parecían dormidos, calmados, dudando de si sobrevivirían o no.

Nick caminaba con paso indeciso a través de los pasillos del hospital, tratando de alejarse del lugar lo más posible. Quería estar solo, pero a la vez no lo resistía. Se sentía vació. Nunca había sentido tal aprecio por alguien; sí, su madre, pero el amor a una madre es distinto de eso. Era un sentimiento extraño, sobrecogedor, y a la vez era distante, no lo suficientemente fuerte para llamarlo amor, y no tan débil como para que caiga en admiración. Era... no sabía qué era, pero lo que el zorro sintió por su difunto tío fue un enorme... ¿Aprecio? ¿Cariño? No lo sabía. Ni siquiera era consciente de que sentía dichas emociones por el animal.

Cuando James le dijo esas palabras antes de morir, algo en él se quebró. Se dio cuenta de que lo necesitaba. Él había sido el padre que nunca estuvo a su lado y quien siempre lo ayudaba, aunque no estuviera allí.

Tenía la mente en blanco. No había ninguna emoción, ni dolor, ni odio, ni melancolía, nada. Estaba vacío. Sintió como una pata apretaba con fuerza la suya y giró para ver. Era Judy, su Zanahorias, su Pelusa, la coneja que siempre creyó en él. Nick apretó el agarré y la miró a los ojos. Un lila hermoso, como las flores del mismo color. Y allí estaba ella, apoyándolo, junto a él.

¿Cuántas veces ella había estado a su lado cuando más necesitaba a alguien? Cuando le contó su experiencia en el teleférico, allí estaba. Cuando se sintió rechazado de nuevo cuando sin querer ella dijo lo que dijo en la entrevista de los aulladores, ¿quién había vuelto? Ella. Cuando le contó sobre su madre, allí estaba consolándolo. Y ahora, cuando perdió a su último familiar, allí estaba, dándole fuerzas.

«Tienes una pareja y una hija que te aprecian» había dicho James, y tenía razón. Judy siempre estaría para él en todos los momentos, buenos, malos, difíciles; además, tenía una hija por la que dar la cara. Trató de esbozar una sonrisa para aliviar la situación, pero le salió pesada, triste, no como su típica sonrisa pícara y despreocupada. Judy negó con suavidad con la cabeza, indicándole que no tratara de aparentar lo que no podía.

Cómo lo conocía esa coneja. Asintió, y sin soltarle la pata caminaron rumbo a la salida. Sabía que Meloney no habría sufrido ninguna herida y eso lo tranquilizaba un poco. Apretó el anillo en su otra pata con todas sus fuerzas, ese objeto era lo único que le quedaba de James. De su familia.

Llegaron a la sala de emergencias mediante el ascensor y éste, al abrirse, dejó ver el ajetreo que había. Decenas de oficiales heridos, unos en sillas de espera, otros en camillas. Cuando lo vieron pasar junto a la coneja le dieron una sonrisa o un asentimiento firme, pero a Nick no le importaba, quería salir de allí lo más rápido posible. Reconoció a varios de los que había. En las camillas del fondo estaban Rhinowitz, Jackson, Andersen y varios más, sentados en las sillas de espera con heridas menores había algunos de los novatos: el hermano menor de McCuerno (no sabría cómo le diría lo de su hermano), Lupa y Seymour, la loba ártica y el leopardo solo tenían un impacto de bala, por suerte.

Salieron del hospital y el ruido aturdía a Nick. Veía muchas ambulancias aparcadas en dónde podían, ¿diez, doce? No importaba, eran muchas. Detrás de ellas, las patrullas, decenas de patrullas, todas con sus sirenas encendidas. Pasaron al lado de Bogo, Nick ni siquiera reparó en él.

Pudo ver cómo Judy le hacía señas al búfalo para que no hiciera preguntas y los dejara irse. Un lindo detalle. Nick no estaba para preguntas ni para nada ni nadie.

Siempre estaré para ti (SEPT 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora