XXIX. Mis dos grandes pérdidas

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Downtown, Hospital Central. Sábado, 19 de noviembre, 1:43 h.

Nick corrió con el revólver en la pata directo al hospital, la cual sería una imagen un tanto perturbadora para cualquier paciente que viniera a hacerse una revisión o algún familiar de visita. El edificio media fácilmente unos veinte metros de altura y tenía cinco pisos de alto y en la cima del mismo, una terraza con un hangar para helicópteros. Un pensamiento preocupante le llegó cuando miró la cima. ¿Zeus usaría ese medio para escapar luego de venir a hacer su cometido?

Corrieron a través de una plaza de autos y llegaron a la entrada principal del hospital que, para desgracia del zorro, estaba cerrada. Ojeó el interior a través de la puerta de cristal en busca de algún animal adentro que abriera, alguna enfermera, guardia, oficial, doctor, mantenimiento, lo que sea. El recibidor era de unos diez metros de ancho, hacia la izquierda había unas escaleras mecánicas que iban a los pisos superiores e inferiores, junto a éstas los ascensores (sólo para doctores y pacientes graves) y a la izquierda, el lugar donde debería estar la secretaria. Pero el sitio parecía un cementerio: solo, oscuro y vacío.

En su desespero por entrar, golpeó con su cuerpo el cristal de la entrada intentando romperlo e ingresar. Sin un resultado positivo, apuntó su arma hacia el mismo, pero una pata lo detuvo.

—¿Eres loco, Nicholas?

Nick miró a James, confundido, y vio que éste bufó enojado.

—¿No me digas que no recuerdas que el vidrio es antibalas?

Nick se sintió estúpido. James tenía razón. Era lógico, después de varios «incidentes» ocurridos cuando él era joven y había delincuentes internados, el alcalde había optado por colocar vidrio antibalas en el recinto. ¿Tan desesperado estaba que olvidó eso? Vale, era comprensible, su hija estaba en peligro de muerte y un zorro maníaco y homicida estaba buscándola para matarla, si es que no lo había hecho ya.

Se espabiló un poco y razonó rápidamente. El hospital estaba cerrado por el frente, obvio, era la una de la mañana. El edificio tenía un total de siete pisos, cinco en la superficie y dos bajo tierra. No tenía sentido que el hospital estuviera completamente cerrado, por lo que debería haber una entrada. «¡La de Emergencias!»

Bien, ya tenía un punto de partida, lo problemático era que dicha entrada estaba en el segundo piso bajo tierra del recinto. Es decir, debía rodear el edificio y encontrar la rampa para autos y ambulancias que llevaban a dicho pabellón.

Le explico sobre la entrada a James y éste comprendió en el acto.

—¿Qué esperamos? —dijo— ¡Muévete, muévete, muévete!

Salieron como alma que lleva el diablo y rodearon el hospital, buscando con frenesí la entrada.



Había pasado un año, Nick tenía diez. Ese día sería el último en que vería, oiría y recibiría un abrazo de su madre.

Era de mañana, faltaba poco para el mediodía y la puerta sonó. Automáticamente Nick giró la vista hacia la puerta y se levantó para abrirla, pero su madre lo detuvo alzando la pata, sin decir palabra. Esperó hasta que volvieron a tocar y ahí se percató de que no podría ser su tío James, quien ansiaba que fuera. No había ese código con el que él tocaba la puerta, diciendo «Los quiero» en código Morse.

Su madre se llevó su dedo índice a los labios, indicándole que no hiciera ruido, mientras se asomaba en el ojo mágico que había en la puerta, instalado hace año y medio. Cuando miró, se volvió hacia él, angustiada. Con unas señas le indicó que se escondiera en el baúl que había allí mismo, donde guardaban la ropa sucia.

Siempre estaré para ti (SEPT 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora