XXI. Diez días

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Sabana Central, departamento de Nick. Jueves 3 de noviembre, 8:55 h.

Parecía que la temperatura hubiera bajado drásticamente, helando el lugar y a punto de hacer que el suelo y las paredes se cristalizaran, congelándose. Aquella revelación fue impactante, tanto que le tomó unos segundos procesar las palabras; al hacerlo, una de sus cejas se arqueó con fuerza.

—¿Tu tío? —le preguntó a Nick, con un hilillo de voz, intentando no verse muy abrumada. Pero no era posible, si el zorro lo era, eso quería decir que Nick sabía cosas muy importantes, cosas que pudieron evitar que animales, compañeros policías, muriesen en el enfrentamiento en La Zanahoria Dorada.

—Y sé lo que estás pensando, Zanahorias —dijo Nick, con tono hosco—, y no lo supe sino hasta ese día. Créeme que si hubiera sabido que tío James formaba parte de los Gigantes ni hubiese permitido que pisaras ese restaurante.

—En parte es mi culpa —comentó James, tomando asiento en uno de los mullidos sofás unitarios que había en la sala. Kevin y FruFru lo imitaron, sentándose en el contiguo, mientras Nick, sún con el ceño fruncido, semidubitativo, se sentaba en el sofá más grande, en el que con facilidad se acostaba en toda su envergadura—, nunca contacté de nuevo con Nick. —Se encogió de hombros—. Mi hi... sobrino —se corrigió—, no es adivino.

Judy fue a cerrar las puerta y caminó hasta donde estaba Nick, con la frase «mi hijo», que sabía él quería decir, pero que no pronunció en su totalidad, dándole vueltas en la mente. «¿Será James una especie de padre adoptivo?» Se sentó al lado de su novio zorro.

Nick cruzó las patas y estiró los brazos en el espaldar del sofá, suspirando despacio al seguir el hilo de la conversación, que aunque no daba la sensación de estar del todo cómodo, no le molestaba tampoco en absoluto. Sus ojos nunca se apartaron de los de James, como si hablaran un lenguaje que sólo ellos dos sabían.

—No nos separamos en buenos términos, como podría decirse —siguió él.

—Culpa de parte y parte, diría yo —asintió James.

Y entonces, Nick hizo algo extraño: dio una serie de golpecitos en la madera que revestía el sofá y el respaldo, con sonidos largos y cortos, al mismo tiempo en que una sonrisa retrospectiva se le dibujaba en el rostro. James, confirmándole a Judy que se trataba de un mensaje que sólo era de ellos dos, privado, una vez Nick terminó los toquecillos, hizo lo mismo que su sobrino, repitiendo la misma secuencia de golpecitos.

FruFru guardaba silencio, al igual que Kevin,

—¿Y a qué se debe la visita? —preguntó Judy a nadie en específico.

Tanto James como Nick volvieron en sí, y el vulpino mayor le hizo un gesto a FruFru para que respondiera, mientras él se levantaba. Tan fresco como si esa fuera su casa, James se encaminó hacia la cocina.

—¡Oye, ¿qué haces?! —preguntó Nick, sorprendido.

—¡Tengo hambre! —respondió James desde la cocina.

Nick suspiró profundo, pasándose una para por el rostro, intentando conservar la calma. En cambio, Judy, FruFru y Kevin se quedaron atónitos por la forma en que James actuaba. Al Judy dirigirle una mirada inquisitiva a Nick, éste se encogió de hombros con una sonrisa temerosa. Esas las conocía. Eras las que ella les daba a otros cuando conocían por primera vez a Nick y se sorprendían de su personalidad, como una forma de decir: «él es así, no modo.»

El silencio era tal que, tras el murmullo de la televisión en el cuarto de Meloney, con su preciso oído, ella lograba oír cómo James murmuraba.

Siempre estaré para ti (SEPT 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora